viernes, 25 de julio de 2014

La obra musical de un briocense


VILLA-ROJO, Jesús, Notazione e grafia musicale nel XX secolo, Varese (Italy), Zecchini Editore, 2013, 346 pp. Traducción al cuidado de Karen Odrobna Gerardi y prólogo de  Gianvincenzo Cresta (ISBN: 978-88-6540-031-9).

Karen Obrodna explica en su “Note del curatore...” con notoria claridad, como la obra de Villa-Rojo que comentamos viene a ser una especie de síntesis de su conocimiento y su experiencia como creador y director, destacando uno de los aspectos más importantes del libro, basado precisamente en la relativa dificultad de separar y valorar el concepto musical estético de una parte, y de otra, el de la obra que propone, cuya grafía guarda y ofrece gran interés.
Se trataría, por tanto, de una forma de trabajar que constituye la base de un método empleado en la traducción de la presente obra, consistente en reducir al mínimo la interpretación de lo que se desea expresar en el texto y, sintetizarlo al máximo, de modo que por encima de todo sobresale el abecedario y, después, el vocabulario.
Pero, al mismo tiempo, advierte cómo sus signos, siendo expresión de un modo de pensar, dan a conocer otras formas cuya dificultad mayor se encuentra en la decodificación de los signos musicales.
En la “Premessa” se indica que los diversos sistemas de notación musical han tenido gran interés desde el punto de vista expresivo y artístico-plástico y aún siguen cambiando con el paso del tiempo. El resultado que en el presente libro se recoge es un claro ejemplo de lo anterior.
En el libro, imaginación y fantasía se refieren siempre al sistema de escritura como representación de la idea compositiva y musical. Por eso el estudio y la investigación se refieren al sistema de escritura en sí y no atiende tanto al valor musical de la obra estudiada, realización que se debe a la contribución de numerosos compositores que han desarrollado una extraordinaria documentación gráfica, que ha quedado registrada a lo largo de numerosos congresos, coloquios y reuniones internacionales y que también han servido para dirigir en la justa dirección el enorme potencial que conlleva con el fin de obtener frutos satisfactorios.
Del mismo modo conviene recordar el meritorio trabajo de los teóricos en la catalogación de la documentación, especialmente el llevado a cabo por el compositor Erhard Karkoshka que ha ordenado y sintetizado en su trabajo Das Schriftbild der Neuen Musik, los mejores ejemplos de la música de los años setenta, escrita con simbología no convencional.
Los numerosos datos estudiados, prosigue, han sido catalogados atendiendo a su propósito y finalidad, por lo que el material recopilado se ha subdividido en capítulos, con el fin de evidenciar la intención que caracteriza y diferencia cada uno de dichos signos, que pasa a mostrar, consistentes en pequeños círculos, triángulos, rombos, cuadrados y rectángulos, que son frecuentemente utilizados cumpliendo numerosas funciones, además de otros muchos signos basados en las líneas rectas, curvas, uniones de rectas y curvas, etcétera.
El libro continúa con una introducción que parte de los orígenes, las nuevas ideas musicales y los nuevos signos gráficos como consecuencia de un nuevo concepto instrumental, a la que siguen otros conceptos referidos a la estructuración, aleatoriedad de base, sonido y acción teatral, grafía y plasticidad como propuesta sonora, notación y nuevos instrumentos, pedagogía y percepción y, finalmente, el sonido representado gráficamente, para lo que el autor ha tenido que examinar y analizar concienzudamente gran cantidad de partituras.
Una extensa y selectísima bibliografía, además de un índice onomástico, ponen fin al libro que comentamos, que, evidentemente, no está al alcance de cualquier persona, si ésta no tiene profundos conocimientos musicales.
Finalmente, recordar al lector que Jesús Villa-Rojo, nacido en Brihuega (Guadalajara) en 1940, estudió en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y en la Accademia di Santa Cecilia di Roma, habiendo recibido numerosos premios y galardones como intérprete, compositor y crítico-investigador, entre ellos, el premio Koussevitzky, el Béla Bartók, el Gran Premio di Roma, el Premio Nacional de Música (en dos ocasiones, 1973 y 1994), el Premio Siglo Futuro y le Prix des Arts en Francia, al tiempo que ha venido desarrollando una intensa actividad artística gracias a su participación en los más importantes festivales musicales de todo el mundo.
Es profesor del Real Conservatorio Superior de Madrid y profesor invitado por varias universidades: McGill, de Montreal (Canadá); Belo Horizonte (Brasil); Menéndez Pelayo, en Santander, y Complutense de Madrid, entre otras.



