LOZANO ROJO, Juan Ramón, Valdeavellano. Historia de un pueblo sin
historia. II. Vida, Cultura y Arte, Madrid, Ed. P. Maraven, S.L., 2016, 287
99. [ISBN: 978-84-94843-9-3].
Este segundo volumen recoge
aspectos que muchos lectores podrían considerar como “no históricos”
propiamente dichos, puesto que afectan a lo que era la vida cotidiana del
pueblo en el pretérito. Desde nuestro punto de vista, estos datos “ayudan”,
quizá como “microhistoria”, a comprender mejor la “macrohistoria”, ya que, como
señala Lorenzo Rojo en su prólogo, no existiría una sin la otra.
En el apartado VI (primero de
este volumen), dedicado a la vida en Valdeavellano, el lector encontrará
muchísimos datos de interés, quizá por olvidados -precisamente porque nos los
rememora- referentes a las unidades de medida y a la moneda o numerario que se
ha ido utilizando a lo largo del tiempo; con las distintas instituciones y la
jurisdicción civil de Valdeavellano en distintas épocas; la economía y los
impuestos -distribución de la riqueza, jornales y sueldos, precios de bienes y
servicios, impuestos civiles e impuestos eclesiásticos-; la vida familiar,
personal y profesional - oficios, trabajos al aire libre y bajo techo, la vida
cotidiana a nivel privado, la forma de vestir, la casa con su ajuar y los
alimentos- y la vida social de las gentes del pueblo -la beneficencia, la
Iglesia, las asociaciones civiles y religiosas, fiestas y devociones, sanidad,
la escuela, la cultura popular y los espectáculos, juegos y diversiones,
costumbres y tradiciones, el lenguaje “ñarro”, los apodos y el servicio
militar-; manifestaciones iguales o muy similares a los de tantos pueblos no
sólo de la provincia de Guadalajara, sino de gran parte de la geografía
peninsular.
Junto a todo lo anteriormente
citado, que no es poco, un apartado más recoge el patrimonio material y
cultural reflejado en los edificios y construcciones religiosas que han llegado
hasta nuestros días: la iglesia parroquial, las ermitas, las cruces camineras,
el cementerio y sus enterramientos, y la imaginaría conservada, que
consideramos como fundamental para el conocimiento actual de Valdeavellano.
En el mismo apartado se
dedica un amplio espacio a los edificios civiles públicos, como el conjunto de
la Fuente Mora, los molinos harineros (y
la fábrica de electricidad), los hornos “de poya”, los lagares, el edificio del
Ayuntamiento, la posada o mesón, la picota y la horca, la carnicería, la
herrería o fragua, los pósitos, el hospital, la taberna y las tiendas
municipales (exceptuando la “zurrundaja”, que más adelante explica en qué consiste),
las heredades y eros municipales, montes y baldíos, el consultorio médico y los
bienes propios actuales del Ayuntamiento.
Se habla también de los
servicios cuya explotación arrendaba el Concejo: los derechos de la alcabala
“del Viento” o “de Recova” (compra para la reventa, generalmente de huevos,
gallinas, jabón, tocino, mercería, pieles y otros), de correduría, de
almotacenazgo, de cobro de las Tercias Reales, las “dulas” (de cabras, mulas,
cerdos y bueyes), la guarda de los montes, algunos servicios no rutinarios y
otros servicios públicos.
Finalizando este extenso
índice con las construcciones civiles particulares de los siglos XVI y XVII,
las casas de los la Bastida y la de los duques del Parque, las bodegas-lagares
de vino, los colmenares y las cabañas pastoriles, más la correspondiente
bibliografía.
A continuación veremos más
pormenorizadamente algún aspecto concreto de los que se mencionan en tan amplio
elenco, dejando a un lado el apartado destinado a conocer la vida en
Valdeavellano y otros datos, puesto que la mayoría de los lectores ha vivido
gran parte de ellos, o los ha compartido de alguna manera a través de sus
familiares más cercanos, especialmente durante aquellos años en que la familia
constituía un grupo compacto en el que junto a los abuelos, vivían los padres y
gran parte de los hijos, en una sociedad, mayormente rural, se
autoabastecimiento…
Sí quisiéramos llamar la
atención acerca de la importancia que tiene a nivel etnológico, como muestra de
una mínima parte de la filología popular de tradición oral, el vocabulario
“ñarro”, del que, desgraciadamente, se recoge una brevísima colección de
palabras: “arreñal” (herreñal) , “benez” (vasija), “carnero” (referido a
cordero, o sea animal con carne comestible, que podía ser de dos tipos “carnero
llano”, o capado, y “carnero cojudo”, o sin capar) y “hayuco” (fruto del haya),
aunque algunas otras expresiones no son de uso exclusivo de Valdeavellano, como
“amoto” (motocicleta), “arradio” (receptor de radio), “afoto” (fotografía) o “aiva”
(fuera de ahí).
