miércoles, 10 de agosto de 2016

Alcarria y Serranía, lecturas para el verano

Dos libros me llegan en pleno verano, y los dos hablan de pueblos y memorias de nuestra tierra. Se leen rápido, y nos ilustran de pálpitos antiguos, y de esencias ciertas. El uno es Alcarria comprimida, relativo a Yélamos el de Arriba. El otro es serranía celtíbera en estado puro, y nos habla de Luzaga, y de sus gentes.
Emilio Valero Díez se muestra en el primero de ellos, que titula “Cien coplas para una Ronda” como un concienzudo recopilador del folclore alcarreño y un creador sutil y elegante de coplas populares, que por muy “del pueblo” que sean, siempre salen de alguna mano en concreto. Me pidió que, antes de editarlo, se lo prologase, y en las dos páginas iniciales van mis opiniones y mis impresiones. Y en ellas digo cómo me gusta este tipo de recopilaciones, de salvaciones y rescates, porque escondidas en el papel de las páginas de un libro, que es la mejor tabla de salvación para las viejas historias, aparecen sonrientes, con pinta de sanas y lúdicas, más de un centenar de coplas que sonaron acompañadas de la guitarra y del laúd, del almirez y el violín chico.
En esta ocasión es el folclore sonoro y poético de Yélamos de Arriba el que se salva del olvido. Y un alcarreño como Emilio Valero es el encargado, por propia voluntad, y en mérito que debe ser reconocido, de reservar para el futuro estas canciones, y estas alegrías, que en todo caso podrán ser reproducidas, y –al estilo antiguo- preservadas de abuelos a nietos, en la admiración y el temblor de repetir las consejas tradicionales.



El otro librillo, de similar paginación y tamaño, está dedicado al entorno celtíbero. Lo escribe María Josefa García Callado y se titula “Luzaga. Magia de horizontes en el Alto Tajuña”. Surge de la evocación de una vida, a trazos de tiempo, en aquel lugar rodeado de pinares y de castros primitivos. Con un lenguaje claramente literario, sin un orden expreso de temas, pero incluyéndolos todos, la autora nos dice de historias y tradiciones, de excavaciones y paseos, de rutas y descubrimientos. Sin duda que es una mezcla compleja de datos y fotografías, pero en todo caso nos resulta muy útil para saber más de aquel municipio y, sobre todo, para alentar de nuevo su visita, a pie siempre, porque todo está cerca, y porque la riqueza paisajística y la posibilidad de hallazgos solo se puede disfrutar en base a un caminar reposado.
García Callado nos cuenta historias y tradiciones, y nos describe los paisajes de Luzaga. En un croquis muy sencillo nos propone al inicio cómo acceder, desde la plaza del pueblo, a las ermitas que en los cuatro puntos cardenales se la localidad se alzan: la ermita de Océn, la capilla del campamento, la de San Bartolomé, y la de San Roque, en el viejo término de Albalate. A todas se acerca, pasando entre tanto por antiguos castros de los que el Castejón, en lo alto del cerro en que asienta el pueblo, es el más señalado e importante de restos y hallazgos. Poco dice de historia y dimensión artística de las cosas, pero en todo caso nos incita a visitarlo, a no perdérnoslo, y después a sacar nuestra propias conclusiones y atesorar nuestras emociones, como ha hecho ella.
Me ha gustado especialmente, aunque sea somero, el recuerdo que hace del Campamento “El Doncel” del Frente de Juventudes, que asentó en la calva del pinar a la que llamaban “la pradera del Tejar”. Y me ha gustado su paseo hasta la empinada ermita (de origen románico muy nítido) de San Bartolomé, en el camino a Villaverde. Y me ha gustado su visita a Océn, la ermita y castillo frente a la Hortezuela, que fue límite del señorío molinés en tiempos medievales. Y aún me ha sorprendido la descripción del viejo castillete de Albalate. Por sus caminos discurre, una vez y otra, la autora, y nos describe las rocas que encuentra (las Peñarrubias, el pico del Cuerno…) o las choperas y fuentes, los restos siempre severos de los castros y necrópolis. Sin duda emociona saber que quien anda por Luzaga lo está haciendo por el corazón de un territorio rico en recuerdos y fuerzas, por el corazón de la Celtiberia.
En definitiva, y para amenizar los largos días del verano, recapacitar sobre nuestra tierra, y alentar nuevas caminatas, estos libros que tan amablemente me han hecho llegar sus autores, Emilio Valero Díez y María Josefa García Callado, son útiles y sabios. Generosos, en fin, como lo son todos los buenos libros.


Antonio Herrera Casado  

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