viernes, 4 de abril de 2014

Una inscripción romana en Marchamalo


GAMO PAZOS, Emilio, “Reaparición de la inscripción EE IX, 315 de Marchamalo (Guadalajara, España)”, en UNED. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, H.ª Antigua, t. 26, 2013, pp. 291-302.

Emilio Gamo Pazos, del Departamento de Prehistoria de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, acaba de publicar el interesante trabajo que comentamos en la revista Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, tomo 26 (2013) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con el fausto motivo de haber aparecido recientemente un epígrafe romano que fue descubierto en Marchamalo el año 1840, y que se consideraba perdido para siempre.
El hecho de su “redescubrimiento” ha permitido a los investigadores especializados en la materia -el propio Emilio Pazos es uno de ellos, de cuyo libro Corpus de inscripciones latinas de la provincia de Guadalajara hicimos un comentario en este mismo periódico- realizar una nueva interpretación del mismo, puesto que, hasta ahora, las lecturas que de esta inscripción se han guiado, casi exclusivamente, por la realizada en 1900 por el padre Fidel Fita, no muy fiable al basarse en informaciones proporcionadas por corresponsales de no mucha fiabilidad.
Además, la comparación entre ambas lecturas permite destacar aspectos de la metodología utilizada por el mencionado jesuita.
En la introducción al estudio propiamente dicho, Gamo Pazos explica que el epígrafe atravesó por diversas vicisitudes hasta llegar al momento actual en que apareció, en 2012, durante la realización de unas obras en una vivienda de Marchamalo, donde se había reutilizado como material de construcción.
El hallazgo fue posible gracias al interés del Cronista Oficial de dicha localidad, señor Ablanque y la pieza se conserva en el Centro Cultural Ateneo Arriaca de Marchamalo, donde su observación directa llevó a Gamo Pazos a pensar que, en efecto, se trataba del “desaparecido” epígrafe EE IX, 315, recogido por Hübner, en Ephemeris epigraphica, vol. IX, I. dentro del Corporis Inscriptionum Latinarum supplementum, Berlin, 1903.
Como ya se ha dicho, la inscripción fue localizada por primera vez, junto a otras piezas que se perdieron, el año 1840, en el yacimiento arqueológico conocido como “El Tesoro-San Pedro”, en Marchamalo, situado en un llano a la margen derecha del río Henares. Un yacimiento fechado entre el siglo I antes de Cristo y el V después de Cristo, del que Juan Manuel Abascal (“La necrópolis tardorromana de <>”) dio a conocer un importante lote de materiales, principalmente de época bajoimperial. Es, precisamente, en este yacimiento donde se ha situado la mansio Arriaca que el itinerario de Antonino Pío Caracalla ubica en la vía Emerita Augusta-Caesaraugusta entre Complutum y Caesada, que es la misma población que en el Anónimo de Rávena aparece con el nombre de Arentia (Cuntz, Itineraria Romana, vol. 1: Itineraria Antonini Augusti et Burdigalense, Leipzig, 1929).
El paraje mencionado de El Tesoro-San Pedro, pertenecía a los conventos de Santa Clara y de la Piedad de Guadalajara. Tras la Desamortización se arrancaron las cepas que allí crecían para dedicar ese mismo terreno al cultivo del cereal y, es probable, que fuera entonces cuando se encontró la pieza (inscripción), que fue trasladada a una vivienda, situada en la Plaza de la Constitución número 14, donde fue copiada por Don Hilario Beltrán, que dio dicha copia a Don Gabriel María Vergara, quien, a su vez, se la haría llegar al Padre Fita, que fue quien primeramente la editó.
Este conocido epigrafista describió el descubrimiento de la pieza de la siguiente manera:
“A mano derecha del río Henares está situada esta villa a media legua al Noroeste de la ciudad de Guadalajara. Dentro de su término, unos 2 Km hacia el oriente y casi otro tanto separado de la vía férrea se halla el despoblado de San Pedro, denominado también el tesoro, donde aparecen grandes piedras labradas y hondos cimientos de antigüedad remotísima. ¿Sería la estación de Arriaca? Para reducir esta estación a Guadalajara, hay que rebajar cinco millas de las contadas á partir de Alcalá por el itinerario de Antonino.
Lo cierto es que hace sesenta años, se extrajeron del tesoro muchas lápidas epigráficas, extraviadas ahora ó destruidas, menos una que felizmente sé conserva, y se colocó entonces en el mismo sitio que hoy ocupa, pero ya muy deteriorada por la intemperie del aire libre y el roce de los transeúntes. Diósele y tiene el destino de asiento, en la Plaza de la Constitución, junto a la puerta ó entrada de la casa n.º 14, propiedad de D. Miguel López y Sanz.
El ilustrado maestro de la villa, D. Hilario Beltrán, ha participado estas noticias al docto correspondiente de nuestra Academia D. Gabriel María Vergara, enviándole un calco de la inscripción y significándole además, que á la piedra falta la cabeza o comba de medio punto, que se le cercenó á raíz de su descubrimiento. El Sr. Vergara, participándome los referidos datos, me ha remitido el calco” (sic). (Fita 1900).
En realidad Fita no llegó a ver la pieza, -que permaneció en el lugar que se indica más arriba hasta que tras unas obras realizadas a finales de los ochenta del siglo XX se le perdió la pista-, y trabajó sobre los calcos que le proporcionó Vergara. De hecho, Abascal también la buscó sin éxito.
De modo que todas las lecturas del texto epigráfico dependen de la que dio Fita.
Gamo señala que, tras la correspondiente autopsia de la pieza, pudo comprobar cómo la lectura realizada por el jesuita tuvo un carácter muy hipotético, puesto que “reconstruyó” el epígrafe sin haberlo visto y sobre unas breves notas.
En realidad, Vergara le indicó en las dos cartas que le escribió que apenas se podía leer la pieza y aún así resultaban dos lecturas diferentes de los dos campos epigráficos. Ello se debía a que una primera lectura de Vergara fue realizada a través de las notas del señor Beltrán, mientras que la siguiente fue directa y, de ambas, Fita hizo la siguiente interpretación propia:

