Versos a medianoche. Poetas de Guadalajara -edición 2010-, Guadalajara, Patronato Municipal de Cultura / Ayuntamiento de Guadalajara (Colección: Poesías, 5), 2011, 130 pp.
Buena idea la de mantener viva la antorcha poética de Guadalajara a través de estos “Versos a medianoche”. Recuerdo aquellas otras veladas que tenían lugar bajo la noche estrellada de Pastrana, donde algunos participamos en numerosas ocasiones, guiados por el tesón de aquel inolvidable José Antonio Ochaíta, que muriera con la Alcarria entre las manos, y el incansable espíritu del recordado Ángel Montero, corazones latientes del Núcleo “Pedro González de Mendoza”, que tantas cosas buenas hizo en pro de esta tierra alcarreña, un tanto desagradecida. También recuerdo aquellos otros “Versos a medianoche” en Aranzueque, casi en la intimidad, mientras una suave brisa se mezclaba con la palabra enamorada, en el más absoluto silencio, que apenas sí rompían algunas tosecillas revoltosas, algunos carraspeos de emoción.
Y tantos otros, incontables, recitales del Grupo Literario “Enjambre”, a través de la provincia, pueblo a pueblo, proclamando el valor de la poesía e invitando a otros poetas de la tierra a participar en aquella explosión de alegría y contento que era decir versos, arrojar versos del alma.
Luego se hicieron algunos recitales nocturnos en homenaje al mismo Ochaíta, en la plazuela del Carmen de Guadalajara, donde ahora mismo tienen lugar los encuentros que comentamos.
Buena idea la de mantenerlos vivos y a flote, gracias a esta edición anual y buena también la idea de recopilar la voz -ahora escrita- de los poetas en un libro fácilmente asequible y manejable, donde pasar un momento en su lectura, pensando en tantas cosas…
La edición de 2010 recoge la obra de diecinueve poetas, nada menos.
Por orden alfabético abre el libro Jesús Campoamor con un poema titulado “Soneto con mis pinceles”: “… cuando pinto paisajes que me crecen, / cuando sueño con lienzos inmortales”, lleno de colorido, de imágenes plasmadas en una superficie plana (no en balde se deja ver que Campoamor es pintor).
De María de la Casa Ayuso, se ofrecen tres poemas: “El amor es”, “Todo parece muerto” y “Dolor y vida”, en los que se aprecia cierto poso de tristeza dolorida: “En un triste día me martillean / los clavos casi rotos del cerebro…”, “Está yerto de amor y misericordia / el enjambre humano. / Están por las tinieblas / las almas esparcidas”, pensamientos escritos que quizá se correspondan con los tiempos que nos ha tocado vivir.
La voz profunda de Florencio Expósito García figura representada por dos poemas: “Soñador de ilusiones” y “Romería al venero”. El primero de ellos nos descubre los sinsabores de la drogadicción, mientras que el segundo recuerda un día de verano en una casa de campo, un 25 de julio, cuando amanece el amor.
Alfredo García Huetos, con tres poemas: “Crepúsculo”, “Eternidad” y “Tanteo”, nos sumerge en todo un mundo de metafísicas presencias. Alfredo es un místico actual. “De nuevo / me remonto a tu luz / y mis ojos rebosan / de estrellas” o “De la nada me hiciste tú, mi todo, / y pusiste tu aliento en nuestra nada. / A fin de que tu vida fuera en todo.” Y todo es duda, por siempre jamás, hasta que el tiempo se cumpla y nos arrastre en su inmensidad.
De Francisco García Marquina se incluyen unos fragmentos poéticos del capítulo V de su libro “Cuya Memoria, meditación ante los tapices de Pastrana”: “Construyes con tus dedos un horizonte amplísimo, / con un gesto inocente edificas un siglo, / un mar, un viento loco, una intención y un pasmo / hasta quedar transida de su inmortalidad”.
Ramón Hernández escribe “A ti Miguel Hernández” y “Tierra de acuario”. Son dos poemas bravíos, desenfrenados, quizá un deseo de lo que se quiere ser, o de lo que no: “Me negaré a ser fósil de un anticuario / o vicetiple de una ópera bufa / tampoco quiero ser tahúr ni naipe marcado”. Una poesía totalmente libre y alejada de cualquier represión.
Gracia Iglesias Lodares colabora con una selección de poemas pertenecientes a sus libros “Gritos Verticales” y “Distintos métodos para hacer elefantes”: “La reja de la lluvia / vuelve al gato / prisionero del agua”, que recuerda, tal vez, al desaparecido Antonio Fernández Molina: “Mis zapatos mojados / luchando bocanadas como peces agónicos / emiten un sonido chirriante / (taquicardia de pies)…”.