Así como ese otro aspecto que
podría enlazarse con el anterior, igualmente breve, dedicado a los motes o
apodos, de los que se dan a conocer algunos ejemplos fechados en los siglos XVI
y XVII tales como “Garzona”, “Crespo”, “Palacia” y “Gordo”, saltando al siglo
XIX con los siguientes: “Chospa”, “Chulin”, “Cositas”, “Facho”, “Grillo”,
“Guarin”, “Loro”, “Marchena”, “Paja”, “Pasodoble”, “Patena”, “Pelusa” y
“Zorrilla”, a los que habría que añadir otros, identificativos, más propios de una familia concreta, pero que
no constituyen alias o remoquete alguno, como “Casianos”, “Manuelos”,
“Nicolases”, etc.
El siguiente apartado es un
recorrido por el patrimonio del pueblo, comenzando por su iglesia titulada de
Santa María Magdalena, cuya parte original, más antigua, pertenece a la segunda
mitad del siglo XII, que consta de una sola nave y cuya portada se decora con
arquivoltas en zig-zag que descansan sobre cimacios que amparan capiteles con
iconografía vegetal.
El ábside es semicircular y
está realizado en mampostería al igual que el resto del edificio; una metopa y
canecillos lisos, algunos erosionados, representan escenas eróticas de ruda
talla.
Tres ventanales, uno de ellos
transformado en el siglo XVI, dan luz a su interior, elementos que nuestro
autor considera característicos de las iglesias situadas a lo largo del Camino
de Santiago.
En el interior sobresale la
pila bautismal, también románica, decorada con una cinta “sinfín” semejando
“ochos” y dos benditeras, además de dos capiteles que soportan el arco mayor
-el que separa el ábside, de la nave-, toscamente esculpidos; el del Evangelio
con una cabeza humana y el de la Epístola con una cabeza de ogro, lobo o
demonio, que representan el Bien y el Mal.
Soportando el coro, destaca
una interesante viga de madera bellamente policromada que parece representar
una escena apocalíptica.
En cuanto a las ermitas, se
mencionan las de San Bartolomé, la más antigua, ya en mal estado se
conservación según consta en la visita pastoral realizada el mes de abril de
1562; del Espíritu Santo, posiblemente anterior a 1557, año de comienzo del Libro de Fábrica; de San Roque (y San
Sebastián), consagrada en 1603 y construida, tal vez, como consecuencia de la
epidemia de 1599-1601; la de Ntrª. Srª. de la Soledad, la única con atrio
porticado de dos columnas; la de la Asunción, posteriormente denominada de
Ntrª. Srª. de los Ángeles, en ruinas desde 1838, y las de San Juan Bautista
(que nunca existió, puesto que no consta su construcción según estipuló D. Juan
de la Bastida en su testamento), del Rosario y de San Marcos.
También menciona las cuatro
cruces de caminos: la de Valdesaz, la del Montecillo, la de Madera y la Cruz
Vieja, que no son más que cristianizaciones de los antiguos “mercurios” o
“morcueras”, que indicaban los caminos y solicitaban protección al dios viario
del Comercio, equivalentes a lo que en la zona molinesa se conoce actualmente
como “pairones” o “peirones” (Molina y su zona de influencia, Teruel,
Castellón, Zaragoza…), tan parecidos a los “petos de ánimas” norteños.
Sigue el conjunto formado por
la “fuente Mora”; lavadero, molino aceitero o almazara y la propia fuente, que
en el pasado se completaba con la ermita de San Bartolomé, para continuar con el
edificio de la casa de Ayuntamiento -que fue construida hacia 1554-1555 y
posiblemente se trate del mismo edificio que llegó hasta 1990-, en el que
también se encontraban la carnicería, con acceso desde la plaza mayor, y el
calabozo.
La picota era sigo de
jurisdicción propia. La de Valdeavellano, construida en 1554, consistía en una grada hexagonal de seis
peldaños, que fueron eliminados con el fin de construir una fuente que la
rodease, sobre la que actualmente descansa una basa prismática que sujeta el
fuste, rematado por cuatro brazos en los que se representan animales fantásticos.
Menciona entre los edificios
y construcciones particulares más importantes la casa de los la Bastida, cuyo
bello pórtico blasonado aún se conserva, y la de los Duques del Parque, ambas del
siglo XVII.
Finalizaremos con la
“zorrundaja” o “zurrundaja”, palabra deformada de “zarandaja”, o sea, la tienda
en la que se vendían cosas menudas y variadas que no se vendían en las demás
tiendas propias del Ayuntamiento. En algunas ocasiones, especialmente en el
siglo XVIII, se conoció como “zancarrejo” y era la tienda-bazar o tienda
general donde, hasta el siglo XIX se vendía cera, aceite, tocino, manteca, sal,
vinagre, legumbres, menaje del hogar, mercería…En líneas generales venía a ser
algo muy cercano a lo que se conoce por “abacería”.
José Ramón López de los Mozos
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