viernes, 25 de enero de 2013

También la arquitectura negra tiene su historia

MORENO MARTÍN, Isidoro, Majaelrayo. Trozos de su Historia, Majaelrayo (Guadalajara), El Autor, 2011, 100 pp. (ISBN: 978-84-615-6420-0).

Una muy breve, brevísima nota, apenas unos apuntes de introducción, nos dicen lo que va a ser el libro.
Isidoro Moreno, su autor, nunca ha sido hombre de muchas palabras y hoy sigue tan callado como siempre, aunque a veces abra su corazón y su voz a los amigos. Yo tengo este libro suyo, dedicado, porque me siento su amigo y así quiero demostrárselo a él y a quienes lean esta nota bibliográfica.
Comenzaré diciendo que Isidoro Moreno Martín es un “buen hombre” y un “hombre bueno” al que nadie le ha obligado a escribir lo que escribe y al que muchos deberían estar agradecidos por lo que hace. En buena manera, se diga lo que diga, Majaelrayo es lo que es y mantiene sus fiestas y tradiciones, sus danzas, gracias a él y a sus desvelos, que nunca nadie supo apreciar (mucho menos pagar como es debido: con cariño, respeto y admiración). Pero ya está bien, que cada cual arrostre sus fallos y ¡san se acabó!, que tontos y desagradecidos los seguirá habiendo por los siglos de los siglos. Amén.

Isidoro, amigo, ha escrito -una vez más- un trabajo, un libro más bien escueto, -antes fueron folletos de una paginación corta, pero enjundiosa y llena de sorpresas-, que como siempre, como en ocasiones anteriores, ofrece algún que otro dato, muchos datos, de interés y más para nosotros, para los pejigueros de tres al cuarto que nos jactamos de tener en nuestras colecciones particulares las piezas más raras y especiales, los ejemplares numerados de corta tirada, los rara avis de la bibliografía provincial...
Isidoro Moreno piensa que a través de estos trabajos, sus trabajos, los que ofrece a quienes están interesados en ellos gratis et amore, dará a conocer los recovecos, los resquicios más ocultos y desconocidos de la historia local, localísima (de ahí su grandeza), de su pueblo, de Majaelrayo, por el que tantas y tantas veces se ha dejado partir el pecho sin recibir nada a cambio. Castiella, otra, una vez más, face los omes, e los gasta (siempre en provecho propio o en el de algún que otro mangante de tres al cuarto y por demás analfabeto, porque lo que la Naturaleza no da, Salamanca no lo concede).
Y así va todo.
Es el libro, en fin, un ramillete de notas amistosas y amigables, un golpe de pinceladas sobre la Historia de Majaelrayo, ese pueblo aislado dentro de la sierra que, al igual que Teruel, existe, -ha pagado sus impuestos y ha contribuido con sus levas a servir en los ejércitos- aunque en el extremo noroccidental de Guadalajara, a la solana baja de la falda del vigilante y callado Ocejón.
Pero a pesar de todo, como siempre y como es norma actual de vida, el éxodo rural ha contribuido no poco a su deterioro, a su lenta degradación, tanto de las tierras como de las costumbres. Es inevitable el cambio de vida.