Pedro Jiménez Picazo deja su huella a través de cinco breves poemas en los que el amor es tema fundamental.
Pablo Emilio Llorente, o sea Pablo Llorente, poetiza “A una mujer soñadora” y dice así, como final del poema: “Bella mujer soñada, entre quimeras / escondida: Sin ti, yo, soy la nada”. Es esta una poesía dura, donde el hombre -el poeta- se encuentra a sí mismo mediante la comparación y llega a esa conclusión minimizadora de su existencia.
Daniel Martínez Batanero entrega su “Regalo”, que es un soneto, a la noche estrellada.
M.ª Ángeles Novella Viejo deja su sentir a través de dos poemas. En “Eros y Tánatos” habla de lo que tales figuras mitológicas representan: el amor y la muerte. Es un bello poema.
Carmen Niño también participa con un poema -“Lentamente como la lluvia”- empapado de amor y vida: “Lentamente como la lluvia, / calaban lentamente la piel / los besos húmedos de tu boca”. Poesía amatoria en su más pura esencia.
María del Carmen Peña Palancar colabora con tres poemas: “El regalo de la abuela”, es un poema intimista y quizá basado en los recuerdos aparecidos en el fondo del desván ¿de la memoria? (tal vez una intención de regreso a la infancia); “¡Qué pena!”, sobre el tema de la soledad y la muerte, y “La víspera”, un examen de conciencia tras el tiempo pasado…
Rafael Soler, presenta otros tres poemas, “Canto a un grillo viejo y mío”, la lucha contra un tiempo de felicidad que se va alejando progresivamente, apartando la niñez; “Un poco más de ella”, y “Cata apresurada de Silvia Eliade”, en el que puede advertirse cierto regusto al encuentro del “yo”, a través del absurdo simbólico.
Julie Sopetrán deja huella de su quehacer y de su pensamiento -no puede existir lo uno sin lo otro- en dos poemas: “Deseos”, sobre la necesidad del amor que se ha soñado y se añora: “Hoy se me cae el alma en escalera / y está el cielo tan gris que se desgrana; sin tu tacto me puede la desgana / sin tus besos no tengo primavera.”, y una colección de haikus bajo el título de “La flor del agua”: “Vienes conmigo / como las aguas dulces / placer oculto.” o “Azul el sueño / el latido del agua / rueda ilusiones.” El agua, el río, la corriente… algo fresco que da vida, pero que se aleja y se lleva las presentes ilusiones, tan efímeras.
José Antonio Suárez de Puga, de reconocido prestigio y larga carrera poética, deja una muestra de su latir poético en dos poemas: “Casa encendida”, dedicado al poeta Luis Rosales, de gran calado y serena belleza: (…) “Mas el trino del ave no fallece. / Nunca las flores del vergel se olvidan / de su cantor enamorado, amante / del río Henares que la avena intima”, (esa avena loca que sembrara el doñeador don Juan Ruiz, archipreste de Hita, riberas del Henares), y “Vuelo nupcial”, de abejas libadoras que sobrevuelan las alcarrias, mientras sueñan campiñeras y serranas colmenas enamoradas.
“Terapia”, de Carlos Utrilla Paniagua, es un largo poema de trazo moderno, quizá escrito “con esta lentitud de tren hacia la noche”, “para esquivar la pena” y “exiliar la angustia”.
Tres poemas constituyen la colaboración de Jesús Ramón Valero Díez (para los amigos Chiqui Valero), uno de ello, el más extenso, “El sombrero y el hombre”, constituye un recuerdo entrañable de la figura de Fernando Borlán, ya en la distancia insondable, escrito con total desenvoltura y desparpajo.
Finaliza esta gavilla de poetas, con una colección de cuatro poemas escrita por Matilde de la Vera Mellado: “Años perdidos…”: “El aire funde nieve / como el tiempo recuerdos.”; “Cuerdas del tiempo”, “Que triste / ir perdiendo distancia / entre enredaderas de moras…”; “Droga…”, “Buscan irisados colores / en un mar de cieno.”, y “Nuevo caminar…”, “Sus manos arrastrando / piedras de vida, / empezó un nuevo caminar.”
