sábado, 3 de junio de 2017

Más datos sobre la villa alcarreña de Valdevellano: vida, cultura y arte

LOZANO ROJO, Juan Ramón, Valdeavellano. Historia de un pueblo sin historia. II. Vida, Cultura y Arte, Madrid, Ed. P. Maraven, S.L., 2016, 287 99. [ISBN: 978-84-94843-9-3].
Este segundo volumen recoge aspectos que muchos lectores podrían considerar como “no históricos” propiamente dichos, puesto que afectan a lo que era la vida cotidiana del pueblo en el pretérito. Desde nuestro punto de vista, estos datos “ayudan”, quizá como “microhistoria”, a comprender mejor la “macrohistoria”, ya que, como señala Lorenzo Rojo en su prólogo, no existiría una sin la otra.
En el apartado VI (primero de este volumen), dedicado a la vida en Valdeavellano, el lector encontrará muchísimos datos de interés, quizá por olvidados -precisamente porque nos los rememora- referentes a las unidades de medida y a la moneda o numerario que se ha ido utilizando a lo largo del tiempo; con las distintas instituciones y la jurisdicción civil de Valdeavellano en distintas épocas; la economía y los impuestos -distribución de la riqueza, jornales y sueldos, precios de bienes y servicios, impuestos civiles e impuestos eclesiásticos-; la vida familiar, personal y profesional - oficios, trabajos al aire libre y bajo techo, la vida cotidiana a nivel privado, la forma de vestir, la casa con su ajuar y los alimentos- y la vida social de las gentes del pueblo -la beneficencia, la Iglesia, las asociaciones civiles y religiosas, fiestas y devociones, sanidad, la escuela, la cultura popular y los espectáculos, juegos y diversiones, costumbres y tradiciones, el lenguaje “ñarro”, los apodos y el servicio militar-; manifestaciones iguales o muy similares a los de tantos pueblos no sólo de la provincia de Guadalajara, sino de gran parte de la geografía peninsular.
Junto a todo lo anteriormente citado, que no es poco, un apartado más recoge el patrimonio material y cultural reflejado en los edificios y construcciones religiosas que han llegado hasta nuestros días: la iglesia parroquial, las ermitas, las cruces camineras, el cementerio y sus enterramientos, y la imaginaría conservada, que consideramos como fundamental para el conocimiento actual de Valdeavellano.
En el mismo apartado se dedica un amplio espacio a los edificios civiles públicos, como el conjunto de la Fuente Mora,  los molinos harineros (y la fábrica de electricidad), los hornos “de poya”, los lagares, el edificio del Ayuntamiento, la posada o mesón, la picota y la horca, la carnicería, la herrería o fragua, los pósitos, el hospital, la taberna y las tiendas municipales (exceptuando la “zurrundaja”, que más adelante explica en qué consiste), las heredades y eros municipales, montes y baldíos, el consultorio médico y los bienes propios actuales del Ayuntamiento.
Se habla también de los servicios cuya explotación arrendaba el Concejo: los derechos de la alcabala “del Viento” o “de Recova” (compra para la reventa, generalmente de huevos, gallinas, jabón, tocino, mercería, pieles y otros), de correduría, de almotacenazgo, de cobro de las Tercias Reales, las “dulas” (de cabras, mulas, cerdos y bueyes), la guarda de los montes, algunos servicios no rutinarios y otros servicios públicos.
Finalizando este extenso índice con las construcciones civiles particulares de los siglos XVI y XVII, las casas de los la Bastida y la de los duques del Parque, las bodegas-lagares de vino, los colmenares y las cabañas pastoriles, más la correspondiente bibliografía.
A continuación veremos más pormenorizadamente algún aspecto concreto de los que se mencionan en tan amplio elenco, dejando a un lado el apartado destinado a conocer la vida en Valdeavellano y otros datos, puesto que la mayoría de los lectores ha vivido gran parte de ellos, o los ha compartido de alguna manera a través de sus familiares más cercanos, especialmente durante aquellos años en que la familia constituía un grupo compacto en el que junto a los abuelos, vivían los padres y gran parte de los hijos, en una sociedad, mayormente rural, se autoabastecimiento…
Sí quisiéramos llamar la atención acerca de la importancia que tiene a nivel etnológico, como muestra de una mínima parte de la filología popular de tradición oral, el vocabulario “ñarro”, del que, desgraciadamente, se recoge una brevísima colección de palabras: “arreñal” (herreñal) , “benez” (vasija), “carnero” (referido a cordero, o sea animal con carne comestible, que podía ser de dos tipos “carnero llano”, o capado, y “carnero cojudo”, o sin capar) y “hayuco” (fruto del haya), aunque algunas otras expresiones no son de uso exclusivo de Valdeavellano, como “amoto” (motocicleta), “arradio” (receptor de radio), “afoto” (fotografía) o “aiva” (fuera de ahí).
