CORTÉS ARRESE, Miguel (Editor), Vaivenes de un patrimonio. Arte y memoria en Castilla-La Mancha, Toledo,
Almud, Ediciones de Castilla-La Mancha (Biblioteca Añil, nº. 61), 2015, 247 pp.
Miguel Cortés Arrese coordina este interesante libro
que llega a nuestras manos gracias a la editorial Almud, de cuya colección Añil -número 61- forma
parte.
El libro consta de cinco capítulos variados en su
temática, aunque todos unidos por la misma materia: el Arte. Así: “La travesía
artística del Palacio de Fuensalida” (Miguel Cortés Arrese), “La fragilidad del
patrimonio: azulejería talaverana en Castilla-La Mancha” (Fernando González
Moreno), “Vicisitudes de la escultura funeraria gótica ciudadrealeña” (Sonia
Morales Cano), “Monasterios y restauración monumental en Castilla-La Mancha”
(Silvia García Alcázar) y “Románico y despoblación en la Alcarria de
Guadalajara” (José Arturo Salgado Pantoja).
La mayor parte de ellos contiene datos valiosos para
el conocimiento de esta faceta en la provincia de Guadalajara. Por ejemplo, en
el trabajo titulado “La fragilidad del patrimonio…” encontramos numerosos datos
poco conocidos acerca de los paneles de azulejos talaveranos -que se perdieron
en el Palacio del Infantado de Guadalajara durante la Guerra Civil-, realizados
por Hernando de Loaysa -que, por entonces mantenía taller abierto tanto en
Talavera como en Valladolid- alrededor
de 1595.
Se trataba de un conjunto de arrimaderos -con once
azulejos en altura aproximadamente- que formaron parte del conjunto de reformas llevadas a cabo
por el quinto duque con el fin de dar una imagen más moderna, renacentista, al
conjunto anterior, gótico mudéjar, del palacio, en cuyo Salón de Linajes se localizaban tras ser realizados por Juan Fernández, quien los puso de moda a partir de su utilización
en el monasterio de San Lorenzo del Escorial (1570). Consistía en un grupo de
“azulejos de a cuatro con “florón arabesco” o “florón principal” y bicromía
azul y blanca”.
Durante los bombardeos del 6 de diciembre de 1936 se
destruyó la casi totalidad de los elementos decorativos del palacio: pinturas,
yeserías, chimeneas, mobiliario, techumbres y armaduras y azulejería, por lo
que actualmente, si deseamos conocer cómo era ese arrimadero, debemos recurrir
al paño -cuya “escena central presenta una figura femenina recostada y de
espaldas apoyada sobre un libro”- y a los azulejos sueltos que se conservan en
el Museo de Guadalajara (nº. de inv. 10038), además de algunas fotografías del
mencionado Salón de Linajes,
anteriores a la Guerra Civil.
Una de ellas corresponde a la autoría de Jean Laurent
(c. 1870), en la que puede verse el salón convertido en capilla (en dicha
fotografía, el arrimadero consta, por lo menos, de veintiocho tramos),
demostrando al tiempo que el actual montaje del paño conservado en el Museo de
Guadalajara, que incluye unos azulejos de “cabeza de clavo” para rellenar los
medios paneles de los externos, es un error. Azulejos que, posiblemente,
correspondan a los empleados en otros zócalos del mismo palacio, como los de la
Sala de Batallas o de Zuria, en los que se puede aparecíar
este tipo de azulejos “de clavo”, así como el escudo de doña Luisa de Enríquez.
La segunda fotografía, que fue tomada por el portugués
Antonio Passaporte en los años previos a
la guerra, cuando el palacio ya había sido convertido en Colegio de Huérfanos
de la Guerra, sirve para constatar el excelente estado de conservación en el
que se encontraba esta obra de azulejería talaverana poco antes de su
destrucción.
El segundo trabajo que contiene datos sobre Guadalajara
-“Monasterios y restauración monumental en Castilla-La Mancha”- dedica algunas
páginas (172 a 187) al monasterio de
Óvila, suficientemente conocido por los interesados en su historia, en las que
se puede constatar la manera en que se asumió su pérdida en tiempos pasados,
así como la visión actual de cómo debe gestionarse la ruina y restauración de
un monumento de estas mismas características y la forma en que debe hacerse,
basada en esta especie de lema: “para conservar hay que conocer”, puesto que Óvila,
hasta hace relativamente pocos años, apenas si era conocido por unos pocos
privilegiados, generalmente estudiosos de la arquitectura medieval y por gentes
de la zona donde se encuentra enclavado. Pero, afortunadamente, como ya se ha
dicho anteriormente, en la actualidad son muchas las personas que han
profundizado en su historia, permitiendo que no desaparezca de la memoria y
sirva de ejemplo de lo que no se debe hacer con el patrimonio.
