viernes, 23 de enero de 2015

Castilla es cantada por Juan Pablo Mañueco


MAÑUECO, Juan Pablo, Castilla, este canto es tu canto. Parte II: Las ciudades, los paisajes, los estilos, Guadalajara, El Autor / Aache ediciones, 2014, 156 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-55-7).

Y, si antes -decíamos- nos hemos emocionado con la evolución de la cultura castellana en la mayor parte de sus formas, ahora llega, con esta segunda parte, el momento de disfrutar de “Las ciudades, los paisajes, los estilos”, a través de una especie de traslación en el tiempo, de un inmenso viaje en ese infinito túnel del tiempo que es la Historia, que se inicia en las húmedas y salvajes tierras de la antigua Bardulia (de la que también se habló anteriormente), que fueron y son, las tierras de Burgos, Cantabria y Palencia, y que después de un paseo suave y descansado a través de sus pueblos, ciudades y villas, de sus gentes y de sus costumbres y paisajes, llega a donde quería llegar nuestro querido autor, pues que Juan Pablo Mañueco nos conduce hasta la cuna y el posterior despertar y desarrollo de la lengua castellana, de la cultura castellana tan amplia a lo largo de su idioma y su literatura, pero también de esos otros medios de comunicación tan útiles que fueron los ríos, desde el Ebro, al Duero, al Tajo y al Guadiana, atravesando sus cursos por lugares posibles, introduciéndonos en sus agrestes bosques y viviendo, en fin, en sus épocas, desde Cantabria y adyacentes, para, cruzando la Cordillera Central, llegar hasta estas tierras de Guadalajara, Cuenca y Madrid.

Es una gratificante nota amplia, inmensa, de la geografía más puramente castellana, incardinada en la lírica suya, propia, aquella lírica que la fue caracterizando y se dio a conocer en otros mundos, dejando la correspondiente huella cultural.

Y después, pasar a “catar el melón alcarreño” (por antonomasia), en esta misma su tierra que analiza poéticamente a través de su cultura y sus paisajes, de lo que el hombre hizo y ha venido haciendo y de lo que la naturaleza ofreció en su momento. Hombre y naturaleza (naturaleza, al fin), dándose la mano para ser Cultura, puesto que todo lo que toca el Hombre se torna en Cultura, ya sea el campo (agri-cultura) o cualquiera otra cosa e interés universal. Ese es su valor.

Al fin nos encontramos con un agradecimiento lírico a los distintos momentos que ha ido atravesando la literatura castellana, desde el periodo medieval hasta el siglo antecedente al nuestro; un agradecimiento que demuestra la habilidad de Mañueco a la hora de componer sonetos y liras, redondillas y cuartetas… Tan en desuso en los tiempos que corren, dados más a la poesía áulica, ñoña y más agradecida, según sean o vengan dadas las circunstancias.

El lector debe darse cuenta que este segundo volumen comienza con una variante en su dedicatoria, lo cual no es baladí:
“A Castilla, mi tierra, mi cultura, mi palabra. / A mi hija, María Victoria, mi ventura. / A mi mujer, María Victoria, a quien se encaminan los / versos de amor que se hallaren en este libro”,
lo cual es significativo, porque es una ampliación del amor que el autor del libro ha puesto en su escritura. Cuanto más se ama lo que se escribe -el escritor escribe- más amor deposita en quienes rodean su existencia cotidiana. Lo importante es, sin embargo, que haya amor.

Y eso también puede comprobarlo el lector introduciéndose en las páginas siguientes, que, al comienzo, constituyen una gran sorpresa por la amplitud de geografías diversas y, al mismo tiempo, casi iguales. Gentes sencillas, castellanos que trabajan diariamente la gleba o la artesanía, que subsisten en el mejor de los casos, que viven, pero que mantienen los empujes de la morisma, refugiándose en castillos y conventos o viendo como las tierras que cultivan son pasto de las llamas y del odio extranjero… Pero gentes que al fin y al cabo fueron las que hicieron esta Castilla que hoy desluce desmoronada y hambrienta.

