ANALES COMPLUTENSES, volumen XXIII (Alcalá de Henares, Institución
de Estudios Complutenses, 2011), 464 pp.
Acabamos de recibir en número
23 (2011) de la revista Anales
Complutenses que, anualmente, viene editando la prestigiosa Institución de
Estudios Complutenses, una de las escasas entidades culturales de amplio calado
que todavía existen, similar en tantos aspectos a nuestra tan añorada
Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana” y que, al igual que
ella, a través de sus numerosas publicaciones -no olvidemos que lo escrito
permanece-, sirvió durante tanto tiempo de “buque insignia” de la Cultura de
Guadalajara.
Institución cuya impagable
labor sirvió para dar a conocer muchos aspectos de la cultura provincial de
Guadalajara gracias a publicaciones como Wad-Al-Hayara
o Cuadernos de Etnología de
Guadalajara, entre otras muchas reflejadas en su amplio catálogo aún
latentes.
Pues bien, a pesar de los
vaivenes políticos, de etapas más o menos críticas, esta publicación, Anales Complutenses, sigue en la brecha,
siempre adelante, cada día mejor, no sólo en lo que a su materialidad se
refiere, sino también a sus cada día más selectas colaboraciones.
El número que comentamos
contiene una presentación y una explicación introductoria en la que se explican
los numerosos cambios que, poco a poco, ha ido sufriendo con el fin de
convertirla en un modelo a seguir, y un conjunto variopinto de artículos: doce
estudios, cuatro colaboraciones sobre fondos bibliográficos y documentales, y
el acostumbrado reflejo de la actividad institucional, además de las tan
necesarias normas generales para la publicación de trabajos.
Evidentemente, en este rimero
de páginas y dada la cercanía entre Alcalá de Henares y Guadalajara, es lógico
encontrar algunas colaboraciones que afecten, más o menos directamente, a
nuestra actual provincia, lo mismo que sucede con otras revistas editadas por instituciones,
generalmente de carácter cultural, ubicadas en localidades limítrofes, como Kalathos (Teruel), Celtiberia y Revista de Soria
(Soria), Anales del Instituto de Estudios
Madrileños (Madrid), Estudios
Segovianos (Segovia) y tantas otras que suelen contar con el amparo del
C.S.I.C., a través de la C.E.C.E.L. (Confederación Española de Centros de
Estudios Locales).
De entre los estudios,
mencionaremos -un tanto aleatoriamente y con el único fin de dar una idea de su
contenido general- los titulados “Dos héroes alcalaínos en las guerras de
Flandes, Alpujarras y Portugal entre 1568 y julio de 1600” (José Barros
Campos), “Apuntes históricos del convento de Carmelitas de la Purísima
Concepción, vulgo “De la imagen””, (Luis Miguel de Diego Pareja), “Alcalá de
Henares en la colección España Artística y Monumental (1842-1850)” (Silvia
García Alcázar), etc., así como “Más de
cien años de rodajes cinematográficos en Alcalá de Henares: Filmología
1905-2010” (Pedro Ballesteros Torres), “La carta de dote de doña Antonia Juana
de Santaren, una señora alcalaína en el Madrid de Carlos II (1693)” (José Luis
Barrio Moya), etc., entre los trabajos incluidos en los fondos bibliográficos y
documentales. Evidentemente son muchos más los que completan el índice.
Sin embargo, por su temática
relacionada con Guadalajara, son dos los trabajos que ahora nos interesan: los
firmados por Sonia MORALES CANO, “Acerca de la escultura funeraria gótica en el
Valle del Henares” (páginas 175-200) e Isabel BARBEITO CARNEIRO, “Fr. Lucas de
Yangües y su nada Breve Catálogo” (páginas
381-413).
El primero tiene como
protagonista a Sebastián de Toledo, quizás el “entallador de ymaginería” más
sobresaliente del foco toledano de finales del siglo XV, -“el mejor”, según
Azcárate- que dirigió el taller escultórico surgido alrededor de la catedral de
Sigüenza gracias, en gran medida, al mecenazgo de los Mendoza y del que
salieron las mejores muestras artísticas -sepulcros- del Valle del Henares.
Debió formarse en los talleres
de escultura de Egas Cueman surgidos entre 1479 y 1484 en el monasterio de San
Juan de los Reyes, de Toledo, donde parece que esculpió las cabezas que
ostentan los pilares del crucero, como primer contacto con las formas flamencas
introducidas en la escuela toledana, hacia 1440, por Alvar Martínez y Hanequín
de Bruselas a través de la capilla de Santiago de la catedral Primada.
Dichas formas flamencas y la influencia
de artistas de primera fila como el citado Cueman y Juan Guas, aparecen
patentes en Sebastián de Toledo, especialmente en las tracerías que decoran los
frentes del sepulcro de don Álvaro de Luna o en “la mezcla de lo hispánico y lo
flamenco, del entrañable humanismo y de la tradición formal gótica, e incluso
de algún elemento ornamental procedente de Italia”, que es posible apreciar en
el sepulcro de don Martín Vázquez de Arce, como señala Aurelio de Federico en El Doncel de Sigüenza. La escultura
hispanoflamenca más relevante (1971).
Poco después, entre 1586 y
1487, Sebastián de Toledo se desplaza a Segovia para colaborar con Juan Guas,
en las obras que se estaban llevando a cabo en su catedral, para cuya entrada
al claustro realizó el grupo de la Piedad, así como numerosas imágenes de menor
tamaño en jambas y arquivoltas.
Según Pérez Higuera, durante
este periodo labraría el sepulcro de doña Beatriz Pacheco del monasterio del
Parral.
