MAÑUECO, Juan Pablo, Donde el Mundo se llama Guadalajara. Poesía, Novela, Teatro, Guadalajara, Aache Eds., 2015, 341 pp. [ISBN:
978-84-15537-84-7].
Juan Pablo Mañueco nos
deleita, y al tiempo nos sorprende una vez más, con este libro que, sin duda,
no pasará desapercibido para el lector, puesto que en él advertirá cómo se dan
la mano una serie de elementos que, aunque utilizados por el mismo autor en
otras ocasiones anteriores y posteriores a la edición de este Donde el Mundo se llama Guadalajara,
aparecen claros y nítidos, como nuevos. Y es que la palabra escrita de Juan
Pablo Mañueco tiene un sonido, un brillo especial, que la hacen distinta a
otras.
Podemos decir que este
libro recoge entre sus páginas, cuatro ingredientes, al menos, que lo harán grato
y de amena lectura, incluso para quienes no estén acostumbrados a la lectura
frecuente.
En primer lugar destacaríamos
la afinidad existente entre él y la formulación de carácter musical, ya que
comienza con un “preludio” y sigue
con una “obertura”, a los que siguen
las “arias”, los “adagios”, los rápidos “allegros” y los todavía más rápidos “prestos”, como prueba de una forma de
comunicación realizada “no mal del todo”.
En segundo y tercero, que
pueden ir perfectamente enlazados, la gran variedad de elementos geográficos,
permítasenos la expresión, que su autor incluye, y de entre los cuales
sobresalen especialmente dos: los paisajes y los paisanajes, puesto que como su
mismo autor señala en el proemio: “es mi
deseo y mi aspiración que no toque solamente un libro, sino que perciba el
pálpito y el aliento de una tierra entrañable, diversa, heterogénea y apta para
el vagabundeo y la andanza, como ahora va a intentarse acreditar a través de
estos versos andariegos…”.
Se trata también, según sus
palabras, de un país de países, donde se da la vida a través de una gran
diversidad de paisanajes y gentíos, lo que en muchas ocasiones entraña tanto
como decir soledades y abandonos, colmados de belleza inusitada, distinta,
otra, dado que cada paisaje tiene la suya propia. Un espacio y las gentes que
lo habitan que Mañueco va dando a conocer, nada menos, que a lo largo de ciento
noventa y cuatro composiciones poéticas.
Sin embargo no nos
encontramos ante una guía turística, un “baedeker”, al uso, ya que, por el
contrario la abundancia de datos ha sido sustituida por los paseos a lo largo y ancho de la capital de la
provincia, ruando sus calles, mirándolas con ojos internos, como si sus
balcones y las flores que los decoran fuesen nuevos y distintos a los tantas
veces vistos, los tejados, las gentes; para, después, seguir con las comarcas
de la tierra alcarreña por antonomasia. “Enumeración
que ya, de por sí, nos va insinuando la heterogeneidad de lugares que nos
aguarda”.
Sigue más algo que ya hemos
insinuado antes: el que junto a la poesía, principal modo de expresión empleado
en el libro, también se use la prosa y, en algunas ocasiones, el teatro o, si
se quiere, la acción dramática. Y es que la narración se presta mejor, por ejemplo,
a la descripción del curso que siguen las aguas del río Henares, desde su
nacimiento en las tierras seguntinas de Horna, hasta que crece y se hace grande
a su paso por Guadalajara, después de haber recibido, casi gota a gota, las
aguas escasas de otros ríos menores, casi arroyuelos, venas minúsculas de agua,
que le llegan desde los montes de su izquierda, mientras que la representación
dramática servirá para trasladar al lector al remoto medievo, donde podrá
escuchar aquella hermosa jarcha del siglo X, “Tanto amare, tanto amare. / Habib, tanto amare! / Enfermaron olios
nidios, / E dolen tanto male”, hoy por hoy quizá la primera composición en
que aparece el nombre de Guadalajara. Luego saldrán al tablado escenas
entresacadas de los poemas del Juan Ruiz, arcipreste de Hita y de don Íñigo
López de Mendoza, marqués de Santillana, entre otros.
