viernes, 13 de diciembre de 2013

Hacia una Bibliographía de la Opera minor del Profesor García de Paz

por José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

El pasado día 11 de noviembre veía la luz en Libros de Guadalajara un trabajo del Cronista Provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, titulado “Apuntes para una bibliografía de José Luis García de Paz”, a modo de homenaje de este investigador recientemente fallecido, a través de su obra.
Quisiéramos sumarnos a dicho homenaje dando a conocer algunas obras consideradas “menores”, aunque en realidad no lo sean puesto que, en algunas ocasiones, constituyen un primer acercamiento a lo que con posterioridad puede llegar a ser una obra “mayor”.
Para ello hemos recogido una colección de cuarenta y cinco artículos de García de Paz que seguidamente daremos a conocer dividiéndolos en tres apartados:
I.- Actas.
II.- Revistas, cuadernos y boletines (Cuadernos de Etnología de Guadalajara, Wad-Al-Hayara, Cuadernos de Fuentelviejo y Boletín de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara).
III.- Boletines y revistas de asociaciones culturales (Atienza de los Juglares, Peñamelera, Gentes de Brihuega y Arriaca).
Antes de comenzar quisiera agradecer la colaboración desinteresada de Tomás Gismera Velasco (Atienza de los Juglares y Arriaca), Benjamín Rebollo Pintado (Peñamelera) y Ángel de Juan-García (Gentes de Brihuega).

José Luis García de Paz y José Ramón López de los Mozos
en la conferencia del primero para los Amigos del Museo de Guadalajara (8 Nov. 2012)
I.- LIBROS Y ACTAS.

El Profesor García de Paz dejó la huella de sus amplios conocimientos a través de actas de congresos y reuniones en los que participó con cierta frecuencia, como el que seguidamente recogemos, que versó sobre diversos aspectos relativos a la familia de Los Mendoza y el mundo renacentista, que constituyó las Actas de las I Jornadas Internacionales sobre Documentación Nobiliaria e Investigación en Archivos y Bibliotecas, celebradas Toledo del 25-27 de Noviembre de 2009 y corrió a cargo de la Asociación Cultural Foro Castellano (Tomelloso, Ciudad Real), la Universidad de Castilla-La Mancha (Cuenca) y ANABAD Castilla-La Mancha (Toledo), 2011, 254 pp. (Cuadernos de Archivos y Bibliotecas de Castilla-La Mancha, n.º 12), coordinado por Antonio Casado Poyales, Francisco Javier Escudero Buendía y Fernando Llamazares Rodríguez, y en el que, acerca del entorno familiar de los Mendoza, colabora con dos trabajos:

El libro colectivo en que participó
José Luis García de Paz
1.- “Los Mendoza, una dinastía en un mundo renaciente”, páginas 17-33, en el que profundiza en aquello que podríamos considerar como las señas de identidad propias de la familia Mendoza, principalmente en el fuerte sentido de autoprotección del clan y de sus vasallos y su tendencia al mecenazgo de las Artes y, especialmente, de la Arquitectura y

2.- “Las mujeres de los Mendoza”, páginas 35-49, en el que se centra en las numerosas mujeres, en general poco conocidas, que tanto influyeron en la administración mendocina, sin dejar de lado otras de mayor renombre como la Éboli o María Pacheco, de las que traza su semblanza biográfica, para terminar su extenso trabajo con el estudio del escudo de armas mendocino y estableciendo su árbol genealógico.

II.- REVISTAS, CUADERNOS Y BOLETINES.

CUADERNOS DE ETNOLOGÍA DE GUADALAJARA. Revista de Estudios del Servicio de Cultura de la Diputación de Guadalajara:



3.- “Gustavo López y García y ¡Mi Tendilla! (I)”, n.º 37 (Guadalajara, 2005), páginas 217-264 y “Gustavo López y García y ¡Mi Tendilla! (y II)”, n.º 38 (Guadalajara, 2006), páginas 135-193.


Para García de Paz, Gustavo López García (Tendilla, 1873-Zafra, 1967) “fue el más importante periodista farmacéutico de la primera mitad del siglo XX, así como un notable precursor del cooperativismo y corporativismo en la farmacia”. Aficionado a la poesía, vino a reunirla en un volumen titulado ¡Mi Tendilla!, hasta ahora inédito, que contiene numerosas poesías de amplia temática escritos entre 1895 y 1948: acontecimientos, paisajes, folklore y costumbres de Tendilla.
En estos dos amplios trabajos presenta numerosos datos de la biografía del protagonista, así como el texto completo de ¡Mi Tendilla!, acompañado de numerosas notas aclaratorias, debidamente actualizadas, junto a otros textos relacionados con el autor y su villa natal.

4.- “Noticia sobre el calendario de celebraciones tradicionales de Tendilla”, n.º 39 (Guadalajara, 2007), páginas 49-77.

Recoge en este trabajo todas aquellas fiestas de las que tuvo noticia a través de la memoria de los ancianos de la población, así como de las que se vienen celebrando en la actualidad, con algunas referencias a otras recientemente recuperadas. Para ello va siguiendo el calendario. Así, en enero recoge la víspera de Reyes Magos; en febrero, la Candelaria, San Blas, Santa Águeda, San Ildefonso, San Matías, etcétera, ofreciendo al lector los aspectos más destacados de cada una de las celebraciones, para posteriormente fijar su atención con mayor detenimiento en algunas concretas: San Blas, la feria de San Matías, Semana Santa y Corpus Christi, además de las patronales de la Salceda o “La Mansiega”, actualmente desaparecida y cuyas tres celebraciones tenían lugar después de cada una de las cosechas principales: granos (cebada y trigo), vino y olivas, y de la que se conoce su pasada existencia y desarrollo originales gracias a que fue recogida en uno de los poemas que don Gustavo López y García incluyó en su libro antes mencionado. Finaliza este “calendario” descriptivo con las fiestas navideñas, donde da a conocer dos villancicos populares tendilleros: “Alegría, alegría” y “El ángel nos llama”.

5.- “Gustavo López García, Tendilla y cómo la Salceda fue llevada allí”, n.º 42 (Guadalajara, 2010), páginas 329-353.

García de Paz acomete nuevamente la biografía del antiguo farmacéutico de Tendilla, aclarando algunos puntos oscuros de su vida y presenta, según indica en su resumen, un poema -“El Traslado Milagroso” (romance, sin fecha)- en el que relata la versión que se contaba referente a cómo fue llevada en secreto la imagen de la Virgen de la Salceda a la citada villa, basada en hechos rigurosamente verídicos que García de Paz oyó relatar a su abuelo materno, testigo presencial de los mismos.
Lo cierto es que García de Paz no se olvidó de la vida y la obra de don Gustavo López y García, de modo que fueron muchas las investigaciones que dejó casi terminadas antes de su fallecimiento, especialmente las realizadas en la Biblioteca y Archivo de la Real Academia de Farmacia.
En realidad, tal y como nos comentó en alguna ocasión, su idea era haber terminado un libro que compendiara todo lo por él investigado y recogido acerca de Gustavo López García. Su  publicación constituiría, sin duda, el mejor y mayor homenaje que Tendilla podría brindar a la memoria de quien fuera su tan “efímero” Cronista Oficial, José Luis García de Paz.

WAD-AL-HAYARA. Revista de Estudios de Guadalajara:

6.- “Las villas de la vega del Arroyo Prá en la época de las Relaciones del Cardenal Lorenzana”, núms. 31-32 (Guadalajara, 2004-2005), páginas 275-290.

Breve trabajo en el que se dan a conocer las relaciones enviadas al cardenal Lorenzana, en 1786 (arzobispo de Toledo), por los curas párrocos de las villas de Peñalver, Tendilla y Fuentelviejo:
“(Esta villa es de señorío del Excelentísimo Señor Duque de Híjar, y se compone de ciento y sesenta vecinos. Tiene una iglesia parroquial con la advocación de Santa Eulalia de Mérida…”); Tendilla (“Esta villa es de señorío del Excelentísimo Señor Duque de Bélgida, marqués de Mondéjar y Conde de Tendilla; se compone de doscientos vecinos. Tiene una Iglesia Parroquial con la advocación de Nuestra Señora de la Asupción, la qual fuera de las más magníficas de estas cercanías si se hubiera concluido la obra principiada en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno.”), y Fuentelviejo (“Esta villa es de señorío del Excelentísimo Conde de Tendilla, marqués de Mondéjar y Velgida, se compone de noventa vecinos y tiene una Iglesia Parroquial con la advocación de San Miguel Arcángel, de las más pobres de ornamentos de este Arzobispado)”,
situadas junto al cauce del arroyo Prá, en las que se indican datos curiosos de dichas localidades acerca de su situación y la vida de sus pobladores, algunos interesantes como el origen de la llamada “Cueva de los Hermanicos” de Peñalver.

7.- “La Guerra de la Independencia en Guadalajara y Tendilla”, núms. 35-36-37 (Guadalajara, 2008-2009-2010), páginas 259-356.

Dentro del contexto general de la Guerra de la Independencia en España y en Guadalajara a menor escala, García de Paz, analiza la influencia que dicho conflicto bélico tuvo en la villa de Tendilla, que fue saqueada por las tropas francesas el 15 de enero de 1809.
Aprovechando el tema ofrece también una serie de biografías, sencillas y breves las más de las veces, de aquellos militares y guerrilleros que lucharon en las filas de Juan Martín Díez, “el Empecinado”, así como en las tropas galas, para finalizar con una descripción de los efectos más importantes y negativos que dicha guerra tuvo en el desarrollo de la Feria de San Matías, principal actividad económica de la población.





CUADERNOS DE FUENTELVIEJO. Ayuntamiento de la villa de Fuentelviejo:

8.- “Los apuros de Fuentelviejo en el siglo XVII”, n.º 5 (Fuentelviejo, agosto 2006), páginas 11-22.

Se ocupa este trabajo de la despoblación casi total de Fuentelviejo en la segunda mitad del siglo XVII. Para ello García de Paz sigue las huellas que Hery Kamen dejó en su libro La España de Carlos II, en el que da idea de la situación vivida por dicha localidad: Cuando un habitante de una aldea vecina explicó a un funcionario en 1674 porqué la población de Fuentelviejo (Guadalajara) había desaparecido prácticamente del mapa, la única causa aducida fue el tiempo. En 1624 había 240 familias y en 1674 sólo quedaban 27,
“... sin haber más de cuatro o seis que tengan un par de labor y los más son jornaleros, por cuya causa se alla la mayor parte de las tierras sin labrar y muchas echas chaparrales”.
Kamen tomó los datos de una Consulta de Hacienda conservada en la Sección “Consejo de Juntas de Hacienda” del Archivo General de Simancas, (expediente 1344).
Esta situación tan anómala es la que estudia García de Paz, ampliando la información e introducción y añadiendo un apéndice en el que incluye los documentos conservados en Simancas, además de una selecta bibliografía final.

9.- “¿Un castillo o atalaya en Fuentelviejo?”, n.º 6 (Fuentelviejo, agosto 2007), páginas 33-36.

Los datos no son muchos. Primeramente lo que Fuentelviejo respondió al cuestionario del cardenal Lorenzana:
“Es tradición que en este pueblo havia antiguamente un Castillo y es de presumir que el sitio en que está el murallón y Torre de la Iglesia Parroquial fuese el que ocupaba, y su fábrica sea la misma que tenía dicho castillo, por ser mucho más antigua que las demás del Cuerpo de la Iglesia”.
También es significativa la designación con que recibió Fuentelviejo dada su posición estratégica sobre la Vega, de “Atalaya del Empecinado”, por usarla para la vigilancia de los movimientos de las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, aunque se trata de una fecha muy moderna. Sin embargo, añade García de Paz, no hay noticia escrita sobre la existencia de torres de vigilancia o fortificaciones en la localidad, excepto la contestación dada por Fuentelviejo al cuestionario de Lorenzana, ya vista.
¿Pudo haber algún tipo de torre o atalaya durante la Edad Media? La contestación a esta pregunta es el meollo del presente artículo y constituye una primera aproximación al tema.

