DOMINGO ANDRÉS, Gabino, El Melonazo, Madrid, El Autor, 2015, 134
pp. [ISBN: 978-84-608-4243-9].
El libro que comentamos es,
antes que nada, un divertimento, un libro para pasar un rato agradable ya que
se presta para ser comentado en alguna reunión con los amigos. Gabino Domingo
tiene desde hace años voluntad de escritor y, la verdad sea dicha, es que no
hace mal. Ya son media docena los libros que ha escrito, generalmente sobre su
pueblo, Membrillera, -Membrillera
(2003), Membrillera en la poesía
(2008), La casa tradicional de
Membrillera (2008), 100 cantares de
ronda de Membrillera (2009)- y sobre su ocupación en la Freiduría de
Gallinejas de Embajadores, -Las
Gallinejas, en colaboración con David Sanz (2011)- de la capital de España,
aparte de El Melonazo y de Treinta
mesas, treinta historias, por el momento sus últimos trabajos publicados.
El Melonazo, aunque no lo parezca, es un personaje existente en la vida
real, -si nos paramos a pensar son muchos los
melonazos que nos encontramos a lo largo de la vida, unos con más gracia
que otros-, un personaje de verdad, de carne y hueso, especialista en soltar a
los cuatro vientos las ocurrencias más descabelladas como, por ejemplo, meter
los dedos en la sartén para saber si el aceite está hirviendo, cosa que para él
es lo más normal del mundo y así hasta casi medio centenar de anécdotas que
Gabino Domingo ha ido anotando cuidadosamente y que ahora ha reunido en este
libro, de ahí “El increíble mundo de un Melonazo descomunal, un personaje que
no necesita caminar porque cuando termina de hablar, está al final de la
senda”.
Evidentemente nuestro querido
autor se guarda muy mucho de dar el nombre del tal Melonazo, pero eso es lo de menos ya que lo que verdaderamente
interesa al lector es conocer suficientemente al personaje como para tener una
idea cabal del mismo y el autor cumple este cometido a las mil maravillas
añadiéndole la chispa y el gracejo correspondientes, porque no conviene olvidar
que Gabino Domingo es un señor con cierta retranca y un alto grado de ironía,
que no suelen pasar desapercibidas para quienes conversan con él de forma
desenfadada, es decir, fuera del trabajo, por eso pide al lector que sea
optimista y tenga sentido del humor para iniciar la lectura del libro.
Gabino Domingo describe en el
prólogo al Melonazo. Dice de él que
“Es un
personaje híbrido, tiene un poco de todas las humanidades, desde la calma
chicha hasta la metafísica de los indios, es como Dios, pero de barrio. Es un
santo que siempre ve más de los demás y dice algo diferente; lo que a nadie se
le ocurre lo tiene guardado en la chistera. Tiene en cada momento un almacén de
contestaciones eléctricas, preparadas en la punta de la lengua para cualquier
pregunta o interrogante de los tertulianos. En caso de que nadie pregunte no
importa, él contesta y propone de todas maneras”
y añade que dice y hace cosas
increíbles: igual pela una gallina con los pies, que capa un perro con unas tenazas y muchísimas otras
lindezas que lo definen.
Las obras son su punto débil
y cuando compra huevos quiere saber si son de gallina vieja; da consejos a los
podadores y a los médicos, de modo que está muy bien dotado para solucionar
cualquier problema -incluso aquellos que no existen-.
Cuando explica sus
extravagancias, quien las escucha puede llegar a descerebrarse. Podría ser
-añade Gabino Domingo- un pariente de Don Quijote, una mezcla actual de dicho
caballero y de su escudero Sancho, aunque tampoco falta quien piense que bien
pudiera tratarse de un extraterrestre.
En lo que se refiere a sus
comienzos, o sea, a su nacimiento, muchos sabios han visto la posibilidad de
que pudo tratarse de un naufragio que el
Melonazo provocó dando patadas en el interior del vientre de su madre.
Alguna de sus hazañas fueron
investigadas por los chicos de la prensa y una de las pistas les condujeron
hasta Membrillera, un pueblecito de la provincia de Guadalajara, donde
conocieron a doña Eulalia, una santa que les dijo:
“Hijos míos no hagáis caso de lo que
cuentan por ahí… Yo sé lo que pasó, soy vecina de la Tomasa, la que parió como
buenamente pudo a ese al que ustedes llaman Melonazo. Era una buena mujer,
¡Dios la tenga en la gloria! Decir que había nacido en el mar o en la selva,
¡nada de eso! Son trolas muy gordas que les cuentan a ustedes. Ese calabazón o
Melonazo, como quieran llamarle, nació en este pueblo, el niño era un borrico y
no le dio tiempo a su madre a llegar a casa. Tuvo que parirle como las cabras
¡en el monte! Pero ese es castellano, como Don Quijote. Aunque a este pájaro
habría que llamarle Panza-Quijo porque tiene más de Sancho que de Hidalgo y es
más burro que Rucio. Esa es la verdad. ¡Lo otro son gaitas! Decir que nació en
África, ¡qué cosas hay que oír! Cuando todos los del pueblo sabemos que es hijo
de la Tomasa. Esa sí que pasó un purgatorio hasta que nació. Era como un toro y
mejor hubiera sido que lo hubiera atado con una cadena a la higuera que tiene
en el corral”.
Perdónesenos la extensión de
la cita copiada más arriba, pero es que es casi la única forma que hay para que
el lector vaya haciéndose una idea de quién es y cómo es el protagonista del
libro.
Lo curioso del caso es que el
pavo nació el día 31 de febrero de un año del siglo XX y, al poco de nacer, su
familia se fue a vivir a Madrid, donde durante mucho tiempo se le perdió la pista,
puesto que no se sabe a ciencia cierta en qué lugar moraron, ya que estaba
entre Pinto y Valdemoro, de ahí las dudas surgidas acerca de su lugar de
nacimiento…
El libro, no muy extenso (134
páginas) -a pesar de las discrepancias surgidas entre el autor y su secretaria-
y consta de cuarenta y seis capítulos, generalmente breves, en los que se dan a
conocer detenidamente algunas hazañas del Melonazo,
todas de lo más variado y con las que, sin duda, el lector se reirá o, al
menos, esbozará una sonrisa comprensiva o, tal vez, algo triste.
José Ramón López de los Mozos
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