sábado, 16 de abril de 2016

Curiosidades de nuestro patrimonio

CORTÉS ARRESE, Miguel (Editor), Vaivenes de un patrimonio. Arte y memoria en Castilla-La Mancha, Toledo, Almud, Ediciones de Castilla-La Mancha (Biblioteca Añil, nº. 61), 2015, 247 pp.

Miguel Cortés Arrese coordina este interesante libro que llega a nuestras manos gracias a la editorial Almud,  de cuya colección Añil -número 61- forma parte.
El libro consta de cinco capítulos variados en su temática, aunque todos unidos por la misma materia: el Arte. Así: “La travesía artística del Palacio de Fuensalida” (Miguel Cortés Arrese), “La fragilidad del patrimonio: azulejería talaverana en Castilla-La Mancha” (Fernando González Moreno), “Vicisitudes de la escultura funeraria gótica ciudadrealeña” (Sonia Morales Cano), “Monasterios y restauración monumental en Castilla-La Mancha” (Silvia García Alcázar) y “Románico y despoblación en la Alcarria de Guadalajara” (José Arturo Salgado Pantoja).
La mayor parte de ellos contiene datos valiosos para el conocimiento de esta faceta en la provincia de Guadalajara. Por ejemplo, en el trabajo titulado “La fragilidad del patrimonio…” encontramos numerosos datos poco conocidos acerca de los paneles de azulejos talaveranos -que se perdieron en el Palacio del Infantado de Guadalajara durante la Guerra Civil-, realizados por Hernando de Loaysa -que, por entonces mantenía taller abierto tanto en Talavera como en Valladolid-  alrededor de 1595.
Se trataba de un conjunto de arrimaderos -con once azulejos en altura aproximadamente- que formaron  parte del conjunto de reformas llevadas a cabo por el quinto duque con el fin de dar una imagen más moderna, renacentista, al conjunto anterior, gótico mudéjar, del palacio, en cuyo Salón de Linajes se localizaban tras ser realizados  por Juan Fernández,  quien los puso de moda a partir de su utilización en el monasterio de San Lorenzo del Escorial (1570). Consistía en un grupo de “azulejos de a cuatro con “florón arabesco” o “florón principal” y bicromía azul y blanca”.
Durante los bombardeos del 6 de diciembre de 1936 se destruyó la casi totalidad de los elementos decorativos del palacio: pinturas, yeserías, chimeneas, mobiliario, techumbres y armaduras y azulejería, por lo que actualmente, si deseamos conocer cómo era ese arrimadero, debemos recurrir al paño -cuya “escena central presenta una figura femenina recostada y de espaldas apoyada sobre un libro”- y a los azulejos sueltos que se conservan en el Museo de Guadalajara (nº. de inv. 10038), además de algunas fotografías del mencionado Salón de Linajes, anteriores a la Guerra Civil.
Una de ellas corresponde a la autoría de Jean Laurent (c. 1870), en la que puede verse el salón convertido en capilla (en dicha fotografía, el arrimadero consta, por lo menos, de veintiocho tramos), demostrando al tiempo que el actual montaje del paño conservado en el Museo de Guadalajara, que incluye unos azulejos de “cabeza de clavo” para rellenar los medios paneles de los externos, es un error. Azulejos que, posiblemente, correspondan a los empleados en otros zócalos del mismo palacio, como los de la Sala de Batallas o de Zuria, en los que se puede aparecíar este tipo de azulejos “de clavo”, así como el escudo de doña Luisa de Enríquez.
La segunda fotografía, que fue tomada por el portugués Antonio Passaporte  en los años previos a la guerra, cuando el palacio ya había sido convertido en Colegio de Huérfanos de la Guerra, sirve para constatar el excelente estado de conservación en el que se encontraba esta obra de azulejería talaverana poco antes de su destrucción.
El segundo trabajo que contiene datos sobre Guadalajara -“Monasterios y restauración monumental en Castilla-La Mancha”- dedica algunas páginas (172 a 187) al  monasterio de Óvila, suficientemente conocido por los interesados en su historia, en las que se puede constatar la manera en que se asumió su pérdida en tiempos pasados, así como la visión actual de cómo debe gestionarse la ruina y restauración de un monumento de estas mismas características y la forma en que debe hacerse, basada en esta especie de lema: “para conservar hay que conocer”, puesto que Óvila, hasta hace relativamente pocos años, apenas si era conocido por unos pocos privilegiados, generalmente estudiosos de la arquitectura medieval y por gentes de la zona donde se encuentra enclavado. Pero, afortunadamente, como ya se ha dicho anteriormente, en la actualidad son muchas las personas que han profundizado en su historia, permitiendo que no desaparezca de la memoria y sirva de ejemplo de lo que no se debe hacer con el patrimonio.