BOLETÍN DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL MUSEO DE GUADALAJARA (B.A.A.M.GU.):

10.- “Doña Aldonza y su hermanastro el marqués”, núms. 2-3 (Guadalajara, 2007-2008), páginas 147-177.

Es, como puede verse, un trabajo algo extenso, que aparece dividido por su autor en varios apartados:
1. Un sepulcro en posición de honor.
2. Pedro González de Mendoza “el de Aljubarrota”.
3. El almirante Diego Hurtado de Mendoza.
4. La situación de Íñigo López de Mendoza, señor de la Vega.
5. Cambios de alianzas.
6. Sufrimientos de doña Aldonza de Mendoza.
7. El extraño testamento de Aldonza de Mendoza.
8. Don Íñigo recupera gran parte de la herencia de su padre.
9. Don Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana.
10. Sobre el monasterio de San Bartolomé de Lupiana.
11. El sepulcro de doña Aldonza de Mendoza.
12. Escudos de armas de los Mendoza y de doña Aldonza.
13. Bibliografía seleccionada.
Sabemos que la enemistad entre doña Aldonza y el marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, estaba a la orden del día, por eso, quizá el apartado más interesante de este trabajo sea el séptimo -el testamento de doña Aldonza-, en el que no se hace mención alguna a su hermanastro Íñigo ni a los acuerdos que firmara con él a principio de 1435.  En él, doña Aldonza señala en su testamento, claramente, que:
“... para pagar e cumplir este mi testamento mando que sean vendidos mis bienes muebles y raíces salvo los que yo aquí mando especificados y salvo los que saben el prior de San Bartolomé y Juan de Contreras mi escudero que no se han de vender y han de  ser dados a quien y como ellos saben que es mi voluntad... Instituyo heredero universal al dicho Adelantado Pedro Manrique mi primo con tal condición que el dicho Pedro Manrique cumpla mi voluntad según le fuere revelada y declarada por el dicho prior de San Bartolomé y por Juan de Contreras, mi escudero, los cuales la saben plenamente”.
¿Había algún heredero oculto?
Ciertamente, sor Cristina de Arteaga en su libro  La Casa del Infantado (vol. I, págs. 106-107) señala que el prior fray Esteban y el escudero Contreras contaron al señor de la Vega, ante testigos, que había un hijo secreto de doña Aldonza llamado Alfon, pero según los testimonios reiterados de ambos, dicha doña Aldonza de Mendoza deseaba que, su antes odiado y despojado hermanastro Íñigo, heredase los bienes paternos “a condición de que doña Mencía, hija de Don Íñigo López, case con Alfon, hijo de dicha duquesa”.
Ese tal Alfon, según algunos investigadores vino a ser nada menos que Cristóbal Colón.

11.- “Las mujeres y los hijos del Gran Cardenal Mendoza. Su legitimación”, n.º 4 (Guadalajara, 2008-2013), páginas 29-55.

En el presente artículo se dan a conocer, con abundancia de datos, las circunstancias que propiciaron su unión con doña Mencía de Lemos, con la que tuvo dos hijos: Rodrigo de Mendoza, que después sería el primer Marqués del Cenete, nacido en 1468, cuando don Pedro ya ocupaba la silla obispal de Sigüenza, y don Diego de Mendoza, dos años menor que el anterior. La relación con doña Mencia parece ser que finalizó en noviembre de 1473 (recibió un juro de 80.000 maravedíes de las salinas de Atienza), momento que vino a coincidir con el nombramiento de don Pedro como Cardenal y, pocos días después, con el de Arzobispo de Sevilla y Canciller Mayor de la reina Isabel “la Católica”, en cuya corte de Valladolid conoció a doña Inés de Tovar, que en 1476 le da su tercer hijo: don Juan Hurtado de Mendoza.
Hijos los tres que el Cardenal necesitaba legitimar tanto por los reyes, -que le debían su apoyo para lograr el trono-, como por el Papa, -a la sazón Rodrigo de Borja o Borgia, llamado Alejandro VI- al que conoció en 1472 tras su visita a Castilla, -que también tenía varios hijos-, como así sucedió.
García de Paz penetra en profundidad en la vida y la obra de los tres vástagos del Cardenal, los “bellos pecadillos”: Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, Marqués del Cenete; Diego de Mendoza, primer Conde de Mélito, y Juan Hurtado de Mendoza, o simplemente Juan de Mendoza “el Comunero”.
En un breve apartado recoge algunos datos acerca de las casas que el Cardenal poseyó en Guadalajara, frente a la iglesia de Santa María, y cuyas obras en gran parte se debieron a Lorenzo Vázquez, para finalizar su trabajo con la transcripción de media docena de documentos de la colección diplomática del Cardenal, publicados por Francisco Javier Villalba Ruiz de Toledo (en Cuadernos de Historia Medieval. Sección Colecciones Documentales 1, 5-521. Cantoblanco. Universidad Autónoma de Madrid, 1999) que completa con una selecta bibliografía.

III.- BOLETINES Y REVISTAS DE ASOCIACIONES CULTURALES:

ATIENZA DE LOS JUGLARES. Revista de actualidad, histórico-literaria, digital.

Son numerosas las colaboraciones de J. L. García de Paz:

12.- “La iglesia del convento de San Francisco”, (Atienza, junio 2009), páginas 8-9.

El trabajo se centra en los orígenes de esta iglesia, debida al mecenazgo de Catalina de Lancaster (1373-1418), señora de la villa, y su evolución posterior (las naves se terminaron de construir en el siglo XVI gracias a doña Catalina Medrano Bravo de Lagunas, su esposo y su hermano), hasta su casi total destrucción durante la noche del 7 de enero de 1811 por las tropas del general francés Regis Barthelemy Mouton-Duvernet, gobernador de Soria, a la que después contribuyó la Desamortización de 1835, en que fueron vendidos sus restos.
Actualmente sólo queda parte de su ábside, único ejemplar del denominado “gótico inglés” o “normando” existente en la provincia de Guadalajara y uno de los pocos que se conservan en España.



13.- “Nuestros pueblos: Alcolea de las Peñas-Morenglos”, n.º 4 (Atienza, julio 2009), páginas 30-33. (Textos de Marcos Nieto y José Luis García de Paz).

Solamente la introducción corresponde a la autoría de García de Paz y puede decirse que es muy breve.
Del despoblado únicamente quedan en la actualidad los restos de la espadaña de una iglesia del siglo XIII, bajo la que se conservan algunas sepulturas antropomorfas infantiles.







14.- “Isabel Muñoz Caravaca, mujer adelantada en Guadalajara”, n.º 9 (Atienza, diciembre 2009), páginas 28-29.

Se trata del resumen de la comunicación presentada por Juan Pablo Calero Delso al VI Encuentro de Historiadores del Valle del Henares (1998), en cuyas Actas fue publicada y que posteriormente, con las correspondientes ampliaciones, fue dada a conocer por dicho autor en el libro titulado, Isabel Muñoz Caravaca. Mujer de un siglo que no ha llegado aún (1848-1915), (Ciudad Real, Almud, ediciones de Castilla-La Mancha, 2006).
Es una aproximación a la cada vez más conocida biografía de esta mujer, que vivió en Atienza  entre 1895 y 1910 y fue autora de Principios de Aritmética así como de Elementos de la Teoría del Solfeo, que aplicó como maestra en la escuela atencina; científica, especialmente dada a los estudios de Astronomía, fue la anfitriona de Camille Flammarion, presidente de la Sociedad Astronómica Francesa, cuando viajó a Almazán para observar el eclipse de agosto de 1905, por lo que recibió duras criticas por parte de la revista Gedeón, a las que contestó desde Flores y Abejas, demostrando sus conocimientos, y periodista, actividad ésta en la que más destacaría puesto que fue habitual colaboradora en Atienza Ilustrada, donde colaboraba con temas históricos sobre la villa (de 1898 a 1899); en el ya citado Flores y Abejas, entre 1900 y 1914), posiblemente bajo seudónimo; en El Republicano, que vio la luz entre 1902 y 1905; La Alcarria Obrera, semanario de izquierdas, y en La Juventud Obrera, que comenzó su andadura en 1911.
(Véase: http://www.aache.com/alcarrians/caravaca.htm).

15.- “El incendio de Molina de Aragón por las tropas del General Roguet”, n.º 23 (Atienza, febrero 2011), páginas 23-25.

García de Paz refiere en este artículo el gran incendio del día 2 de noviembre de 1810 llevado a cabo por las tropas del general Roguet que, durante dos semanas, destruyó más de seiscientos edificios dejando casi borrada del mapa la población de Molina. Para ello se sirve de las poco fiables Memories militaires du Lieutenant-General compte Roguet (Paris, J. Dumaine, 1865), especialmente del capítulo veinte del tomo IV, donde se narran los combates de la primera división de la Guardia Imperial, bajo su mando, contra las “bandas” formadas por las guerrillas de Juan Martín Díez, “el Empecinado”, Pedro Villacampa y Francisco Espoz y Mina (secciones XXIV-XXV), que después utilizaría Anselmo Arenas López para su Historia del Levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en Mayo de 1808 y guerras de su independencia (Valencia, Imprenta de Manuel Pau, 1913) y que reproduce lo publicado por la Gaceta de Valencia del día 1 de Enero de 1811 acerca del incendio, de modo que “Industrias, comercios, talleres, herramientas, subsistencias, todo había desaparecido en horas. Los vecinos se encontraban en la miseria y á la intemperie, sin haciendas ni hogares”.

16.- “El poco conocido último combate de Sigüenza”, n.º 24 (Atienza, marzo 2011), páginas 19-21.

Último combate que tuvo lugar el día 3 de febrero de 1813 y del que no son muchos los datos que se conservan, a excepción de los proporcionados por una parte la prensa josefina de Madrid y por la de la Regencia de Cádiz, además de figurar en las hojas de servicio de los oficiales españoles Nicolás de Isidro (Usanos, 1789-Madrid, 1852) y Vicente Sardina (Sigüenza, 1774-Salta (Argentina), 1817), oficiales del Empecinado, así como en las del general francés Louis-Joseph Vichery (1767-1831).
El Empecinado, al que habían unido los grupos guerrilleros de Jerónimo Saornil y Juan Abril, provenientes de Segovia, con cerca de 2200 hombres, llega a Sigüenza el día 1 y allí espera el regreso de los franceses, a la sazón por las tierras cercanas de Medinaceli.
Vichery, por su parte, acampa el día 2 en Guijosa y allí amanece cercado, por lo que decide retirarse a Sigüenza al día siguiente, sin poderlo lograr.
“Informado de la orografía por los veteranos del Real Extranjero y los españoles juramentados, Vichery ignora a los Tiradores de Sigüenza, amaga hacia el cerro ocupado por los Voluntarios de Cuenca y hace atacar duramente la posición ocupada por el batallón de Voluntarios de Guadalajara, de frente por el 16º regimiento y por su lado izquierdo por el Real Extranjero, mientras la caballería francesa custodia a los prisioneros. Los Voluntarios de Guadalajara acaban dispersándose y perdiendo su bandera y 50 prisioneros, y por la brecha retroceden los franceses, protegiendo su retirada el 8º regimiento de línea, en lucha contra los Tiradores de Sigüenza, los Voluntarios de Cuenca y los, reorganizados Voluntarios de Guadalajara”.
Según los partes franceses el enemigo había perdido 1200 soldados, mientras que el Empecinado informó habérsele hecho 150 muertos y 10 prisioneros.

