viernes, 3 de octubre de 2014

Una nueva visión de la Hoz del Gallo

CASTRO MALO, María del Mar, Obsequio a Nuestra Señora de la Hoz, Guadalajara, Aache (col. Tierra de Guadalajara, 88), 2014, 128 pp. (ISBN: 978-84-15537-49-6).

Sor María, que desciende de tierras y antepasados molineses, es una gran aficionada a los temas del Señorío. Por eso ha escrito este libro en obsequio a la Virgen de la Hoz, en el que recuerda al lector cosas ya sabidas -pero interesantes de recordar- puesto que forman la esencia de esa Tierra Molina y, principalmente, de su Patrona.
Recorre poco a poco, para que el lector pueda degustarlos a su placer, todos los rincones de esa bella leyenda hagiográfica que rodea la aparición de la Virgen de la Hoz en una cueva de la “Foz de Corduente”, en lo más enmarañado del barranco, junto a las frías aguas del río Gallo, donde generaciones anteriores dejaron sus huellas, hoy consideradas arqueología.
Es curioso comprobar cómo en tantísimas ocasiones se conjugan una serie de elementos en un lugar determinado, que después devendrá en espacio de “encuentro”, “aparición” o “hallazgo” de una imagen mariana, las más de las veces.
El agua no ha de faltar, bien a lo largo de un río, o de un manantial o una fuente; a veces de un pozo o un lago o laguna.
Un paisaje apartado de los hombres, una espelunca o gruta en la pared rocosa, rodeada de bosques impracticables, de espinos imposibles de atravesar por el ser humano del siglo X u XI.
La oscuridad de la noche, a veces con rayos y truenos o tormentas gigantescas en las que el hombre se ve empequeñecido, cuando la res: una vaca en este caso, un toro, parte del ganado, se le pierde al pastor.
Luego aparecerán luces fulgurantes y se calmarán los elementos naturales antes embravecidos, y la Virgen o el Santo de que se trate en cada caso, se darán a conocer al pastor o al niño, a veces al tullido que ha recuperado su pierna o el brazo, en lo alto de las ramas de árbol o en cualquier otro lugar propicio y natural: de ahí el nacimiento de tantas advocaciones: de los Olmos, de la Encina, del Endrino, de los Enebrales, del Peral, del Espinar, de la Cueva, del Camino, del Pozo, del Pinar, del Campo, de la Vega, del Montesino y tantas más, incluida la Virgen de la Hoz. Todos nombres relacionados con su aparición milagrosa y con la naturaleza más alejada del hombre.
La Virgen se le aparece portentosamente al pastor y le aconseja que vaya a comunicarle el hallazgo a las autoridades eclesiásticas y civiles que, incrédulas, pasan del tema, hasta que por tercera vez, consienten en acercarse al lugar indicado por el pastor y encuentran la imagen, a la que acompañan en procesión hasta la iglesia del lugar.
A veces la imagen no se deja llevar, pesa demasiado y no es posible cargar con ella. Ni siquiera pueden arrastrarla dos bueyes.
En otras ocasiones, la dejan en la iglesia o en una ermita y por la noche desaparece y aparece en un lugar distinto, indicando que es allí donde quiere que le hagan su residencia. Luego todos la admiten por patrona y la celebran anualmente con  cánticos, novenas y fiestas.
Pues bien, nuestra autora destina diez capítulos a estudiar abreviadamente la historia de su tierra molinesa, del Señorío molinés de sus antepasados, de sus pueblos, sus iglesias y ermitas, como pórtico de entrada al estudio de la propia Virgen de la Hoz, a quién dedica el libro que comentamos.
Aquí encontrará el lector datos acerca de la construcción de su ermita, en ese entorno geográfico tan maravilloso, tan sorprendente cuando de contempla por primera vez (y siempre que se vaya con la  mirada hacia el cielo).
La descripción del entorno, con sus fuentes y sus alamedas; el río que desde hace quizá millones de años va lamiendo poco a poco la roca y va excavando esa inmensa y bellísima Hoz pétrea que da idea de la pequeñez del hombre que se adentra entre sus dos paredes. Roca madres que sirve de preámbulo a la entrada a ese hueco húmedo, cálido y oscuro, especie de útero materno, donde arrodillarse ante esa otra Madre que es la de la Hoz.
Y eso me hace pensar, como señala Herrera Casado en su introducción, que no es la primera, ni será la última vez que se escriba de este paisaje maravilloso, de este santuario, ni de esta Virgen, puesto que, como señala:

“(...) al menos una vez por siglo, a alguien se le había ocurrido, y que no estaría mal que en este siglo veintiuno que acabamos de estrenar, ella como autora y yo como prologuista, pudiéramos anunciar al mundo que esta maravilla continúa existiendo, y que es inexcusable acudir a este lugar, a ver las rocas alzadas, los árboles densos, el cantar de los pájaros y la suave armonía que emana del interior de la roca, donde hoy, como hace muchos siglos, la virgen María en su advocación de la Hoz sigue latiendo”.

