viernes, 26 de septiembre de 2014

Un estudio sobre cruces parroquiales

Con este signo vencerás. Exposición conmemorativa del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de Zorita (1514-2014). Sigüenza-Museo Diocesano. Julio-Diciembre 2014, Guadalajara, Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, 2014, 20 pp. (Catálogo).

Un sencillo catálogo de no más de una veintena de páginas recoge la colección de cruces procesionales que durante los meses de Julio y Diciembre del presente año se exponen en el Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza con motivo de la exposición conmemorativa del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de Zorita (1514-2014).
La exposición parte del significado de la frase “Con este signo vencerás” que, según la tradición cristiana escuchó el emperador Constantino en un sueño, discutiéndose posteriormente si se le mostró una cruz o un cristograma, compuesto por las dos primeras letras griegas de la palabra Cristo, es tanto como decir ictios o pez, más conocido por crismón.
Está claro que en los sarcófagos de la Resurrección (Anástasis) aparece el lábaro como signo del Cristo resucitado. Se trata de un signo compuesto por una cruz coronada por un crismón inserto en una corona de laurel, que después pasaría a convertirse en estaurograma (representación de la cruz), por lo que -a partir del siglo IV d.C.- la cruz pasó a ser el signo identificativo del cristianismo, siempre como cruz victoriosa, o sea cubierta de piedras preciosas y sin la representación de Cristo (signo de su victoria contra la muerte).
Leyenda que más adelante se repetirá en la tradición hispana con don Pelayo, a través de la conocida como Cruz de la Victoria, que da lugar a una iconografía en la que la cruz latina se representa con el brazo inferior más alargado que los demás, en detrimento de las cruces griegas, propias del arte visigótico.
Pues bien, con motivo de los quinientos años del aparecimiento de la Cruz de Albalate se ha montado esta exposición que consta de una docena de vitrinas en las que se dan a conocer otras tantas cruces, además de la dedicada a la cruz invitada, de Albalate de Zorita, que excluyendo la primera vitrina, desde nuestro punto de vista totalmente descontextualizada (en la que se muestra una terracota hispano-visigoda, que posiblemente sirvió para exorcizar el mal, puesta en la pared del lugar que se quisiese proteger; una moneda acuñada en Constantinopla por Justiniano -en el año 539 d. C.- junto a una pequeña cruz bizantina, además de dos cruces de mano copto-etíopes -que representan “el árbol de la vida”, y una copia del Cristo de Carrizo, del siglo XI).
Cada una de las páginas que componen este sencillo catálogo sirve a modo de ficha descriptiva de cada cruz expuesta.
Pondremos como ejemplo la primera de ellas y diremos algo más concreto acerca de aquellas cruces de las que se conozca su autoría o ciertos detalles que lo merezcan por su interés artístico.
Así, pues, la segunda vitrina contiene una cruz procesional, que a pesar de su morfología, típica del siglo XIII, por sus extremos rematados en flores de lis, parece corresponder, por su tosquedad, a un siglo antes, al XII, ya que el Cristo aparece con los ojos abiertos, escasa angulación de brazos y piernas, con un clavo en cada pie (es decir, de cuatro clavos) lo que favorece su postura, paño de pureza y corona real, a cuyos lados figuran la luna (derecha) y el sol (izquierda). A los pies, Adán  sale de su sarcófago, cumpliendo la tradición bizantina en la que se asegura que su tumba de encontraba en el Calvario donde Cristo fue crucificado.
En el centro del reverso, Cristo, como juez, entronizado (la Maiestas Dimini), sujetando el globo terráqueo con la mano izquierda, mientras bendice con la derecha y a los extremos de la cruz los cuatro evangelistas según su clásica representación iconográfica o zoomorfía: arriba, Juan (águila); abajo, Mateo (hombre); a la derecha, Marcos (león), y a la izquierda, Lucas (toro), como tetramorfos, sujetando cada uno sendas filacterias.
En la tercera vitrina, el Cristo de la cruz procesional, ya del siglo XIII, es de “tres clavos”, es decir, los dos pies aparecen atravesados por uno, los ojos aparecen medio entornados, y la delgadez del costillar revela su sufrimiento. Se trata de un Cristo más “humano”.
La cuarta vitrina parece contener una cruz realizada a base de “retales”. Por su forma podríamos considerarla del siglo XIII, como la anterior, pero por la forma de su macolla correspondería al XV, con un Cristo, de un solo clavo en los pies, muy posterior. Se trata evidentemente de una cruz reutilizada.
Un Cristo de estilo burgalés se encuentra en el quinto expositorio. Procede del Seminario Conciliar de San Bartolomé. Se trata de una cruz de brazos rector rematados en pináculos y rodeados por crestería, cuya macolla es de mazonería gótica que sitúa la obra en una cronología datable en el siglo XV.
La sexta vitrina acoge una cruz procedente de Villacadima, de finales del siglo XV o comienzos del XVI. Curiosamente en el medallón central confluyen o surgen una serie de “potencias” que remarcan la figura del Crucificado. Al reverso, San Pedro en su Cátedra. Una mala ¿restauración? descolocó la iconografía de la macolla.
Ya en la séptima nos encontramos con una obra sellada y firmada por Diego/(acueducto) lo que significa ser obra segoviana, concretamente del orfebre Diego Muñoz (1574). Se trata de una obra procedente de El Cardoso de la Sierra.
En la octava vitrina se expone una cruz del primer Renacimiento italiano, de brazos abalaustrados, al igual que los que se tallaron para la portada de la capilla del Doncel, la portada de San Pedro y el altar de Santa Librada, en la misma catedral seguntina, hacia 1520, por comisionados de don Fadrique de Portugal.