17.- “El Virrey Antonio de Mendoza y su familia”, n.º 26 (Atienza, mayo 2011), páginas 13-17.

Un recorrido por las peripecias vitales de este Mendoza y Pacheco que luchó contra los comuneros al lado de Carlos V, capitaneando un ejército de moriscos, tras cuya lealtad al emperador recibió el nombramiento de embajador en Alemania y Hungría, asistiendo posteriormente, en 1530, a la coronación de Carlos como emperador por el papa, en Bolonia.
Sin embargo, el cargo de mayor relevancia que recibió Antonio de Mendoza fue el de Virrey de Nueva España (el 17 de abril de 1535), cuyo primer cometido fue asegurar el poder real -recortando los de Hernán Cortés y Pedro de Alvarado- y componer los desmanes del despótico Nuño Beltrán de Guzmán. La historia americana lo ha calificado como “el mejor virrey”; fue apreciado por fray Bartolomé de las Casas, y Madariaga dijo de él que fue un hombre “tranquilo, moderado, prudente y astuto”. El cronista Bernal Díaz del Castillo consideraba que “era buen caballero y digno de loable memoria”.
Antonio de Mendoza dejó unas muy detalladas instrucciones  de gobierno a su sucesor en el cargo, Luis de Velasco, modélicas en su género.

18.- “Revisando la figura de Saturnino Abuin Fernández (1781-1869)”, n.º 27 (Atienza, junio 2011), páginas 9-15.

Tal y como se indica en su título, el presente trabajo es una amplia y meticulosa reseña del libro de Mariano García y García, Saturnino Abuin: “El Manco de Tordesillas”. Guerrillero y brigadier de caballería (Valladolid, Diputación de Valladolid, 2010). (Véasehttp://librosdeguadalajara.blogspot.com.es/2011/05/saturnino-abuin-el.manco-de-tordesillas.html).









19.- “Almanzor en Atienza”, n.º 30 (Atienza, septiembre 2011), páginas 5-12 (publicado antes en El Decano, 2004).

Tras analizar el estado en que se encontraban las poblaciones de la Marca Media de al-Andalus, García de Paz, pasa a relatar las escaramuzas surgidas entre Abi Amir (al-Mansur) y su suegro Galib, encargado por el califa al-Hakam II, más interesado por las artes que por las letras que de la recluta de tropas profesionales con las que someter León, Castilla y Navarra. Abi Amir consideraba que su suegro Galib oscurecía su nombre. Tras una dura discusión, el octogenario Galib trató de asesinar a Almanzor, al que había invitado a un banquete que tuvo lugar en Atienza: es la llamada “campaña de la traición”, en la que Almanzor se salvó al saltar desde lo alto de la muralla hiriéndose en la sien, por lo que en venganza saqueó Medinaceli, hogar del general y residencia de su familia, dando lugar al nacimiento de una guerra civil entre ambos, en una de cuyas campañas, la ocurrida en San Vicente o Torrevicente, en las proximidades de Atienza, Galib fue derrotado y muerto (8 de julio de 981). Lo que llama la atención, como puede verse en la crónica de esta guerra entre Almanzor y Galib, son las interesantes descripciones geográficas de los territorios del norte y el este de Guadalajara.
Una vez conquistada Atienza por el conde Garci Fernández no sabemos si queda bajo el poder castellano o el de un wali rebelde. En cualquier caso Almanzor la destruye en febrero de 989, conquistando al tiempo Osma y Berlanga.

20.- “Los Condes de Coruña en Guadalajara”, n.º 33 (Atienza, diciembre 2011), páginas 8-12.

El artículo que comentamos va ofreciendo los datos más sobresalientes de la vida de esta saga familiar, cuyo primer vástago fue Lorenzo Suárez de Figueroa, tercer hijo varón del primer marqués de Santillana, que ostentó el condado de Coruña del Conde (Burgos), al tiempo que los de vizcondes de Torija (Guadalajara), señores de Beleña de Sorbe (Guadalajara) y de otros lugares como Cobeña (Madrid) y cuyos descendientes utilizaron el apellido Suárez de Mendoza, pues tan ligada estaba esta rama a la saga de los duques del Infantado.
El segundo de dichos condes fue Bernardino Suárez de Mendoza, que casó con María Manrique, que fue quien costeó la construcción de la iglesia de la Asunción de Torija. A este Bernardino tenía que sucederle su hijo Lorenzo Suárez de Mendoza, pero al morir muy joven, le sucedió su otro hijo Alonso, tercer conde, que contrajo nupcias con  Juana Ximénez de Cisneros, sobrina del famoso cardenal, que apadrinó la boda.
Alonso y Juana tuvieron 19 hijos, de entre los que sobresalieron Lorenzo Suárez de Mendoza, su heredero, virrey de México, y el décimo hijo, Bernardino de Mendoza, escritor, diplomático y espía de Felipe II en Londres y París.
De cada uno de ellos, García de Paz va ofreciendo datos acerca de sus hechos más destacados y sus obras más importantes, como la celebración del “Paso Honroso” en el valle de Torija, las campañas militares, la transformación del castillo de Torija en vivienda palaciega…

PEÑAMELERA. Asociación de Amigos de Peñalver.

García de Paz colaboró anualmente en esta publicación, desde el número 11 (2001), hasta el 23 (2013), fecha en que falleció.

21.- “Peñalver según viajeros y diccionarios antiguos”, n.º 11 (Peñalver, Septiembre de 2001), páginas 23-31.

Parte este trabajo de las menciones más antiguas, una de las cuales es la que figura en la carta puebla de Alhóndiga, fechada en 1170, donde aparece el “camino de Peñalver”, y desde ella salta en el tiempo hasta las Relaciones de Felipe II (1580) y sus correspondientes Aumentos. Pero principalmente se centra en la visión que algunos viajeros y varios diccionarios o libros han dado acerca de dicha población, con especial detenimiento en el convento de la Salceda. Así, del siglo XVIII recoge las visitas de Antonio Ponz (1772) y Tomás Iriarte, que llegó el 23 de julio de 1781, y que tras atravesar Tendilla pasó al convento dice:
“...en cuya hospedería pasé la noche... los padres franciscanos me hospedaron muy generosamente y me dieron una buena cena con que desquitarme de la mala comida del mesón de Aranzueque... En aquel convento encontré al marido de Salustiana haciendo disciplinas para los frailes... Parece que estaba allí como recluso de orden superior, por malbaratador de su hacienda”.
Lo cual quiere decir que el convento se usaba también como prisión.
Menciona también a Joseph Cornide, que iba en busca de antiguas vías romanas y alude a la importante biblioteca legada al cenobio por fray Pedro González de Mendoza, que contenía:
“... varias Biblias y entre ellas la Complutense, la de Arias Montano y una Vulgata de muy buena impresión y letra abultada de la imprenta de Plantino... La Virgen, que es de las aparecidas, tendrá media cuarta de alto”.
Continua con los datos que aparecen en el Diccionario de Sebastián de Miñano (1826) y el de Pascual Madoz (1849) y pasa a fijarse en la descripción que contiene el Manual del Bañista de La Isabela (1846), además de otros textos más modernos y conocidos como la Guía Arqueológica y de Turismo de la Provincia de Guadalajara, de J. García Sainz de Baranda y L. Cordavias (Guadalajara, 1929), el Diccionario Geográfico de España, de Germán Bleiberg (Madrid, 1961) y Caminos de Sigüenza y Atienza, de Francisco Moreno Chicharro, en su 4.ª edición (1976).

22.- “La Salceda y los recogidos del siglo XVI”, n.º 12 (Peñalver, 2002), páginas 8-14.

Tras referir algunos datos acerca de la aparición de la Virgen de la Salceda, llama la atención sobre la figura de fray Pedro de Villacreces que, según parece, entró en la orden franciscana a los 14 años de edad y se  recogió en lo que entonces era una primitiva ermita hacia 1366, desde donde partió hacia Italia para solicitar los correspondientes permisos y fundar el eremitorio de la Salceda (1376). Posteriormente se iría formando el convento propiamente dicho, al que se le fueron añadiendo pequeñas ermitas (hasta trece tal y como indica la Historia del Monte Celia).
Documentalmente esta probado que “más de cincuenta años antes” de 1527, algunos monjes ancianos de la Salceda recordaban la práctica espiritual del “recogimiento” aprovechando la soledad de los parajes y la existencia de cuevas cercanas, como la “de los Hermanicos” en Peñalver. Misticismo éste que había sido alentado por Cisneros, aunque, curiosamente, a comienzos del siglo XVI varios frailes del mencionado convento aparecen procesados por la Inquisición: fray Francisco Ortiz (procesado y “reconciliado”), fray Francisco Osuna (autor en 1527 del Tercer Abecedario y gran predicador, “reconciliado”) y fray Cristóbal de Tendilla, todos tres “recogidos” y profesos de la Salceda.
¿Qué era y en qué consistía tal “recogimiento”? García de Paz indica que era una disciplina de oración mental metódica durante la cual no deben “estar derramados los sentidos sino procurar desechar de sí todo pensamiento y poner el alma en quietud”, pero también considera que gran número de los partidarios de este “recogimiento” acabaron rompiendo (1523) sus relaciones con los conocidos como “dejados”, que fueron condenados por los franciscanos de Toledo en 1524 y, un año más tarde, por la Inquisición. Tales “dejados” fueron conocidos como “alumbrados”, por lo que su relación con los franciscanos de la Salceda estuvo fuertemente vigilada, aunque admitida en el seno de la Iglesia hasta 1700, como forma de “recogimiento mal entendida” según refiere Melquiades Andrés Martín en su obra Los Recogidos: nueva visión de la Mística (1500-1700).
No conviene olvidar que antiguamente existió una gran confusión entre “recogimiento” y “alumbramiento” (al que pertenecieron María de Cazalla y Pedro Ruiz de Alcaraz, entre otros muchos, y cuyos focos de expansión principales fueron Pastrana, Escalona y Guadalajara), que fue aclarada en los años setenta del siglo XX. Todo lo anterior fue motivo suficiente como para que la orden franciscana estuviera interesada en alejar la herejía de sus fundaciones, procurando destacar la ortodoxia con frailes como fray Diego de Alcalá, fray Julián de San Agustín o el mismo fray Pedro González de Mendoza, hijo menor de la Princesa de Éboli que, al igual que los anteriores, tomó el hábito franciscano en la Salceda.

23.- “Presos en el monasterio de La Salceda”, n.º 13 (Peñalver, Septiembre de 2003), páginas 8-14.