Pero, aparte de su
originalidad, lo que quizá más pueda interesar al lector alcarreño sea su
huella artística a lo largo del Valle del Henares, que se hace visible en
Alcalá de Henares, con el sepulcro de don Alfonso Carrillo de Acuña (actualmente
en el museo de la Magistral) y cuyo túmulo está decorado -si así puede decirse-
con la representación alegórica de las virtudes cardinales, al igual que sucede
con el de don Álvaro de Luna: la Fortaleza, sedente, abre las fauces de un león
(no aparece con una columna rota, según los esquemas italianos), y la Justicia,
con una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda, ya que las
otras dos virtudes desaparecieron, aunque sería posible conjeturar, por
comparación con el esquema iconográfico del túmulo de don Álvaro de Luna, que
la Prudencia llevaría una bolsa de monedas (que no ha de confundirse con la
Caridad) y la Templanza sostenía dos vasijas derramando el líquido de una, tal
vez vino, sobre la otra, para atemperar su efecto con agua.
Existen también dos esculturas
más en Guadalajara, adscribibles a la escuela de Sebastián de Toledo: el monumento
funerario en alabastro del clérigo don Alonso Fernández de la Cuesta -“El
Dorado”-, conservado en la capilla de la Asunción de la iglesia de San
Bartolomé, de Jirueque, en el que aparece, como es frecuente en las obras de
nuestro artista, la figura de la Anunciación (“el arcángel San Gabriel
arrodillado, dispuesto de perfil, señalando con el dedo índice de su mano
diestra a una joven María, de la que le separa un gran jarrón rebosante de
azucenas. La Virgen, por su parte, presenta la palma de su mano derecha abierta
en actitud bendiciente mientras toca con la izquierda un libro abierto
dispuesto sobre un hermoso atril”, de acusada semejanza con la Anunciación del
testero de la cama sepulcral de don Juan Ruiz de Peregrina, situado actualmente
en la capilla de San Marcos de la catedral seguntina.
El segundo de los trabajos que
pudieran interesar al lector alcarreño ofrece numerosos datos acerca de la vida
y la obra de fray Lucas de Yangües
(no Yangüas), natural de Guadalajara, del que tan pocos datos se conocen, a
pesar de figurar en la Tipografía Complutense
de don Juan Catalina García López (1889).
Nació en el seno de una familia
numerosa alcarreña, -fue el penúltimo de los nueve hijos del matrimonio formado,
durante más de sesenta años, por Diego de Yangües, Relator del Consejo del
Duque del Infantado, y Ana María de Alcocer- muy emparentada, bajo distintos
grados de compromiso, con el franciscanismo, puesto que él mismo, perteneció a
la primera Orden de los Frailes Menores -dos hermanas murieron siendo niñas y
el resto, dos mujeres y cinco hombres, tomó compromiso con el mundo franciscano
abrazando su hábito-, siendo al tiempo autor de un extenso repertorio, que
abarca trescientas cuarenta biografías, que tituló Breve Catálogo y que contiene las semblanzas de religiosos de esta
Orden que destacaron en distintas facetas.
De los ciento dieciocho Frailes
Menores que incluye, un cincuenta por ciento estuvieron vinculados al convento
de Santa María de Jesús, más conocido como de San Diego, de Alcalá de Henares.
De fray Lucas se conserva un
“inédito ejemplar autógrafo” que suscita diversas preguntas en lo referente a
su fecha de redacción, puesto que se data en los años 1680, 1684 y 1687, así
como a su autoría, que también se atribuye a Lucas Álvarez de Toledo, y a sus
fuentes prioritarias: Alonso Vázquez de Toledo e informaciones recabadas sobre
terciarios, etc.
Para curiosidad del lector hay
que decir que, la mayor parte de los datos biográficos que de fray Lucas se
conocen, corresponden a fray Diego Álvarez, cuya Chrónica Seráfica d(es)ta Provincª de Castilla, -Tomo III, C. V,
ff. 49r-56v, especialmente- ofrece la más interesante información, dada la
pérdida de los archivos de los conventos franciscanos de Madrid, Guadalajara y
Ocaña, lugares en los que transcurrió la vida religiosa de nuestro autor.
De sus hermanos mencionados, el
mayor, Luis, nació en 1615, fue sacerdote secular y beneficiado de la parroquia
de San Nicolás, de Guadalajara, “dos veces abad de su Cabildo”, y también hijo
de la Tercera Orden de N. P. S. Francisco. Fue sepultado en el convento de las
Carmelitas Descalzas, en el que había sido capellán “por espacio de 56 años”.
El segundo, Francisco, fue
Regidor Perpetuo de Guadalajara y Depositario General. Por ser casado tomó el
hábito de la V.O.T. (Venerable Orden Tercera).
Del mismo modo, Juan de
Yangües, fue Regidor Perpetuo de Guadalajara y al estar casado también
perteneció a la V.O.T.
Isabel, la mayor de las
hermanas, fue bautizada en 1625 en San Andrés, ingresó en el convento de
Nuestra Señora de la Piedad, de Guadalajara, donde murió en 1693.
Catalina permaneció soltera,
cuidando a sus padres, y también tomó el hábito de la V.O.T.
Fray Manuel, el hijo menor, que
vino al mundo año y medio después de Lucas, recibió el bautismo en 1630 en la
iglesia de San Andrés, y juntos fueron al colegio y tomaron los hábitos de la I
Orden de los Frailes Menores en el convento de San Francisco, de Madrid, en
1646. Curiosamente, fray Lucas incluye la biografía de este hermano suyo en el Breve Catálogo, aunque ocultando el
parentesco.
Dos trabajos, dos nuevas
aportaciones al conocimiento de aspectos parciales de la Historia de
Guadalajara y de sus gentes, precisamente aquellas gentes que contribuyeron a
hacerla.
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