El gran libro del Paseo de la Concordia |
PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro J., El paseo de la Concordia historia del corazón verde de Guadalajara,
Guadalajara, Aache Eds., 2015, 205 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-73-1).
El año 2004 se cumplió el ciento cincuenta aniversario
de la creación del Paseo de la Concordia, por lo que el Ayuntamiento de
Guadalajara organizó una serie de actos conmemorativos, entre los que figuraba
una exposición monográfica, que tuvo lugar en el Ateneo Municipal, titulada Paseo de la Concordia. Una historia de 150
años, en la que se dio a conocer una amplia muestra de documentos sobre el
mismo, que acercaron al pueblo alcarreño a un mejor y mayor conocimiento de su
particular historia así como de su historia en relación con la ciudad de
Guadalajara, y que se vio plasmada en un interesante catálogo que, dada la
calidad de su contenido, se agotó al poco tiempo, que posteriormente serviría de
base para la realización del libro que ahora comentamos, aunque debidamente
aumentado con numerosos datos extraídos, mayoritariamente, del Archivo Municipal:
datos concretos que permitieran analizar en profundidad el nacimiento, la
evolución y las transformaciones paulatinas del paseo, localización de imágenes
clarificadoras de lo anterior, planos de los distintos proyectos surgidos a lo
largo del tiempo, así como de todos aquellos datos, noticias y crónicas
contenidos en las páginas de la prensa local -y que, por lo tanto, carecen de
constancia en la documentación administrativa-. Del mismo modo, señala Pradillo
en su introducción, que solicitó la ayuda de familiares y amigos que le
permitieran el acceso a sus colecciones particulares.
Toda aquella documentación superó con creces es
espacio expositivo, así como las veinte páginas asignadas para el mencionado
catálogo.
Estas limitaciones hicieron que su autor buscase otros
medios en los que dar a conocer todo el material reunido en el antepasado del
presente libro. Por ello acudió a las páginas de El Decano de Guadalajara con el objeto de ver la posibilidad de ir
sacándolo por entregas coleccionables, pero el proyecto se vio truncado porque,
al poco, en 2005, su autor entró en la plantilla del Patronato Municipal de
Cultura y, poco más tarde, el 18 de marzo de 2011, El Decano de Guadalajara dejó de publicarse.
Diez años pasaron después y con un mayor aporte
documental, la editorial Aache ha publicado la maravillosa monografía que
comentamos, en cuyas páginas se aborda, mediante bloques cronológicos, el
desarrollo de la historia urbana y física del paseo, incluso desde antes de
serlo -puesto que el libro comienza con los alardes que allí efectuaban los
caballeros y los tiempos en que, parte de las tierras que ahora ocupa el paseo de la Concordia, se usaban como eras
de pan trillar-, deteniéndose en los aspectos monumentales más sobresalientes y
destacando también su condición de foro público, tan apropiado para la
celebración de actividades extraordinarias, conmemoraciones diversas y lugar
apropiado para la instalación, durante tantos años, de las tradicionales Ferias
y Fiestas de Guadalajara.