Parece ser que el mayor apogeo del monasterio de la Salceda como prisión fue durante el siglo XVIII, tal como informan en sus escritos viajeros -como ya vimos- de la calidad de Tomás de Iriarte, que en 1781 lo visitó, o Joseph Cornide, que también estuvo en él en 1795:
“La Salceda suele servir de reclusión a varias personas eclesiásticas y seculares a quienes sus extravíos ponen en estado de reforma”.
Pero de todos los presos, indica García de Paz, el más famoso y quizá el último de ellos fue Joaquín Lorenzo de Villanueva Astengo (Játiva, 1757-Dublin, 1837), sacerdote que rechazó de plano el escolasticismo y el tomismo, al tiempo que manifestó siempre una gran aversión hacia los jesuitas y que, de ser defensor de la monarquía absolutista como de origen divino, pasó luego al liberalismo más recalcitrante.
Autor de Catecismo de Estado (1793) y Año Cristiano (1795), es nombrado académico honorario de la Lengua en 1793 y con plaza en 1796; Carlos IV le otorga una Capellanía de Honor en 1797 y, poco después llega a ser miembro de la Real Academia de Historia en 1804, año en que también es nombrado Penitenciario más Antiguo de su Real Capilla. Su ascenso definitivo le llega con la concesión de la Orden de Carlos III, en 1807.
En 1808 huye de Madrid y es nombrado Diputado por Valencia en las Cortes de Cádiz, donde se muestra convencido y polémico liberal (pronunció 173 discursos), oponiéndose a la Inquisición. En tales Cortes formó parte de la comisión que propuso la reforma de las órdenes regulares (1811) y publicó Las angélicas fuentes o el tomista en las Cortes (1811-1813), oponiéndose al futuro arzobispo de Toledo, Pedro de Inguanzo.
Al regreso de Fernando VII, tras la anulación de todo lo legislado en Cádiz, se ordenó ajusticiar a los liberales y, entre ellos, a Villanueva, al que condenó a “seis años [de destierro y reclusión] al convento de La Salceda y privado de la capellanía de honor y plaza de predicador en mi real capilla”, así como a penas pecuniarias. Con él fue castigado por otro tanto tiempo Nicolás García Page, diputado por Cuenca.
Aunque, al parecer -según relata él mismo- su encierro no fue tan duro, puesto que los frailes lo trataron bien al saber quien era y que su reclusión no correspondía a actos criminales, de modo que le llegaron a dejar la llave de la biblioteca y paso franco por el convento, e incluso durante el tiempo que permaneció  incomunicado, no le faltó tinta ni papel.
Tras la sublevación de Riego vuelve a ser diputado por Cuenca y escribe sus Cartas a don Roque Leal de Castro (1820), justificando su labor en las Cortes, y con la llegada de la restauración absolutista huye a Gibraltar y se exilia Gran Bretaña en 1823, viviendo en Londres con los exiguos fondos que le asigna el gobierno inglés (la “Lista de Wellington”). Publica entonces su Vida literaria de don Joaquín Lorenzo Villanueva (1825) y vive como puede haciendo traducciones para Sudamérica o dando clases a los hijos de otros españoles emigrados, hasta que en 1830 se dirige a Dublín, donde reside en la iglesia de Saint Paul y allí muere, en el seno de la Iglesia Católica, en 1837.
En su Vida Literaria..., libro reeditado por la Diputación de Alicante en 1996, con un prólogo biográfico debido a Germán Ramírez Aledón, se  describe muy brevemente su estancia en la Salceda, donde los frailes tenían una:
“exquisita biblioteca y muchos MSS, dádivas en gran parte del cardenal arzobispo de Toledo don Fray Francisco Ximénez de Cisneros y del arzobispo de Granada don Fray Pedro González de Mendoza, que fueron hijos de aquel convento”.

24.- “El Retablo dedicado a la Virgen de La Salceda en el Monasterio franciscano de La Salceda (Peñalver)”, n.º 14 (Peñalver, Septiembre 2004), páginas 15-21.

La devoción a la Virgen de la Salceda hizo que en este convento se creara el primer “sacromonte” español, tal y como se describe en el libro editado en Granada en 1616 titulado Historia de Monte Celia de Nuestra Señora de la Salceda, que contiene dos excelentes grabados debidos a Francisco Heylán y uno a Hierónimo Strasser, a través de los cuales es posible hacerse una idea de conjunto de cómo era este convento, así como de la estructura de su “sacromonte”.
Ese libro y algunos más, posteriores, sirven a García de Paz, para ofrecer al lector los aspectos artísticos más destacados del convento: sus azulejos, los dos “ticianos” que habían pertenecido a la princesa de Éboli, el magnífico retablo del que se conserva un grabado de fray Matías de Irala (o Yrala) (1680-1753) que lo reproduce, la Capilla de las Reliquias, además algunas imágenes que terminaron desperdigadas por las iglesias de los pueblos de los alrededores.
Aporta una selección bibliográfica.

25.- “La Cueva de los Hermanicos y otros datos de las “Relaciones” de 1786 de Peñalver”, n.º 15 (Peñalver, Septiembre de 2005), páginas 16-20.

El convento de la Salceda tuvo fama de santidad durante los siglos XVI y XVII y, del mismo modo que junto a sus muros quedaban los restos de la cueva donde oraba San Diego de Alcalá, se pensó que los monjes también pudieran haber utilizado otras cuevas de los alrededores para sus rezos, entre ellas la llamada “Cueva de los Hermanicos”, situada a unos dos kilómetros del convento, en las cercanías de Peñalver.
Actualmente dentro de la cueva de encuentran algunos altares en ruinas. La tradición cuenta que los Caballeros de San Juan, ya a salvo de la tormenta durante la que se les apareció la Virgen, levantaron una ermita y horadaron una cueva, siendo conocidos como “los dos hermanicos”. Nada más lejos de la realidad, puesto que está demostrado que se trataba de un lugar de eremitismo en un paisaje solitario y pedregoso, cercano a un arroyo que corre a los pies del barranco.
García de Paz transcribe los datos contenidos en las contestaciones que Peñalver dio a las Relaciones de Lorenzana (1786), hasta entonces inéditas (los originales de conservan en el Archivo Diocesano de Toledo y una copia manuscrita en la Colección “Borbón-Lorenzana” de la Biblioteca de Castilla-La Mancha), en las que se menciona la aparición de la Virgen, el convento de la Salceda y sus reliquias. En cuanto a las “Cueva de los Hermanicos”, la relación permite saber quiénes fueron puesto que fueron coetáneos a dicha Relación:
“En el mismo término a distancia de quarto y medio de legua de esta villa y a uno del citado Convento esta la Cueba del Vallejo llamada vulgarmente de la Salceda, en donde los Hermitaños Tomás de San Pedro y Manuel de San Pablo hacen treinta y tres años ha, vida heremítica y ejemplar. Esta Cueba que hasta en su natural disposición respira Santidad y excita la devoción a quantos la ven con reflexión, tiene varias divisiones fabricadas con mucha delicadeza por los Hermitaños sin otro Arte que el celo de vivir apartados del Comercio humano en el Desierto. Admira a todos que en peña viva, y sólo con su continuo trabajo haian distribuido esta habitación subterránea en diez piezas contiguas, tres para su común uso, y las demás en forma de Capillas y Oratorios dedicados a sus espirituales exercicios, culto de Dios, de María Santísima, y de los Santos, de quienes tienen diferentes Imágenes hechas con primor por ellos mismos.
El ámbito de esta Cueba no tiene más de quarenta pies de ancho y lo mismo de largo, en mui poco de ella puede verse aunque sea a medio día sin luz  artificial, y sin embargo de su profundidad y lobreguez carece de humedades y logra de respiración suficiente para la sanidad. No hay en ella Pinturas ni adornos artificiales, aunque todo lo ha suplido la ingeniosa natural industria de estos Hermitaños, que han dispuesto estas divisiones con simetría, y arreglada colocación de extrañas figuras, efectos de agua petrificada en la inmediación de esta Cueba, con los que han guarnecido y hermoseado estas Capillas con tal primor que es el embeleso de muchísimos que de lejos vienen a visitarla. Estos Hermitaños están bajo la dirección del Cura de esta Villa por Comisión del Excelentísimo Señor Arzobispo, quien también se digna sustentarlos con su limosna diaria”.
Queda claro, pues, que los dos ermitaños no eran franciscanos y que estaban bajo la autoridad del cura de Peñalver, y no del prior del convento de la Salceda.

26.-  “Las elecciones de 1907”, n.º 16 (Peñalver, Septiembre de 2006), páginas 8-11.

Se trata de un comentario y la transcripción del artículo titulado “En Peñalver”, publicado en el n.º 1543 (2 de mayo de 1907) del periódico La Crónica, escrito por Antonio Martínez, ya que en Peñalver, las autoridades locales, que eran “romanonistas” (liberales), tuvieron que actuar diligentemente para evitar que los enviados del gobierno civil lograran que los votos de la localidad fueran a parar al candidato conservador. El artículo recoge el desarrollo de lo allí ocurrido.







27.-  “Nuevas investigaciones sobre La Salceda en tierras de Murcia”, n.º 17 (Peñalver, Agosto de 2007), páginas 10-13.

Como sabemos, la Virgen de la Salceda es patrona de Peñalver y de Tendilla, pero también lo es de Las Torres de Cotillas (Murcia) y que, según las investigaciones llevadas a cabo por su Cronista Oficial, Ricardo Montes Bernárdez, es más antigua de lo que se creía.
Las Torres de Cotillas fue repoblada por familias cristianas llegadas de Huete (Cuenca) en diciembre de 1452 y quizás, aunque no está demostrado, alguna de éstas procedente de la Alcarria conquense pudiera haber sido la introductora de esta advocación.
En el siglo XVII la titular de la iglesia de Cotillas era Nuestra Señora de las Mercedes, al menos así se deduce de la documentación fechada en 17 de julio de 1603, en la que el alcalde ordinario, Francisco Muñoz, indica su deseo de ser enterrado allí, mientras que en el testamento del también alcalde ordinario Antonio Gil, datado en 19 de diciembre de 1699, éste pide ser llevado desde Las Torres de Fuentes hasta Cotillas para ser sepultado en la “Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Salceda” (es el primer documento conocido que indica que la parroquia había cambiado de advocación).
En el archivo parroquial de Alguazas se conserva un documento de bautismo que dice: 
“En la villa de Cotillas, en trece del mes de diciembre de mil setecientos veinte y siete años: Yo, Don José Martínez Cayuela, beneficiado y Cura propio de la Iglesia parroquial de San Onofre de la villa de Alguazas, y de esta de Ntra. Sra. de la Sauceda su anejo…”.
También había una capilla dedicada a la Virgen de la Salceda en la iglesia de San Onofre, en Alguazas.
Curiosamente, durante el siglo XIX, según costumbre anterior se puso Salceda o Salcedo como segundo nombre a todos los allí bautizados, aunque solamente en el periodo de 1906 a 1915 y entre 1935 y 1936, ya que desde 1939 hasta 1950 sólo se impuso en seis ocasiones.
José María D’Estoup Garcerán, su esposa Amparo Barrio y una hermana de ésta, consiguieron el 9 de diciembre de 1896 el permiso de la Reina Regente para levantar una nueva iglesia parroquial. Doña Amparo era muy devota de la Virgen de la Salceda y tenía en una capilla un cuadro de la misma que le habían llevado desde una finca de Gárgoles (Guadalajara).
Las Torres de Cotillas celebraba las fiestas de Nuestra Señora de la Salceda tras la vendimia, en el mes de octubre, pero desde 1971 tienen lugar durante la última semana de agosto.

28.- “Sobre el poema popular "Peñalver célebre villa”, n.º 18 (Peñalver, Agosto de 2008), páginas 5-7 (en las páginas 8-15 incluye el poema). El trabajo está firmado por García de Paz y Benjamín Rebollo Pintado.

