lunes, 21 de noviembre de 2011

Piedras Rotas


Un libro que nos avisa de los peligros que acechan al patrimonio de Guadalajara

GARCÍA DE PAZ, José Luis, Patrimonio desaparecido de Guadalajara, 2.ª edición, corregida y aumentada, Guadalajara, Aache Ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 46), 2011, 264 pp.
Hubiese sido mejor para todos, especialmente para el patrimonio histórico-artístico de la provincia de Guadalajara, que este libro no se hubiese escrito.
Sería señal de que dicho patrimonio habría llegado hasta hoy completo, íntegramente, tal y como lo heredamos de nuestros antepasados que, a su vez, también lo heredaron de los suyos a través de una larga cadena de generaciones y tiempos, que vienen a ser la misma cosa y coincidir. Pero, desgraciadamente -por una parte- y afortunadamente -por otra-, aquí lo tenemos, con sus páginas llenas de desaguisados, barbaridades, expolios, latrocinios y destrucciones, para vergüenza de algunos.
Y digo desgraciadamente puesto que muchas, quizás demasiadas, manifestaciones de nuestro (es decir, de todos) más rico patrimonio cultural ha desaparecido o ha sido mutilado. De eso, precisamente, trata el libro; de las desapariciones que, por unos u otros motivos, ha sufrido ese patrimonio de todos al que me he referido antes y, a la vez digo afortunadamente, en este caso, por tener la inmensa suerte de poder contar entre nosotros con una persona como el profesor García de Paz, el autor de este libro que comentamos, profundamente enamorado de esta pobre tierra alcarreña que vio nacer a sus antepasados.