Precisamente las especiales condiciones de los
terrenos donde coincidían dos planicies a distinto nivel, la más baja junto a
la muralla y la más elevada cerrada por algunas casas y la actualmente
desaparecida ermita de Santa Catalina de Alejandría, hicieron que este fuera el
lugar más apropiado para la celebración de numerosos acontecimientos a los que
pudiera asistir gran concurrencia de público, tales como los alardes y torneos
que se celebraban durante la Edad Media -especialmente el Alarde de San Miguel de Septiembre, en el que las grandes galopadas
que allí se producían dieron origen a que dicho lugar fuese conocido como “La Carrera”,
nombre con el que todavía se conoce la calle Boixareu Ribera-, el bosque mágico
que se construyó con motivo de la entrada triunfal de Isabel de Valois en 1560
-recreación paisajística a la manera de Jardín
de las Hespérides que se
alternaba con entradas triunfales- o la serie de actos organizados por la
coronación de Fernando VII como rey de España, en 1808 -en los que intervino
una comitiva formada por el Concejo y el Alférez portador del Pendón Real, a
cuyo frente iba una compañía militar de cien hombres armados y vestidos con el
uniforme del Regimiento de estaba formando la Ciudad y, en la retaguardia, otra
compañía de Granaderos Provinciales de Andalucía, de paso por la ciudad-. Con
el mismo motivo, en las Eras de Santo Domingo, se celebró un espectáculo
pirotécnico, amenizado por una banda de música. Es entonces, a comienzos del
siglo XIX, cuando se elaboran varios croquis del plano de la ciudad en los que
es posible observar el vacío generado por dichas Eras de Santo Domingo, sus
límites y extensión, que entonces venía a ser de unas tres hectáreas, aunque
mayor detalle se encuentra en los planos efectuados por la Brigada Topográfica
del Ejército, en 1848, y el de Coello, publicado en el Atlas de España y sus posesiones de Ultramar de Madoz, un año
después, aunque, para un mejor conocimiento de tales Eras Grandes o Plaza de
las Eras -nombres por los que eran conocidas entonces-, también debe recurrirse
al dibujo de Genaro Pérez Villamil, Santo Domingo,
desde lejos (1837) y la litografía del mismo: San Francisco de Guadalaxara (París 1850), incluida en el tomo III
de España Artística y Monumental. Vistas
y descripciones de los sitios y monumentos más notables de España.
A pesar de la decadencia y de las malas políticas
económicas reinantes, se tomaron ciertas medidas para el mejoramiento de las
poblaciones españolas, como la supresión de los límites mediante la eliminación
de las murallas medievales, la búsqueda de uniformidad en el trazado urbano (obligando al
levantamiento del “Plano Geométrico” de las calles en las ciudades más
importantes) y la introducción de zonas ajardinadas (vegetales) como espacio público.
A las Eras Grandes les llegó el turno en 1854 gracias
a don José María Jáudenes, Jefe Político de la Provincia de Guadalajara a
quien, por cierto, se debe el nombre de dicho paseo: “…el título de la
Concordia, en testimonio de la que felizmente reina en esta Muy Noble y Muy
Leal Ciudad” (aunque en realidad lo que pretendía era dejar constancia del
éxito alcanzado por el partido conservador al frente de la nación), de modo que
en la sesión municipal del día 4 de febrero se aprobó una partida de 30.000
reales para la necesaria transformación de la Plaza de las Eras, según el
presupuesto elaborado por el capitán de Ingenieros don Ángel Rodríguez de
Quijano y Arroquía que, posteriormente, sería el encargado de diseñar el nuevo
parque “como un gran rectángulo de vértices redondeados, cerrado y distribuido
con un salón central de paseo entre dos bandas de jardines y rodeado todo ello
por calles de perímetro, sin dejar por eso de comunicar aquel con estas, por
las cabezas y por su centro…”. Los 30.000 reales del presupuesto inicial se emplearían
en gastos de explanación y en la adquisición de setecientos árboles y plantas;
más tarde se añadirían otros 13.500 reales a la partida precedente, destinados
a su equipamiento: faroles y bancos de piedra, así como para la construcción de
un estanque para el riego. La inauguración oficial se celebró el día 13 de
junio del año citado.
Poco después, con la llegada de la Restauración
(1875-1931) la Concordia será el
centro neurálgico de Guadalajara, el lugar de encuentro y recreo más adecuado
para todo tipo de eventos multitudinarios. En este periodo, más concretamente
en 1884, tiene lugar un reordenamiento que lleva a cabo Mariano Medarde, que no
afectaba a los parterres y también un plan de pequeñas reparaciones -que
tendrán lugar en 1895-, elaborado por el arquitecto Baldomero Botella, así
como, dos años más tarde, la instalación eléctrica mediante faroles de hierro
provistos de luminarias de arcos voltaicos, en lugar del anterior sistema y
que, a su vez, serán sustituidos por lámparas de filamentos, según acuerdo del
22 de mayo de 1912.