García de Paz y Rebollo Pintado efectúan un análisis comparativo de varios ejemplares del poema que comienza con los versos “Peñalver, célebre villa / que en el centro de la Alcarria”, muy conocido por los lugareños, que suelen conservar copias del mismo. Los ejemplares consultados para este análisis pertenecen a cuatro familias peñalveras: las de Félix Centenera, José María Pérez Barbero, Perpetuo Canalejas y Manuel Pérez Parra.
Los copistas han eliminado en ocasiones el prólogo y se han centrado en las doce páginas que componen el poema, al igual que, en ocasiones, han alterado su texto por error o por adaptarlo a su gusto. No se sabe su fecha de su escritura con exactitud, pero podemos saber algunos datos a través de la copia conservada por Manuel Pérez Parra, que lleva el siguiente encabezado:
“Descripción de Peñalver en forma de diálogo por el Prbo. Doctor don Felipe Poyatos Santisteban, Misionero Apostólico y Predicador de su Majestad y el vecino de esta villa Francisco Aragonés, en testimonio del acendrado amor que tienen a su muy noble pueblo. Año 1886”.
Después continúa:
“Prólogo o nota preliminar: Peñalver es un pueblo de historia y por eso no le tuvo en el olvido el insigne e inmortal historiador Padre Mariana al escribir su célebre Historia de España. También ha sido cuna de hombres eminentemente ilustres, por más que la incuria y poco interés los haya relegado al olvido. Hoy mismo en su Castillo, Cuevas, Rollo y Muralla casi derruidas y magnífica iglesia presenta vestigios de lo que fue. Tienen un campo bastante extenso, delicioso y pintoresco, y caudalosas fuentes de cristalina y purísimas aguas”.
Otra copia comienza: “Veintinueve de abril de mil / novecientos treinta y cuatro. /…”, pero la fecha más temprana debe ser la de 1886, ya que las del resto deben corresponder a la fecha en que se hizo la copia.
Respecto al contenido del poema hemos de decir que describe la localidad, sus tierras, algunos parajes, fuentes, producción agrícola y ganadera, monumentos, devociones y vecinos ilustres.
Tras esta introducción se incluye el poema, del que se han copiado sus versos revisando las distintas versiones, incorporando versos perdidos y corrigiendo errores de transcripción.

29.-  “Ordenanzas municipales de la villa de Peñalver. Carta de población y Fuero (hacia 1148-1157). Fuero de 1272”, n.º 18 (Peñalver, Agosto de 2008), página 30.

Antonio Rodríguez Vela se encargó de transcribir al castellano actual las “Ordenanzas municipales de la villa de Peñalver” (1334), así como la “Carta de población y Fuero” (hacia 1148-1157). Por falta de tiempo, no le fue posible transcribir el Fuero de 1272, de lo que se encargó José Luis García de Paz. Los textos de los documentos mencionados pueden encontrarse en el libro de García de Paz, Herrera Casado y López de los Mozos, Peñalver memoria y saber (Guadalajara, 2006), donde también explica que este documento se encuentra junto a otros que forman el Libro Becerro de la Orden [de San Juan] que perteneció al Archivo que dicha Orden tenía en Consuegra y que fue saqueado por las tropas francesas en 1809 tras la batalla de Ocaña. El libro fue descubierto en el Museum and Library of the Order of St. John, de Londres y estudiado primeramente por Carlos Barquero Goñi en su Tesis Doctoral (1994) y después publicado con el título de Libro de los Privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León (siglos XII-XV), por Carlos de Ayala Martínez (ed.), en la Editorial Complutense (1995).
Se trata de un nuevo Fuero otorgado a Peñalver en Castronuño, a 8 de mayo de 1272 (páginas 566-567) que aparece mencionado en un Inventario, pero que en 1989 se encontraba desaparecido de los fondos del Archivo General del Palacio Real (Madrid).  

30.-  “La Orden de Caballeros Hospitalarios de San Juan”, n.º 19 (Peñalver, Agosto de 2009), páginas 18-22.

Desde su publicación en 1995 (véase la reseña anterior sobre el “Fuero de 1272”) se sabe que el Concejo de Guadalajara donó a la Orden de San Juan la entonces aldea de Peñalver (entre 1148-1157), que llegó a convertirse en cabeza de una Encomienda que abarcaba los términos de Peñalver y Alhóndiga, y que existió hasta que Carlos I enajenó las dos villas -el otorgamiento de fuero concedía la categoría de villa y el fuero de Alhóndiga data de 1170- para, con la aquiescencia forzada de la Orden y el permiso papal, poder vender Peñalver al obispo Juan Suárez (o Juárez) de Carvajal y así obtener fondos con destino a sufragar sus campañas militares, después de haber dividido el Priorato en dos: el de Castilla, con cabeza en Consuegra, y el de León, con cabeza en Alcázar de San Juan.
El trabajo de García de Paz no ofrece más datos acerca de Peñalver y termina centrándose en la evolución histórica de la Orden.

31.-  “Sobre la Concordia entre Peñalver y Tendilla de 1769”, n.º 19 (Peñalver, Agosto de 2009), páginas 37-41 (firmada con Benjamín Rebollo Pintado).

La secular rivalidad entre Peñalver y Tendilla es tradicional, y quizá surgiera en los mismos tiempos en que tuvo lugar la aparición de la Virgen de la Salceda, probablemente en el siglo XIII, en un lugar que no se pudo (o no se quiso) puesto que escribieron “entre ambas villas” o “es manifiesto que la Virgen se apareció en el sitio exacto que divide los dos términos”, acaso para evitar quedar mal con los feligreses de ambos pueblos. Tanto en las Relaciones de Felipe II, como en el Vecindario de 1591, aparecen también el convento y sus frailes en las declaraciones de ambas villas y no será hasta 1752, cuando el convento aparezca únicamente Peñalver en el Catastro de la Ensenada. Cómo sería la eterna rivalidad de los dos lugares, que cuando el rey Felipe III y su esposa Margarita de Austria pasaron a visitar el convento en su viaje de Valencia a Madrid, el 2 de marzo de 1604, salieron los vecinos de Peñalver y Tendilla a allanarle el camino, compitiendo entre ellos y acometiéndose por espacio de tres días, llegando a haber algún muerto y varios heridos, viniendo mujeres y niños a participar en la pelea, de modo que fray Pedro, en su Historia de Monte Celia (Granada, 1616) comenta:
“Ni sosegándose con verla tan propicia para los unos y los otros que ninguno la busca que no halla los efectos de su presencia, y de su favor, dentro de los umbrales de su casa, y de las puertas de su alma: porque es tanto el deseo de servirla y reverenciarla, que en acordándose que no tiene su presencia en su distrito, pierde pie la reconformación, creciendo su celoso desasosiego y saliendo al campo con diferentes armas, arriesgando la destrucción de sus haciendas y pérdida de las vidas por el interés, y posesión de aquella prenda Celestial”.
Pasaría todavía mucho tiempo hasta que se llegara a un acuerdo entre ayuntamientos. Es lo que se llama la Concordia entre Peñalver y Tendilla, que se firmó en julio de 1769, cuya única copia conservada -que se sepa- se custodia en el Archivo Municipal de Tendilla.
Dicho documento consta de tres partes: un poder notarial que se otorga a unos vecinos en el ayuntamiento de Peñalver para que puedan llegar a acuerdos en nombre de su villa; el correspondiente poder otorgado en Tendilla a los negociadores de esa localidad, y los acuerdos tomados para el bien de ambos lugares, discutidos en el monasterio de la Salceda, en presencia de su prior, que actuaba como mediador.
El poder de Peñalver está fechado en 16 de julio de 1769 y en él aparecen apellidos todavía muy comunes en dicha localidad: Parra, Sedano, Mínguez, Mayor, del Castillo, de la Fuente, Retuerta, Almonacid, Barbero, San Andrés, Ropero o Trijueque. El de Tendilla lleva la fecha del día 17 de julio de dicho año y los apellidos que figuran son: Ropero, San Andrés, Rebollo, Muñoz, Palero, Medel, Sanz, Heras, de Luz, Díaz, Ramos, Vázquez y García, y también Vally, actualmente desconocido, aunque bien pudiera tratarse de un error por Valle.
El tercer documento, redactado y firmado en el convento, es de fecha 18 de julio y, en él, primeramente se verifica que los poderes otorgados “no están irrevocados” y pasan a tratar los problemas: la colocación de hasta tres mojones que marcaran las lindes de ambas poblaciones alrededor del convento; que las autoridades municipales de Peñalver se situaran en el lado del Evangelio, mientras que las de Tendilla debían hacerlo en el de la Epístola “con la vara en alto”, “como si fueran términos comunes”; posibles delitos que se pudieran cometer, de modo que las justicias de cada pueblo pudieran concurrir “los unos en el término de los otros y los otros en el término de los unos”, juzgándose en el término donde se hubiese cometido el delito; los pesos, medidas y monedas y el registro de las mismas en los puestos de mercancías y frutas que los días festivos se instalaban junto al convento; los daños que los diferentes ganados de un término pudieran producir en el vecino; la leña de las ramas, jaras, espinos, enebros, manzana y cepas secas “que del común puedan llevarla”; la quema de rastrojos; los abrevaderos; etcétera, todo ello a perpetuidad “por siempre jamás”, renunciando a cualquier otra ley, fuero o derecho y lo firman los vecinos portadores de los poderes y el guardián del convento, así como los párrocos de las dos villas.
El caso es que la rivalidad volvió a surgir, según se cuenta en el Diccionario de Pascual Madoz (1849) cuando, con el visto bueno del párroco de Tendilla, unos vecinos de esta localidad se llevaron, aprovechando la noche, la imagen de la Virgen de la Salceda que se hallaba en la iglesia del convento, vacío desde la Desamortización de 1835.

32.- “Curiosidades extraídas de la Prensa Histórica sobre Peñalver. Los nueceros de Peñalver”, n.º 20 (Peñalver, Agosto de 2010), páginas 3-7.

Pocos son los trabajos puramente etnográficos que escribió García de Paz y este es uno de ellos. En él traslada algunos aspectos acerca de los nueceros de Peñalver e Irueste, a los que Ricardo Becerro de Bengoa dedicó algún espacio en El Imparcial (4 de octubre de 1888) al referirse a las antiguas ferias de Madrid, que poco a poco iban desapareciendo. Entre los que a ellas acudían a vender destacaban los nueceros de los pueblos mencionados. Curiosamente Peñalver no destacaba por sus mieleros sino por los nueceros que “venían desde los tiempos de Juan II” y que, cuando se escribió el artículo, ya eran una especie a desaparecer y añade:
 “... casi todos los nueceros vienen del pueblo de Peñalver en la Alcarria, de los campos que riega el Tajuña (sic)”.
“Allí hay hermosos nogales, y también en los pueblos limítrofes de Valfermoso, en los dos Yélamos, en Fuentelencina, en Berninches y van todo a lo largo de la ribera desde los términos de Tendilla a los de Mondéjar, pero los comerciantes de las nueces, los exportadores para las ferias de Madrid son, como queda dicho, de Peñalver o de Irueste. Forman una raza especial entre los alcarreños y se distinguen de los demás comarcanos en el espíritu abierto, mercantil y liberal, y en muchos detalles de sus costumbres. Acuden desde hace 400 años a la corte, animando la feria por San Mateo, por Navidad circunvalando la Plaza Mayor, y recorriendo las calles con el pregón de la rica miel de otras épocas”.
Sigue el artículo tratando las duras condiciones por las que tenían que atravesar estos nueceros, que en muchas ocasiones ganaban muy poco:
“Gran parte de ellos se vuelven a su tierra sin haber podido reunir, después de la liquidación, ocho o diez duros en quince días”.
Y para esto:
“... recorra usted la Alcarria comprando género, haga el viaje, adquiera medidas del sistema métrico [decimal] (que se estaba implantando), pague diez reales por metro lineal de espacio en la feria, casque, monde y haga grupos estáticos con las nueces más rellenas y apetitosas, destroce sus pulmones llamando a las señoras y caballeros, y pásese al raso el medio mes sufriendo los aguaceros y tormentas”.
Los tenderetes de la ferias los montaban
“con pies y tablas de cama, con un par de costales de frutos y un litro de madera, que les sirve de medida y candelero”.
Iban a Madrid en grandes caravanas de borricos y solían tardar día y medio, haciendo noche en la venta del Coleto, cerca de Anchuelo -“hoy toman el ferrocarril en Guadalajara”- y solían alojarse en “la posada de los Ángeles en la Cava Alta, albergue tradicional de estos típicos mercaderes”. Llevaban  quince o veinte fanegas de nueces y algunas arrobas de miel, más avellanas que compraban en Asturias y castañas de la Vera de Plasencia.
Entre ferias se dedican a la agricultura que, en su pueblo, solía ser poco rentable, por eso: “lo que  no dan de sí el pan y el vino, lo den la miel y las nueces”.
Muy interesante es la vestimenta, que Becerro de Bengoa describe minuciosamente, tanto para el hombre como para la mujer y que era de dos tipos: el de los que visten “a la antigua”, como en el reinado de Fernando VII, y el de los “modernos”, en los tiempos de Alfonso XII.
En cuanto a su aspecto físico señala que
“la raza no es corpulenta, aunque sí recia de músculos y fuerte. Comen poco y trabajan mucho, y son uno de tantos tipos de labriegos españoles estrechos, angulosos, de dura complexión y extremada resistencia, que si estuvieran mejor comidos y más humanitariamente gobernados por los que mandan, daría gusto verlos”
y “no llegan a la talla de los granaderos, ni pasan de los 70 kilogramos en limpio”.