El libro se divide en diez capítulos que van desde el pasado de Molina de los Caballeros (pasa por la pretendida localización de Ercávica -siguiendo a los antiguos cronistas-, a los propios Caballeros que le dieron su apellido, y también a las mujeres que la ilustraron: Ermesenda, Mafalda, Blanca...), pasando por el Poema de Mío Cid, para llegar a su reconquista, allá por 1129, tras un año de asedio por las tropas de Alfonso el Batallador, entonces rey de Aragón, que pone esa tierra en manos cristianas. Luego vendría el señorío independiente de los Laras.
Habla más del castillo -brevemente-, de los despoblados y los pairones que “aparecen en los cruces de los caminos y en las fueras de los pueblos. Esas columnas pétreas, cruces y hornacinas con el santo o santa de turno”, quizá como señas de identidad, tal vez las más indicadas. Y desde allí nos conduce por los espacios marianos de Molina, mencionando previamente la iglesia de San Martín (donde se conserva en muy mal estado la lápida de Iván Sardón): Santa María del Conde, Santa María la Mayor de San Gil, Santa María la Antigua (o la Vieja), San Miguel, el convento de San Francisco y el monasterio de Santa Clara, además de numerosísimas ermitas y santuarios de todo el Señorío, para entrar de lleno en el barranco de la Hoz a través de una especie de peregrinaje que atrae al lector y trata de llevarlo por esos caminos de mística tranquilidad “huyendo del mundanal rüido” para buscar refugio en el geológico silencio de la Hoz.
El libro pasa aquí a ser una oración, a convertirse en una amorosa plegaria que sor María del Mar entona con cariño a los pueblos de la ribera del Gallo, hasta llegar al momento de la aparición de la Virgen de la Hoz, que relata con total dulzura.
Pero luego, una vez que ha traspasado el umbral del santuario, al comenzar a subir los diecisiete peldaños, nuestra autora los convierte en oración y llamada, simbólicamente hablado: 1.º.Escalón. El silencio, 2.º La capacidad de asombro, 3.º El amor a sí mismo, 4.º Fe y confianza, 5.º La paciencia, 6.º La oración, 7.º Sacar provecho del pecado, 8.º La grandeza del perdón, 9.º La gratitud, 10.º Humildad y entrega, 11.º Tal y como solos, 12.º La alegría, 13.º Abiertos a la sorpresa, 14.º La paz, 15.º La intercesión, 16.º Sentido de pertenencia y 17.º Soñar a lo grande.
Peldaños que el peregrino debe meditar según los va ascendiendo -nunca mejor dicho, “ascendiendo”- hasta llegar a la mismísima puerta del santuario, al que dedica una interesante, aunque conocida, serie de notas históricas desde su consagración, pasando por un periodo como monasterio de canónigos regulares de San Agustín, los caballeros Templarios, los monjes de Óvila, la fundación del Patronato por Fernando de Burgos, hasta llegar a ofrecer algunas pinceladas sobre la saga de los Malo de Molina (“Más valen Malos de Molina que Buenos de Medina”, agrego yo).
Una vez dentro del santuario va describiendo lo que puede verse en él: el camarín de la Virgen, el Oratorio de las Lágrimas, la propia imagen de la Virgen de la Hoz y su mirada, para centrarse en la gruta de la aparición, capítulo en el que destaca nuevamente la poesía y el lirismo más acendrados.
Luego recoge una serie de milagros, los más conocidos, y describe las fiestas y honores más importantes que todavía se siguen realizando en honor de la Virgen: El Butrón; las Letanías; la “Loa” del día de Pentecostés, con sus danzas de espadas; para terminar con unas “Palabras finales” y una brevísima, aunque suficiente, bibliografía.
El aparato fotográfico que acompaña al libro, tanto en blanco y negro como en color, es verdaderamente importante.
Es un  libro de Guadalajara para los aficionados a los libros de Guadalajara, escrito con ese gracejo y soltura que suelen poner las sororas en aquellos “trabajillos” que hacen humildemente en honor a la Virgen. Y, la verdad sea dicha; a mí, me ha gustado.

 José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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