sábado, 13 de junio de 2015

Relatos de Carmen de Ybarra

YBARRA, Carmen, La Princesa y el Jardinero y otros relatos, Guadalajara, La Autora / Aache Ediciones, 2015, 54 pp. (ISBN: 978-84-15537-74-8).

Carmen de Ybarra es persona conocida en el mundo literario de Guadalajara, dado que son varias las obras que ha publicado con anterioridad, algunas de las cuales hemos comentado en estas mismas páginas. Su especialización son los cuentos, aunque ello no quiere decir que no haya escrito, en alguna ocasión, acerca de otros temas, por lo general, artículos periodísticos.
Sus tres primeros libros fueron publicados por Everest: El pájaro azul y Nicolás en Marte, de los que se hicieron tres ediciones, y Mujeres de la Biblia. Posteriormente vieron la luz Saskia y otros cuentos, colección de entre los que el titulado “Juanillo”, fue seleccionado para su publicación en El pajarito sin cola, antología del cuento infantil en Castilla-La Mancha.
Hace relativamente poco salieron a la palestra bibliográfica otros tres libros más: Chaqueta Teófila y otros cuentos, Leyendas vascas, tal vez su libro más leído, y Añoranzas, en el que agavilló una selección de brevísimos artículos de prensa; estos tres últimos bajo el sello editorial de Aache Ediciones.
La Princesa y el Jardinero es un libro muy breve que contiene tres cuentecillos (en realidad cuatro): el que da título al libro, Tochín, -del que depende El sol y la Niebla-, y El Grillo y el Canario; y otros relatos consistentes en una nota biográfica sobre Eugenia de Montijo -“Eugenia de Montijo, Emperatriz y Madre”-, y tres apuntes autobiográficos: Otoño en San Sebastián, En mágico fuego y La segunda juventud. Todo el conjunto está escrito con gran belleza, esa belleza que caracteriza todos los escritos de Carmen de Ybarra, en los que se encuentra siempre una gran sencillez, un lenguaje puro -que ya casi no se habla o es muy difícil oír por la calle- y una tendencia a rodear todo con ese amor pausado que pone a la hora de escribir sus textos, pues no en vano el libro comienza con unas palabras de Plinio, alusivas al tema: Amor, qui magister ist optimus (El amor, que es el mejor de los maestros) (Plinio, Epístolas, 4, 19,4).
Cabría señalar su sencillez de los cuentos, una sencillez no exenta de profundidad, porque cuando Carmen de Ybarra escribe, lo hace casi siempre para dejar algún conocimiento, alguna conseja, lo que antiguamente se llamaba “la moraleja”. Algo que el lector podrá observar, por ejemplo, en el cuento titulado El Grillo y el Canario, cuyo final nos recuerda en cierto modo a las fábulas de Esopo o a las más modernas de Samaniego. Traslademos el diálogo:
“- Señor grillo -propone a su vecino- (el canario) ¿Por qué no abres mi puerta (la de la jaula) y nos largamos?
Pero el grillo le advierte:
- Piénsalo bien, señor canario, en esta casa estamos seguros, tenemos techo y comida. Nos pueden matar a los dos.
La discusión duró horas y al fin llegaron a un acuerdo.
- Tienes razón no se puede luchar contra el destino.
- Sí, señor canario, todo consiste en conformarse cada uno con su suerte. No huyamos, vivamos juntos como hermanos, siempre hasta la muerte.
Y es así como un canario tan amarillo como la yema de un huevo y un grillo tan verde como una ciruela comprendieron lo que muchos hombres no entienden”.
Otra cosa que nuestra escritora hace con frecuencia, como el lector habrá podido comprobar, es el empleo de símiles, lo más gráfico posible, con el fin de llegar con facilidad a la mente infantil, además de conllevar siempre cierto sentido pedagógico: por ejemplo, en el texto anterior se dice: “un canario tan amarillo como la yema de un huevo” y en otros casos, “piel blanca como la nieve”, “ojos celestes como el cielo” -casi una tautología-, “dulce como la miel”, etcétera, que se suelen acompañar con frases que pudieran parecer escritas por niños: “… la reina, murió muy joven, de viruelas, una enfermedad mala, que desfigura el rostro y lo deja como si las abejas celebraran un festín en él” o “Si el rey tenía conocimiento de los amores de su hija y el jardinero de palacio, se hacía el tonto. Un día se despertó con ganas de tener un nieto y, sin decir ni pío, concedió la mano de la princesa al príncipe más apetecido…”. Un lenguaje sin miramientos, que no busca efectos especiales, más o menos barroquizantes, que no llama la atención por la construcción más o menos enrevesada de sus frases y párrafos, sino por todo lo contrario, por su sencillez, por no ir en busca de la palabra adecuada al momento, sino a la que cae a mano y hace que la frase sea entendible.
Y es que, a veces lo hemos pensado, Carmen de Ybarra se convierte en la niña que lleva dentro para ponerse a escribir estos cuentecillos tan amables, tan candorosos y a la vez tan divertidos. Muchos, como el que comentamos de La Princesa y el Jardinero basados en otros cuentos medievales donde al final prevalece la idea de la protagonista, contrariamente a lo que pensaba el rey o el padre -que a veces coinciden-, que termina dándose cuenta de que no lleva razón ante lo que su hija le pidió haciendo caso a su corazón y no a su cerebro.
Muy diferentes son los tres apuntes autobiográficos que van al final del librito. En ellos la autora ha pasado de los años fáciles de su juventud y se asoma al balcón de la madurez.
En el primero de ellos la estampa que presenta de San Sebastián en octubre es de una gran belleza plástica; hay alegría en el comentario, pero se trata de una alegría triste, una alegría en la soledad que se piensa:
“Ahora, cuando las campanas del ángelus se pierden en un eco que llega hasta el cielo y las sirenas de las fábricas mandan a sus obreros al hogar, yo me encuentro ensimismada, recordando frente al mar. Es deliciosa toda mi soledad en estos momentos; el sol que me adormece y mis pensamientos que se alejan”.
En Un mágico fuego, alude a las llamas, bellísimas, que hicieron pavesas las cuartillas de una especie de diario que la autora realizó en un tiempo y del que se quiso deshacer, reduciendo a la nada aquel pedazo de su vida para dejarlo solo a merced del recuerdo. Destacaríamos la siguiente descripción:
“… las hojas blancas se han doblado lentamente y avanzado hacia el fuego como vírgenes heroicas, -maravillosa comparación- se ha transformado en pétalos naranjas con festones dorados, formando un capullo refulgente de arrogantes llamas que se elevaban en piruetas de color: Luego, desde la cumbre, han caído desvanecidas, resistiéndose a morir, hasta hacerse negras y deshacerse en cenizas sobre la tierra”.
El tercer apunte, La segunda juventud, es una confesión desde la madurez de algunas  ideas, aunque sin perder su línea habitual:
“Yo camino por el mundo, quizá como una libélula despistada, y en mis relaciones humanas que frecuento desde la primera hasta la tercera edad, observo las nostalgias vividas por un respetable número de personas encasilladas en la segunda edad…”.
Un nuevo libro de Carmen de Ybarra que, como dijimos al comienzo, ofrece unas páginas de amor y entretenimiento a quien quiera acercarse a ellas. Quien esto escribe las ha disfrutado a placer.


José Ramón López de los Mozos

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