33.-  “El recogimiento en La Salceda”, n.º 21 (Peñalver, Agosto de 2011), páginas 4-7.

En este número se inserta un breve trabajo titulado “Las Moradas: residencia en la tierra”, que forma parte del libro de Ciriaco Morón Arroyo La espiritualidad española en el siglo XVI (Universidad de Salamanca, 1990), seleccionado por José Luis García de Paz, en el que se alude a la obra del franciscano fray Francisco de Osuna, Tercer Abecedario Espiritual (Toledo, 1527), que tanto influyó en Santa Teresa, quien en más de una ocasión, llegó a ponerle alguna objeción, dado que Osuna había residido en La Salceda donde fue instruido en el recogimiento espiritual por el maestro de novicios fray Cristóbal de Tendilla y había mantenido contacto con algunos “alumbrados”, aunque sin llegar a caer en su error.
Tampoco conviene dejar de lado que la Salceda,
“... fundada por Villacreces a fines del siglo XIV, conservó durante más de dos siglos el espíritu de las casas de recogimiento, centrado en un principio en la oración vocal y vida de mortificación, de acuerdo con la Regla primitiva, y más tarde en la oración mental y de recogimiento”,
según indica Melquiades Andrés en su “Introducción” a la obra de Osuna antes citada (Madrid, B.A.C., 1972, a propósito de las casas de retiro, de soledad, de oración o recolectorios).
El profesor Morón Arroyo transcribe un fragmento de la Historia del Monte Celia (Granada, 1616),  escrita o mandada escribir por su arzobispo, fray Pedro González de Mendoza, hijo menor de la princesa de Éboli, en el que se alude a la vida conventual, puesto que los franciscanos de la Salceda practicaban una serie de ejercicios excepcionales que debían conducirles a lograr el estado de perfección. Copio:
“De doce de la noche a dos de la mañana cantaban maitines; seguía un cuarto de hora de lectura espiritual y una hora de contemplación de rodillas. A las tres, oficio de la Virgen, de rodillas, luego disciplina y dormir hasta las cinco. A las cinco, rezo de prima; media hora de oración mental, misa, otras horas canónicas y misa mayor. Así continuaba el día con más horas de oración mental y ejercicios de maceración.”

34.-  “El castillo de Peñalver”, n.º 21 (Peñalver, Agosto de 2011), páginas 8-10.

El segundo trabajo publicado en este mismo número de Peñamelera se refiere al castillo de Peñalver que García de Paz va describiendo comenzando por su incierto origen, anterior a 1293, puesto que no sería muy descabellado pensar en la existencia de dos castillos o fortalezas o, al menos, de otro lugar “llamado el castillo viejo, que era un cercado de diez fanegas”, citando el pleito promovido en 1563 ante la Real Chancillería de Valladolid por los vecinos de Peñalver contra el obispo de Lugo, Juan Suárez (o Juárez) de Carvajal, dueño de Alhóndiga y Peñalver desde 1552, y su hijo Garci Juárez de Carvajal, que analiza Juan Catalina García López, y que contrasta con la contestación que los “peñalveros” de 1580 dieron como respuesta a la Relación que les fue enviada por Felipe II:
“... que en la dicha villa hay una fortaleza mui fuerte con muchos cubos, y un pedazo de torre comenzada mui grande questa en lo alto del pueblo”, aunque hacia 1906, el mismo García López llegó a ver los restos del castillo que describe de la siguiente forma: “Fue espacioso, de planta casi cuadrangular, según dicen los cimientos, algunos restos de cortinas y los cuatro torreones. Todavía se ve el hueco donde se hizo el aljibe, en el centro del patio. Los muros son de fuerte mampostería y en el recinto no quedan señales de puertas, ventanas ni elemento alguno que permita señalar época de la construcción” y data en el siglo XIII.

35.- “Transcripción de la Concordia entre Peñalver y Tendilla de 1769”, n.º 22 (Peñalver, Agosto de 2012), páginas 3-23 (Aparece sin firmar, pero en el comienzo: “En septiembre de 2009 Benjamín Rebollo Pintado y el que esto escribe dábamos cuenta a los lectores de Peñamelera de algunos detalles de la Concordia firmada en La Salceda entre los ayuntamientos de Peñalver y Tendilla en 1769”). Véase n.º 19, páginas 37-41.

Tras un resumen de lo ya visto en el n.º 19 de esta misma publicación, se da a conocer íntegramente el documento titulado: LA, SALCEDA : AÑO DE 69 / CONDORDYA. /  Entre las Villas de Peñalber y Tendilla por imed(iaci)on de termino / SOBRE. / Jurisdicion en el Conbento de d(ic)ha Santa Casa. / y exaccion de penas de un termino á otro: / (dibujo vegetal horizontal) / (dibujo vegetal vertical) /  Para la Salceda (con otra letra).
En la última página: “Concordias de las / dos Villas Peñalver / y tendilla, echas en / la Salzeda. Año de / 1769”.

36.-  “El monasterio franciscano de La Salceda (Peñalver-Tendilla)”, n.º 23 (Peñalver, Agosto de 2013), páginas 22-24.

Recoge García de Paz las sucesivas tentativas de poner en valor el monasterio franciscano sin que hasta el momento haya surgido la auténtica voz salvadora. Desde la Desamortización de Mendizabal (1835) que permitió que el monasterio pasase a manos particulares -concretamente a Antonio Barbé, mayordomo de la parroquia de Santa María de Guadalajara y Comisionado de Amortización, que lo adquirió en 1843 (en otros lugares se dice que en 1841) por la cantidad de 12.020 reales- y sirviese como material de construcción, pasando por las tristes palabras del sacerdote pastranero Mariano Pérez y Cuenca (1865):
“…algunos vecinos de este último pueblo [Tendilla] han contribuido eficazmente a su destrucción, derrumbando muros y, con los materiales obtenidos, poder edificar sus humildes casas”,
o viendo nacer falsas esperanzas en los años 1929 y 1930, primeramente gracias a la colocación de un monolito conteniendo una inscripción que recuerda al monasterio y al cardenal Cisneros, que allí fue guardián, y en 1930, al hacerse el primer y único intento de solicitar la restauración del convento gracias al párroco de Tendilla Victoriano Muñoz, miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, contando con el apoyo de las Reales Academias de la Historia, Bellas Artes y San Fernando, de numerosos próceres, como el Conde de Romanones, Gómez Moreno y Elías Tormo, y de la prensa representada por El Castellano y Flores y Abejas, sin que nada se lograse quizá por la situación política del momento. De modo que la degradación del monumento ha ido in crescendo hasta el momento actual en que permanecen algunos muros de la iglesia y los escasos restos de la capilla circular “de las Reliquias”.

GENTES DE BRIHUEGA. Revista de la Asociación Cultural “Gentes de Brihuega. (Incluye una separata con las comunicaciones presentadas en las X Jornadas de Estudios Briocenses, celebradas en agosto de 2012).

37.- “Patrimonio desaparecido en Brihuega”, n.º 17 (Brihuega, 2013), páginas 44-47.

Se trata de una adaptación de la comunicación presentada por García de Paz en las X Jornadas de Estudios Briocenses, el día 11 de agosto de 2012, en la que da a conocer las desapariciones y desastres patrimoniales sufridos por la villa a lo largo de los últimos tiempos, puesto que Brihuega lleva ya más de trescientos años sufriendo diferentes incursiones bélicas que han mermado considerablemente su patrimonio artístico y monumental: el bombardeo y asalto por las tropas borbónicas en 1710, durante la Guerra de Sucesión; como puesto militar permanente del ejército josefino, entre junio de 1810 y julio de 1812, durante la Guerra de la Independencia, y en la última Guerra Civil (1936-1939), en que fue bombardeada, tomada y perdida en 1937 durante la denominada “batalla de Brihuega”, aunque también ha perdido gran parte de su patrimonio en los periodos de paz, como ya apuntaba Gaya Nuño en 1961, refiriéndose al conjunto del patrimonio español: “lo destruido mediante las indicadas guerras ha sido mucho menos cuantioso que lo perdido en siglo y medio de paz, a conciencia de que se estaba realizando un atentado”, generalmente en aras de una falsa modernización o de la especulación.
Tras esta breve introducción se reseñan los aspectos más destacables del patrimonio briocense en lo que se refiere a su paulatina destrucción. Así, del castillo dice que resultó muy dañado en 1710, pero que fue mucho peor el incendio que sufrió -por parte de un sargento español de las tropas del guerrillero Vicente Sardina-, tras el abandono de Brihuega por las tropas francesas (1812). Fecha ésta a la que también pertenece el Arco de la Guía, puerta que hizo abrir el general Hugo, ambos, castillo y arco,  pendientes de rehabilitación desde 2008.
De las destrucciones que llevó consigo la Guerra Civil, más concretamente la “batalla de Guadalajara”, alude a la de numerosas tallas como la imagen de la Virgen de la Zarza, del siglo X, que se conservaba en la iglesia de San Juan; las de la Virgen de la Peña (cuyo Niño se ocultó el año 36, se sacó en el 37, cuando la conquista italiana, y se destruyó definitivamente con la reconquista republicana) y de la  Esperanza; retablos como el de San Miguel, de mediados del siglo XVI, en cuya iglesia también quedó destrozado el sepulcro alabastrino de un sacerdote, datado en el siglo XV; cuadros, órganos, campanas y archivos sucumbieron en muchos casos a la incomprensión y la barbarie.
En 1966 la plaza de toros se construyó empleando las piedras de la muralla y, en cuanto a la Real Fábrica de Paños, ha quedado en el olvido la construcción de un hotel de lujo en su interior.
La lista de atropellos llevados a cabo en Brihuega sería muy extensa, pero aún así García de Paz la completa con otras acciones que han contribuido a la alteración del patrimonio de alguna de sus pedanías y “eatimes”: Archilla, donde se perdieron las pechinas pintadas con los Cuatro Evangelistas y el retablo mayor, de 1550, que fue quemado; Cívica, donde quedan restos de las ermita de Santa Catalina y de la fábrica de papel; Fuentes de la Alcarria, que aún conserva parte de la puerta medieval de su muralla; Romancos, que perdió todo el arte mueble de su iglesia en la Guerra del 36-39; Valdesaz, cuyo retablo mayor dedicado a San Macario sufrió un incendio en 1978 que lo destruyó en gran parte; Villaviciosa de Tajuña, donde el convento jerónimo de San Blas desapareció en 1835 por culpa de la Desamortización (incluido en la “Lista Roja” de Hispania Nostra) y Yela, donde la iglesia románica fue casi totalmente destruida en la última Guerra.

ARRIACA. Boletín Informativo de la Casa de Guadalajara en Madrid. Tercera época.