Finalmente hay un tercer trabajo. “Románico y despoblación en la Alcarria de Guadalajara”,  escrito por José Arturo Salgado Pantoja, doctor y profesor ayudante del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Castilla-La Mancha,  encargado del Plan de Intervención “Románico de Guadalajara” y autor de un interesante libro titulado Pórticos románicos en las tierras de Castilla (2014) -que comentamos en su momento en estas mismas páginas-, que, quizá, constituya la aportación  más interesante y novedosa de cuantas incluye el libro que comentamos, centrándose en el mal llamado “románico rural” -generalmente datado a finales del siglo XII y todo el siguiente, por lo que podemos considerarlo con tardío e inercial- caracterizado por su originalidad, dado su alejamiento de las manifestaciones, obras “cultas”, que se llevaban a cabo en aquellos momentos en otros lugares, antes que por su calidad  técnica.
Por lo común se trata de obras de pequeñas dimensiones que suelen estar, como sucede actualmente, en las proximidades de diversos despoblados -cuyo mapa de situación  ofrecimos en el libro Despoblados de la provincia de Guadalajara (2009), del que fuimos autor junto a José Antonio Ranz Yubero y  María Jesús Remartínez Maestro-, de las que, en muchos casos, fueron su iglesia parroquial, pasando después a convertirse en ermitas o simplemente a ser abandonadas, al haber perdido su uso primitivo.
Tras dejar constancia de las vicisitudes por las que atravesó alguno de los despoblados: Aranz, El Villar del Gato, pasa a recordar las “borrosas huellas de la peste negra”, cuya curación todavía se sigue agradeciendo a través de la celebración de diversas romerías -cada vez menos- que se siguen llevando a cabo, por ejemplo, en honor al Cristo del Socorro (Lupiana) y a Nuestra Señora del Collado (Berninches), en cuya jurisdicción también se encontraba la aldea de La Golosa.
Ofrece Salgado Pantoja algunos rasgos más acerca de otros despoblados, como Pinilla (Lupiana), Ferreñuela (a 2 Km. de Palazuelos del Agua), Ferrueña o Roña (Olmeda del Extremo), -de donde es muy probable que procedan las dos estelas discoideas empotradas en la pared exterior de la sacristía de su iglesia parroquial., Hanos (Almoguera), San Pedro (Valfermoso de Tajuña), Valdehíta (no lejos de Romancos) y Villanueva (Algora), para continuar con otros despoblados más, pero en esta ocasión datados en la Edad Moderna: Retuerta (Balconete) y Valdelloso (próximo al monasterio de Monsalud, en Córcoles, que formó parte del mismo, al menos en 1250, en que aparece mencionado en una bula del papa Inocencio II)  para finalizar con los despoblados del último siglo, producto, generalmente, de la emigración sufrida en la provincia durante la segunda mitad del siglo XX, que provocó en muchos casos un gran descenso de la población o hizo que numerosos pueblos quedasen definitivamente despoblados: Cereceda (Pareja), que volvió a ser habitado después de veinte años de abandono, Villaescusa de Palositos (GILEM FECIT HAC ECLESIAM), etc. cuyos bienes muebles sufrieron una gran dispersión en su momento, instalándolos en otras iglesias del obispado: Por ejemplo, el  retablo mayor se conserva en la iglesia de Romancos, mientras que la pila bautismal cumple su función en la iglesia del Santísimo Sacramento de Guadalajara. Otra pila bautismal -del siglo XIII-, esta vez la de Picazo (Budia) se conserva en la parroquia de San José Artesano de Guadalajara, mientras que otra pila más, encontrada en el término municipal de Illana -y tal vez procedente del despoblado de Santa María de Cortes- se expone las salas del Museo de Guadalajara, aunque reutilizada como muela de molino. También se custodia en la iglesia de Budia otra pila bautismal, muy parecida a la de San Andrés del Rey…
Diminutas iglesias románicas que, pese a su abandono y expolio en muchos casos, permiten conocer los repertorios plásticos y las filiaciones artísticas de las cuadrillas que trabajaron en ellas, y cuyo estudio ha permitido, también, saber algo más acerca de algunos elementos que debieron ser recurrentes en este tipo de construcciones alcarreñas, como los bancales de piedra que recorren su perímetro interior o los restos de cimientos de atrios murados que, aparte de servir de cementerio, señalaban claramente el inviolable espacio de la jurisdicción eclesial (lo que en Cataluña se conoce como la sagrera) y restos de atrios porticados de múltiples usos.
Un libro verdaderamente interesante y sugerente, cargado de ideas, algunas nuevas, otras menos (aunque siempre es interesante recordarlas), en el que el lector encontrará, sin duda, algunos temas que mejor se adapten a sus gustos.


José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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