Unos “Versos a medianoche” que leer pausadamente, con total serenidad, penetrando en el poema, verso a verso, aprovechando este tiempo estival propicio para el cambio de actividad, para hacernos soñar trasladándonos a esas parcelas etéreas del tiempo y el espacio que, a veces, tanto anhelamos y, a veces, también, tanto echamos de menos.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
Buena idea la de mantener viva la antorcha poética de Guadalajara a través de estos “Versos a medianoche”. Recuerdo aquellas otras veladas que tenían lugar bajo la noche estrellada de Pastrana, donde algunos participamos en numerosas ocasiones, guiados por el tesón de aquel inolvidable José Antonio Ochaíta, que muriera con la Alcarria entre las manos, y el incansable espíritu del recordado Ángel Montero, corazones latientes del Núcleo “Pedro González de Mendoza”, que tantas cosas buenas hizo en pro de esta tierra alcarreña, un tanto desagradecida. También recuerdo aquellos otros “Versos a medianoche” en Aranzueque, casi en la intimidad, mientras una suave brisa se mezclaba con la palabra enamorada, en el más absoluto silencio, que apenas sí rompían algunas tosecillas revoltosas, algunos carraspeos de emoción.
Y tantos otros, incontables, recitales del Grupo Literario “Enjambre”, a través de la provincia, pueblo a pueblo, proclamando el valor de la poesía e invitando a otros poetas de la tierra a participar en aquella explosión de alegría y contento que era decir versos, arrojar versos del alma.
Luego se hicieron algunos recitales nocturnos en homenaje al mismo Ochaíta, en la plazuela del Carmen de Guadalajara, donde ahora mismo tienen lugar los encuentros que comentamos.
Buena idea la de mantenerlos vivos y a flote, gracias a esta edición anual y buena también la idea de recopilar la voz -ahora escrita- de los poetas en un libro fácilmente asequible y manejable, donde pasar un momento en su lectura, pensando en tantas cosas…
La edición de 2010 recoge la obra de diecinueve poetas, nada menos.
Por orden alfabético abre el libro Jesús Campoamor con un poema titulado “Soneto con mis pinceles”: “… cuando pinto paisajes que me crecen, / cuando sueño con lienzos inmortales”, lleno de colorido, de imágenes plasmadas en una superficie plana (no en balde se deja ver que Campoamor es pintor).
De María de la Casa Ayuso, se ofrecen tres poemas: “El amor es”, “Todo parece muerto” y “Dolor y vida”, en los que se aprecia cierto poso de tristeza dolorida: “En un triste día me martillean / los clavos casi rotos del cerebro…”, “Está yerto de amor y misericordia / el enjambre humano. / Están por las tinieblas / las almas esparcidas”, pensamientos escritos que quizá se correspondan con los tiempos que nos ha tocado vivir.
La voz profunda de Florencio Expósito García figura representada por dos poemas: “Soñador de ilusiones” y “Romería al venero”. El primero de ellos nos descubre los sinsabores de la drogadicción, mientras que el segundo recuerda un día de verano en una casa de campo, un 25 de julio, cuando amanece el amor.
Alfredo García Huetos, con tres poemas: “Crepúsculo”, “Eternidad” y “Tanteo”, nos sumerge en todo un mundo de metafísicas presencias. Alfredo es un místico actual. “De nuevo / me remonto a tu luz / y mis ojos rebosan / de estrellas” o “De la nada me hiciste tú, mi todo, / y pusiste tu aliento en nuestra nada. / A fin de que tu vida fuera en todo.” Y todo es duda, por siempre jamás, hasta que el tiempo se cumpla y nos arrastre en su inmensidad.
De Francisco García Marquina se incluyen unos fragmentos poéticos del capítulo V de su libro “Cuya Memoria, meditación ante los tapices de Pastrana”: “Construyes con tus dedos un horizonte amplísimo, / con un gesto inocente edificas un siglo, / un mar, un viento loco, una intención y un pasmo / hasta quedar transida de su inmortalidad”.
Ramón Hernández escribe “A ti Miguel Hernández” y “Tierra de acuario”. Son dos poemas bravíos, desenfrenados, quizá un deseo de lo que se quiere ser, o de lo que no: “Me negaré a ser fósil de un anticuario / o vicetiple de una ópera bufa / tampoco quiero ser tahúr ni naipe marcado”. Una poesía totalmente libre y alejada de cualquier represión.
Gracia Iglesias Lodares colabora con una selección de poemas pertenecientes a sus libros “Gritos Verticales” y “Distintos métodos para hacer elefantes”: “La reja de la lluvia / vuelve al gato / prisionero del agua”, que recuerda, tal vez, al desaparecido Antonio Fernández Molina: “Mis zapatos mojados / luchando bocanadas como peces agónicos / emiten un sonido chirriante / (taquicardia de pies)…”.
