VALERO DÍEZ, Emilio, Cien Coplas para una Ronda. Yélamos de
Arriba, Guadalajara, El Autor, 2016, 127 pp. [ISBN: 978-84-608-9371-4].
Prólogo de Antonio Herrera Casado.
Hay libros muy sencillos a la
hora de su lectura, lo que no quiere decir que su contenido sea negativo. El
libro que hoy comentamos es de este tipo: sencillo en lo que se refiere a su
contenido, que no es otro -como señala su portada-, que una recopilación de
coplas. Muchas le sonarán al lector, puesto que están muy extendidas por la
provincia de Guadalajara y algunas otras próximas a ella; otras son coplas de
nueva creación, por así decir, aunque basadas, en gran parte, en la estrofa y
la musicalidad de las anteriores. Pero todas sirven para ser cantadas durante
las cada día menos numerosas rondas que se celebran en los pueblos,
fundamentalmente en la Alcarria, como sucede en este caso, de donde son propias
o fueron creadas por la ronda de Yélamos de Arriba.
Por ello podemos leer las
siguientes palabras en la contraportada, palabras que convertirán al lector del
libro en una persona, que antes fue actor en dichas fiestas y que hoy agradece
el recuerdo de aquel tiempo pasado.
“Las siguientes coplillas
reflejan las vivencias de las gentes, amores y desamores, noches de Ronda, las
Fiestas…
Seguro que cada uno de nosotros nos sentimos
identificados en algún momento con alguna de ellas, no en vano estamos hablando
de música popular, de nuestra música. El Autor”.
Quien firma lo anterior, Emilio Valero, autor y recopilador
de las coplillas, ya había escrito otro libro sobre el mismo tema, aunque
recogidas en Valfermoso del Tajuña, donde los “ahumaos” las cantaban con
acompañamiento de los instrumentos musicales propios de estas fiestas, en las
noches festivas, donde cada miembro del grupo deseaba manifestar su amor hacia
la moza querida.
Lo cual viene a ser, al igual que los cantos de los “Mayos”,
una forma de emparejamiento, ya que se cantan a finales de abril o comienzos de
mayo, es decir, cuando las flores del campo se despiertan de su letargo, lo
mismo que los animales y las personas que notan revolucionársele la sangre,
sobre todo a los mozos. Es, pues, la
Primavera, la llamada por don Julio Caro Baroja, “La estación del Amor”, sobre
la que escribió un interesante y eruditísimo libro.
Y dije al principio que se trataba de un libro sencillo pero
útil, ya que hay algo que se está perdiendo (todavía) a pasos agigantados: “La
Literatura de Tradición Oral”, por eso estos libros deben ser bienvenidos, dado
que son manifestación -aún viva- de la forma de sentir y de pensar de un
pueblo.
¡Ya era hora de que, alguien recogiera estas muestras de la
lírica tradicional, las coleccionase en un libro y las diese la conocer, que es
tanto como transmitir, dejar huella a las generaciones venideras que lo deseen,
ya que otras, “pasan” de estas canciones que cantaron sus padres y sus abuelos
y quizá, gracias a ellas, conocieron a su madre y a su abuela.
Esto de recopilar cualquier resto de la lírica a que me
refiero es muy importante, aunque aparentemente no lo parezca, puesto que las
coplas recogen en el variado contenido de sus letras aspectos, los más
diversos, que nos hablan de la toponimia local -calles, plazas, fuentes…-,
Fue en la calle del Berral
te miré y tú te reías.
Desde aquel mismo momento
supe yo que me querías.
En la fuente La Señora
bebías del agua clara
y en el fondo del estanque
se reflejaba tu cara.
¿Qué te pasa criatura?
¿Dime niña porque (sic)
lloras?
Se me rompió la botija
en la fuente La Señora.
De amores y amoríos, de anécdotas que ocurrieron en tal o
cual ocasión a fulanito o a menganito, ya hace muchos años, y quien sabe
cuántas cosas más.
También es curiosa la forma que Valero empleó para recoger la
gavilla que publica. Se trataba del día del primer cumpleaños de su nieta Vega,
que coincidía con las Fiestas Patronales de Yélamos de Arriba, e iba a salir la
ronda como tiene por costumbre. El mayor de los mozos del grupo invitó a Emilio
a que les acompañara en su periplo por las calles del pueblo. Al oír la gran variedad
de coplas y jotillas, animado por la atractiva música, a la que añadieron un
violín: “Así, de esta manera, poco a poco, empezó a fraguarse este pequeño libro de coplas”, que como hemos
dicho, contiene piezas de creación propia junto a otras muy antiguas
suficientemente conocidas, aunque con sus correspondientes variantes, tanto en
la letra como en el sonido: “El perro de san Roque” y el “lirí, lirí”:
Lirí lirí, liri liri
lirí lirí, lirí liií,
lirí lirí, lirí lirí,
lirí lirí, lirí liií.
entre ellas, aparte de las coplas tradicionales y otras de
picadillo.
Para concluir, tan solo quisiera estrechar la mano de Emilio
Valero y felicitarle por la sinceridad que se trasluce en su obrita y desearle
que, cuanto antes, siga recogiendo estas reliquias de la cultura tradicional
popular oral de Guadalajara, antes de que sea demasiado tarde.
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