José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

viernes, 18 de julio de 2014

Mensaje del Románico de Guadalajara


HERRERA CASADO, Antonio, Iconografía románica en Guadalajara, Dibujos de J.M. Antón Avila y A. Ayuso Cuevas. Guadalajara, Aache ediciones (Colección Tierra de Guadalajara, 89), 2014, 160 pp. (ISBN: 978-84-15537-45-8). 15 E.

Contrariamente a lo que otras personas puedan pensar, aunque respetando su criterio, creo que recopilar en un libro temático una serie de trabajos, artículos y comunicaciones, etcétera, es algo bueno a la hora de ayudar al estudio de las teorías propuestas por el recopilador, puesto que es la mejor forma de que estén unidos, de manera que cuando se quiera echar mano de cualquiera de ellos, ya se sabe de antemano su ubicación.
Herrera Casado ha llevado a cabo lo anteriormente dicho y, en un libro manejable y sencillo, como lo son todos los de la colección “Tierra de Guadalajara”, de la que constituye el número 89, nos entrega una relación de trabajos -quince en total-, que anteriormente vieron la luz en revistas especializadas o en publicaciones de escasa tirada como Nueva Alcarria, Wad-Al-Hayara, Archivo Español de Arte, o en la menos conocida Traza y Baza, que tan dignamente dirigió nuestro buen amigo y familiar Santiago Sebastián López.
En cierta forma este libro surge como agradecimiento del autor al doctor Layna Serrano, por los trabajos que realizó acerca del románico y que dejó plasmados a través de una de sus mejores obras: La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara (1935).
Sin embargo, las nuevas tendencias (y las vías de comunicación, todas), las formas de ver el arte y de interpretarlo, fueron sufriendo numerosos cambios al paso del tiempo, y surgió una nueva forma de análisis a través del método iconográfico-iconológico llevado a cabo por el profesor Erwin Panofsky, que con su sistema interpretativo posibilitó una nueva forma de ver el arte románico (en el caso que comentamos, aunque, evidentemente, puede aplicarse a cualquier otro aspecto artístico temporal) a través de su contenido -o si se quiere, mensaje- religioso, cultural o social, esclarecido a través de las sencillas (o no tan sencillas) imágenes escultóricas llegadas hasta nuestros días desde los remotos años del pasado románico o gótico.
No se trata de una gran colección -por lo numerosa- de trabajos, pero sí de una forma clara y sencilla de analizar los elementos iconográficos más destacables del patrimonio perteneciente al arte medieval de la actual provincia  de Guadalajara, que se basa en varios aspectos que deben estudiarse de forma seguida: una breve introducción histórico-bibliográfica que da paso a lo que podríamos considerar como la estructura de la obra de que se trate (una portada, una fachada, un capitel... que fundamentalmente consiste en una descripción material y formal de la obra en sí), para continuar con las influencias más cercanas, es decir, con aquellos elementos -geográficamente más o menos cercanos- con los que podremos comparar la obra que comentamos con otras semejantes, para pasar seguidamente a lo que constituiría el estudio iconográfico.
La iconografía, vendría a ser, lisa y llanamente, lo que podríamos considerar como la descripción pormenorizada de todas y cada una de las piezas que constituyen el objeto analizado (o por analizar).