Así como ese otro aspecto que podría enlazarse con el anterior, igualmente breve, dedicado a los motes o apodos, de los que se dan a conocer algunos ejemplos fechados en los siglos XVI y XVII tales como “Garzona”, “Crespo”, “Palacia” y “Gordo”, saltando al siglo XIX con los siguientes: “Chospa”, “Chulin”, “Cositas”, “Facho”, “Grillo”, “Guarin”, “Loro”, “Marchena”, “Paja”, “Pasodoble”, “Patena”, “Pelusa” y “Zorrilla”, a los que habría que añadir otros, identificativos,  más propios de una familia concreta, pero que no constituyen alias o remoquete alguno, como “Casianos”, “Manuelos”, “Nicolases”, etc.
El siguiente apartado es un recorrido por el patrimonio del pueblo, comenzando por su iglesia titulada de Santa María Magdalena, cuya parte original, más antigua, pertenece a la segunda mitad del siglo XII, que consta de una sola nave y cuya portada se decora con arquivoltas en zig-zag que descansan sobre cimacios que amparan capiteles con iconografía vegetal.
El ábside es semicircular y está realizado en mampostería al igual que el resto del edificio; una metopa y canecillos lisos, algunos erosionados, representan escenas eróticas de ruda talla.
Tres ventanales, uno de ellos transformado en el siglo XVI, dan luz a su interior, elementos que nuestro autor considera característicos de las iglesias situadas a lo largo del Camino de Santiago.
En el interior sobresale la pila bautismal, también románica, decorada con una cinta “sinfín” semejando “ochos” y dos benditeras, además de dos capiteles que soportan el arco mayor -el que separa el ábside, de la nave-, toscamente esculpidos; el del Evangelio con una cabeza humana y el de la Epístola con una cabeza de ogro, lobo o demonio, que representan el Bien y el Mal.
Soportando el coro, destaca una interesante viga de madera bellamente policromada que parece representar una escena apocalíptica.
En cuanto a las ermitas, se mencionan las de San Bartolomé, la más antigua, ya en mal estado se conservación según consta en la visita pastoral realizada el mes de abril de 1562; del Espíritu Santo, posiblemente anterior a 1557, año de comienzo del Libro de Fábrica; de San Roque (y San Sebastián), consagrada en 1603 y construida, tal vez, como consecuencia de la epidemia de 1599-1601; la de Ntrª. Srª. de la Soledad, la única con atrio porticado de dos columnas; la de la Asunción, posteriormente denominada de Ntrª. Srª. de los Ángeles, en ruinas desde 1838, y las de San Juan Bautista (que nunca existió, puesto que no consta su construcción según estipuló D. Juan de la Bastida en su testamento), del Rosario y de San Marcos.
También menciona las cuatro cruces de caminos: la de Valdesaz, la del Montecillo, la de Madera y la Cruz Vieja, que no son más que cristianizaciones de los antiguos “mercurios” o “morcueras”, que indicaban los caminos y solicitaban protección al dios viario del Comercio, equivalentes a lo que en la zona molinesa se conoce actualmente como “pairones” o “peirones” (Molina y su zona de influencia, Teruel, Castellón, Zaragoza…), tan parecidos a los “petos de ánimas” norteños.
Sigue el conjunto formado por la “fuente Mora”; lavadero, molino aceitero o almazara y la propia fuente, que en el pasado se completaba con la ermita de San Bartolomé, para continuar con el edificio de la casa de Ayuntamiento -que fue construida hacia 1554-1555 y posiblemente se trate del mismo edificio que llegó hasta 1990-, en el que también se encontraban la carnicería, con acceso desde la plaza mayor, y el calabozo.
La picota era sigo de jurisdicción propia. La de Valdeavellano, construida en 1554,  consistía en una grada hexagonal de seis peldaños, que fueron eliminados con el fin de construir una fuente que la rodease, sobre la que actualmente descansa una basa prismática que sujeta el fuste, rematado por cuatro brazos en los que se representan  animales fantásticos.
Menciona entre los edificios y construcciones particulares más importantes la casa de los la Bastida, cuyo bello pórtico blasonado aún se conserva, y la de los Duques del Parque, ambas del siglo XVII.
Finalizaremos con la “zorrundaja” o “zurrundaja”, palabra deformada de “zarandaja”, o sea, la tienda en la que se vendían cosas menudas y variadas que no se vendían en las demás tiendas propias del Ayuntamiento. En algunas ocasiones, especialmente en el siglo XVIII, se conoció como “zancarrejo” y era la tienda-bazar o tienda general donde, hasta el siglo XIX se vendía cera, aceite, tocino, manteca, sal, vinagre, legumbres, menaje del hogar, mercería…En líneas generales venía a ser algo muy cercano a lo que se conoce por “abacería”.

José Ramón López de los Mozos  

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