viernes, 22 de enero de 2016

La Concordia: El Corazón verde de Guadalajara

El gran libro del Paseo de la Concordia
PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro J., El paseo de la Concordia historia del corazón verde de Guadalajara, Guadalajara, Aache Eds., 2015, 205 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-73-1).

El año 2004 se cumplió el ciento cincuenta aniversario de la creación del Paseo de la Concordia, por lo que el Ayuntamiento de Guadalajara organizó una serie de actos conmemorativos, entre los que figuraba una exposición monográfica, que tuvo lugar en el Ateneo Municipal, titulada Paseo de la Concordia. Una historia de 150 años, en la que se dio a conocer una amplia muestra de documentos sobre el mismo, que acercaron al pueblo alcarreño a un mejor y mayor conocimiento de su particular historia así como de su historia en relación con la ciudad de Guadalajara, y que se vio plasmada en un interesante catálogo que, dada la calidad de su contenido, se agotó al poco tiempo, que posteriormente serviría de base para la realización del libro que ahora comentamos, aunque debidamente aumentado con numerosos datos extraídos, mayoritariamente, del Archivo Municipal: datos concretos que permitieran analizar en profundidad el nacimiento, la evolución y las transformaciones paulatinas del paseo, localización de imágenes clarificadoras de lo anterior, planos de los distintos proyectos surgidos a lo largo del tiempo, así como de todos aquellos datos, noticias y crónicas contenidos en las páginas de la prensa local -y que, por lo tanto, carecen de constancia en la documentación administrativa-. Del mismo modo, señala Pradillo en su introducción, que solicitó la ayuda de familiares y amigos que le permitieran el acceso a sus colecciones particulares.
Toda aquella documentación superó con creces es espacio expositivo, así como las veinte páginas asignadas para el mencionado catálogo.
Estas limitaciones hicieron que su autor buscase otros medios en los que dar a conocer todo el material reunido en el antepasado del presente libro. Por ello acudió a las páginas de El Decano de Guadalajara con el objeto de ver la posibilidad de ir sacándolo por entregas coleccionables, pero el proyecto se vio truncado porque, al poco, en 2005, su autor entró en la plantilla del Patronato Municipal de Cultura y, poco más tarde, el 18 de marzo de 2011, El Decano de Guadalajara dejó de publicarse.
Diez años pasaron después y con un mayor aporte documental, la editorial Aache ha publicado la maravillosa monografía que comentamos, en cuyas páginas se aborda, mediante bloques cronológicos, el desarrollo de la historia urbana y física del paseo, incluso desde antes de serlo -puesto que el libro comienza con los alardes que allí efectuaban los caballeros y los tiempos en que, parte de las tierras que ahora ocupa el paseo de la Concordia, se usaban como eras de pan trillar-, deteniéndose en los aspectos monumentales más sobresalientes y destacando también su condición de foro público, tan apropiado para la celebración de actividades extraordinarias, conmemoraciones diversas y lugar apropiado para la instalación, durante tantos años, de las tradicionales Ferias y Fiestas de Guadalajara.
Precisamente las especiales condiciones de los terrenos donde coincidían dos planicies a distinto nivel, la más baja junto a la muralla y la más elevada cerrada por algunas casas y la actualmente desaparecida ermita de Santa Catalina de Alejandría, hicieron que este fuera el lugar más apropiado para la celebración de numerosos acontecimientos a los que pudiera asistir gran concurrencia de público, tales como los alardes y torneos que se celebraban durante la Edad Media -especialmente el Alarde de San Miguel de Septiembre, en el que las grandes galopadas que allí se producían dieron origen a que dicho lugar fuese conocido como “La Carrera”, nombre con el que todavía se conoce la calle Boixareu Ribera-, el bosque mágico que se construyó con motivo de la entrada triunfal de Isabel de Valois en 1560 -recreación paisajística a la manera de Jardín de las Hespérides que se alternaba con entradas triunfales- o la serie de actos organizados por la coronación de Fernando VII como rey de España, en 1808 -en los que intervino una comitiva formada por el Concejo y el Alférez portador del Pendón Real, a cuyo frente iba una compañía militar de cien hombres armados y vestidos con el uniforme del Regimiento de estaba formando la Ciudad y, en la retaguardia, otra compañía de Granaderos Provinciales de Andalucía, de paso por la ciudad-. Con el mismo motivo, en las Eras de Santo Domingo, se celebró un espectáculo pirotécnico, amenizado por una banda de música. Es entonces, a comienzos del siglo XIX, cuando se elaboran varios croquis del plano de la ciudad en los que es posible observar el vacío generado por dichas Eras de Santo Domingo, sus límites y extensión, que entonces venía a ser de unas tres hectáreas, aunque mayor detalle se encuentra en los planos efectuados por la Brigada Topográfica del Ejército, en 1848, y el de Coello, publicado en el Atlas de España y sus posesiones de Ultramar de Madoz, un año después, aunque, para un mejor conocimiento de tales Eras Grandes o Plaza de las Eras -nombres por los que eran conocidas entonces-, también debe recurrirse al dibujo de Genaro Pérez Villamil, Santo Domingo, desde lejos (1837) y la litografía del mismo: San Francisco de Guadalaxara (París 1850), incluida en el tomo III de España Artística y Monumental. Vistas y descripciones de los sitios y monumentos más notables de España.