Finalmente, cabría hacer
referencia a la estructura de una mayoría de los poemas utilizados. Algunas “humoradas” -gotas de humor que alivian
de las fatigas del camino-, “glosas”
sobre motivos tradicionales castellanos, que son interpretaciones libres de
cancioncillas cuya idea principal ya figura en los cancioneros de los siglos XV
y XVI, y cinco composiciones denominadas “ribereñas”,
compuestas por dos o más quintillas separadas entre sí por un estribillo
independiente que va rimado con sus iguales, que introducen variaciones
estróficas. También emplea el “torrente
consonantado”, estructura alterna de serie indefinidas de ocho versos de
catorce sílabas con rima en oleaje, las “liras
alcarreñas”, que repiten el esquema de rima alterna en oleaje sobre la
estructura de la lira clásica:
“Lo que sigue es agreste, / Iluminado
azul, dueño del cielo, / Rozando a lo celeste. / Albar nube en revuelo /
Siguiendo el viaje de su lento vuelo. // Alcarria en grato suelo, / La Campiña
de Henares por el Este, / Con Sierra en terciopelo. / Áspero hocico geste, /
Recio de altas cumbres como brava hueste. // Restando hacia el Sudeste / El beso del Alto Tajo, en consuelo / Ñudoso
en que se apreste, / A cada amplio riachuelo, / Señorío de Molina en luz en
rielo. // Alcemos de belleza su ancho velo / y el resto de Alcarria igual se
orqueste, / en versos que por vosotros ahora mismo ya cincelo. / ¡Qué fermoso
apunta el sol al viaje que ya enhieste!”.
y el “soneto
alcarreño” al que, a veces, se le añade un largo estrambote asonante,
dotándolo de una especial musicalidad.
Finaliza el libro con un
epílogo, varios poemas urgentes y tres villancicos y otros tres poemas. Uno de
ellos es este “soneto alcarreño” de
gran belleza y profundidad.
EL DONCEL DE SIGÜENZA
Mientras lee Martín de tal manera y suerte,
Ante la que cabe esperar más armoniosa vida,
Resta algo aquí, tras haber restado en una ya dormida
Transición de ésta a otra postrera a la propia muerte.
Incluso el menos piadoso, al ver la blanca y vestida,
Noble figura y armadura de alabastro, advierte
Vida tras esos ojos, que más vida inserte
A la batallada jornada en que descansa de su vida.
Záfase tanto el riesgo eterno de la muerte
Que Vázquez, el lector, parece en ésta, aún permanecida
Un aura de ella haber dejado asida,
En espera de que el dormido caballero se despierte.
Zona vivaz de grato reposo es la capilla gótica esculpida
De modo tan bello y agradable que de Arce convierte,
Antes bien, entero, en jardín de belleza que aún oferte
Rango y promesa de nueva vida que añade a esta terrena vida,
Con murmullo suave de piedra sosegada en que se advierte
ESTAR A LA VIDA REQUIRIENDO EN ELLA con voz leve nueva
vida, vida, vida…
Cuando el lector termina de
leer la obra, se queda pensativo. Hay cierto bienestar mental, cierta
tranquilidad y laxitud. Pareciera que el hombre acaba de hablar consigo mismo
con total sinceridad y recuerda su inmensa pequeñez. Y se le pasan por el magín
numerosos fotogramas ruados y veloces… La tristeza en el mundo, la soledad del
hombre en el momento de mayor desarrollo de las comunicaciones, el hambre de
muchos y el despilfarro de tantos, las guerras para vender armas y reconstruir
los países asolados con esas mismas armas. El desamor. El hombre en su entorno,
en su geografía existencial.
Sí, piensa quien esto escribe
que quizá este libro sea motivo de salvación, por eso recomienda su lectura
pausada, saboreando su contenido, con la lentitud que la obra requiere. Y si no
sirve de tabla de salvación al menos que sirva para pasar un tiempo agradable.
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