Campo epigráfico A: “T(ito) . AEMIL/IO – Q(uinti) . F(ilio) . S/EVERO . / AN(norum) . LXXV / H(ic) . S(itus) [e(st) (s(it) t(erra) l(evis)] / AEMILIAE / CHRESIMÊ”.

Campo epigráfico B: “ATÊ(ia?) . ZOS/IME . ÂN(norum) / L XX . HIC / SITA . C/VM . FIL/IA . SVA / H(ic) . S(ita) . E(st) . S(it) . T(ibi) . T(erra) . L(evis)”.

 Sin embargo, la lectura atenta del epígrafe hace difícil una reconstrucción tan completa del texto como la precedente. En cualquier caso la inscripción es la misma, ya que coinciden las medidas, así como la presencia de dos campos epigráficos separados por un listel, aunque Fita no reparara en la presencia de dos escuadras en la parte superior de la pieza.
Ante todo lo anterior, Gamo propone que se trata de una inscripción funeraria doble, con dos campos separados de 57 x 23 cm. cuya lectura se aproxima más a los calcos que a la interpretación que les dio Fita. La pieza parece haber sufrido algún deterioro adicional desde el siglo XX pues en el campo A no se distingue ningún trazo con seguridad, por lo que parece que el jesuita agregó por su cuenta una línea a lo que le enviaron, mientras que el campo B tenía un mínimo de seis líneas de texto de letra capital bien ejecutada, por lo que según Gamo, la lectura que debe hacerse hoy sería la siguiente:

Campo epigráfico A: ------------

Campo epigráfico B: AE(miliae?). ++OS/ [-c.2-]+E ÂN(norum)/ […] HIC/ [S]ITA C/VM FIL/[IA? S]V[A?.]/[-----]

La ausencia de dedicatoria a los Manes apunta a una cronología temprana, quizá de comienzos del siglo II después de Cristo, como también parece indicar la abreviatura del nomen.
Un trabajo muy interesante acerca de una pieza recuperada para el patrimonio provincial.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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