A pesar de la decadencia y de las malas políticas económicas reinantes, se tomaron ciertas medidas para el mejoramiento de las poblaciones españolas, como la supresión de los límites mediante la eliminación de las murallas medievales, la búsqueda de  uniformidad en el trazado urbano (obligando al levantamiento del “Plano Geométrico” de las calles en las ciudades más importantes) y la introducción de zonas ajardinadas (vegetales) como espacio público.
A las Eras Grandes les llegó el turno en 1854 gracias a don José María Jáudenes, Jefe Político de la Provincia de Guadalajara a quien, por cierto, se debe el nombre de dicho paseo: “…el título de la Concordia, en testimonio de la que felizmente reina en esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad” (aunque en realidad lo que pretendía era dejar constancia del éxito alcanzado por el partido conservador al frente de la nación), de modo que en la sesión municipal del día 4 de febrero se aprobó una partida de 30.000 reales para la necesaria transformación de la Plaza de las Eras, según el presupuesto elaborado por el capitán de Ingenieros don Ángel Rodríguez de Quijano y Arroquía que, posteriormente, sería el encargado de diseñar el nuevo parque “como un gran rectángulo de vértices redondeados, cerrado y distribuido con un salón central de paseo entre dos bandas de jardines y rodeado todo ello por calles de perímetro, sin dejar por eso de comunicar aquel con estas, por las cabezas y por su centro…”. Los 30.000 reales del presupuesto inicial se emplearían en gastos de explanación y en la adquisición de setecientos árboles y plantas; más tarde se añadirían otros 13.500 reales a la partida precedente, destinados a su equipamiento: faroles y bancos de piedra, así como para la construcción de un estanque para el riego. La inauguración oficial se celebró el día 13 de junio del año citado.
Poco después, con la llegada de la Restauración (1875-1931) la Concordia será el centro neurálgico de Guadalajara, el lugar de encuentro y recreo más adecuado para todo tipo de eventos multitudinarios. En este periodo, más concretamente en 1884, tiene lugar un reordenamiento que lleva a cabo Mariano Medarde, que no afectaba a los parterres y también un plan de pequeñas reparaciones -que tendrán lugar en 1895-, elaborado por el arquitecto Baldomero Botella, así como, dos años más tarde, la instalación eléctrica mediante faroles de hierro provistos de luminarias de arcos voltaicos, en lugar del anterior sistema y que, a su vez, serán sustituidos por lámparas de filamentos, según acuerdo del 22 de mayo de 1912.
Y, junto a la instalación eléctrica, otras de las más importantes obras de amejoramiento: la construcción del gran muro de contención que se extiende a todo lo largo de la parte que da a la Carrera, cuyo procedimiento concursal se resolvió el 28 de agosto de 1913, con un presupuesto de 124.858’24 pesetas y en un plazo de ejecución de cuatro años a partir de la fecha de firma del acta de replanteo, cuya primera fase tuvo lugar en 1914, suprimiéndose el talud entonces existente y convirtiendo el llamado “paseo de los Curas” en un espacioso mirador, apto para la mejor contemplación de desfiles y procesiones, pero que, al mismo tiempo, limitaba el acceso al parque. A este periodo corresponde la instalación del kiosco de la música, obra del arquitecto Francisco Checa -otro incidente negativo en la primitiva unidad conceptual y espacial de Rodríguez de Quijano- debido principalmente a las gestiones realizadas por el entonces director de la Banda Provincial, Ramón García, “con el fin de que los conciertos resulten más lúcidos y el público pueda percibir mejor los acordes de la citada Banda desde todos los ámbitos del Paseo.”. En 1918, a propuesta de la Comisión de Paseos, se acuerda la eliminación de los surtidores y estanques inaugurados en 1860, no por su falta de higiene y deficiente salubridad, sino por considerarse innecesaria su reparación y constituir un estorbo para el paseo, al que restan amplitud… En 1917, se habían colocado dos magníficas esculturas de mármol que representan dos guerreros y que “estaban enterradas en el patio de las escuelas de la plaza de Prim” (en realidad habían sido donadas por la Academia de Ingenieros en 1868). Las esculturas, -que por fortuna aún se conservan- representan a los emperadores Adriano y Carlos V, están realizadas en mármol de Carrara y son casi de tamaño natural (1’80 y 1’90 metros, respectivamente).
