HERRERA CASADO, Antonio, La catedral de Sigüenza, Guadalajara,
Eds. Aache (col. Tierra de Guadalajara, 101), 2016, 141 pp. [ISBN:
978-84-15537-99-1].
Estamos ya ante el número 101
de la estupenda colección Tierra de Guadalajara, una serie de guías
divulgativas cuyo fin principal es “enseñar a ver” al lector no muy aficionado
y poco avezado a la lectura, pero sí al atento al conocimiento de las tierras
alcarreñas, de una manera poliédrica, es decir, desde todos los puntos de vista
posibles. Una colección que brilla gracias a la editorial Aache, que tantos
éxitos viene logrando con sus cuidadas ediciones.
Pues bien, el libro que hoy
comentamos, cuyo contenido bien pudiera parecer un tema ya manido según se
desprende la lectura de su título: La catedral de Sigüenza, deja de parecerlo cuando se penetra en sus
entresijos, puesto que, como hemos dicho, la catedral se “ve”, se analiza y se
estudia, si así lo queremos considerar, desde distintos aspectos que, tras el
prólogo, escrito por el Deán de la misma, Jesús de las Heras Muela, aparece
dividido en tres grandes apartados consistentes, primeramente en una visión de
la historia del templo desde su fundación y fases de su construcción, con las
correspondientes ampliaciones y reformas; el mecenazgo de los obispos, y los
principales artistas que en ella trabajaron y dejaron muestras de su quehacer
En segundo lugar en una
visita a esta seo, tanto por su exterior como por su interior, fijándose con
detenimiento en aquellas obras que el autor ha considerado como de mayor
envergadura: el crucero, la girola, la sacristía “de las cabezas”, las capillas
de San Juan y Santa Catalina, la nave de la Epístola y otras estructuras del
eje central de la obra, el claustro y los Museos Catedralicio y Diocesano de
Arte Antiguo. Este, posiblemente, es el apartado que contiene más obras
artísticas ya estudiadas.
Para finalizar con un tercer
bloque dedicado a dar a conocer algunos aspectos, muy puntuales y concretos,
algunos nimios, que suelen pasar desapercibidos al visitante no informado de
antemano: como la poco conocida necrópolis medieval, la heráldica que atesora y
conserva encastada en sus muros, la iconografía -originariamente románica de la
trompa que todavía pervive en el ángulo existente sobre la puerta de acceso a
la capilla de “El Doncel”-; las rejas del maestro Juan Francés, auténticas joyas
de la rejería española de todos los tiempos; algunas huellas de la mitología
como las existentes sobre Apolo o Hércules; la capilla de la Anunciación, algo
escondida -lo cual quizá contribuya a que el visitante tenga mayor interés por
admirarla-, la iconografía y simbología de la colección de tapices
recientemente restaurada, la capilla de la Concepción y, de nuevo, pero con
mayor profundidad y calado hacia lo que representa y en ella representado, la
Sacristía “de las Cabezas”.
Un amplio recorrido sugeridor
y sugerente que, sin duda, ayudará al lector y visitante a comprender esos
aspectos que hasta ahora no le habían atraído suficientemente. Todo ello
contando con un gratificante acompañamiento de fotografías en blanco y negro y
color, planos, grabados, etc., de gran belleza.
Con el fin de no ser prolijos
en nuestro comentario, destacaremos aquellos aspectos menos conocidos de
cuantos Herrera Casado recoge en su guía, comenzando por los errores
tradicionalmente arrastrados acerca de quien mandó construir la catedral y en
qué fecha que, contrariamente a lo que se afirma, no se debió al obispo conquistador
don Bernardo de Agén, sino que fue empezada algo más tarde, en 1152, por don
Pedro de Leucate, puesto que a partir de su reconquista que, según se dice tuvo
lugar en 1124, la Iglesia Mayor -incluso con Sede Obispal y Cabildo- fue la
iglesia de Santa María la Antigua (la Santa María “Antiquissima” según algunas denominaciones, que sirvió de catedral
visigoda), también conocida como Nuestra Señora de los Huertos, ubicada junto
al Henares en la parte baja que era la más poblada de la ciudad.
Sin embargo sí fue don
Bernardo quien, en 1138, logró una “carta puebla” mediante la que cien vecinos, con sus
correspondientes familias, se asentasen en la que estaba llamada a ser una gran
población -aunque ignoramos cuantos habitantes o almas equivalían a un vecino-,
hecho que volvió a repetirse media docena de años más tarde, en 1144, lo que
viene al indicarnos que las obras de ensanche de Sigüenza se llevaron con
cierta rapidez, al igual que sucedía con las de la catedral, así hasta llegar
al momento actual, porque como ya sabemos, este tipo de obras nunca se termina,
adaptándose a las nuevas tendencias artísticas.
