Poemas angelicales a unos ángeles restaurados
SUÁREZ DE PUGA, José Antonio (Poemas) y ALONSO CONCHA, Teodoro (Comentarios y Notas), Ángeles de Tartanedo, Guadalajara, Excmo. Ayuntamiento de Tartanedo, 2010, 112 pp.
Estamos ante un bello libro, tanto por el contenido como por el continente, una de esas ediciones que ya van escaseando, sea por el momento actual de “crisis” para determinadas cosas, en el que parecen faltar los dineros, sea por el mal gusto del que suele hacerse gala ante determinadas ediciones, que más quieren cubrir un expediente no solicitado y salir del paso cuando antes, más o menos airosamente, que dejar una huella de sensibilidad cara al futuro.
Un libro que da a conocer a los cuatro vientos los doce cuadros por entonces restaurados.
Ángeles de Tartanedo es básicamente un poemario, un librito consistente en un manojo de poemas, al que se le ha añadido otro librito, por aquello del número de páginas que contienen ambos, en el que se comentan ampliamente y se anotan aspectos históricos e iconográficos de los cuadros que representan dichos ángeles, producto de “la devoción de nuestros antepasados, la maestría de los pintores venidos de lejos y la generosidad de los Montesoro (que) nos han dejado un legado valioso y único en nuestra iglesia, los doce Ángeles de Tartanedo. Un legado de gran valor religioso, artístico e histórico”, como apunta Francisco Larriba, alcalde Tartanedo, en la presentación del libro.
La primera parte, titulada sencillamente “Ángeles de Tartanedo” (páginas 9 a 35), se debe a José Antonio Suárez de Puga, conocido poeta alcarreño, y consta de trece poemas, cada uno de ellos acompañado en su página izquierda de una fotografía de gran calidad en color.
Comienza con “Espacio”, poema dedicado a la torre de la iglesia que alberga en su interior, a modo de concha externa y protectora, esa perla que constituye la “docena angelical”. Uno por uno va desfilando por entre las hojas del libro el novenario de los ángeles: “Ángel con lirio” (Sicut lilium inter spinas), como aquel otro lirio entre espinas del Cantar de los Cantares davídico; “Ángel con escalera” (Scala Dei), o escalera ascendente entre la tierra y el cielo, entre los hombres y Dios, a través de la Virgen como mediadora; “Ángel con luna” (Pulchra ut luna), en referencia a la belleza divina y también al triunfo sobre el discurrir del tiempo; “Ángel con ciprés” (Cupresus in Sion), respecto al tiempo duradero como la madera de ese árbol; “Ángel con fuente” (Fons salutis), a la que todos acuden en busca de salud; “Ángel con olivo” (Oliva speciosa), que junto a la vid y al trigo simbolizan la prosperidad de las gentes y la fertilidad de los campos y los ganados, al tiempo de alude a la paz; “Ángel con pozo” (Puteus aquarium viventium), pozo de aguas vivas, en contraposición a las aguas estancadas e insalubres; “Ángel con puerta” (Porta coeli), o Janua Coeli, como puerta de entrada a la salvación, y “Ángel con torre” (Turris davídica), que es la misma Virgen como protectora del género humano.
A estos poemas sobre los ángeles le siguen otros tres poemas más, cuyos sujetos son el “Arcángel San Rafael” (Medicus), en cuyo escudo figura una palmera, que suele ir asociada con el triunfo; el “Arcángel San Gabriel” (Nuntius), acompañado de un sol, con cuyo fulgor se compara a Virgen “refulgente como el sol”, y el “Arcángel San Miguel” (Victoriosus), cuyo escudo lleva dibujada una Virgen bajo su advocación de Inmaculada, es decir, sin pecado, invicta.
Poemas de honda inspiración poética y aparente sencillez. Desnudos, centrados en sí mismos y en lo que representan, en el simbolismo de las imágenes pintadas en los escudos que portan los ángeles y los arcángeles.
Son poemas breves, solo lo necesariamente breves, que no hacen concesión alguna a la galería, filtrados por el tiempo y la mano ágil del poeta que sabe que, en la sencillez, estriba la grandeza de su poemario.
Quisiera trasladar aquí uno de esos poemas, para que pueda alcanzarse en toda su extensión la belleza que contienen. He elegido este “Ángel con lirio”:
La segunda parte, “Comentarios”, se debe a la pluma de Teodoro Alonso Concha y en ella se ofrecen numerosos e interesantes datos para el conocimiento de la peripecia que han venido atravesando los cuadros objeto de estudio y que ha sido dividido, para su mejor comprensión por el lector, en once apartados, alusivos a la iglesia de Tartanedo y a sus obras de arte, los tres primeros: “El despertar de los ángeles”, que da una visión general de su origen (ya que fueron colgados en la capilla de los Montesoro, rodeando el altar de la Inmaculada y San José, desde 1756); “La iglesia de San Bartolomé”, cuya construcción se inició a comienzos del siglo XVI, sobre otro edificio anterior románico, y “La capilla de los Montesoro”, que fundó Miguel Sánchez de Traiz, en 1557, y cuyos patronos fueron precisamente los miembros de la familia Montesoro, como se indica en una cartela allí existente: “Estas pinturas y retablos mandó hacer a su costa Don Andrés Montesoro y Rivas, patrono de esta capilla. Año 1756”. Los restantes apartados aluden a los ángeles: “Los ángeles en los textos bíblicos”, “Ángeles, arcángeles y otros seres alados”, “Ángeles y demonios”, “El sexo y las alas de los ángeles”, “Los ángeles a través del arte”, “Iconografía de los ángeles de Tartanedo”, que quien esto escribe hubiese incluido junto a los tres primeros apartados, “El ángel como símbolo universal”, y un último texto acerca del “Cuadro del juicio de Salomón”, donado a la iglesia por J. Hernández Jiménez, en 1810, que bien pudiera haber servido como “cartón” previo a la realización de un paño o tapiz, y que debería haberse incluido en el apartado dedicado a la descripción de la iglesia de San Bartolomé.Las áulicas paredes, en las que acampa sobre paños grises la histórica elegancia de los lises que aromaron sus sedes, elevan su oración a las mercedes del ángel de la vieja letanía que al jardín de Versalles ha traído del huerto de María el lirio de los valles.
Un último apartado de “Notas”, igualmente compuesto por Teodoro Alonso, se centra en la iconografía de los elementos o muebles que aparecen pintados en los escudos de los ángeles y arcángeles: lirio, escalera, luna, ciprés, fuente, olivo, pozo de aguas vivas, puerta, torre, palmera y sol, tan conocida a través de las letanías lauretanas.
Desgraciadamente, todo hay que decirlo, desmerece mucho la calidad del libro y su contenido la página 109, en la que se incluye un mapa de localización de Tartanedo, de carácter netamente turístico que, a todas luces, sobra en esta obra.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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