Y, junto a la instalación eléctrica, otras de las más
importantes obras de amejoramiento: la construcción del gran muro de contención
que se extiende a todo lo largo de la parte que da a la Carrera, cuyo procedimiento concursal se resolvió el 28 de
agosto de 1913, con un presupuesto de 124.858’24 pesetas y en un plazo de
ejecución de cuatro años a partir de la fecha de firma del acta de replanteo,
cuya primera fase tuvo lugar en 1914, suprimiéndose el talud entonces existente
y convirtiendo el llamado “paseo de los
Curas” en un espacioso mirador, apto para la mejor contemplación de
desfiles y procesiones, pero que, al mismo tiempo, limitaba el acceso al
parque. A este periodo corresponde la instalación del kiosco de la música, obra
del arquitecto Francisco Checa -otro incidente negativo en la primitiva unidad
conceptual y espacial de Rodríguez de Quijano- debido principalmente a las
gestiones realizadas por el entonces director de la Banda Provincial, Ramón
García, “con el fin de que los conciertos resulten más lúcidos y el público
pueda percibir mejor los acordes de la citada Banda desde todos los ámbitos del
Paseo.”. En 1918, a propuesta de la Comisión de Paseos, se acuerda la
eliminación de los surtidores y estanques inaugurados en 1860, no por su falta
de higiene y deficiente salubridad, sino por considerarse innecesaria su
reparación y constituir un estorbo para el paseo, al que restan amplitud… En
1917, se habían colocado dos magníficas esculturas de mármol que representan
dos guerreros y que “estaban enterradas en el patio de las escuelas de la plaza
de Prim” (en realidad habían sido donadas por la Academia de Ingenieros en
1868). Las esculturas, -que por fortuna aún se conservan- representan a los
emperadores Adriano y Carlos V, están realizadas en mármol de Carrara y son
casi de tamaño natural (1’80 y 1’90 metros, respectivamente).
Hubo otra serie de ideas, pero la que se llevó a
efecto fue la construcción de una sencillísima biblioteca cuya propuesta
técnica fue redactada por el arquitecto Flaviano Rey de Viñas con un
presupuesto de 1.512’56 pesetas que, como señala Pradillo, “sólo era un armario
de fábrica de ladrillo recubierto con azulejos cerámicos de colores, y provisto
de unas sencillas baldas donde colocar los volúmenes (…) protegidos por cierres
metálicos de deslizamiento vertical". También se instalaron algunas
casetas de venta de bebidas y refrescos, especialmente en los meses de verano,
pero hasta 1927 no llegaría a la
Concordia un verdadero equipamiento hostelero: la construcción de dos
kioscos gemelos que, con sus terrazas, escoltarían al de la música durante diez
años. Además era el lugar idóneo para las Juras de Bandera de las distintas
promociones de Caballeros Alumnos de la Academia y reclutas de reemplazo, a las
que en algunas ocasiones asistió el rey Alfonso XIII, convirtiéndose así en un
escenario de manifestación del poder frente a la ciudadanía. Pero el acto de
mayor envergadura fue la Coronación Canónica de la Virgen de la Antigua, que
tuvo lugar el día 28 de septiembre de 1930, aunque el programa litúrgico diese
comienzo el 24, volviéndose a celebrar setenta y cinco años más tarde, en el
2005, ante cerca de dos mil personas.
