jueves, 22 de diciembre de 2011

Una Revista clásica y densa


ANALES COMPLUTENSES, volumen XXIII (Alcalá de Henares, Institución de Estudios Complutenses, 2011), 464 pp.

Acabamos de recibir en número 23 (2011) de la revista Anales Complutenses que, anualmente, viene editando la prestigiosa Institución de Estudios Complutenses, una de las escasas entidades culturales de amplio calado que todavía existen, similar en tantos aspectos a nuestra tan añorada Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana” y que, al igual que ella, a través de sus numerosas publicaciones -no olvidemos que lo escrito permanece-, sirvió durante tanto tiempo de “buque insignia” de la Cultura de Guadalajara.
Institución cuya impagable labor sirvió para dar a conocer muchos aspectos de la cultura provincial de Guadalajara gracias a publicaciones como Wad-Al-Hayara o Cuadernos de Etnología de Guadalajara, entre otras muchas reflejadas en su amplio catálogo aún latentes.

Pues bien, a pesar de los vaivenes políticos, de etapas más o menos críticas, esta publicación, Anales Complutenses, sigue en la brecha, siempre adelante, cada día mejor, no sólo en lo que a su materialidad se refiere, sino también a sus cada día más selectas colaboraciones.
El número que comentamos contiene una presentación y una explicación introductoria en la que se explican los numerosos cambios que, poco a poco, ha ido sufriendo con el fin de convertirla en un modelo a seguir, y un conjunto variopinto de artículos: doce estudios, cuatro colaboraciones sobre fondos bibliográficos y documentales, y el acostumbrado reflejo de la actividad institucional, además de las tan necesarias normas generales para la publicación de trabajos.
Evidentemente, en este rimero de páginas y dada la cercanía entre Alcalá de Henares y Guadalajara, es lógico encontrar algunas colaboraciones que afecten, más o menos directamente, a nuestra actual provincia, lo mismo que sucede con otras revistas editadas por instituciones, generalmente de carácter cultural, ubicadas en localidades limítrofes, como Kalathos (Teruel), Celtiberia y Revista de Soria (Soria), Anales del Instituto de Estudios Madrileños (Madrid), Estudios Segovianos (Segovia) y tantas otras que suelen contar con el amparo del C.S.I.C., a través de la C.E.C.E.L. (Confederación Española de Centros de Estudios Locales).
De entre los estudios, mencionaremos -un tanto aleatoriamente y con el único fin de dar una idea de su contenido general- los titulados “Dos héroes alcalaínos en las guerras de Flandes, Alpujarras y Portugal entre 1568 y julio de 1600” (José Barros Campos), “Apuntes históricos del convento de Carmelitas de la Purísima Concepción, vulgo “De la imagen””, (Luis Miguel de Diego Pareja), “Alcalá de Henares en la colección España Artística y Monumental (1842-1850)” (Silvia García Alcázar), etc.,  así como “Más de cien años de rodajes cinematográficos en Alcalá de Henares: Filmología 1905-2010” (Pedro Ballesteros Torres), “La carta de dote de doña Antonia Juana de Santaren, una señora alcalaína en el Madrid de Carlos II (1693)” (José Luis Barrio Moya), etc., entre los trabajos incluidos en los fondos bibliográficos y documentales. Evidentemente son muchos más los que completan el índice.
Sin embargo, por su temática relacionada con Guadalajara, son dos los trabajos que ahora nos interesan: los firmados por Sonia MORALES CANO, “Acerca de la escultura funeraria gótica en el Valle del Henares” (páginas 175-200) e Isabel BARBEITO CARNEIRO, “Fr. Lucas de Yangües y su nada Breve Catálogo” (páginas 381-413).
El primero tiene como protagonista a Sebastián de Toledo, quizás el “entallador de ymaginería” más sobresaliente del foco toledano de finales del siglo XV, -“el mejor”, según Azcárate- que dirigió el taller escultórico surgido alrededor de la catedral de Sigüenza gracias, en gran medida, al mecenazgo de los Mendoza y del que salieron las mejores muestras artísticas -sepulcros- del Valle del Henares.
Debió formarse en los talleres de escultura de Egas Cueman surgidos entre 1479 y 1484 en el monasterio de San Juan de los Reyes, de Toledo, donde parece que esculpió las cabezas que ostentan los pilares del crucero, como primer contacto con las formas flamencas introducidas en la escuela toledana, hacia 1440, por Alvar Martínez y Hanequín de Bruselas a través de la capilla de Santiago de la catedral Primada.
Dichas formas flamencas y la influencia de artistas de primera fila como el citado Cueman y Juan Guas, aparecen patentes en Sebastián de Toledo, especialmente en las tracerías que decoran los frentes del sepulcro de don Álvaro de Luna o en “la mezcla de lo hispánico y lo flamenco, del entrañable humanismo y de la tradición formal gótica, e incluso de algún elemento ornamental procedente de Italia”, que es posible apreciar en el sepulcro de don Martín Vázquez de Arce, como señala Aurelio de Federico en El Doncel de Sigüenza. La escultura hispanoflamenca más relevante (1971).
Poco después, entre 1586 y 1487, Sebastián de Toledo se desplaza a Segovia para colaborar con Juan Guas, en las obras que se estaban llevando a cabo en su catedral, para cuya entrada al claustro realizó el grupo de la Piedad, así como numerosas imágenes de menor tamaño en jambas y arquivoltas.
Según Pérez Higuera, durante este periodo labraría el sepulcro de doña Beatriz Pacheco del monasterio del Parral.