La cruz de la novena vitrina nos devuelve a la antigüedad, puesto que en ella se emplea una simbología antigua, gemada y victoriosa (muy propia del XVI) basada en la representación “natural” de la cruz, de la que surgen brotes y yemas que sugieren la cruz que retoña gracias a la sangre que Cristo derramó sobre ella. El Crucificado se representa muerto y sobre su cabeza aparece por primera vez el INRI.
Nuevamente encontramos otra cruz firmada en la vitrina décima. Su autor fue el seguntino +/PASQUAL, es decir, Pascual de la Cruz, que trabajó en la ciudad mitrada hacia el año 1600.
La vitrina oncena ofrece una pieza excepcional por su iconografía. Una cruz griega clasicista de estilo acusadamente manierista y que, por su hechura, podría ser obra del entorno del orfebre Francisco Merino (o más bien del autor de la cruz de Copernal, Gabriel de Ceballos, cuya obra podemos situar cronológícamente entre finales del siglo XVI o comienzos del siguiente).
La docena vitrina corresponde a la cruz de Yélamos de Abajo, cuya marca se conserva claramente: B’SA/LAZ (Baltasar Salazar), que realizó su obra más destacada entre los años 1740 y 1750.
Hasta aquí, señala el catálogo que comentamos, los datos técnicos de cada una de las piezas estudiadas, tomados del trabajo de catalogación que realizó para el Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza la especialista en orfebrería Natividad Esteban López, que en tantas ocasiones ha participado con sus clarificadoras comunicaciones, en los numerosos Encuentros de Historiadores del Valle del Henares hasta ahora llevados a cabo, si bien la datación y la descripción iconográfica, como no podía ser menos, han sido revisadas por la dirección del propio Museo.
Las descripciones finalizan con la correspondiente a “La Cruz Aparecida de Albalate” (pp. 15-19), que es la cruz invitada, más conocida por el pueblo, especialmente el albalateño, por la “Cruz del Perro”, por tratarse de un can, un perrillo, llamado Cosula (poca cosa), quien la encontró, arañando con sus patas, en el despoblado de Cabanillas el día 27 de septiembre de 1514, convirtiéndose en la mayor seña de identidad de Albalate de Zorita, de modo que su representación iconográfica es constantemente repetida en escudos, fachadas y pinturas...
Se trata de una pieza de bronce sobredorado (de 47,5 x 28 cm.), con la forma tradicional de las cruces del siglo XIII, es decir, cruz latina de brazos flordelisados, con prolongaciones que contienen engastes de cristal de roca.
El Cristo lleva corona real, sus ojos permanecen abiertos (alejados de todo signo de dolor) y un paño de castidad cubre su cuerpo desde la cintura a las rodillas: Cristo como Rey y Juez, aunque en algunos aspectos ya se intuyen huellas gotizantes, como el único clavo que une sus pies al palo de la  cruz, como signo de dolor y, por lo tanto, más cercano a la humana forma de ser.
En los remates flordelisados aparecen la Virgen y San Juan Evangelista, a izquierda y derecha del Crucificado, y san Pedro -con las llaves e su mano derecha y un libro en la izquierda- y san Pablo -que carece de símbolo alguno que nos ayude a reconocerlo-, arriba y abajo, respectivamente.
Al reverso, Cristo Pantocrator, rodeado por el tetramorfos.
Conserva dos de las cuatro cadenillas que pendieron anteriormente de su brazo horizontal, puesto que, como se recoge en la amplia descripción que de esta cruz se hace en  las “Respuestas” al interrogatorio de las Relaciones Topográficas de Felipe II, el rey Carlos I se llevó dos en la visita que hizo a la villa en 1528. Se dice que a cambio de aquel acto o en compasión del mismo, el propio Carlos I o su nieto Felipe III donaron una reliquia del Lignum Crucis, que contiene la propia cruz en una prolongación oval situada en el reverso del brazo superior.
Cronológicamente indica el catálogo que comentamos que este tipo de cruces corresponde al siglo XIII, si bien -a pesar de lo dicho anteriormente- por ciertas manifestaciones de arcaísmo podría retrotraerse al siglo anterior, “ya que en este periodo tiene lugar el último episodio bélico, en estas latitudes, que pudo obligar a los portadores de la Cruz a enterrarla antes de vadear el Tajo, por el lugar más accesible en su huida hacia el norte: bien por temer por su vida, bien por evitar la profanación de ésta. Este episodio fue la batalla de Alarcos en 1195, en la que el rey Alfonso VIII fue derrotado estrepitósamente, favoreciendo así las razzias almohades que en el año 1197 se realizaron por toda esta comarca”, según apunta Miguel Ángel Ortega Canales, Director del Museo Diocesano, quien además indica que la cruz cumplía una función, indudablemente procesional (a la que la falta la macolla y el cañón).
Una pequeña producción bibliográfica de gran interés para quienes atienden a cualquier aspecto de la cultura alcarreña: historia, arte, folclore...
La verdad es que, aprovechando esta ocasión -la Exposición Conmemorativa del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de Zorita- podría haberse hecho un esfuerzo económico (Junta de Comunidades, Diputación Provincial, Ayuntamiento de Albalate de Zorita, Iglesia, empresas privadas, etc.) y haber realizado un trabajo algo más digno, pero, esto es lo que hay (que no es poco). La huella que se hubiese dejado al futuro hubiese sido mucho más importante, porque estos “folletillos” terminan la mayor parte en la papelera (además son gratuitos).

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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