Hubo otra serie de ideas, pero la que se llevó a efecto fue la construcción de una sencillísima biblioteca cuya propuesta técnica fue redactada por el arquitecto Flaviano Rey de Viñas con un presupuesto de 1.512’56 pesetas que, como señala Pradillo, “sólo era un armario de fábrica de ladrillo recubierto con azulejos cerámicos de colores, y provisto de unas sencillas baldas donde colocar los volúmenes (…) protegidos por cierres metálicos de deslizamiento vertical". También se instalaron algunas casetas de venta de bebidas y refrescos, especialmente en los meses de verano, pero hasta 1927 no llegaría a la Concordia un verdadero equipamiento hostelero: la construcción de dos kioscos gemelos que, con sus terrazas, escoltarían al de la música durante diez años. Además era el lugar idóneo para las Juras de Bandera de las distintas promociones de Caballeros Alumnos de la Academia y reclutas de reemplazo, a las que en algunas ocasiones asistió el rey Alfonso XIII, convirtiéndose así en un escenario de manifestación del poder frente a la ciudadanía. Pero el acto de mayor envergadura fue la Coronación Canónica de la Virgen de la Antigua, que tuvo lugar el día 28 de septiembre de 1930, aunque el programa litúrgico diese comienzo el 24, volviéndose a celebrar setenta y cinco años más tarde, en el 2005, ante cerca de dos mil personas.
Ya en 1876, la Concordia se convirtió en uno de los espacios urbanos destinados a la celebración de conciertos, manifestaciones deportivas, fuegos de artificio y toros de fuego, que se realizaban con motivo de la celebración de la “Exposición y Feria de la Ciudad de Guadalajara” -que, con el paso del tiempo, se convertiría en las tradicionales Ferias y Fiestas anuales-, concentradas desde 1929 hasta 1977 en este espacio, ya que desde 1978 se trasladarían a los baldíos que la Fundación San Diego del Alcalá, tenía paralelos a la actual calle del Ferial.
Tras la proclamación de la Segunda República, en 1933, se realizó una sencilla reforma de la entrada del paseo de la Concordia, según los planteamientos presentados por el arquitecto municipal señor Rodríguez-Avial -cuyo presupuesto no llegó a las 1.000 pesetas-, y constituyó el primer intento de conectar dicho espacio con la plaza de Santo Domingo. Con la llegada de la Guerra del 36-39, el subsuelo del parque sirvió para abrir varias galerías -refugios antiaéreos- destinados a la población civil, que pueden verse en el plano de Antonio Batlle, marcados con los números 40, 41-42 y 45. Del mismo modo, en 1937, la Concordia cambió su nombre por el de paseo de la Unión Soviética. Tampoco se celebraron las Ferias y Fiestas. Tras el periodo bélico dejó de llamarse de la Unión Soviética y pasó a convertirse en paseo de Calvo Sotelo, contando desde 1940 con un nuevo diseño en su ajardinamiento, que entrañaría a la vez un cambio en su mobiliario, así como la sustitución del alumbrado y los bancos de piedra por otros de factura más moderna.
A lo anterior habría que añadir en el nuevo diseño algunos aspectos planteados por los mandos de la Academia de Transformación con el fin de construir un paso pavimentado, prolongación de San Roque, para el tránsito y celebración de los desfiles de los Caballeros Alumnos hasta los Asilos del mismo nombre, agresión que no fue del gusto popular.
En 1949 tiene lugar la recolocación de la escultura de la Mariblanca y del busto de Fernando Palanca.
Varios hechos más tienen lugar según avanzan los tiempos: así la transformación de la biblioteca popular y la erección de los dos pilastrones que dan entrada al paseo diagonal (1954), la instalación de la escultura del General Vives Vich y de nuevos servicios, así como la construcción de un transformador eléctrico (que después sería convertido en palomar); del kiosko de bebidas “Bar Remo”, que se construyó en 1967, y entre 1973 y 1975, del monumento a José Antonio.
Pero, a partir de 1975 se trazó un nuevo plan de “remodelación” que contemplaba el derribo del citado Bar Remo, del urinario (antihigiénico a todas luces), de la biblioteca, los pilastrones de entrada, el kiosko de la música y el muro de contención de la Carrera e incluso la tala de gran parte del arbolado. Total, unos quince millones de pesetas, préstamo del Banco de Crédito Local a pagar en 20 años. Las obras debían estar terminadas en 1977 y que, en realidad, alcanzarían los cuarenta y cinco millones y las obras se realizarían en dos plazos… Planes que fueron desestimados. Después, la Concordia volvió a recobrar su normalidad.
El libro, extraordinario y profundamente documentado de Pedro José Pradillo, termina con un epílogo basado en las diferentes acciones que deberían llevarse a cabo, además de una amplia Crónica Ilustrada, de notable interés, y el correspondiente aparato bibliográfico.
Un libro que, sin duda, da a conocer una parcela de la historia de uno de los espacios más significativos de la ciudad de Guadalajara, hasta el momento poco o parcialmente conocido: la Concordia o Parque de Calvo Sotelo que tanto ha influido en nuestras vidas, desde aquellos años infantiles de Ferias y Fiestas generalmente lluviosas por ser de Otoño, de mañanas soleadas en la terraza del Remo o de lectura de las novelas de don Pío Baroja, en aquellos días primaverales en los que tanto se agradecía aquel solecillo tenue y acariciador…

José Ramón López de los Mozos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.