Un inmenso amor a la historia de la patria chica, a su arte y a sus tradiciones, llena este ameno, aunque amplio, trabajo. Amor con el que, por ser auténtico, se puede ser capaz de llamar “al pan, pan y al vino, vino” y no morderse la lengua cuando hay que dejar constancia de la dejadez de aquellas instituciones cuya primera misión consiste en custodiar y salvaguardar este inmenso patrimonio que a todos nos pertenece, como bienes que constituyen y conforman una parte muy importante de eso que llamamos Cultura (de la Cultura de verdad, que no del espectáculo, con el que con inusitada frecuencia suele confundirse).
El libro va ya por su segunda edición dado el éxito que la primera, del año 2003, alcanzó en su día. Creo, sinceramente, que este debería ser uno de esos libros de cabecera que todos deberíamos tener a mano para que, tras su atenta lectura, aprendamos de una vez por todas lo que significa todo este patrimonio perdido. No sólo por lo que representa en sí mismo, sino por lo que podemos leer en su “materialidad” acerca de la forma de ser y de pensar de otras gentes que, en otros tiempos vivieron en estas mismas.
Un prólogo, de gran interés por su contenido, del Cronista Provincial Doctor Herrera Casado, sirve de entrada a un manojo de páginas llenas de importantes datos sobre este mundo tan atractivo del patrimonio, eso que, cuando se trata de edificios en mal estado de conservación, casi siempre en ruinas -castillos y murallas, palacios y casonas, etc.- algunos llaman “piedras”, despectivamente, demostrando con ello su ignorancia.
Vayamos al contenido del libro.
“Piedras rotas” es el título de la introducción del autor a este libro testimonio que abarca desde la Edad Media hasta el momento actual y en el que analiza brevemente las diferencias, cambios y deterioros (o recuperaciones, en su caso) sufridos por el patrimonio a los largo de esos años que median entre el 2003, fecha de la primera edición, y finales del 2011, fecha de esta segunda.
También se refiere a la desaparición o al cambio que algunos ejemplos concretos del patrimonio aún existente pueden sufrir, como por ejemplo la presencia humana en la cueva de Los Casares que contribuye al progresivo deterioro de sus grabados, o a la frecuencia cada día mayor del uso ilegal de los detectores de metales por parte de los furtivos, que tanto contribuyen a la desaparición de yacimientos de gran valor arqueológico. La acción antrópica es imparable, y eso está claro tras tantos avatares bélicos: las guerras de Sucesión, de la Independencia, las Carlistas y, por ahora la última, la Incivil (36-39), dieron al traste con una gran parte del patrimonio entonces existente, aunque hay quien asegura (Gaya Nuño) que “lo destruido mediante las indicadas guerras ha sido mucho menos cuantioso que lo perdido en siglo y medio de paz, a consecuencia de que se estaba realizando un atentado".
Seguidamente da a conocer algunos expolios modernos que han tenido como protagonista nuestra provincia; “expolios” no considerados en el sentido que de la palabra ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, sino en el que le asigna la Ley de Patrimonio de 1985: como “...toda omisión u omisión que ponga en peligro de pérdida o destrucción todos o alguno de los valores de los bienes que integran el Patrimonio Histórico Español o perturbe el cumplimiento de su función social.”
Así, en 1996, varios ornamentos del lavadero de Villaverde del Ducado; piezas de la cancela del castillo de Corduente; un tríptico y una ventana con pinturas de los siglos XVIII y XVII, respectivamente, de Galápagos; una talla de Atienza, y dos columnas de Alcocer, del siglo XVII; en 1997, un cuadro de Galápagos; en 1998, tres lienzos y una imagen barroca del XVI, en Riofrío del Llano; en 1999, cuatro columnas barrocas y dos tallas policromadas, de La Yunta, dos columnas más de Tortuera y la Virgen de las Nieves, en Rueda de la Sierra... Y así sucesivamente, suma y sigue, de modo que la tabla de atentados contra el Patrimonio publicada por Adelaida Arabaolaza, actualmente se queda pequeña.
Atentados que como puede comprobarse se perpetran en pueblos retirados y de escasa y envejecida población, especialmente de la zona molinesa, como muy bien pueden testimoniar los habitantes de Labros, que (no) vieron como, uno de los capiteles historiados de la portada románica de su iglesia parroquial, desaparecía de la noche a la mañana (nunca mejor dicho), al igual que sucedió con la imagen de San Mamés, que fue sustraída de su ermita de Mazarete y tantos otros más.
Y ya sí, el libro entra en el grueso de su contenido, que se ha dividido en tres grandes bloques, dedicado al patrimonio religioso, el primero, en el que se da noticia de los atentados y robos que han tenido lugar, a lo largo de treinta subapartados, y que afectan a monasterios como los de Óvila, Santa Ana de Tendilla, La Salceda, Bonaval, Sopetrán, San Antonio de Mondéjar, Monsalud en Córcoles, y otros más, e incluso algún otro ubicado en pueblos que, hasta no hace mucho (1955), pertenecieron al obispado seguntino, como el de Sacramenia (Segovia), que siguió los mismos pasos que el de Óvila, o las pinturas murales de San Baudelio de Berlanga (Soria), además de sepulcros, pinturas, ermitas enteras, órganos, retablos, esculturas y mausoleos; al patrimonio civil, el segundo, al que pertenecen castillos de Diempures y Tendilla; torreones como el calatravo del Cuadrón, que hace poco apareció totalmente derrumbado, “cuando todos sabemos que los castillos no se caen solos”, y murallas, como las de Hita y Cogolludo, además de numerosos palacios y casonas, entre ellas la de Goyeneche en Illana; los jardines de Pastrana, Mondéjar y el del palacio del Infantado de Guadalajara; archivos como el de Zorita de los Canes y manuscritos, como el Fuero de Guadalajara, aparecido en Estados Unidos, puentes, vías romanas, fábricas, baños y balnearios, y hasta boticas entre las que pueden contarse la del hospital de San Mateo de Sigüenza y la del monasterio de Lupiana, etc., y otro tipo de patrimonio, el tercero y último, que aquí se considera como menor y en el que se incluyen casas rurales, rollos y picotas, pairones, fuentes, escudos nobiliarios, artesonados y otros tipos de carpintería de armar, piezas de forja y hasta los edificios de madera como el de las salinas de Imón.
(A los que habría que añadir algunos elementos más como lavaderos, molinos de viento e hidráulicos y santísimas otras muestras en trance de desaparición, pertenecientes a la arquitectura pastoril como son chozos y chozones, tainas, parideras, abrevaderos, pozos de agua y de nieve o neveras y, si se me apura, hasta cuadras, establos y corrales de ganado).
El autor ofrece en cada ficha una serie de datos acerca de cada una de las piezas analizadas, que nos habla de su pasada historia y de sus valores artísticos, a los que añade la particular “odisea” que cada una de ellas ha sufrido. Por ejemplo, la peripecia que siguieron las piedras del desmantelado monasterio de Óvila, o el hallazgo por parte de la Guardia Civil de algunas otras en el comercio de antigüedades…
Incluye García de Paz unos anexos referentes a expolios de obras de pintura española, de pintura española en España y otros perpetrados por el coleccionismo privado, amén de una “lista roja” o relación del patrimonio mal conservado de Guadalajara, que afecta a dieciocho bienes, de un total de cincuenta y dos que corresponden a Castilla-La Mancha, y que no nos resistimos a trasladar para conocimiento del lector: la atalaya árabe de Los Casares (Riba de Saelices); la casa-fuerte de La Bujeda (Traid); los castillos de Galve de Sorbe, Peregrina (Sigüenza) y Torresaviñán (Torremocha del Campo); el convento de San Francisco (Atienza); las iglesias románicas de Querencia (Sienes) y Villaescusa de Palositos (Peralveche); los monasterios de Bonaval (Retiendas), La Salceda (entre Peñalver y Tendilla), San Antonio (Mondéjar), San Bartolomé (Lupiana), San Blas (Villaviciosa de Tajuña, Brihuega), el femenino de San Salvador (Pinilla de Jadraque), Santa María de Óvila (Trillo), Sopetrán (Hita) y Santa Ana (Tendilla), y el palacio del Virrey (Molina de Aragón).
Finaliza este interesantísimo libro con una amplia bibliografía temática, que ha sido la que el autor ha consultado para ofrecer los datos más sobresalientes de cada una de las piezas estudiadas, en cuanto a su arte e historia se refiere, y un utilísimo y manejable índice topográfico.

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