Quizá el capítulo más extenso de cada uno de los apartados concretos, puesto que desde él pasamos a lo que constituye el análisis o interpretación iconográfica propiamente dicha, que parcialmente o en conjunto, nos tratará o intentará darnos a conocer el mensaje oculto de su diseñador o tracista, es decir, el lenguaje simbólico que emplearon sus artífices siguiendo unos cánones -el “esquema iconográfico”- para que, en aquella época, en aquel tiempo, los conceptos artísticamente tallados en las archivoltas, capiteles, canecillos, etcétera, fueran perfectamente entendidos, pues que, al fin y al cabo, no fueron, al parecer, más que una manera más de dar a conocer a los iletrados lo que contienen los Evangelios y la Biblia, como esquema a seguir para conseguir la perfección a través de esa “escalera ascendente”  que es la Cultura.
Por eso la descripción debía ser minuciosa, llevada a cabo paso a paso, tranquilamente especificada, para que el pueblo sencillo, la gente iletrada, la supiera interpretar, comprender y llevar a cabo después de su comprensión y aceptación.
Finalmente viene la interpretación iconológica, a modo de resumen.
Herrera Casado ha unido en este libro una serie de trabajos que, posiblemente, hubiese sido muy difícil poder aunar en otro momento. Ese es uno de los valores del libro: El poner al alcance del lector una obra de conjunto, en un solo libro. Él, que es editor y amante de los libros lo sabe a la perfección.
Pero tiene muchos más valores que iremos desgranando poco a poco.
Me parece interesante ver que las obras arquitectónicas más importantes de un tiempo casi unificado en fechas, es decir, la Edad Media que va aproximadamente del siglo XI al XIV, más o menos, se vean analizadas según una misma forma de mirar y de ver, para que el resultado de esta forma de escudriñar sea genérica -es decir, sea universal- y sirva para cualquier otra muestra de arte que se analice.
Los temas van desde el calendario románico de la iglesia de Beleña de Sorbe, hasta la pila bautismal de Esplegares, pasando por muchos otros ejemplos del románico alcarreño, como pueden ser las portadas del Salvador de la iglesia de Cifuentes; la  bellísima portada de la iglesia de  Santa María del Rey, de Atienza, o de la de Santa María del Val, también de Atienza, junto a ciertos y concretos elementos románicos que todavía se conservan en la iglesia San Gil, de la misma población.
Pero sin olvidar las celosías “templarias” -nunca he creído que lo fueran- de Santa Coloma de Albendiego, o el calendario de la fachada de la iglesia de Campisábalos, por no dejar atrás los bellísimos capiteles de los atrios de las iglesias de Sauca o de Pinilla de Jadraque, que -en parte- nos atrevimos a estudiar hace ya muchos años con extraordinarios resultados.
Los trabajos, analíticos, pero perfectamente legibles por el hombre de la calle, son perfectos; quizá en alguno de ellos se haya metido algo de imaginación, pero nada indica que la imaginación -en estos casos- no pueda conducirnos a lo que pudiéramos considerar una explicación, tal vez la más adecuada de lo que vemos.
Hay más trabajos. Por ejemplo, los referidos a la trompa de la catedral de Sigüenza, al primitivo románico de Cereceda, a los monstruos de la portada de la iglesia de Millana, recientemente ¿restaurada?, o a la bestia apocalíptica de Valdeavellano, que no está tallada en piedra, sino en madera.
Aparte queda un espacio para las pilas de bautismo de  Esplegares y otros lugares.
Uno ha leído todo, página a página, renglón a renglón, y siente que, cuando ha visitado esos lugares que Herrera Casado cita en su libro, cuando explica lo que le parece que aquello que ha visto significa, piensa de forma parecida la mayor parte de las veces, pero en otras disiente, como es lógico.