Pedro Jiménez Picazo deja su huella a través de cinco breves poemas en los que el amor es tema fundamental.
Pablo Emilio Llorente, o sea Pablo Llorente, poetiza “A una mujer soñadora” y dice así, como final del poema: “Bella mujer soñada, entre quimeras / escondida: Sin ti, yo, soy la nada”. Es esta una poesía dura, donde el hombre -el poeta- se encuentra a sí mismo mediante la comparación y llega a esa conclusión minimizadora de su existencia.
Daniel Martínez Batanero entrega su “Regalo”, que es un soneto, a la noche estrellada.
M.ª Ángeles Novella Viejo deja su sentir a través de dos poemas. En “Eros y Tánatos” habla de lo que tales figuras mitológicas representan: el amor y la muerte. Es un bello poema.
Carmen Niño también participa con un poema -“Lentamente como la lluvia”- empapado de amor y vida: “Lentamente como la lluvia, / calaban lentamente la piel / los besos húmedos de tu boca”. Poesía amatoria en su más pura esencia.
María del Carmen Peña Palancar colabora con tres poemas: “El regalo de la abuela”, es un poema intimista y quizá basado en los recuerdos aparecidos en el fondo del desván ¿de la memoria? (tal vez una intención de regreso a la infancia); “¡Qué pena!”, sobre el tema de la soledad y la muerte, y “La víspera”, un examen de conciencia tras el tiempo pasado…
Rafael Soler, presenta otros tres poemas, “Canto a un grillo viejo y mío”, la lucha contra un tiempo de felicidad que se va alejando progresivamente, apartando la niñez; “Un poco más de ella”, y “Cata apresurada de Silvia Eliade”, en el que puede advertirse cierto regusto al encuentro del “yo”, a través del absurdo simbólico.
Julie Sopetrán deja huella de su quehacer y de su pensamiento -no puede existir lo uno sin lo otro- en dos poemas: “Deseos”, sobre la necesidad del amor que se ha soñado y se añora: “Hoy se me cae el alma en escalera / y está el cielo tan gris que se desgrana; sin tu tacto me puede la desgana / sin tus besos no tengo primavera.”, y una colección de haikus bajo el título de “La flor del agua”: “Vienes conmigo / como las aguas dulces / placer oculto.” o “Azul el sueño / el latido del agua / rueda ilusiones.” El agua, el río, la corriente… algo fresco que da vida, pero que se aleja y se lleva las presentes ilusiones, tan efímeras.
José Antonio Suárez de Puga, de reconocido prestigio y larga carrera poética, deja una muestra de su latir poético en dos poemas: “Casa encendida”, dedicado al poeta Luis Rosales, de gran calado y serena belleza: (…) “Mas el trino del ave no fallece. / Nunca las flores del vergel se olvidan / de su cantor enamorado, amante / del río Henares que la avena intima”, (esa avena loca que sembrara el doñeador don Juan Ruiz, archipreste de Hita, riberas del Henares), y “Vuelo nupcial”, de abejas libadoras que sobrevuelan las alcarrias, mientras sueñan campiñeras y serranas colmenas enamoradas.
“Terapia”, de Carlos Utrilla Paniagua, es un largo poema de trazo moderno, quizá escrito “con esta lentitud de tren hacia la noche”, “para esquivar la pena” y “exiliar la angustia”.
Tres poemas constituyen la colaboración de Jesús Ramón Valero Díez (para los amigos Chiqui Valero), uno de ello, el más extenso, “El sombrero y el hombre”, constituye un recuerdo entrañable de la figura de Fernando Borlán, ya en la distancia insondable, escrito con total desenvoltura y desparpajo.
Finaliza esta gavilla de poetas, con una colección de cuatro poemas escrita por Matilde de la Vera Mellado: “Años perdidos…”: “El aire funde nieve / como el tiempo recuerdos.”; “Cuerdas del tiempo”, “Que triste / ir perdiendo distancia / entre enredaderas de moras…”; “Droga…”, “Buscan irisados colores / en un mar de cieno.”, y “Nuevo caminar…”, “Sus manos arrastrando / piedras de vida, / empezó un nuevo caminar.”
Unos “Versos a medianoche” que leer pausadamente, con total serenidad, penetrando en el poema, verso a verso, aprovechando este tiempo estival propicio para el cambio de actividad, para hacernos soñar trasladándonos a esas parcelas etéreas del tiempo y el espacio que, a veces, tanto anhelamos y, a veces, también, tanto echamos de menos.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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