Y comienza el libro, amplio en geografías como digo, en un viaje interior de soles, ríos y lágrimas de Castilla, para irse adentrando lentamente en Cantabria, Burgos, La Rioja, Soria, Segovia, Valladolid, Palencia, León, Zamora, Salamanca, Ávila, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo, Ciudad Real y Albacete, todas las que están y las que son y fueron. Y cada una de esas actuales provincias abiertas en canal para orear los entresijos más importantes y aún frescos de su cultura, que es su forma de ser, pues que en cada lugar surge su más genuina representación glosada en poesía diversa: la sirena de Castro Urdiales, los cazadores de ballenas de Santoña y Laredo, los faros, San Vicente de la Barquera, en Cantabria; Oña y Pancorvo, con su sonoridad toponímica, en tierras de Burgos; la oración de Gonzalo de Berceo, en La Rioja; la inmensa belleza de las danzas sorianas -seguidillas al naciente Duero machadiano- o el bello canto a las ruinas del castillo de Gormaz; las igualmente bellas, irresistibles seguidillas, de los ríos de Segovia, al alcázar o el viejo recuerdo del edicto de Coca escrito en arcilla:
“Esta arcilla tan firme, esta hermosura / que expresiones de asombro nos coloca / es la alcazaba galante que en Coca / alza en barro cocido la llanura. // […] // El color blanco más es el que dura / en la doble estructura torreada / que a góticas bellezas se aventura. // Mas la arcilla rojiza, preguntada, / expresa lo mudéjar de esta altura / con voz de canto. Leve y perfilada”.

Hay una gran belleza en lo anterior y un fondo filosófico profundo, que habría que  analizar despaciosamente, sorbo a sorbo, para poder libar mejor las gotas de miel de esta poesía a veces tan dura como la madre que la parió, pero real como la vida misma, como el mundo que nos rodea y del que forma parte importante.

Juan Pablo Mañueco ha sabido compaginar amor y poesía en homenaje a esta su tierra castellana primitiva, de la que surgieron las demás tierras…

Bellísimo, en fin, el soneto dedicado a Hita (“Guardián de Hita”, página 81).

Y pasamos a una “Cala más sosegada en Arriaca y su provincia”, donde la poesía de fija y se ancla en detalles que podrían pasar desapercibidos: los leones de las galerías del patio del palacio de los duques del Infantado; en una sencilla reflexión sobre el antiguo alcázar moro de Guadalajara; en doña Aldonza de Mendoza en su marmóreo resistir al tiempo y su desgaste, o en el óleo de la “Virgen de la Leche”, de Alonso Cano… Todo un mar de sugerencias que da paso a un no menos bello “septenario de preguntas por las iglesias de Guadalajara”, centrado en cada una de las actualmente existentes y a un final basado en los estilos. Todo haciendo cumplir el subtítulo del libro.

Quizá sea este el punto donde más debe fijarse el lector, puesto que Mañueco, siguiendo precisamente los estilos que dice, se convierte en autor vivo de aquellos tiempos y escribe al “antiquo modo”, recreándose, como homenaje digno a sus antepasados vates.

Pero además, Juan Pablo, regala a Castilla -y nos regala también a los lectores de su libro-, con una nueva creación suya: la “victoriola”, que en ocasiones acompaña con cuartetos serventesios o añade estrambotes de tercetos quebrados…

Pero dejemos que el libro viva su vida… Que
“Siga ahora quien quiera estas rimas en el rimado / que escribió Jun Ruiz, cura sagaz, muy avezado / en señalar las virtudes del oro tan dorado, / al que se humillan reyes, obispos y el Papado”.

Bien venidos sean estos dos libros que, sin duda constituyen una importante aportación al  mundo de la poesía en tierras de Guadalajara, hasta cierto punto tan olvidado y poco reconocido.


José Ramón López de los Mozos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.