viernes, 4 de julio de 2014

Agua y Vida: costumbres en su torno

SASTRE LARRÉ, María del Carmen et alii (coords.), Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, 2013. Guadalajara: Agua y Vida. Textos recopilados durante la campaña de recogida de tradición oral en la provincia de Guadalajara, Guadalajara, Ed. del Servicio de Publicaciones de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2014, 184 pp.

El libro que comentamos hoy es el resultado de una campaña de recopilación de datos basados en la tradición oral (a veces escrita) relacionados con el agua, llevada a cabo por la Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara durante el ejercicio 2013, en el que la Asamblea General de la ONU lo declaraba Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua.
Como contribución al mismo, la Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, quiso participar en esta celebración mundial recogiendo numerosos testimonios y textos de tradición oral relacionados con el agua, para lo que tuvo que viajar por numerosos pueblos de la provincia, “recopilando usos, costumbres y vivencias, además de poemas y canciones tradicionales”.
Guadalajara: Agua y Vida, tal es el título de esta obra, monográfica en su tematica pero polifacética en su contenido, que ofrece en sus páginas todo el material recogido gracias a instituciones -Asociación de Municipios Gancheros del Alto Tajo y Asociación de Amigos de las Salinas de Interior, entre otras- además de particulares que en muchas ocasiones han querido permanecer en el anonimato.
Dicho material se publica en dos partes: la primera -más amplia y generalizada en su contenido- corresponde a los testimonios de veinticinco localidades, y la segunda, va destinada a textos líricos de otras cuatro más.
Todas en conjunto son muy diversas en cuanto a su interés histórico o etnográfico, habiendo una amplia mayoría de notas referentes a las fuentes y manantiales de las localidades mencionadas que han participado en la realización del libro.
Algunas ofrecen datos de gran curiosidad por su rareza o por formar parte de esa “mitología” ancestral en la que se habla de lagos, lagunas, charcas, etcétera, sin fondo, en las que indefectiblemente se ahogaba una pareja de bueyes, que arrastrando una carreta se acercaron a beber agua y de la que nunca más se supo nada, excepto en algunos casos, en que apareció su cornamenta a unos cuantos kilómetros de distancia o apareció flotando el yugo que los uncía.
Tal es el caso que se cuenta acerca de la laguna situada junto a los puntales de las casas Layna, que solamente se utilizaba como abrevadero y donde, según cuentan, en la última guerra se ahogó un soldado canario al intentar bañarse. A raíz de lo cual entró más miedo a la población de La Hortezuela de Océn, donde, por cierto, también se cuenta lo de los bueyes que se ahogaron y cuya cornamenta apareció en los Ojos de Abánades, a bastante distancia.
Pero como todo en la vida, la “leyenda” fue perdiendo su “romanticismo” y gentes dadas a la ciencia midieron su profundidad -16 metros en lo más profundo- restándole interés a la laguna, que ahora no deja de ser un charco grande.
Lagos que se consideraron por la tradición como antiguas entradas o lenguas del mar; lugares sin fondo, cargados de tesoros históricos, visigóticos como en el caso de la laguna de Taravilla, que, al fin y al cabo, vienen a comportarse en la mente rural como un pozo Airón más, de los que tantos hay en las tierras españolas.
También aparecen numerosos lavaderos, como el denominado “El Cabozo”, de Esplegares, donde bajaban las mujeres con las borriquillas cargadas hasta los topes, para lavar la ropa, que llevaban en costales de lienzo. Lavaban la ropa, la aclaraban y la ponían a secar sobre la hierba y cuando estaba seca la volvían a meter en los costales del burro y nuevamente al pueblo.
Esto era lo propio en la mayor parte de las fuentes de los pueblos de Guadalajara y muchas de ellas ya se han secado por hacer acequias que desviaron el curso del agua. Un delito moral más que ecológico. 