38.- “El Monasterio de Santa Ana de Tendilla y su Retablo”, n.º 128 (Madrid, Junio 1999), páginas 11-13.

El monasterio jerónimo de Santa Ana  estaba sobre una suave colina en las proximidades de Tendilla, “entre ésta y el castillo”. Fue fundado por Íñigo López de Mendoza y Figueroa, primer conde, en 1473, que trajo los frailes desde Sevilla (los llamados “isidros”).
Era un monasterio no muy amplio, pero aún así constaba de dos claustros con sus dependencias anejas y una iglesia de una sola nave, construida al estilo gótico flamígero, unida a una sacristía.
En 1809 los franceses lo saquearon, de modo que los frailes tuvieron que abandonarlo volviendo en 1814, aunque poco después, en 1822, se vieron obligados a evacuarlo nuevamente para regresar en 1825, siendo definitivamente desalojados en 1835 debido al cumplimiento de las leyes desamortizadoras de Mendizábal.
Ni entre los testimonios del marqués de Bélgida, ni entre los de la Comisión Provincial de Monumentos, cuando en 1845 se trasladaron los restos de los mausoleos del primer conde y la condesa a la iglesia de San Ginés de Guadalajara, hay noticia del maravilloso retablo que se custodiaba en la iglesia monacal. 
Se sabe que desapareció antes de esa fecha -1845- a través de los datos proporcionados por el Art Museum de Cincinnati (Ohio, USA), mediante los que se sabe que en 1915 se exhibía en la Spanish Art Gallery de Harris, en Londres, siendo su poseedor Franch & Co., de Nueva York y que en 1936 fue vendido a Charles Deering (marchante que residía en España) que lo revendió a la mencionada compañía, hasta su adquisición definitiva por el Museo.
También se sabe de que en 1935 había sido expuesto al público en el Brooklyn Museum de Nueva York -Max J. Friedlander lo menciona en su Early Netherlandish Painting en la misma fecha- indicándolo como de paradero “desconocido”.
Actualmente se conserva en el mencionado Cincinnati Art Museum, concretamente en su galería 204, en perfecto estado de conservación, donde es conocido como “Retablo de Tendilla”. Mide 355 centímetros de alto por 229 de ancho (cerrado) y 447 (abierto) y consta de seis pinturas (óleos sobre tabla) que representan escenas del Viejo y Nuevo Testamento. En la parte superior de su armadura figuran los emblemas nobiliarios de los Sotomayor, -quienes quizá lo adquirieron en el mercado de arte de Medina del Campo-, y los Arellano.
Las pinturas posiblemente fueron realizadas en el estudio del pintor manierista flamenco Jan Sanders van Hemessen (1500-1556), notándose la huella de, al menos, tres manos.

39.- “Conozcamos nuestros pueblos: Tendilla”, n.º 143 (Madrid, Enero 2001), páginas 17-20.

García de Paz hace de cicerone en una supuesta excursión a Tendilla, a 28 kilómetros de Guadalajara. Reconoce que para el visitante la primera impresión que causa la villa es su longitud, extendida a lo largo de la carretera. No es extraño, puesto que perteneció a la rama de los Mendoza, concretamente al segundo hijo del marqués de Santillana, primer conde de Tendilla, y que tan largo ramal caminero, se encuentra en toda su longitud, aún hoy soportalada, con  el fin de permitir que las personas pudieran andar a sus anchas sin tenerse que mojar en los tiempos invernales, a la vez que permitía el desarrollo de las dos ferias anuales que allí se celebraban por San Matías y San Mateo, la primera de las cuales tenía lugar el día 24 de febrero (entre los siglos XV y XVII) y a la que acudían mercaderes de Flandes y Portugal.
En la Plaza Mayor se encuentra el Ayuntamiento y, enfrente, la inacabada iglesia parroquial que iba para colegiata, bajo la advocación de la Ascensión de Nuestra Señora, cuya primera traza se debe a Rodrigo Gil de Hontañón y que, por estar asentada sobre terreno de aluvión hubo de cimentarse a conciencia, de modo que la continuación de las obras fue llevada a cabo por  Francisco de Naveda (hacia 1575) y Ortega Alvarado (hacia 1610), que hizo la puerta de la fachada norte.
La torre se debe a Pedro Brandi y es muy posterior (1770).
En su interior puede verse el retablo mayor, barroco, que contiene pinturas del madrileño Francisco de Lizona, de comienzos del XVII, en cuyo centro se conserva una imagen de la Virgen de la Salceda con el Niño en brazos, de 8,5 centímetros de altura.
Siguiendo por los soportales de la calle Mayor, camino de Guadalajara, puede verse el palacio de los López de Cogolludo, del siglo XVIII, con la capilla familiar adosada, en la que se conserva el escudo familiar del fundador del mayorazgo, Juan de la Plaza Solano.
Más adelante es posible visitar las ruinas del ábside y parte del edificio del convento jerónimo de Santa Ana... y, al otro lado del pueblo, la fuente “Vieja” o fuente de los Mendoza, datada en el siglo XVI.
Y ya en la calle de la Aduana, perpendicular al arroyo que tantos disgustos ha dado al pueblo, la casa que Carmen Baroja, hermana del escritor Pío Baroja, ocupó hasta su muerte.
Tras hacer un recorrido por los establecimientos gastronómicos, de conocida reputación, el autor recuerda al lector la posibilidad de acercarse al no lejano convento franciscano de la Salceda, donde pueden verse las ruinas de su capilla “de las Reliquias”. 

40.- “Un día en Sigüenza y alrededores. La llegada”, n.º 224 (Madrid, Febrero 2009), páginas 16-17.

(Según nos ha confirmado don Tomás Gismera Velasco, encargado de la publicación del boletín Arriaca de la Casa de Guadalajara en Madrid, el original del presente artículo era demasiado extenso para dicha publicación, por lo que se consideró oportuno dividirlo en dos partes, a las que se les añadió un subtítulo. El trabajo que ahora comentamos es el primero de los dos que lo componen).

Un viaje a la Ciudad del Doncel, esa Sigüenza que está hecha “de piedras y de leyendas”. Una excursión que, desde la Carretera Nacional II conduce a Pelegrina, donde el viajero para, antes de visitar el castillo destrozado por los franceses en 1811 y que todavía permanece en ruinas, para hacer un descanso en el Mirador que se construyó en homenaje al doctor Félix Rodríguez de la Fuente, sobre el barranco del río Dulce.
A ocho kilómetros está Sigüenza y lo primero que destaca al llegar a ella es el castillo y, un poco más abajo, la catedral.
Sigüenza es ciudad de leyendas con olor antiguo que hablan de judíos; de doña Blanca de Borbón prisionera en su alcázar; del propio Doncel, su familia y su hija; la lechuza sabia de su universidad, o el tentador túnel que dicen que conduce desde el pozo del castillo hasta la catedral...  cosa que siempre pasa en ciudades catedralicias.
El viajero llega a la catedral pero se inclina por dejar para más tarde la visita a su interior y prefiere atravesar la puerta “del Toril” y desde allí ver el ábside, y da después un paseo y se acercar hasta el antiguo Humilladero, donde se encontraba la Oficina de Turismo.
Más tarde regresa a la Plaza Mayor. Allí, junto al Ayuntamiento, comienza la empinada Calle Mayor que conduce hasta el castillo de los obispos convertido en Parador Nacional de Turismo. Pero antes de trepar la calle entra al Museo Diocesano, donde destaca los dos arcos mudéjares del siglo XIV que le saludan a la entrada, la “Inmaculada Niña” de Zurbarán y las dos estatuas góticas que representan a Adán y Eva procedentes de Pozancos. Y al salir, callejear de nuevo por la del Cardenal Mendoza hasta perderse por el Hospital de San Mateo o por la calle de la Yedra, donde se dice que radicaban las oficinas del Santo Oficio de la Inquisición.
Estamos, pues, ante la primera parte de ese viaje a Sigüenza y sus alrededores.

41.- “Un día en Sigüenza y alrededores. Intermedio”, n.º 225 (Madrid, Marzo 2009), páginas 18-19.

En la segunda parte del viaje a Sigüenza el viajero y sus acompañantes suben  hacia las “Travesañas”  y se detiene en la iglesia de San Vicente, casi frente a la llamada “Casa del Doncel”, gótica, almenada, blasonada... Dicen que allí vivió don Martín Vázquez de Arce.
Al fondo de la calle se abre la plaza de la Cárcel, famosa por aparecer mencionada en el Quijote de Avellaneda, donde estaba la antigua casa consistorial y donde se puede saciar la sed en el bar de la esquina: el Gurugú bien surtido siempre de exquisitos pinchos; entre la oscuridad, la Puerta del Hierro y, no muy lejos, una de las sinagogas judiegas, y arriba, como corona, el castillo, donde se puede comer, beber y descansar.
Frente al castillo la pendiente, que es la Calle Mayor, conduce nuevamente al viajero hasta la catedral, pero antes es conveniente hacer un alto en la portada de la iglesia de Santiago, románica del XII.
El viajero, que parece algo cansado después de tanto ruar, da buena cuenta de su comida en la Alameda, ese “locus amoenus” trazado por la idea ilustrada del obispo-albañil Bejarano, “para solaz de los pobres”. La Alameda está señalada en sus extremos por el Humilladero, a una parte, y por el convento de las Ursulinas, a otra.
Parece que después del condumio, con la andorga llena y, considerando que el tiempo ha mejorado considerablemente, la cercanía de Palazuelos invita a su visita.
Total, son sólo siete kilómetros, y merece la pena acercarse hasta allí.
La villa sigue amurallada y silenciosa, casi muerta, las calles desiertas, nadie... el castillo, la ermita a la entrada, los restos de las murallas, las fuentes sonoras y, a pocos kilómetros más de carretera Carabias, con una de las más bellas iglesias románicas del llamado “románico rural”.
La excursión continúa, a petición de los niños, hasta las salinas de Imón, donde los almacenes sufren todavía un olvido secular que en nada debe parecerse al tráfago ruidoso de comienzos del siglo XVIII, cuando estaban en pleno apogeo y explotación.

42.- “Gustavo López García, periodista y farmacéutico tendillero”, n.º 228 (Madrid, Junio 2009), páginas 9-11.

No nos vamos a extender sobre este trabajo, puesto que el lector interesado puede encontrar cumplida noticia de él en otros textos ya comentados antes. Véanse Cuadernos de Etnología de Guadalajara números 37 (2005), 38 (2006) y 42 (2010), de los que este artículo viene a ser un resumen general.










43.- “Algunos militares olvidados de La Francesada”, [n.º 231] (Madrid, Noviembre 2009), páginas 17-19.