El libro, que se lee fácilmente de un tirón, comienza, lógicamente, con la descripción del lugar. La palabra lugar me seduce. Me dice mucho con su escueto silencio. Lugar es el sitio donde el pueblo está ubicado... porque cuando un pueblo no nos gusta decimos que es un lugarón (e incluso un lugarón de mierda)... pero cuando nos gusta y nos agrada, cuando nos sentimos a gusto, es un lugar ameno y delicioso, un locus amoenus y si es conclusus, como un hortus, mejor que mejor.
El lugar, la comunidad, la iglesia... todo aquello de lo que surge lo demás, es lo primero, lo básico y fundamental. El lugar anclado en la tierra, la comunidad de villa y tierra de Ayllón a la que tantísimo tiempo perteneció Majaelrayo, al igual que tantos otros pueblos que hoy son provincia de Guadalajara y forman parte de ella, e incluso del mismo sexmo o sesmo de los pueblos agregados de la Transierra.
Pueblos viejos en los que sus antepasados dueños, amos y señores, dejaron sus armas grabadas en piedra sobre los arcos adovelados de las puertas de sus viejos caserones, hoy medio derruidos o convertidos, deo gratias, (al menos) en comedores turísticos de tenedores varios.
Isidoro Moreno deja la huella escrita de lo que piensa, quiere dejar la huella de todo lo que sabe acerca de su pueblo, del pueblo de sus desvelos, y comienza para ello por el término municipal de su pueblo -del lugar- para lo cual, como debe hacerse, parte de su origen toponímico, de aquel despoblado de “Majadas Viejas” primigenio y de la riqueza de la tierra en la que se asienta ahora, tanto forestal y agrícola, como ganadera (a través de algunos datos de la Mesta), hasta llegar al momento de la desmembración y la tristeza de la Desamortización de Madoz (1855-1856), cuando los bienes municipales desamortizados no eran mas que la posada, las fraguas y molinos, los baldíos y cuatro cosas más.
La administración del lugar y los datos del  municipio constituyen otro apartado que afecta a la forma de vivir y a su evolución demográfica (me ha llamado mucho la atención que entre los años 1590 y 1700, poco más de un siglo, fuesen confirmados 910 niños [cosa que no me lo creo]).
Lo primero que un pueblo debía hacer era tener iglesia, una iglesia en la que acogerse y ampararse. Así, en el correspondiente capítulo, se escribe de las primeras construcciones y de sus artífices y de eso otro que, más fundamental, constituye la relación entre la propia iglesia y sus representantes con el pueblo (es decir, con quienes habitan el lugar), de la que posteriormente surgirán determinadas instituciones popular- religiosas, como por ejemplo la cofradía de san Nicolás de Bari, de comienzos del siglo XVII (de cuya “Tabla de las memorias y su cumplimento a cargo de la Cofradía del Señor San Nicolás todos los años y otras obligaciones que los cofrades de dicha cofradía tienen según las ordenanzas y es como sigue...” se da conocimiento al interesado, así como de sus bulas de indulgencias y de ánimas, o de las capillas del Rosario y del Santo Niño o Dulce Nombre y su hermandad.
Importancia especial tiene el apartado sexto que se dedica a las tradiciones de Majaelrayo, en el que se habla de la danza de la festividad del Santo Niño, de su origen y componentes (ocho personas, -siempre ha sido ejecutada por hombres-, cuatro guías y cuatro guardas, además del botarga “que con su traje de paño de distintos colores, va delante de los danzantes”) y en el que se traza la composición del traje de danza, la misión de los danzantes, el repertorio de danzas (que son doce, unas con letra “que es recitada calladamente por los danzantes a medida que se baila y que ayuda al baile” y otras sin letra, y que son: El saludo, Pena negrito, Domingo me enamoré, Una dama con chinchilla, Ramales afuera, Antón Molinero, Marizápalos, Al milano se nos da, Las espadas, Las fajas, El cordón y Las castañuelas, además de otra que según es conocido se perdió con el tiempo.
Capítulo aparte merece el botarga (“el”, en masculino, como en Beleña de Sorbe, que no “la” botarga), que para los chiquillos representaba el terror, porque al ir provisto de un cuerno de vaca en el que lleva una especie de gachas con harina y agua, corre tras ellos para untárselas con una cuchara de asta o madera, mientras le van gritando: “remendón, remendón” y “botarga la larga”. Lo mismo que hace con quienes se duermen en misa.
Un botarga con dos vestimentas del que se dice tradicionalmente: Cuando tiene un traje, / rayau, rayau, / cuando tiene otro, / remendón, remendón. / Botarga, la larga, / cascarruleta, / que mata los piojos / con una escalera.
Añade además una serie de juegos populares (típicos) como los bolos, la barra y otros anteriores.
La “vaquilla”, las tradiciones de san Juan y unas notas acerca del cancionero popular (el Cantar de San Casiano, el de Reyes, los de Ronda y Semana Santa y el Himno al Santo Niño, ya recogidos en el Cancionero Popular Tradicional de Guadalajara de Asunción Lizarazu de Mesa) cierran el apartado de eso que podríamos denominar folklore.
Lástima que el capítulo noveno, destinado a dar a conocer distintos documentos a través de fotocopias y fotografías antiguas de notable interés tanto fotográfico como documental, aparezcan borrosas y por lo tanto carentes de interés puesto que su lectura es muy difícil, además de por su tamaño.
Sin embargo es muy de agradecer la edición de trabajos de este tipo -ya hubo algunos precedentes publicados por el mismo Isidoro Moreno en forma de folleto de veinte a treinta páginas- que tanto representan para el conocimiento de nuestros pueblos más apartados a través de sus fiestas y tradiciones, de su historia y de su patrimonio histórico artístico y monumental y que tan poco apreciados son, por desgracia, por quienes deberían mantener viva la antorcha de la cultura provincial desde los más olvidados rincones hasta los más amplios campos.
Gracias, una vez más, a Isidoro Moreno que sigue su meta y cumple los fines que se propuso.
P. S. Antes de poner fin a esta breve reseña quisiera recordar que Isidoro Moreno Martín es autor de diversos trabajos sobre Majaelrayo, su pueblo, al que tanto ama, que pueden leerse en la revista Cuadernos de Etnología de Guadalajara (en cuyo último número se inserta un índice general de trabajos).

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