Un interesante apartado se
dedica a recoger los nombres y los hechos de los principales artistas que
colaboraron en las obras que en ella se fueron llevando a cabo, entre los que
destacan Johan Domínguez, maestro de obra, que es el nombre más antiguo
conservado que se conoce y que desempeñó su labor en 1318. Posteriormente,
dando paso al Renacimiento, surgirán nuevos nombres como los de Rodrigo Alemán
que, entre 1488 y 1492, talla las primeras sillas del coro y, posiblemente, el
púlpito de la Epístola, aunque con técnica plenamente gótica. Luego será Alonso
de Covarrubias quien haga su aparición desde 1515 hasta 1569, aproximadamente,
dejando su impronta artística en la capilla de los Zayas, algunas tallas para
el retablo de Santa Librada y, al parecer, el proyecto e inicio de la Sacristía
“de las Cabezas”, para finalizar sus trabajos, ya mayor de edad, diseñando y
dirigiendo las obras de la girola.
En pleno Renacimiento el
artista más representativo fue Juan de Soreda, autor de la tabla que representa
el Descendimiento (conservado en la
sacristía de Santa Librada) y las tablas de su martirio para el retablo de la
misma. Su obra se data de entre 1525 y 1526. Le seguiría Juan de Arteaga.
Importantísima fue la obra del
entonces conocido honoríficamente como Maestro Maior de las obras de fierro en España, Juan Francés, cuya
obra puede contemplarse a través de las rejas de las capillas de San Pedro, de
San Juan y Santa Catalina, de la Anunciación y del sarcófago de Santa Librada, ya
de comienzos del siglo XVI. Poco más tardío es Martín de Vandoma, que dirigió
la conclusión de la Sacristía “de las Cabezas” (1554-1563) y fue el autor de la
talla del púlpito alabastrino del Evangelio (1572-1573), fecha ésta alrededor
de la que también se data el bellísimo altar de la Virgen de la Leche o “del
cepo”, tallado por Miguel de Aleas.
A todos ellos les siguió una
extensa pléyade de artistas -que llega hasta hoy- a través de la obra de
Antonio Labrada Chércoles, restaurador de la catedral después de la Guerra, con
quien colaboró, especialmente en talla y escultura, Florentino Trapero. Sin
olvidar al escultor Ángel Bayod Usón, autor del sepulcro del obispo Eustaquio
Nieto y Martín, ni al pintor Constantino Casado, cuya Alabanza a Dios a través
de la música, se encuentra en la nave de la Epístola.
Otra parte catedralicia poco
conocida es su necrópolis medieval, ubicada entre la Puerta del Mercado y la
torre del Reloj o del Gallo. Puede datarse entre los siglos XII final y
comienzos del siguiente y estuvo limitada al sur por la muralla que bajaba de
la “ciudad alta”, permaneciendo así hasta el siglo XV. En ella pueden
contemplarse numerosos enterramientos antropomorfos, conservándose todavía
algunas estelas -ya que otras fueron reutilizadas en el siglo XVII en la
construcción de la ergástula o alcantarilla-, tanto tabulares como discoideas,
a modo de señalización de su cabecera, y en las que aparecieron restos óseos, aunque
sin ajuar.
Sigue, como dijimos al
comienzo, una serie de análisis de aspectos puntuales, entre los que se
encuentra el desarrollo iconográfico de la trompa, así como una explicación de
su posible significado que, de forma abreviada, alude a la representación de dos
ancianos que meditan (o duermen) mientras se les propone la consideración del
Bien y del Mal, tanto en la tierra como en el Más Allá después de morir, es
decir, la necesidad de permanecer despiertos y vigilantes, teniendo en cuenta
los peligros que pudieran acecharles. Al fin, una muestra románica de
iconografía moralizante, por fortuna bien conservada.
Otro punto alude a la presencia
de determinados hechos mitológicos en el retablo de Santa Librada,
concretamente en la parte superior de la tabla debida a Juan de Soreda, que
muestra a la Santa; tabla en la que puede apreciarse con total claridad una
serie de cuatro escenas alusivas a los Trabajos de Hércules -los toros de
Gerión, el león de Nemea, etc.-, símbolos, según se indica, de la fortaleza y de
la virtud pagana que protegen a la cristiana, aunque esta mitología no se queda
sólo en el aspecto arriba mencionado, sino que también aparece, bajo otras
formas, por ejemplo en la Sacristía “de las Cabezas”, mediante la talla pétrea
en las enjutas de los arcos y ocupando grandes medallones o tondos, de las
Sibilas, profetisas que daban a conocer lo por venir, mujeres que llegaron a
España a través de corrientes filosóficas como el neoplatonismo de Marsilio
Ficino y su escuela humanista florentina.
Del mismo modo refiere Herrera
Casado la existencia de un bajorrelieve, hasta el presente inédito, que figura
en la silla episcopal del coro catedralicio y que es una talla de estirpe
paganizante, consistente en “un joven desnudo, de alborotada pelambre, y que
tras de su hombro izquierdo surge un carcaj lleno de flechas que se presume le
cuelgan a la espalda” que parece ser Apolo sustituyendo a Cristo según la
evolución iconográfica y simbólica del primer cristianismo. Algo así como una
visión renacentista de la pietas.