García de Paz recuerda que durante la Guerra de la Independencia, la provincia de Guadalajara permaneció bajo el control josefino desde la batalla de Ocaña, que tuvo lugar el 19 de noviembre de 1809, hasta el mes de agosto de 1812 y, más tarde, después de la reconquista francesa, por espacio de dos meses, hasta marzo de 1813, en que se retiraron.
Se trataba, pues, de un ejército mandado -teóricamente- por  el propio rey José I y su Estado Mayor, a cargo de oficiales imperiales, entre los que se encontraba el general Hugo, cuyas tropas ocuparon Guadalajara, y otras más que, como señala García de Paz, al estar comandadas por militares cuyos nombres no sonaban a los cronistas españoles, fueron deformados en sus crónicas y escritos, en los que el general Guye pasó a ser “Gui”; Chopicki  quedó en “Koplinski” y Roguet fue tenido por “Roquet”, mientras que a algunos españoles les pasó lo mismo gracias a que don  Benito Pérez Galdós cambiara el apellido de Saturnino Abuín, el Manco”, por Albuín.
Contra las tropas josefinas combatieron las de Juan Martín Díaz, “el Empecinado” y Pedro Villacampa; el primero al mando de los “Voluntarios de Guadalajara” y el segundo, de los “de Molina”.
Pero García de Paz llama la atención acerca de la peripecia vital de tres militares que combatieron al mando del Empecinado, dos de ellos naturales de la provincia de Guadalajara y uno de fuera de ella, pero bien pronto naturalizado.
El primero es Nicolás Ezequiel de Isidro García de la Plazuela, simplemente conocido como “Nicolás de Isidro”, que nació en Usanos el 10 de abril de 1789 según consta en su Hoja de Servicios.
Perteneciente a una familia de agricultores acomodados, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y después, como zapador formó parte de las tropas que llevó el marqués de la Romana a Dinamarca, por orden de Godoy, en 1803.
Hombre de gran capacidad, instruyó a las tropas adscritas a los “Tiradores de Sigüenza” y a los “Voluntarios de Madrid”.
Al final de Trienio Liberal luchó en Guadalajara a las órdenes realistas de Jorge Bessieres, junto a José Mondedeu, tropas que fueron derrotadas por el Empecinado en 1823.
El segundo es el ya citado José Nondedeu Jover, que cambió su apellido por el de Mondedeu al llegar a tierras castellanas. Había nacido en Ibi (Alicante) el 11 de abril de 1786 (tanto su expediente militar, que se conserva en el Archivo Militar de Segovia, como su partida de defunción, que lo está en la iglesia parroquial de Aranzueque, señalan claramente su lugar de nacimiento). Fue herido en la batalla de Bailén y tras la Guerra de la Independencia se retiró de la milicia en 1818, a la que volvió para formar parte de las filas realistas durante el Trienio Liberal (1820-1823), luchando, por tanto, contra sus antiguos camaradas liberales.
La relación que mantuvo con el pueblo de Fuentelviejo, de donde se creía originario, se debe a sus estancias durante la “francesada” y a la amistad que mantuvo con algunas familias de la localidad.
En 1814 casó con Ana Arroyo, vecina de Aranzueque, donde vio la luz su único hijo Francisco. Allí vivió hasta su muerte el 5 de noviembre de 1848 y allí permanece enterrado.
Finalmente, el tercer citado es el coronel Vicente Sardina, nacido en Sigüenza en 1774, quien dejó a su esposa Josefa Hornillos, a finales de 1808, para formar una partida con la que corrió el camino entre Zaragoza, Navarra y Guadalajara al Servicio de la Junta Superior de la Provincia, uniéndose poco después al Empecinado, y después de terminada la Guerra trasladarse a América para luchar contra los independentistas. Allí muriría -en los llamados “combates de Cerrillos”- al ser herido  de bala, el 22 de abril de 1817, poco antes de llegar a Salta (Argentina).

44.- “Juan Bautista Maíno, pintor nacido en Pastrana”, n.º 232 (Madrid, Diciembre 2009), páginas 14-16.

El presente artículo, tan interesante, es una amplia reseña de la exposición antológica que, sobre Juan Bautista Maíno (o Mayno), se efectuó en el Museo del Prado desde el 20 de octubre de 2009 hasta el 17 de enero de 2010, con la que se pretendió devolver al pintor pastranés (1581-1649), al lugar que le correspondía en la pintura de comienzos del siglo XVII, dada su escasa producción artística (no más de treinta y cinco obras) y la escasez de datos biográficos, sobre los que existió una gran confusión, al parecer por pensar en su extensa familia que, en realidad, fueron dos.
Dicha confusión arranca con la fecha del nacimiento, puesto que en 1578 fue bautizado un posible hermano mayor suyo, también llamado Juan, con el que se confundió, mientras que él aparece como “Juan Bautista Mayno” en la partida de bautismo del 15 de octubre de 1581 y cuya clarificación se llevó a cabo gracias a la paciente labor que el médico e investigador Francisco Cortijo Ayuso realizó en el archivo de la Colegiata de Pastrana, así como a los datos que el profesor Fernando Marías encontró al estudiar su expediente de limpieza de sangre.
Se venía pensando hasta hace poco que su padre era un comerciante se seda milanés, asentado en la Villa Ducal al amparo de Ruy Gómez de Silva, y que su madre fue Ana de Figueredo, natural de Lisboa, de posible origen judeoconverso.
El  citado Cortijo Ayuso encontró en Pastrana las partidas de bautismo de seis posibles hermanos.
Sin embargo la confusión aumenta cuando, en unos documentos, aparece como madre una tal Ana de Castro y, en otros, Ana de Figueredo, conocida como “la marquesa” o “la marquesa de Figueredo”, simple mote o apodo de carácter local.
Leticia Ruiz Gómez, Comisaria de la Exposición que García de Paz comenta tan detenidamente, considera casi con total seguridad que se trataba de dos familias distintas: la del milanés Juan Bautista Maíno (padre), casado con la portuguesa Ana de Figueredo, y la de otro Juan Bautista, también milanés, casado con la pastranera Ana de Castro, por lo que el pintor sólo tuvo tres hermanos mayores que él.
En todo caso lo que sí está claro es que tanto la familia de Maíno, como él mismo, vivieron en Pastrana desde donde se mudaron a Madrid pues, según señala el pintor, había trabajado allí siendo “muchacho de poca edad”, después de 1592.
Leticia Ruiz Gómez destaca también la riqueza del color y los claroscuros como principales características de la obra de Maíno, muy marcados y aprendidos en Italia, donde debió residir entre 1600 y finales de 1607, y donde conoció a los más importantes pintores del momento: Caravaggio, Carracci, Reni y Gentileschi.
Junquera cree, sin embargo, que Maíno viajó a Italia en dos ocasiones, dentro del citado periodo, en lugar de hacer un viaje de mayor duración, aunque en 1609 se sabe que se encontraba en Roma trabajando como pintor, porque poco después, en 1611, se instaló en Toledo, donde es muy posible que realizara unos cuadros que se venían atribuyendo a Carlo Saraceni, pertenecientes a la catedral.
En la misma Ciudad Imperial recibe el encargo de pintar el retablo de las “Cuatro Pascuas” (1612) para el convento de los dominicos de San Pedro Mártir, que se suponía perdido tras la Desamortización de 1835, pero que se salvó entre los fondos del Museo del Prado. El conjunto está formado por la Adoración de los pastores, la Adoración de los Magos, Resurrección y Pentecostés, además de por un San Juan Evangelista y un San Juan Bautista. Es en ese momento cuando decide profesar en el mismo convento dominico, en el que ingresó el 27 de julio de 1613.
En 1615 figura como tasador de unas pinturas para la capilla del Sagrario de la catedral y de los lienzos que hicieron el Greco y su hijo Jorge para San Vicente Mártir, siendo considerado como “una de las voces más autorizadas en materia artística en la corte de Felipe IV”.
Su producción fue casi siempre religiosa y de “delicada espiritualidad”, pero también realizó algunas obras profanas, especialmente retratos de pequeño tamaño, entre ellos un atribuido retrato de Felipe IV.
En su época fue reconocido como gran artista, de modo que Lope de Vega dice de él en El Jardín de Apolo:

“Juan Bautista Maíno
a quien el arte debe
aquella acción
que las figuras mueve”.

Murió el día 1 de abril de 1649 y el mismo día fue enterrado en el convento de Santo Tomás, de Madrid.
En Pastrana se conservan dos pinturas suyas: una Trinidad y una Anunciación, en el altar del coro alto del convento de franciscanas concepcionistas de San José.
Finalmente cabría recordar que en el año 2006, Leticia Ruiz Gómez atribuyó a Maíno dos cuadros del conocido como “Retablo de Miranda” (1628), que se custodia en la Colegiata de Pastrana, y que llegó allí desde el antiguo convento desamortizado de San Francisco, en los que figuran los donantes: el matrimonio formado por el mercader Juan de Miranda y Ana Hernández, ésta protegida por San Juan Bautista y aquél por San Francisco, tal vez pintados en 1627, cuando se encontraba en esta villa redimiendo unos censos contraidos por su familia.

45.- “La ruta de la Lana por Guadalajara”, n.º 244 (Madrid, Febrero 2011), páginas 6-8.

Los caminos de peregrinación hacia Santiago de Compostela han sido muchos a lo largo del tiempo, por lo que desde las tierras de Guadalajara fueron también varios los que hasta allí se dirigían, atravesando Castilla la Vieja y Galicia.
Hecho actual es el protagonizado por la Federación Española de Amigos del Camino de Santiago, que se ha encargado de recuperar y señalizar diferentes rutas jacobeas que ha dado a conocer a través de las páginas de su revista Peregrino y de su web http://www.caminosantiago.org
De la provincia de Guadalajara nace un ramal que desde la capital, atraviesa El Casar, llega a Manzanares el Real y continúa por el Camino de Santiago que parte desde Madrid, para seguir por el puerto de La Fuenfría hacia Segovia, Valladolid y León, que es conocida como la “Ruta Alcarreña Occidental”. Aunque también existe otra llamada “Oriental”, que también desde Guadalajara, por Hita, Jadraque y Riofrío del Llano, enlaza con un camino, más largo, conocido como “Ruta de la Lana”, que tiene su origen en el Levante español, atraviesa Cuenca y Guadalajara, sigue por Soria hasta Burgos y, desde allí sigue el “Camino Francés” hasta Santiago.
En realidad esta “Ruta de la Lana” fue utilizada en sus orígenes por ganaderos y comerciantes de todo lo relacionado con la lana: esquiladores, etcétera, para comercializar en el mercado de Burgos, de modo que acerca de esta vía de peregrinación se conocen diversos documentos, especialmente un relato escrito en valenciano titulado L’Espill (“El Espejo”), que comenta el viaje hecho a Santiago por su autor, Jaume Roig, en 1460, o el que en la primavera de 1624 realizaron Francisco Patiño y su mujer María de Franchís, acompañados por su primo, Sebastián de Huerta, desde Monteagudo de las Salinas, en Cuenca, del que hay constancia de su paso por Astorga y Molinaseca.
Desde Atienza hasta Covarrubias esta ruta coincide con la del “Destierro del Cid”, pero, en su mayor parte lo hace con el conocido el camino que figura en el Repertorio de Alonso de Meneses, del siglo XVI, que iba desde Cuenca a Burgos y por el que solía viajar la lana de la Alcarria y los paños de Cuenca hasta las ferias y mercados de Medina del Campo y el Consulado de Burgos, que también fue el que siguió en su viaje el rey Felipe III, cuando desde sus bodas en Valencia fue a visitar el monasterio de la Salceda en 1604, que seguía usándose en el siglo XVIII, y que Pascual Madoz menciona tan repetidamente en su Diccionario como “Caminos: los locales y el que conduce a Valencia y Cuenca”.
Diremos finalmente que desde Cuenca, este camino sigue la siguiente ruta: El Villar, Torralba, Priego, Valdeolivas y, ya en la provincia de Guadalajara, Salmerón, Trillo, Cifuentes, Mandayona, Atienza y Miedes, pasando a Soria por Retortillo, El Fresno, Inés, San Esteban de Gormaz, Alcubilla, para seguir por Huerta del Rey, Silos, Retuerta, Covarrubias, Hontoria, Venta de los Molinos y Burgos y desde allí seguir en “Camino Frances” por Castrojeriz, Fromista, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada y Samos hasta Santiago de Compostela.

Esperamos que, como se dijo al comienzo, estas breves reseñas sirvan para conocer mejor la denominada “opera minor” de este gran amigo y compañero que fue José Luis García de Paz, indicando que dejamos para otra ocasión el estudio de los numerosos trabajos y artículos que dio a la prensa provincial, más dispersos.

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