Finalmente hay un tercer trabajo. “Románico y
despoblación en la Alcarria de Guadalajara”,
escrito por José Arturo Salgado Pantoja, doctor y profesor ayudante del
Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Castilla-La Mancha, encargado del Plan de Intervención “Románico
de Guadalajara” y autor de un interesante libro titulado Pórticos románicos en las tierras de Castilla (2014) -que
comentamos en su momento en estas mismas páginas-, que, quizá, constituya la aportación
más interesante y novedosa de cuantas incluye
el libro que comentamos, centrándose en el mal llamado “románico rural”
-generalmente datado a finales del siglo XII y todo el siguiente, por lo que
podemos considerarlo con tardío e inercial- caracterizado por su originalidad,
dado su alejamiento de las manifestaciones, obras “cultas”, que se llevaban a
cabo en aquellos momentos en otros lugares, antes que por su calidad técnica.
Por lo común se trata de obras de pequeñas dimensiones
que suelen estar, como sucede actualmente, en las proximidades de diversos despoblados
-cuyo mapa de situación ofrecimos en el
libro Despoblados de la provincia de
Guadalajara (2009), del que fuimos autor junto a José Antonio Ranz Yubero
y María Jesús Remartínez Maestro-, de
las que, en muchos casos, fueron su iglesia parroquial, pasando después a
convertirse en ermitas o simplemente a ser abandonadas, al haber perdido su uso
primitivo.
Tras dejar constancia de las vicisitudes por las que
atravesó alguno de los despoblados: Aranz,
El Villar del Gato, pasa a recordar
las “borrosas huellas de la peste negra”, cuya curación todavía se sigue
agradeciendo a través de la celebración de diversas romerías -cada vez menos-
que se siguen llevando a cabo, por ejemplo, en honor al Cristo del Socorro
(Lupiana) y a Nuestra Señora del Collado (Berninches), en cuya jurisdicción también
se encontraba la aldea de La Golosa.
Ofrece Salgado Pantoja algunos rasgos más acerca de otros
despoblados, como Pinilla (Lupiana), Ferreñuela (a 2 Km. de Palazuelos del
Agua), Ferrueña o Roña (Olmeda del Extremo), -de donde es
muy probable que procedan las dos estelas discoideas empotradas en la pared
exterior de la sacristía de su iglesia parroquial., Hanos (Almoguera), San Pedro
(Valfermoso de Tajuña), Valdehíta (no
lejos de Romancos) y Villanueva
(Algora), para continuar con otros despoblados más, pero en esta ocasión
datados en la Edad Moderna: Retuerta
(Balconete) y Valdelloso (próximo al
monasterio de Monsalud, en Córcoles, que formó parte del mismo, al menos en
1250, en que aparece mencionado en una bula del papa Inocencio II) para finalizar con los despoblados del último
siglo, producto, generalmente, de la emigración sufrida en la provincia durante
la segunda mitad del siglo XX, que provocó en muchos casos un gran descenso de
la población o hizo que numerosos pueblos quedasen definitivamente despoblados:
Cereceda (Pareja), que volvió a ser
habitado después de veinte años de abandono, Villaescusa de Palositos (GILEM FECIT HAC ECLESIAM), etc. cuyos
bienes muebles sufrieron una gran dispersión en su momento, instalándolos en
otras iglesias del obispado: Por ejemplo, el retablo mayor se conserva en la iglesia de
Romancos, mientras que la pila bautismal cumple su función en la iglesia del
Santísimo Sacramento de Guadalajara. Otra pila bautismal -del siglo XIII-, esta
vez la de Picazo (Budia) se conserva
en la parroquia de San José Artesano de Guadalajara, mientras que otra pila más,
encontrada en el término municipal de Illana -y tal vez procedente del
despoblado de Santa María de Cortes-
se expone las salas del Museo de Guadalajara, aunque reutilizada como muela de
molino. También se custodia en la iglesia de Budia otra pila bautismal, muy
parecida a la de San Andrés del Rey…
Diminutas iglesias románicas que, pese a su abandono y
expolio en muchos casos, permiten conocer los repertorios plásticos y las
filiaciones artísticas de las cuadrillas que trabajaron en ellas, y cuyo
estudio ha permitido, también, saber algo más acerca de algunos elementos que
debieron ser recurrentes en este tipo de construcciones alcarreñas, como los
bancales de piedra que recorren su perímetro interior o los restos de cimientos
de atrios murados que, aparte de servir de cementerio, señalaban claramente el
inviolable espacio de la jurisdicción eclesial (lo que en Cataluña se conoce
como la sagrera) y restos de atrios
porticados de múltiples usos.
Un libro verdaderamente interesante y sugerente,
cargado de ideas, algunas nuevas, otras menos (aunque siempre es interesante
recordarlas), en el que el lector encontrará, sin duda, algunos temas que mejor
se adapten a sus gustos.
José Ramón
LÓPEZ DE LOS MOZOS
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