Pero, aparte de su originalidad, lo que quizá más pueda interesar al lector alcarreño sea su huella artística a lo largo del Valle del Henares, que se hace visible en Alcalá de Henares, con el sepulcro de don Alfonso Carrillo de Acuña (actualmente en el museo de la Magistral) y cuyo túmulo está decorado -si así puede decirse- con la representación alegórica de las virtudes cardinales, al igual que sucede con el de don Álvaro de Luna: la Fortaleza, sedente, abre las fauces de un león (no aparece con una columna rota, según los esquemas italianos), y la Justicia, con una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda, ya que las otras dos virtudes desaparecieron, aunque sería posible conjeturar, por comparación con el esquema iconográfico del túmulo de don Álvaro de Luna, que la Prudencia llevaría una bolsa de monedas (que no ha de confundirse con la Caridad) y la Templanza sostenía dos vasijas derramando el líquido de una, tal vez vino, sobre la otra, para atemperar su efecto con agua.
Existen también dos esculturas más en Guadalajara, adscribibles a la escuela de Sebastián de Toledo: el monumento funerario en alabastro del clérigo don Alonso Fernández de la Cuesta -“El Dorado”-, conservado en la capilla de la Asunción de la iglesia de San Bartolomé, de Jirueque, en el que aparece, como es frecuente en las obras de nuestro artista, la figura de la Anunciación (“el arcángel San Gabriel arrodillado, dispuesto de perfil, señalando con el dedo índice de su mano diestra a una joven María, de la que le separa un gran jarrón rebosante de azucenas. La Virgen, por su parte, presenta la palma de su mano derecha abierta en actitud bendiciente mientras toca con la izquierda un libro abierto dispuesto sobre un hermoso atril”, de acusada semejanza con la Anunciación del testero de la cama sepulcral de don Juan Ruiz de Peregrina, situado actualmente en la capilla de San Marcos de la catedral seguntina.
El segundo de los trabajos que pudieran interesar al lector alcarreño ofrece numerosos datos acerca de la vida y la obra de fray Lucas de Yangües (no Yangüas), natural de Guadalajara, del que tan pocos datos se conocen, a pesar de figurar en la Tipografía Complutense de don Juan  Catalina García López (1889).
Nació en el seno de una familia numerosa alcarreña, -fue el penúltimo de los nueve hijos del matrimonio formado, durante más de sesenta años, por Diego de Yangües, Relator del Consejo del Duque del Infantado, y Ana María de Alcocer- muy emparentada, bajo distintos grados de compromiso, con el franciscanismo, puesto que él mismo, perteneció a la primera Orden de los Frailes Menores -dos hermanas murieron siendo niñas y el resto, dos mujeres y cinco hombres, tomó compromiso con el mundo franciscano abrazando su hábito-, siendo al tiempo autor de un extenso repertorio, que abarca trescientas cuarenta biografías, que tituló Breve Catálogo y que contiene las semblanzas de religiosos de esta Orden que destacaron en distintas facetas.
De los ciento dieciocho Frailes Menores que incluye, un cincuenta por ciento estuvieron vinculados al convento de Santa María de Jesús, más conocido como de San Diego, de Alcalá de Henares.
De fray Lucas se conserva un “inédito ejemplar autógrafo” que suscita diversas preguntas en lo referente a su fecha de redacción, puesto que se data en los años 1680, 1684 y 1687, así como a su autoría, que también se atribuye a Lucas Álvarez de Toledo, y a sus fuentes prioritarias: Alonso Vázquez de Toledo e informaciones recabadas sobre terciarios, etc.
Para curiosidad del lector hay que decir que, la mayor parte de los datos biográficos que de fray Lucas se conocen, corresponden a fray Diego Álvarez, cuya Chrónica Seráfica d(es)ta Provincª de Castilla, -Tomo III, C. V, ff. 49r-56v, especialmente- ofrece la más interesante información, dada la pérdida de los archivos de los conventos franciscanos de Madrid, Guadalajara y Ocaña, lugares en los que transcurrió la vida religiosa de nuestro autor.
De sus hermanos mencionados, el mayor, Luis, nació en 1615, fue sacerdote secular y beneficiado de la parroquia de San Nicolás, de Guadalajara, “dos veces abad de su Cabildo”, y también hijo de la Tercera Orden de N. P. S. Francisco. Fue sepultado en el convento de las Carmelitas Descalzas, en el que había sido capellán “por espacio de 56 años”.
El segundo, Francisco, fue Regidor Perpetuo de Guadalajara y Depositario General. Por ser casado tomó el hábito de la V.O.T. (Venerable Orden Tercera).
Del mismo modo, Juan de Yangües, fue Regidor Perpetuo de Guadalajara y al estar casado también perteneció a la V.O.T.
Isabel, la mayor de las hermanas, fue bautizada en 1625 en San Andrés, ingresó en el convento de Nuestra Señora de la Piedad, de Guadalajara, donde murió en 1693.
Catalina permaneció soltera, cuidando a sus padres, y también tomó el hábito de la V.O.T.
Fray Manuel, el hijo menor, que vino al mundo año y medio después de Lucas, recibió el bautismo en 1630 en la iglesia de San Andrés, y juntos fueron al colegio y tomaron los hábitos de la I Orden de los Frailes Menores en el convento de San Francisco, de Madrid, en 1646. Curiosamente, fray Lucas incluye la biografía de este hermano suyo en el Breve Catálogo, aunque ocultando el parentesco.
Dos trabajos, dos nuevas aportaciones al conocimiento de aspectos parciales de la Historia de Guadalajara y de sus gentes, precisamente aquellas gentes que contribuyeron a hacerla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.