Por ejemplo al analizar la bautismal piedra de Esplegares, joya donde las haya, de un románico popular, quizás andariego, peripatético y copiador de conceptos traídos (o llegados) de otros lugares -como ocurre con las estelas funerarias discoideas- elaborados por grupos de canteros, picapedreros y tallistas que, con sus obras, quizá dictadas por la Iglesia, siguiendo esquemas prefijados, quisieron dejarnos un mensaje, casi siempre amoroso, pues que una pila bautismal no es más que una concha a modo de receptáculo que recibe las aguas que pasan por la cabeza del bautizado... (de concha a concha), y caen en la concha pétrea, pero una concha que no es de plata y que, a veces, como en este caso, ¿se decora? o ¿se rellena con tallas e inscripciones que quieren decir algo al lector? (al lector del momento, que sabe las claves de su lectura), que no actual, torpe y poco sabedor de palabras antiguas, ni menos de piedras talladas.
A lo mejor el ave no es una grulla, ni una paloma, y ni siquiera esté picando de las ramas del árbol cercano -por aquello de la distancia y la perspectiva- y que el ave dé de comer a su “enemigo”, para perdonarlo y redimirlo, quizás sea un ave Fénix que alimenta a una serpiente para llevarla por el buen camino. A lo mejor la respuesta está en Esopo.
Hay evidentemente luchas gigantescas entre el Bien y el Mal -la Biblia de los Humildes- aquellas psicomachias que sirvieron al cristiano creyente iletrado y lerdo como camino para conocer los misterios de su religión.
Yo no creo en ello. No creo que quienes mandasen construir una portada románica lo hicieran pensando en los “pobres”. He creído siempre que venció la vanidad y lo hicieron pensando en ellos mismos, por eso aparecen o parece que aparecen (en Cifuentes, pongamos por caso) el rey “parido” por el diablo, la reina despechada, el obispo que da fecha a la obra, los hombres buenos de la población... Mas bien un mundo cercano y terráceo, pisable (es decir, que tiene los pies en el suelo y no en el cielo divino), que un cielo y unos santos inalcanzables, a pesar del miedo al pecado, podrían llegar a ser inalcanzables, de no ser por la mente abierta.
Por eso, estamos en los siglos XII-XIII, el mensaje es siempre el mismo. Haced lo que queráis, pero sed buenos.
Los coitos, sodomías y masturbaciones, los tocamientos entre frailes y sororas y otros pecados; los frailes disfrazados de animales como engañadores, los demonios y las carantamaulas carnavalescas y botargueras, aparecen en la piedra, tallados, pero no son más que la representación de un leve “pecadillo”, un obispo revestido entrando en las fauces draconianas de Satán o de Avirón, un Papa libertino cargado de hijos al modo de un cardenal Mendoza al que le fueron perdonados sus “bellos pecadillos” acariciados por una reina Isabel “la falsaria”, pues que hay algo que todos deben saber: Aquello que dice: “Más no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”, y esa, la Iglesia, sigue viviendo a pesar de los siglos que han pasado y de las equivocaciones que ha cometido.
Otra cosa es la representación iconográfica de sus pensamientos y la interpretación iconológica de los mismos, que quizá nunca logremos descifrar por aquello del paso del tiempo y los cambios de mentalidad.
Que todo es discutible. Hoy, viendo estos temas esculpidos, escritos o sonorizados con los cármina correspondientes, pensamos en la Iglesia actual...
Pero de todas formas el libro de Antonio Herrera es muy interesante. Yo lo recomendaría como ejemplo de cómo debe hacerse un análisis (iconográfico) y de cómo extraer las correspondientes conclusiones (iconológicas), se esté o no de acuerdo con ellas.
Herrera Casado nos deja un libro que “imprime carácter”. Y yo le doy las gracias por la generosidad que ha tenido al ofrecérnoslo tan de corazón.