Ya en 1876, la
Concordia se convirtió en uno de los espacios urbanos destinados a la
celebración de conciertos, manifestaciones deportivas, fuegos de artificio y
toros de fuego, que se realizaban con motivo de la celebración de la
“Exposición y Feria de la Ciudad de Guadalajara” -que, con el paso del tiempo,
se convertiría en las tradicionales Ferias y Fiestas anuales-, concentradas
desde 1929 hasta 1977 en este espacio, ya que desde 1978 se trasladarían a los
baldíos que la Fundación San Diego del Alcalá, tenía paralelos a la actual
calle del Ferial.
Tras la proclamación de la Segunda República, en 1933,
se realizó una sencilla reforma de la entrada del paseo de la Concordia, según los planteamientos presentados por el
arquitecto municipal señor Rodríguez-Avial -cuyo presupuesto no llegó a las 1.000
pesetas-, y constituyó el primer intento de conectar dicho espacio con la plaza
de Santo Domingo. Con la llegada de la Guerra del 36-39, el subsuelo del parque
sirvió para abrir varias galerías -refugios antiaéreos- destinados a la
población civil, que pueden verse en el plano de Antonio Batlle, marcados con
los números 40, 41-42 y 45. Del mismo modo, en 1937, la Concordia cambió su nombre por el de paseo de la Unión
Soviética. Tampoco se celebraron las Ferias y Fiestas. Tras el periodo bélico dejó
de llamarse de la Unión Soviética y pasó a convertirse en paseo de Calvo
Sotelo, contando desde 1940 con un nuevo diseño en su ajardinamiento, que
entrañaría a la vez un cambio en su mobiliario, así como la sustitución del
alumbrado y los bancos de piedra por otros de factura más moderna.
A lo anterior habría que añadir en el nuevo diseño
algunos aspectos planteados por los mandos de la Academia de Transformación con
el fin de construir un paso pavimentado, prolongación de San Roque, para el
tránsito y celebración de los desfiles de los Caballeros Alumnos hasta los
Asilos del mismo nombre, agresión que no fue del gusto popular.
En 1949 tiene lugar la recolocación de la escultura de
la Mariblanca y del busto de Fernando Palanca.
Varios hechos más tienen lugar según avanzan los
tiempos: así la transformación de la biblioteca popular y la erección de los
dos pilastrones que dan entrada al paseo diagonal (1954), la instalación de la
escultura del General Vives Vich y de nuevos servicios, así como la
construcción de un transformador eléctrico (que después sería convertido en
palomar); del kiosko de bebidas “Bar Remo”, que se construyó en 1967, y entre
1973 y 1975, del monumento a José Antonio.
Pero, a partir de 1975 se trazó un nuevo plan de
“remodelación” que contemplaba el derribo del citado Bar Remo, del urinario (antihigiénico
a todas luces), de la biblioteca, los pilastrones de entrada, el kiosko de la
música y el muro de contención de la Carrera e incluso la tala de gran parte
del arbolado. Total, unos quince millones de pesetas, préstamo del Banco de
Crédito Local a pagar en 20 años. Las obras debían estar terminadas en 1977 y
que, en realidad, alcanzarían los cuarenta y cinco millones y las obras se
realizarían en dos plazos… Planes que fueron desestimados. Después, la Concordia volvió a recobrar su
normalidad.
El libro, extraordinario y profundamente documentado
de Pedro José Pradillo, termina con un epílogo basado en las diferentes
acciones que deberían llevarse a cabo, además de una amplia Crónica Ilustrada,
de notable interés, y el correspondiente aparato bibliográfico.
Un libro que, sin duda, da a conocer una parcela de la
historia de uno de los espacios más significativos de la ciudad de Guadalajara,
hasta el momento poco o parcialmente conocido: la Concordia o Parque de Calvo Sotelo que tanto ha influido en
nuestras vidas, desde aquellos años infantiles de Ferias y Fiestas generalmente
lluviosas por ser de Otoño, de mañanas soleadas en la terraza del Remo o de lectura
de las novelas de don Pío Baroja, en aquellos días primaverales en los que
tanto se agradecía aquel solecillo tenue y acariciador…
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