Otro aspecto mitológico más es
el que atesora la serie de dieciséis paños (tapices), divididos en dos series,
alusivas a la “Historia de Rómulo y Remo”
y a las “Alegorías de Palas Atenea”,
a través de los que se patentiza la importancia de las virtudes cívicas. Los
tapices fueron donados por don Andrés Bravo de Salamanca, obispo seguntino
entre 1662 y 1668, además de gran humanista.
Y los temas de los mismos son
los siguientes, para la primera serie: “Fáustulo,
pastor de ovejas, encuentra a una loba amamantando a Rómulo y Remo”, “Fáustulo, pastor de ovejas, entrega los
niños a su mujer para que los alimente” y “Fáustulo presenta al rey a Rómulo y Remo para que los reconozca desde
la cuna”. En el resto, “Rómulo
coronado rey” y “Rómulo presenta un
proyecto de leyes a Hércules”, terminando con “Los romanos raptan a las mujeres sabinas”, “Las mujeres sabinas reconcilian entre sí a los romanos y sus padres” y
“Rómulo da muerte al rey Tacto y el
sabino es exterminado”, basados en la Historia
de Roma desde su fundación, de Tito Livio.
Mientras que la segunda serie
está compuesta por: “Marte huye, Júpiter
se alegra por el final de la guerra obtenido por Palas y Paz”, “La recompensa de las armas”, “El triunfo y la gloria de Palas y la Paz”
y “Los cobardes y perezosos son puestos
en fuga por Palas”, que continúan con “Palas
y la Paz conducen a los esforzados al templo del Honor”, “La gloria de las musas estimuladas por la
Paz”, “Los sacrificios divinos son
restaurados por Palas y la Paz” y “Palas triunfante acompañada de las musas por
el triunfo de las armas”, cuya fuente parece estar en la Iconología de Césare Ripa, a excepción
de “La gloria de las musas estimuladas…”,
paño que permaneció durante años en la Sacristía “de las Cabezas”, que procede de
la Matamorfosis de Ovidio, tapices realizados
por los talleres de (B.B.) Brabante-Bruselas, cuya autoría se debe a Ian Le
Clerc y D. Eggermans, que representan lecciones de ejemplaridad cívica.
Desde nuestro punto de vista
un libro-guía de gran interés, puesto que contribuye eficazmente a profundizar
en el conocimiento de un templo -la catedral de Sigüenza- que ya creíamos
suficientemente conocido y que viene a demostrarnos que “siempre hay algo nuevo
bajo el sol”, especialmente cuando se tiene interés por ver y saber interpretar
lo que se ve con los ojos de ayer, para extrapolarlo a los tiempos que corren.
Seguro que el lector adicto
al arte y a la historia disfrutará con su lectura amena y, sin duda, volverá
nuevamente a visitar -despaciosamente- ese templo de orígenes medievales que
tantas joyas custodia y de las que tantas cosas pueden aprenderse.
José Ramón López de los Mozos
Hola, Antonio
ResponderEliminarUnas líneas para dejar constancia de que acabo de leer tu libro sobre la catedral de Sigüenza, que recordarás adquirí en la Feria del Libro de este año. Aunque me comentaste que tenía más bien un carácter divulgativo, me ha interesado bastante, no ya porque sea un excelente resumen de lo que se debe saber sobre la catedral, sino por no quedarse tan solo en eso.
Leí en su día el libro publicado por Lumberg, hará unos diez años o quizás más, donde mis compañeros y buenos amigos Pepe Juste y Eduardo Barceló explicaban y desarrollaban al alimón el Plan Director de la catedral. Me pareció estupendo, pues además la película incorporaba secundarios de lujo (Carlos Baztán y Pedro Navascués). Más tarde acompañé al mecionado Pepe en una visita exhaustiva donde me enseñó todo lo que había que ver de la catedral, secretos incluidos.
Sin embargo, este libro tuyo aporta aspectos más que interesantes. En especial, la última parte, donde se habla de la trompa, que hasta entonces desconocía, se reivindica con justicia al rejero Juan Francés, se hace notar la aparición de ciertos dioses paganos en ámbitos eclesiásticos a raíz de la ideología humanista del Renacentismo –Apolo y Hércules, con un agudo y apropiado comentario tuyo al respecto–, y en fin, se rinden los debidos tributos a los tapices catedralicios, sin olvidar al maestro Covarrubias. Y a otro gran maestro, John Prentice, que aparece en varios grabados. Por cierto, qué gran dibujante de arquitectura…
Pues eso, enhorabuena. El esfuerzo ha merecido la pena, ya veo que te mantienes en forma. Da gusto leer lo que escribes.
Saludos
Javier