Y junto a los lavaderos, las fuentes, algunas de origen romano... como las de la Zapatera, de la Calzada, o de la Poza, en Ocentejo; la del Moro, en Yélamos de Abajo, o la bellísima y arqueológica fuente Vieja, de Villanueva de Alcorón, fuentes que, en casi todos los casos dejaron de utilizarse para beber hombres y animales y que, desgraciadamente, poco a poco, se van deteriorando hasta su total desaparición, quedando únicamente su nombre, su topónimo, que en muchas ocasiones, sirve para indicarnos no sólo su origen sino su utilización, o si fue o no la fuente que dio vida al establecimiento de alguna población antigua: Fuente de Arriba y Fuente de Abajo, del Trago, del Cello... que llegaron a mover molinos harineros o muelas aceiteras, como en El Sotillo, y también fuentes del centro del pueblo, de la plaza mayor, a las que las mozas del pueblo iban a llenar los cántaros -a la cabeza- y los botijos -en ambas manos- y entablar con los mozos que volvían del campo ese diálogo / “cortejo”, quizás el primer paso para comenzar un noviazgo y acaso un posterior matrimonio.
Únicamente se habla de un acueducto romano: el de Zaorejas.
Era la fuente el lugar apropiado donde poder “pelar la pava”, ante todos, para que no pensaran mal. Hay una expresión que indica el apego que las mozas tenían a las fuentes: “¡Ahí se quedan haciendo trajes!”, en realidad cuchicheando y dándole a la lengua sin parar, amatoriamente o despellejando al prójimo o a la prójima, como cualquier otro “mentidero” público.
Entre estas últimas hay datos, muchas veces extensos, de fuentes como las de Alustante: el “Acuerdo de la fuente de este lugar de Alustante”, de hacia 1722, tomados del Archivo Municipal, en los que se dan a conocer los motivos de su implantación, generalmente motivada por la calidad de la aguas, generalmente “gordas” que atoraban los arcaduces de conducción, impidiendo su correcto uso.
Aparte estaban los pozos, como el del Sargal, en El Sotillo, de reconocida profundidad, sin peligro alguno, donde el mocerío de bañaba en calzoncillos o desnudo hasta que las mozas de Las Inviernas los pillaban haciéndoles pasar la consiguiente vergüenza.
Capítulo aparte merece el pueblo de Imón, del que se narra por extenso la extracción de la sal, actividad que le dio vida y se la quitó. Desde la subida del agua de los pozos con las tradicionales norias de tracción animal,  su secado, almacenamiento y pesado. Lo mismo que sucedía en las salinas de Armallá.
También se recogen en este libro algunos aspectos sobre los balnearios y termas; La Isabela, Mantiel, que tanto éxito tuvieron en tiempos pasados.
Datos más o menos interesantes según la apreciación del propio lector, pero siempre curiosos, especialmente mencionaremos los aportados por Medranda, de mayor extensión y claramente ofrecidos por persona culta, aunque ello no desmerezca los demás a la hora de hacer una sencilla valoración del total.
La segunda parte, referida a los textos líricos se centra en algunas coplas y poesías acerca de agua que se cantan en Brihuega (ovillejos, refranes y unas canciones de ronda), los mayos de Mohernando -que tampoco tienen relación alguna con el agua- y unas coplillas de Romanillos de Atienza: “El Agua”, escritas por Tomás Moreno, y una serie de dictados tópicos de Torremocha del Campo, poco conocidos y por ello interesantes.  
Estamos, ante un libro sencillo, iluminado con fotografías en color, realizado por gentes de numerosas localidades y diferente grado de conocimientos y cultura, que aportan lo que saben o lo que escucharon a sus mayores.
Un libro, por ello, precisamente, popular, auténticamente surgido “del pueblo” y “para el pueblo” que lo ha visto nacer, al que quizá le ha faltado un mínimo de metodología que hubiese evitado cierto grado de dispersión en los datos que se recogen y los hubiese uniformado dentro de lo posible.


José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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