LAYNA SERRANO, Francisco y HERRERA CASADO, Antonio, El castillo de Zafra y otros castillos molineses, Guadalajara, Aache Ediciones (Col. Tierra de Guadalajara, 95),
2015, 78 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-85-4).
Aparentemente es poco lo que en un libro como el que
comentamos, de tan sólo setenta y ocho páginas, puede decirse, además
tratándose de un tema que necesita tanta amplitud como es el de los castillos,
dado que, casi siempre, se destina una parte de su exposición a la historia del
mismo, y otra a la descripción, más o menos extensa, de los elementos que lo
compusieron y actualmente lo componen.
Sin embargo este librito es amplio y no sólo se recogen
en él la historia y los avatares del castillo de Zafra (páginas 7 a 34), (cuyo
propietario desde 1972 -Antonio Sanz Polo- recibe con ello el homenaje que
desde hace tanto tiempo se venía mereciendo. Precisamente al año 1975
corresponden las cinco fotografías en blanco y negro, previas a su
reconstrucción en años posteriores, que se incluyen las páginas 30 y 31: “El
castillo desde Levante”, “La torre del
homenaje desde el Norte”, el “Interior de la fortaleza, con la torre al frente
y los paramentos orientales a la derecha”, “La plataforma del castillo de
Zafra, vista desde la torre del homenaje” y “La torre estaba desmochada en
1975”, imágenes que dan idea de su estado de abandono), protagonista del mismo,
sino que también da espacio suficiente como para ocuparse de una extensa
colección de castillos, torres y atalayas, muchos de los cuales todavía se
mantienen en semi-ruinas o en mal estado de conservación, todos ubicados en el
Señorío de Molina, como los de la propia capital del Señorío, y los de
Santiuste (Corduente), Castilnuevo, Cubillejo de la Sierra, Tierzo, Establés,
Chilluentes, Villel de Mesa, Fuentelsaz, Embid y La Yunta, a los que también
acompaña una selección fotográfica y de mapas, generalmente realizados a mano por
Francisco Layna Serrano, que contribuyen eficazmente a su mejor conocimiento,
ya que, por lo general, son elementos defensivos de frontera que, en la actualidad
se encuentran frecuentemente aislados, como sucede con la torre de Chilluentes
y en otros, sus restos son escasos debido a la acción climática y a las
destrucciones llevadas a cabo por los ejércitos contendientes en las distintas
guerras acaecidas en el pasado, pero sobre todo a la antrópica, que casi nunca
respetó como es menester este patrimonio que tantas veces sirvió de cantera
gratuita para hacer nuevas casas y edificaciones auxiliares de la agricultura y
ganadería o, simplemente, para machacar los sillares y emplearlos como macadam
en las nuevas carreteras, como sucedió con el castillo de Cogolludo y tantos
otros.
Del primero, es decir, del castillo de Zafra, cuya visita
en 1932 relata Layna Serrano junto a numerosos datos de interés, se recoge una
curiosa descripción, correspondiente a un informe remitido a Felipe II por los
maestros de cantería Juan del Río y del carpintero Sebastián de Zaldívar, que
se conserva en el Archivo de Simancas, aunque habiéndose perdido el dibujo que
lo acompañaba y que indudablemente hubiese servido para hacerse una idea clara
de cómo fue esa fortaleza en tiempos pretéritos, por lo que el propio Layna
tuvo que realizar los dibujos que se incluyen en el libro.
Otros datos se deben a los historiadores molineses
Sánchez Portocarrero, al licenciado Núñez y a Elgueta, como, por ejemplo, los
que se refieren a la capacidad del recinto, que, según indican, podía acoger
hasta quinientos hombres de a caballo, -suponemos que en exterior del mismo, o
albacar-, dado que su distribución interior era muy sencilla como solía
acostumbrarse en los primitivos castillos, contando igualmente con algún pozo o
aljibe.
También se refiere el Cronista Provincial a su acceso,
que era de “tal ingenio y traza que con
poca defensa sería bastante a defendello de un ejército”, siguiendo el
informe citado anteriormente.
Algunos historiadores de los siglos XVI y XVII señalan
su antigüedad, cuya existencia remontan nada menos que hasta la época romana,
basándose para ello en el hallazgo casual, en sus alrededores, de algunas monedas
datadas en ese periodo, aunque para Layna tiene más fundamento un posible
origen musulmán. Con ello se da paso a un documentado recorrido a través de los
hechos más sobresalientes de su ya larga historia.
Finaliza el estudio del castillo de Zafra con la
semblanza biográfica de su benefactor: Antonio Sanz Polo, llamado el “Señor de
Zafra”, que desde 1972, con sólo su esfuerzo y su pecunio -ya que no contó
nunca con ayuda pública alguna- durante más de treinta años consiguió levantar
la ruina abandonada del antiguo castillo de los Lara, contribuyendo a que su
estampa actual sirva de telón de fondo y contraste con el horizonte de la
aislada Sierra de Caldereros.
Pero, junto a la anterior fortaleza, el Señorío de
Molina, que ha tenido siempre una historia propia, nítidamente definida e
independiente de los territorios que lo rodearon, conserva otra serie de
castillos que podrían clasificarse en dos amplios grupos: residenciales, localizados
en su tierra interna y los llamados “de frontera”, situados en sus límites con
Aragón y Castilla, con cuyos reinos mantuvo siempre largas y numerosas guerras.
El primero que se menciona es el de Molina de Aragón,
construido por los condes de Lara, quizá el de mayores dimensiones de cuántos
hay en España, de remotos orígenes, puesto que en el cerrete donde se encuentra
asentada la denominada “Torre de Aragón” hubo previamente un castro celtibérico
fortificado y cercano a manaderos de agua con los que abastecerse.
En realidad fue edificado por los musulmanes, como
sede de los reyezuelos del territorio molinés (siglos X y XI), hasta su
reconquista por Alfonso I el Batallador
y posterior régimen de behetría de los Lara, quienes hicieron de la entonces
villa, un importante núcleo de población, gracias en parte a la concesión de un
importante Fuero promulgado en 1154 por el primer conde, Manrique de Lara,
creándose a la vez un poderoso Común de Villa y Tierra.
El gobierno de la saga de los Lara se extendió hasta
finales del siglo XIII en que, gracias al matrimonio de la sexta señora -María
de Molina- con el rey de Castilla Sancho IV el
Bravo, pasó todo el Común al gobierno del monarca.
Se completa el trabajo sobre el castillo de Molina con
una serie de datos históricos más o menos modernos, entre los que se mencionan
los hechos más sobresalientes de la Guerra de la Independencia y de la
“carlistada” de 1875, así como con una detallada descripción del mismo.
Lo propio que sucede con los demás elementos
defensivos molineses que figuran en el libro y que ya mencionamos más arriba.
Un libro sencillo, a la vez que interesante, para cuántos
quieran conocer aún mejor las construcciones defensivas del Señorío que salen a
relucir en las páginas del librito que comentamos, realmente poco conocidas por
una gran mayoría de alcarreños.
Libro que, a la vez, podría servir también como guía
para realizar uno o varios recorridos pormenorizados por los castillos, torres,
atalayas y demás construcciones de este tipo que en él figuran y que son sólo
una parte mínima de la gran cantidad que todavía se conservan, aunque sólo sea
a través de unas escasas ruinas que puedan dar idea de su valor defensivo, su
interés arquitectónico o como simple patrimonio que a todos toca conservar.
Enhorabuena a Aache Ediciones por este libro tan
sugerente y atractivo, ameno y de fácil lectura para todos.
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