Espérame en los vientos serenos de la noche
que rizan tu epitafio
y escriben sobre él palabras tristes
en cuyo envés se alberga la alegría
Amiga mía, escucha
cómo calladamente nos ofrece
su juventud la muerte.
Permítanme para empezar una obviedad que centre mi corta intervención, tras la lectura de estos siete versos que cierran Cartas a deshora que hoy nos convoca:
No contaré aquí, por ser datos sobradamente conocidos por todos ustedes, su extensa labor cultural como editor, periodista de pro, ensayista y autor de numerosos libros en prosa y de veintiún libros de poesía publicados, muchos de ellos con el reconocimiento previo de premios de prestigio como el Adonais en 1974, el
Y de excelencia se trata en el caso de García Marquina y de éste su último libro, un texto depurado con once destinatarios diferentes que ahora sale al encuentro de sus lectores, galardonado hace muy poco con el Premio Tardor de Poesía por un jurado de lujo. Pero entremos en materia. Dice Alejandra Pizarnik, poeta argentina muy querida de nuestro autor: “Escribes poemas / porque necesitas / un lugar / en donde sea lo que no es”. La poesía, entendida como arte, está siempre muy cerca de la vida, y de ella se nutre, reinventándola, y así entendida libera al poeta de unas obsesiones, que compartirá con sus lectores, cuando lleguen. Un buen poema nace siempre en su autor, y termina de escribirse cuando le es ajeno y ya pertenece a todos. ¿Cuándo concluye la lectura de un buen poema, de un poema excelente? Me atrevo a decir que nunca, pues siempre nos ofrecerá un temblor nuevo, un silencio compartido, una evocación de cuanto fuimos, de cuanto quisimos ser, haciéndonos mejores. En palabras de nuestro autor, que comparto plenamente:
Si la vida es lo dado y su curso suele ser involuntario, el arte es lo elegible. Y, como dicen los más avisados, la diferencia entre vida y literatura es que esta última tiene argumento.
Llega
Esas cartas de amor que leen otros, /
esas cartas que, frías
y desnudas, / resistiéndose tiemblan de
vergüenza. /Frente a los ojos que se
atreven obscenos / Los actos inocentes,
los más puros, / esas cartas raptadas, ioladas /
Quizá por otro amor imposible.
Ustedes, lectores de este libro cuando toque, son los otros, y ese amor imposible es, no lo duden, el amor por
Por tan graves motivos soy poeta
y escribo estas hermosas vaguedades.
Es un juego tan seriamente frívolo
como la vida misma. Y yo declaro:
si acaso he suscitado una sonrisa,
un gesto de pavor, una emoción
y os sirve mi canción de partitura
para hacer el amor lujosamente,
me sentiré feliz por un instante;
nada más es posible en una vida.
Muchos y sustanciales son los motivos que le impulsan a ser poeta, y que osadamente me atrevo a resumir en uno: el amor, esa caprichosa empresa de mudanzas que nos pone donde quiere cuando quiere. Desde su timidez, desde su aparente desaliño sentimental me atrevería a decir,
Decía Marcel Prévost que “nuestro corazón tiene la edad de aquello que ama”, y la bien llevada juventud de nuestro autor se nutre de poemas como este, donde la simple aparición de una chica con maleta despierta su apetito lírico y lo desboca:
Es un ser sin estar, un prodigioso
cuerpo que se levanta sin reparo,
sin duda alguna (porque tiene todas
las de un recién nacido a esta ciudad).
Asfixiado en mi espesa circunstancia
noto su levedad como un respiro
que refresca el rostro y me hace joven,
valiente, enamorado y verdadero.
Al hilo de estos versos, les recomiendo la lectura de sus Crónicas de sucesos personales, un libro espléndido que desarrolla con amenidad y emoción esa infructuosa búsqueda de la eterna juventud en el cuerpo ojival y sabio de
Encontrarán también en este libro singular la destinada al amigo Alfonso Carreño y Martine Nöel, un lúcido y contenido Testamento ológrafo para los ojos de la persona amada: a quien amo le digo: / el regalo exquisito que te ofrezco, / con la honradez que da el amor penúltimo, / es la muerte entre dos, una Carta blanca y la desgarradora carta final, Esquela para un cuerpo ausente, que, como toda esquela de buena familia que se precie, es ante todo un canto a la vida.
Quisiera resaltar, antes de concluir este breve y temerario repaso, dos poemas notables, que son a su vez dos ejemplares cartas a destiempo. El primero es una declaración de últimas voluntades de William Shakespeare, dictada según nos dice al oído del poeta por hombría de bien y por decencia. El afortunado destinatario es un tal W. H., a quien están destinados estos versos memorables: Yo penetro a embestidas / la raíz de tu nombre de pila y tu apellido / y franqueo pasillos ignorados /que tienen un aroma de familia. Y más adelante: Tanto te quiero, amor, que, en un instante, / tú quedarás prendido para siempre / y a la sonrisa de la madrugada /me marcharé con la pasión cumplida.
Les invito a leer despacio este brillante poema, si hoy no lo incluye el autor en su intervención: descubrirán un inquietante testamento, que nos ofrece una insólita visión de tan universal autor. La segunda lleva por título, precisamente, Carta de amor a destiempo, y es una carta de Alejandro Pushkin a su rendida admiradora Marina Tsvietaieva, nacida en 1892, es decir, 55 años después de la muerte de Pushkin, acaecida en 1837. Te estoy amando a ciegas / y tú me correspondes a deshora, / que es la única licencia / que el revés de la vida nos concede. Bella pirueta que permite a Marina ser correspondida tantos años antes, que es como decir también tantos años después, fuera siempre del tiempo pues, como ella escribió: el poeta no vive para escribir, escribe para vivir.
Tiene bien escrito nuestro poeta: Yo salgo al paso de la vida y veo/ su quebranto mortal: las sucesivas pequeñas muertes que a la muerte llevan/ ¿Es alba o agonía este sollozo del quirófano-nimbo? ¿Tan agudo/ compromiso carnal entre dos luces? Claroscurece el cuerpo y nace un niño que Dios tunde y ahorma con sus dedos: la urgente bofetada del buen parto lo lanza vida abajo hacia
Rafael Soler
En su Presentación del libro en la Fundación “Siglo Futuro”, Guadalajara, 2 de junio 2011.
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