viernes, 11 de julio de 2014

Los caballeros de doña Blanca en Molina: una nueva visión


RUIZ CLAVO, Ángel, Los Caballeros de Doña Blanca y la Muy Esclarecida y Antigua Cofradía Orden Militar de Nuestra Señora del Carmen fundada en Molina de Aragón (1286-2011), Molina de Aragón, Ed. Cofradía Orden Militar de Nuestra Señora del Carmen, 2013, 294 pp.

Ángel Ruiz no es nuevo en estas lides de la escritura de carácter histórico y son varias las obras que han salido de su mano como la Crónica del Monasterio de la Seráfica Madre Santa Clara en la noble ciudad de Molina de Aragón (1998) o la transcripción y estudio previo del Rasgo histórico. Glorias de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Molina de Aragón y su Señorío, escrito por don Antonio Moreno en 1760 (2010); además de algunos trabajos breves publicados en revistas especializadas como Cuadernos de Etnología de Guadalajara y Wad-Al-Hayara, entre otras. También ha publicado algunas obras en colaboración, por ejemplo con Santiago Azpicueta Ruiz, una Reseña histórica del cuerpo de san Valentín mártir donado por la marquesa de Villel a Molina de Aragón (2011).
El lector ya habrá podido darse cuenta de dos manifestaciones o tendencias de Ruiz Clavo: por una parte, el amor hacia todo lo molinés, y más concretamente hacia los temas relacionados con el mundo de las clarisas molinesas, y por otro lado, el titular sus obras al estilo alemán, es decir, poniendo largos títulos a sus trabajos, que a la vez puedan servir como resumen de los mismos.
El libro que hoy comentamos es una verdadera joya para quienes quieran conocer a fondo esa pequeña parte de la historia molinesa que se refiere a los Caballeros de Doña Blanca y a la Cofradía del Carmen sobre los que se ha escrito suficientemente y son  suficientes los datos existentes. Véanse las obras de Díaz Milián, Pérez Fuertes y tantos otros. Pero hasta el momento nadie había “puesto el cascabel al gato” acerca de la verdadera historia, de la continuidad que pudo existir entre los denominados Caballeros de Doña Blanca y los miembros de la Hermandad Militar del Carmen y que, a grandes rasgos constituye la parte -digamos esencial- de este libro, aunque evidentemente sin dejar aparte nada de lo que Ruiz Clavo expone, con la claridad y el rigor que suelen caracterizarlo.
El libro consta de tres partes. La primera abarca hasta el capítulo tres y se refiere a la conquista cristiana de Molina en 1128, es decir, al periodo que corresponde al señorío de los Manrique de Lara, en la que ofrece algunos datos introductorios acerca de la Compañía religioso-militar de Caballeros, que posteriormente se reorganizaría y cambiaría su nombre por el de Orden de Caballería llamada Cabildo-Compañía de los Caballeros de doña Blanca, y sus posteriores reformas; la segunda, que es la más extensa, va del capítulo cuarto al quinceno y se centra, fundamentalmente, en la Compañía de Esclavos Militares de Nuestra Señora del Carmen (1740-1773), sus ordenanzas y libros de actas, las nuevas ordenanzas (1829) y la evolución histórica sufrida en base a los datos más significativos de cada uno de los mandatos de los sucesivos Coroneles de la Cofradía, destacando los más importantes, y la tercera, que consta de cuatro capítulos, en los que se sigue la pista de las tradiciones que se vienen celebrando en la actualidad con motivo de la celebración de la Virgen del Carmen.
Nuestro autor centra el grueso de su trabajo en la segunda parte, en la que viene a demostrar la inexistencia de continuidad entre los denominados Caballeros de Doña Blanca y la Hermandad Militar del Carmen, es decir, que esta última Cofradía o Hermandad fue fundada el 15 de mayo de 1740, y que nada tiene que ver con la anteriormente citada, como así parece quedar patente en este capítulo IV titulado “Origen y fundación de la Compañía de Esclavos Militares de Nuestra Señora del Carmen: 1740-1773”, en el que se alude con claridad a la primera y brevísima presencia carmelitana en Molina, que -según la teoría de Ruiz Clavo- debió ser el origen de la devoción molinesa hacia la mencionada advocación.
Los datos vienen a corroborarlo, puesto que los carmelitas descalzos llegaron a Molina en 1589, siendo vicario Francisco Núñez -al que Ruiz Clavo considera como el primero entre iguales si tuviera que compararlo con los historiadores molineses que le sucedieron- y que fue el que relató dicha llegada, que posteriormente transcribió -a comienzos del siglo XX- León Luengo en su Licenciado Núñez. Archivo de las cosas notables del Señorío de Molina.
Mientras tanto, las clarisas ya se habían establecido en Molina procedentes de Huete, pero la población molinesa deseaba que la rama masculina también se asentara, de modo que dos hombres principales, clérigos para más señas, Gonzalo Rodríguez y Pedro de Cisneros, “se movieran a negociar con los superiores de estos religiosos viniesen a hacer fundación a esta villa, prometiéndoles buenas comodidades y que de Villa y Tierra se allegaría mucha limosna para hacerles casa e iglesia...”. Los carmelitas enviaron cuatro frailes, que al principio estuvieron de huéspedes en la casa de Cisneros, hasta que Gonzalo Rodríguez les compró camas y mesas para que vivieran en comunidad. Su iglesia era la de Santa María del Conde. Pero fue un mal año para todos, de fríos y hielos y en dos meses no se vio la tierra, extremo este que para unos hombres descalzos y mal vestidos, llegados de tierras cálidas, fue causa principal para que se marchasen con ánimo de no volver jamás a pesar de las numerosas peticiones surgidas en contra de su marcha,
Poco después, hacia 1670, el licenciado del Castillo, abad del Cabildo Eclesiástico, reunió a las mujeres observantes de la regla carmelita descalza y les legó una casa de su propiedad para que continuasen en esta piedad. Después les llegaría la concesión de clausura de parte del obispo seguntino, y hacia 1677, solicitaron la fundación de un convento que no se logró.
Es en 1690 cuando, a través de un traslado documental que se ordenó al escribano González Reynoso en 1805, conocemos la existencia de una Hermandad de Cofrades del Carmen, puesto que figuran cuatro de sus componentes como encargados de la organización de las fiestas de Nuestra Señora del Carmelo del año siguiente.
Su administrador era el capitular del Cabildo, tenía retablo en San Gil y, entre sus devotos, se contaban el Corregidor, el Alcalde Mayor y otras personas social y económicamente relevantes en Molina.
La segunda llegada carmelitana tuvo lugar el 17 de febrero de 1739 (otros autores la sitúan el día anterior), según consta en unos “aumentos” que el subdiácono Martínez de la Concha hizo al manuscrito de Elgueta, aunque son escasos los datos que se conservan, por ejemplo, que regentaban una casa-hospicio extramuros de la villa, donde se custodiaron los Libros de la Compañía de Esclavos durante algún tiempo, y que Ruiz Clavo sitúa en la casona aneja a la ermita del Carmen dejada por el fundador Antonio Velázquez de Carvajal.
Por estas referencias es factible pensar que su gran influencia y la dirección espiritual que ejercieron servirían para que los miembros de la referida Hermandad de Cofrades promulgasen unas Ordenanzas “con la finalidad de que pudiesen celebrar y sustentar con decencia las fiestas de su Patrona y otros sufragios”, pero, a pesar de todo, ninguna noticia aparece sobre los carmelitas en los Libros de Actas.
Mayor interés histórico tiene el que el día 15 de mayo de 1740 se reunieran en la iglesia del Santo Cristo de Santa Catalina, sesenta y tres individuos acompañando a fray Bartolomé de San Miguel para fundar -y aquí está la clave, “fundar” (dice)- a mayor honra de Dios, “una Esclavitud de Militares” cuyo fin fuera ensalzar el nombre de la Madre de Dios bajo la ad vocación de Nuestra Señora del Carmen, por la gran devoción que siempre ha mantenido Molina a esta Soberana, acordando disponer de unas Constituciones y Ordenanzas, según explicó a los asistentes el citado religioso carmelita descalzo, que serían las primeras -de las cinco- que ha tenido la Hermandad desde su fundación hasta hoy (1740, 1783, 1830, 1862 y 2003) y en las que no existe línea continua alguna que vincule a los Caballeros de Doña Blanca con la Esclavitud del Carmen.
En fin, Ruiz Clavo sigue defendiendo en las páginas siguientes de este mismo capítulo su teoría que, desde nuestro punto de vista, queda suficientemente demostrada.
Un libro que pudiera parecer algo farragoso en un principio, pero que poco a poco va atrayendo al lector, llegando a ser ameno y que no debe faltar en el anaquel de quienes aprecian las fiestas y tradiciones religiosas y de todo buen molinés, con el que Ruiz Clavo cumple el compromiso o promesa -difícil de cumplir- que hizo a la memoria de su madre y de haber encontrado entre sus cosas la Patente de la Hermandad, el escapulario del Carmen y un rosario.
Por lo demás un libro interesantísimo, desde nuestro punto de vista, que viene a desvelar algunas incógnitas y errores -los principales- que se vienen arrastrando por tradición nunca contrastada.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

viernes, 4 de julio de 2014

Agua y Vida: costumbres en su torno

SASTRE LARRÉ, María del Carmen et alii (coords.), Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, 2013. Guadalajara: Agua y Vida. Textos recopilados durante la campaña de recogida de tradición oral en la provincia de Guadalajara, Guadalajara, Ed. del Servicio de Publicaciones de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2014, 184 pp.

El libro que comentamos hoy es el resultado de una campaña de recopilación de datos basados en la tradición oral (a veces escrita) relacionados con el agua, llevada a cabo por la Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara durante el ejercicio 2013, en el que la Asamblea General de la ONU lo declaraba Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua.
Como contribución al mismo, la Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, quiso participar en esta celebración mundial recogiendo numerosos testimonios y textos de tradición oral relacionados con el agua, para lo que tuvo que viajar por numerosos pueblos de la provincia, “recopilando usos, costumbres y vivencias, además de poemas y canciones tradicionales”.
Guadalajara: Agua y Vida, tal es el título de esta obra, monográfica en su tematica pero polifacética en su contenido, que ofrece en sus páginas todo el material recogido gracias a instituciones -Asociación de Municipios Gancheros del Alto Tajo y Asociación de Amigos de las Salinas de Interior, entre otras- además de particulares que en muchas ocasiones han querido permanecer en el anonimato.
Dicho material se publica en dos partes: la primera -más amplia y generalizada en su contenido- corresponde a los testimonios de veinticinco localidades, y la segunda, va destinada a textos líricos de otras cuatro más.
Todas en conjunto son muy diversas en cuanto a su interés histórico o etnográfico, habiendo una amplia mayoría de notas referentes a las fuentes y manantiales de las localidades mencionadas que han participado en la realización del libro.
Algunas ofrecen datos de gran curiosidad por su rareza o por formar parte de esa “mitología” ancestral en la que se habla de lagos, lagunas, charcas, etcétera, sin fondo, en las que indefectiblemente se ahogaba una pareja de bueyes, que arrastrando una carreta se acercaron a beber agua y de la que nunca más se supo nada, excepto en algunos casos, en que apareció su cornamenta a unos cuantos kilómetros de distancia o apareció flotando el yugo que los uncía.
Tal es el caso que se cuenta acerca de la laguna situada junto a los puntales de las casas Layna, que solamente se utilizaba como abrevadero y donde, según cuentan, en la última guerra se ahogó un soldado canario al intentar bañarse. A raíz de lo cual entró más miedo a la población de La Hortezuela de Océn, donde, por cierto, también se cuenta lo de los bueyes que se ahogaron y cuya cornamenta apareció en los Ojos de Abánades, a bastante distancia.
Pero como todo en la vida, la “leyenda” fue perdiendo su “romanticismo” y gentes dadas a la ciencia midieron su profundidad -16 metros en lo más profundo- restándole interés a la laguna, que ahora no deja de ser un charco grande.
Lagos que se consideraron por la tradición como antiguas entradas o lenguas del mar; lugares sin fondo, cargados de tesoros históricos, visigóticos como en el caso de la laguna de Taravilla, que, al fin y al cabo, vienen a comportarse en la mente rural como un pozo Airón más, de los que tantos hay en las tierras españolas.
También aparecen numerosos lavaderos, como el denominado “El Cabozo”, de Esplegares, donde bajaban las mujeres con las borriquillas cargadas hasta los topes, para lavar la ropa, que llevaban en costales de lienzo. Lavaban la ropa, la aclaraban y la ponían a secar sobre la hierba y cuando estaba seca la volvían a meter en los costales del burro y nuevamente al pueblo.
Esto era lo propio en la mayor parte de las fuentes de los pueblos de Guadalajara y muchas de ellas ya se han secado por hacer acequias que desviaron el curso del agua. Un delito moral más que ecológico. 
Y junto a los lavaderos, las fuentes, algunas de origen romano... como las de la Zapatera, de la Calzada, o de la Poza, en Ocentejo; la del Moro, en Yélamos de Abajo, o la bellísima y arqueológica fuente Vieja, de Villanueva de Alcorón, fuentes que, en casi todos los casos dejaron de utilizarse para beber hombres y animales y que, desgraciadamente, poco a poco, se van deteriorando hasta su total desaparición, quedando únicamente su nombre, su topónimo, que en muchas ocasiones, sirve para indicarnos no sólo su origen sino su utilización, o si fue o no la fuente que dio vida al establecimiento de alguna población antigua: Fuente de Arriba y Fuente de Abajo, del Trago, del Cello... que llegaron a mover molinos harineros o muelas aceiteras, como en El Sotillo, y también fuentes del centro del pueblo, de la plaza mayor, a las que las mozas del pueblo iban a llenar los cántaros -a la cabeza- y los botijos -en ambas manos- y entablar con los mozos que volvían del campo ese diálogo / “cortejo”, quizás el primer paso para comenzar un noviazgo y acaso un posterior matrimonio.
Únicamente se habla de un acueducto romano: el de Zaorejas.
Era la fuente el lugar apropiado donde poder “pelar la pava”, ante todos, para que no pensaran mal. Hay una expresión que indica el apego que las mozas tenían a las fuentes: “¡Ahí se quedan haciendo trajes!”, en realidad cuchicheando y dándole a la lengua sin parar, amatoriamente o despellejando al prójimo o a la prójima, como cualquier otro “mentidero” público.
Entre estas últimas hay datos, muchas veces extensos, de fuentes como las de Alustante: el “Acuerdo de la fuente de este lugar de Alustante”, de hacia 1722, tomados del Archivo Municipal, en los que se dan a conocer los motivos de su implantación, generalmente motivada por la calidad de la aguas, generalmente “gordas” que atoraban los arcaduces de conducción, impidiendo su correcto uso.
Aparte estaban los pozos, como el del Sargal, en El Sotillo, de reconocida profundidad, sin peligro alguno, donde el mocerío de bañaba en calzoncillos o desnudo hasta que las mozas de Las Inviernas los pillaban haciéndoles pasar la consiguiente vergüenza.
Capítulo aparte merece el pueblo de Imón, del que se narra por extenso la extracción de la sal, actividad que le dio vida y se la quitó. Desde la subida del agua de los pozos con las tradicionales norias de tracción animal,  su secado, almacenamiento y pesado. Lo mismo que sucedía en las salinas de Armallá.
También se recogen en este libro algunos aspectos sobre los balnearios y termas; La Isabela, Mantiel, que tanto éxito tuvieron en tiempos pasados.
Datos más o menos interesantes según la apreciación del propio lector, pero siempre curiosos, especialmente mencionaremos los aportados por Medranda, de mayor extensión y claramente ofrecidos por persona culta, aunque ello no desmerezca los demás a la hora de hacer una sencilla valoración del total.
La segunda parte, referida a los textos líricos se centra en algunas coplas y poesías acerca de agua que se cantan en Brihuega (ovillejos, refranes y unas canciones de ronda), los mayos de Mohernando -que tampoco tienen relación alguna con el agua- y unas coplillas de Romanillos de Atienza: “El Agua”, escritas por Tomás Moreno, y una serie de dictados tópicos de Torremocha del Campo, poco conocidos y por ello interesantes.  
Estamos, ante un libro sencillo, iluminado con fotografías en color, realizado por gentes de numerosas localidades y diferente grado de conocimientos y cultura, que aportan lo que saben o lo que escucharon a sus mayores.
Un libro, por ello, precisamente, popular, auténticamente surgido “del pueblo” y “para el pueblo” que lo ha visto nacer, al que quizá le ha faltado un mínimo de metodología que hubiese evitado cierto grado de dispersión en los datos que se recogen y los hubiese uniformado dentro de lo posible.


José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS