El papel de los castillos en Guadalajara: el asentamiento cristiano
José Luis García de Paz.
Publicado en El Decano, 21 de julio de 2008.
En mayo de 2008 la editorial Aache de Guadalajara publicó “Fortalezas y poder político. Castillos del Reino de Toledo”, de José Santiago Palacios Ontalva, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid y buen conocedor de la Orden de Santiago. Sobre ella publicó en 2006 “Fortalezas santiaguistas: la Orden en la ribera del Tajo (siglos XII-XVI)”, en que da cuenta de las situadas entre el Tajuña y el Tajo, rayanas algunas con la actual Guadalajara. La nueva publicación corresponde al periodo histórico comprendido desde el siglo IX hasta la mitad del XIII, y es una refundición de su tesis doctoral, que recibió en la U.A.M. la máxima calificación en septiembre de 2004. Ha contado con una ayuda para la edición de la Consejería de Cultura de la J.C.C.M. Tiene mapas, gráficos e ilustraciones en blanco y negro.
El denso texto es una lectura adecuada para conocedores del tema que deseen profundizar más en la evolución de las fortificaciones de Castilla-La Mancha desde el califato hasta cuando la frontera se alejó tras la conquista del valle del Guadalquivir. Muestra su evolución en un conjunto de territorios históricos que ahora se hallan en divididos en las Comunidades de Madrid y Castilla-La Mancha, más algunas zonas fronterizas, como Plasencia (Cáceres) o Medinaceli (Soria). Otro detalle, para el lector de Guadalajara, es que casi la mitad del libro esta dedicado o tiene relación directa con nuestra provincia, sea por su carácter fronterizo (contra los cristianos del norte o los musulmanes del sur) o como sede de Ordenes militares, con casos señeros en el texto.
En la Historia se señala el papel de los castillos y torres como protectores de la red viaria, especialmente en puntos estratégicos de paso de cordilleras o de ríos. Así que el estudio de la red de castillos vino de la mano del estudio de la caminería, modelada a si vez por la red orográfica e hidrográfica de la Submeseta Sur. En cuanto a Guadalajara el autor menciona el puerto cercano a Galve de Sorbe hacia Ayllón (Segovia), los de Somosierra y Navacerrada (Madrid), hacia los que se dirigían los caminantes desde los valles del Henares, Bornova, Sorbe y Jarama, y el camino hacia Zaragoza, que pasaba custodiado entre Medinaceli y Arcos de Jalón (Soria). Al este de Galve, otro camino pasaba hacia el norte custodiado desde Atienza. Atendiendo a los ríos, los puentes en Guadalajara, Murel (junto a Carrascosa de Tajo) y Zorita son los más importantes, entre los más antiguos, bien entendido que en Madrid compitió en importancia con ellos el paso que hubo primero en Alarilla y, luego, en Fuentidueña de Tajo. Como todos saben, las localidades mencionadas tienen elementos fortificados, a los que se unen los de otras como Uceda, Inesque, Alcorlo, Beleña o Peñahora, al norte del Henares.
El sistema establecido en el califato lo formaron las Medinas (ciudades como Guadalajara o Zorita), Hisn (grandes fortalezas, como lo que menciona las fuentes árabes que hubo en Sopetrán), Qala (castillos, convirtiéndose al-qala en los topónimos Alcalá y Alcolea), bury (torre, que dio lugar a los topónimos Bujarralbal, Bujalaro y Bujalcayado) y Qasr (parador fortificado, dio lugar al topónimo Alcocer, pero también a Casar y Casares). Estructuras menores eran las qubba (cúpula, que dio lugar a Alcubilla o Cubillo). Los nombres citados corresponden a los mencionados por Palacios Ontalva a partir de las fuentes musulmanas contemporáneas. La moderna prospección desde satélite (Google Earth, SIGPAC) está permitiendo descubrir los trazados de fortificaciones que permanecen ahora enterradas. Los centros administrativos en nuestra provincia fueron Racupel (Recópolis), Zorita y Guadalajara. Nótese que el más importante, Medinaceli, pertenece a Soria. A menor nivel estaban Alcolea (no se especifica cual de las actuales) y Sabatrán (Sopetrán), siguiéndoles Atienza, Jadraque, Montarrón, Bujalaro, Bujarrabal, Santamera, Santiuste, Sigüenza, Bujalcayado y Peñahora. Permanecen aún desconocidos los emplazamientos de Binna y Usturis, en Guadalajara. Finalmente, en el tiempo, aparecen junto a las anteriores Uceda, Hita, Riba de Santiuste y Brihuega.
Las estructuras musulmanas de los siglos IX y X suelen caracterizarse por el tapial, frente al mayor uso de la piedra por las cristianas, carecen de torre del homenaje y suelen presentar un albacar (cerca protectora) anexo. Las piedras colocadas a tizón en un muro son características de la época califal.
Tras ser conquistadas, alguna (y valga como ejemplo Zorita) vieron reducido su espacio fortificado, siendo parceladas. En primera instancia, las tropas cristianas sustituyeron a las musulmanas en la defensa y el territorio tomó una estructura organizativa “castral”, alrededor de una ciudad (Guadalajara, Toledo) o un punto fuerte como oppidum (población fuertemente amurallada), castillos, torres y villas. Los territorios se donan a nobles para su defensa, como el caso de la tierra de Alvar Fáñez, desde Hita a Uclés, pasando por Zorita. Aunque no es una estrategia nueva, los cristianos levantan junto a fortalezas imposibles de conquistar los “padrastros” o torres de “mal vecino”. El más famoso es Calatrava la Nueva frente a Salvatierra, siendo ejemplo en la provincia de Guadalajara Castilnovo frente a Molina de Aragón.
La organización del reino de Toledo, de fronteras variables hasta el siglo XIII fue vertebrada usando las fortalezas como soporte de buena parte de las iniciativas repobladoras. El castillo y su término formaron una unidad defensiva y económica para facilitar la colonización del territorio. Además, la tenencia de los castillos (siempre propiedad del rey por “ley natural”) fueron parte de los honores o beneficios concedidos a los nobles mediante pacto feudal, formando parte del entramado de los vínculos feudales y vasalláticos. Sobre la “red castral preexistente” el monarca logró la pacificación y estabilización de las ganancias territoriales logradas mediante su entrega feudal a nobles u obispos. Se crearon las diócesis de Plasencia, Sigüenza o Cuenca, sometidas a la de Toledo. Al siglo siguiente a la conquista de Toledo, aparece un nuevo elemento organizativo y de soberanía, las encomiendas de las Ordenes Militares.
Entre los castillos encomendados a la nobleza en algún momento, el autor encuentra mencionados los de Zorita, Almonacid de Zorita, Guadalajara, Hita, Anguix y Moratilla. Bajo señorío de la iglesia estaban las “Peñas Alcatenas” (Viana de Mondejar), Peralveche, Pareja, Uceda, Riba de Santiuste, Séñigo, Aragosa, Peregrina y Sigüenza. La Orden de Calatrava poseyó Zorita, Almoguera, Moratilla, Anguix y Cogolludo, la de San Juan tuvo a Peñalver (Alhóndiga era villa amurallada) y la de Santiago quedó, lo más cerca, en la Alcarria madrileña. Recordemos que el autor llega en su estudio sólo hasta la mitad del siglo XIII, por lo que el lector puede echar de menos a Alcocer o Cifuentes. Asimismo, Molina de Aragón entonces era un señorío independiente del reino de Toledo, al menos formalmente.
Para el mantenimiento de las fortalezas se dedicaron (establecido por ley) parte de los recursos económicos, de las rentas, del territorio a su alrededor. Las rentas se centralizaban en el castillo y, tras descontar las correspondientes a su arreglo, abastecimiento de agua y comida, y a las soldadas (todas ellos eran la principal carga económica), se distribuían a sus señores y, en su caso, al rey. En rigor, desde la época musulmana parte de las rentas tenían este destino.
La explotación de los recursos naturales (caza, pesca, explotación maderera, apicultura, salinas, minería, agricultura y ganadería) solía tener un castillo cercano (primero protector, luego recaudador), y así Palacios Ontalva menciona las salinas de Imón, Riba de Santiuste, Gormellón (Santamera), Atienza, Peralejos, las vecinas de Medinaceli, Almallá, Peralveche, Saelices de la Sal y Molina. Ontalva indica que, en el reino de Toledo, “la mayor parte de las explotaciones salineras acaben siendo denominadas con el nombre de una fortaleza próxima”. Junto a Sigüenza menciona la extracción de un tipo de asfalto, y muchas fortalezas se benefician de las canteras o las minas de cal cercanas.
En cuanto a los derechos reales, portazgos se cobraban en Zorita, Atienza, Santiuste o La Riba. Y, como no, en los rayanos Fuentidueña de Tajo, Ayllón y Medinaceli. Las fortalezas se hacen responsables del tráfico de mercaderías y el paso de ganado (y de proteger a la Mesta tras su creación real en 1273) por las rutas del reino de Toledo. La Orden de Calatrava cobraba montazgo por el paso de Zorita.
Concluye el autor que, junto a las funciones habitualmente atribuidas a la arquitectura militar de vigilancia y control de la red viaria, el estudio de los castillos del reino de Toledo muestra un aspecto económico y fiscal. Respecto a la vigilancia militar, muchos castillos podían ser rodeados y soslayados, “ni siquiera las más abruptas montañas o los más caudalosos ríos fueron obstáculo insalvable de las comunicaciones”. Y, si no, recordemos la ruta a pie del Arcipreste de Hita, algo posterior en el tiempo. Bien es verdad que también hay ejemplos de cuando los caminos se fueron desviando hacia donde estaban situados los castillos, por los servicios y seguridades que proporcionaban. Pero la pacificación del territorio y el alejamiento de la frontera transformó la red fortificada musulmana en otra más acorde con su carácter fiscal y de control de rentas, llegando a reducir en algunas fortalezas su tamaño para lograr este servicio (presencia militar, control de rentas) con un menor gasto en mantenimiento. Por ello, se abandonaron algunos enclaves por otros cercanos pero mejor adaptados.
Se pasó de una relación estrecha entre fortificación y frontera, de punta de lanza en la expansión de Castilla, en el siglo X y XI, a otro de consolidación y articulación del reino. El señorío real era propietario de fortalezas y castillos, pudiendo disponer de ellos para entregarlos y recuperarlos de la nobleza o la iglesia a voluntad. Ciertamente, la recuperación no siempre era fácil, pero los castillos fueron una herramienta del rey para construir fidelidades y clientelas. Los castillos (con las poblaciones y recursos dependientes de ellos) fueron núcleos que estructuraron de la red señorial del reino, pasando a ser un factor decisivo en la explotación de sus territorios.
Finaliza este libro con una abundante y excelente bibliografía hasta 2004. Sólo tengo un detalle negativo, para mí, en este texto altamente recomendable. Y es la pequeñez de las letras en los mapas que se incluyen en el texto.
José Luis García de Paz.
Publicado en El Decano, 21 de julio de 2008.
En mayo de 2008 la editorial Aache de Guadalajara publicó “Fortalezas y poder político. Castillos del Reino de Toledo”, de José Santiago Palacios Ontalva, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid y buen conocedor de la Orden de Santiago. Sobre ella publicó en 2006 “Fortalezas santiaguistas: la Orden en la ribera del Tajo (siglos XII-XVI)”, en que da cuenta de las situadas entre el Tajuña y el Tajo, rayanas algunas con la actual Guadalajara. La nueva publicación corresponde al periodo histórico comprendido desde el siglo IX hasta la mitad del XIII, y es una refundición de su tesis doctoral, que recibió en la U.A.M. la máxima calificación en septiembre de 2004. Ha contado con una ayuda para la edición de la Consejería de Cultura de la J.C.C.M. Tiene mapas, gráficos e ilustraciones en blanco y negro.
El denso texto es una lectura adecuada para conocedores del tema que deseen profundizar más en la evolución de las fortificaciones de Castilla-La Mancha desde el califato hasta cuando la frontera se alejó tras la conquista del valle del Guadalquivir. Muestra su evolución en un conjunto de territorios históricos que ahora se hallan en divididos en las Comunidades de Madrid y Castilla-La Mancha, más algunas zonas fronterizas, como Plasencia (Cáceres) o Medinaceli (Soria). Otro detalle, para el lector de Guadalajara, es que casi la mitad del libro esta dedicado o tiene relación directa con nuestra provincia, sea por su carácter fronterizo (contra los cristianos del norte o los musulmanes del sur) o como sede de Ordenes militares, con casos señeros en el texto.
En la Historia se señala el papel de los castillos y torres como protectores de la red viaria, especialmente en puntos estratégicos de paso de cordilleras o de ríos. Así que el estudio de la red de castillos vino de la mano del estudio de la caminería, modelada a si vez por la red orográfica e hidrográfica de la Submeseta Sur. En cuanto a Guadalajara el autor menciona el puerto cercano a Galve de Sorbe hacia Ayllón (Segovia), los de Somosierra y Navacerrada (Madrid), hacia los que se dirigían los caminantes desde los valles del Henares, Bornova, Sorbe y Jarama, y el camino hacia Zaragoza, que pasaba custodiado entre Medinaceli y Arcos de Jalón (Soria). Al este de Galve, otro camino pasaba hacia el norte custodiado desde Atienza. Atendiendo a los ríos, los puentes en Guadalajara, Murel (junto a Carrascosa de Tajo) y Zorita son los más importantes, entre los más antiguos, bien entendido que en Madrid compitió en importancia con ellos el paso que hubo primero en Alarilla y, luego, en Fuentidueña de Tajo. Como todos saben, las localidades mencionadas tienen elementos fortificados, a los que se unen los de otras como Uceda, Inesque, Alcorlo, Beleña o Peñahora, al norte del Henares.
El sistema establecido en el califato lo formaron las Medinas (ciudades como Guadalajara o Zorita), Hisn (grandes fortalezas, como lo que menciona las fuentes árabes que hubo en Sopetrán), Qala (castillos, convirtiéndose al-qala en los topónimos Alcalá y Alcolea), bury (torre, que dio lugar a los topónimos Bujarralbal, Bujalaro y Bujalcayado) y Qasr (parador fortificado, dio lugar al topónimo Alcocer, pero también a Casar y Casares). Estructuras menores eran las qubba (cúpula, que dio lugar a Alcubilla o Cubillo). Los nombres citados corresponden a los mencionados por Palacios Ontalva a partir de las fuentes musulmanas contemporáneas. La moderna prospección desde satélite (Google Earth, SIGPAC) está permitiendo descubrir los trazados de fortificaciones que permanecen ahora enterradas. Los centros administrativos en nuestra provincia fueron Racupel (Recópolis), Zorita y Guadalajara. Nótese que el más importante, Medinaceli, pertenece a Soria. A menor nivel estaban Alcolea (no se especifica cual de las actuales) y Sabatrán (Sopetrán), siguiéndoles Atienza, Jadraque, Montarrón, Bujalaro, Bujarrabal, Santamera, Santiuste, Sigüenza, Bujalcayado y Peñahora. Permanecen aún desconocidos los emplazamientos de Binna y Usturis, en Guadalajara. Finalmente, en el tiempo, aparecen junto a las anteriores Uceda, Hita, Riba de Santiuste y Brihuega.
Las estructuras musulmanas de los siglos IX y X suelen caracterizarse por el tapial, frente al mayor uso de la piedra por las cristianas, carecen de torre del homenaje y suelen presentar un albacar (cerca protectora) anexo. Las piedras colocadas a tizón en un muro son características de la época califal.
Tras ser conquistadas, alguna (y valga como ejemplo Zorita) vieron reducido su espacio fortificado, siendo parceladas. En primera instancia, las tropas cristianas sustituyeron a las musulmanas en la defensa y el territorio tomó una estructura organizativa “castral”, alrededor de una ciudad (Guadalajara, Toledo) o un punto fuerte como oppidum (población fuertemente amurallada), castillos, torres y villas. Los territorios se donan a nobles para su defensa, como el caso de la tierra de Alvar Fáñez, desde Hita a Uclés, pasando por Zorita. Aunque no es una estrategia nueva, los cristianos levantan junto a fortalezas imposibles de conquistar los “padrastros” o torres de “mal vecino”. El más famoso es Calatrava la Nueva frente a Salvatierra, siendo ejemplo en la provincia de Guadalajara Castilnovo frente a Molina de Aragón.
La organización del reino de Toledo, de fronteras variables hasta el siglo XIII fue vertebrada usando las fortalezas como soporte de buena parte de las iniciativas repobladoras. El castillo y su término formaron una unidad defensiva y económica para facilitar la colonización del territorio. Además, la tenencia de los castillos (siempre propiedad del rey por “ley natural”) fueron parte de los honores o beneficios concedidos a los nobles mediante pacto feudal, formando parte del entramado de los vínculos feudales y vasalláticos. Sobre la “red castral preexistente” el monarca logró la pacificación y estabilización de las ganancias territoriales logradas mediante su entrega feudal a nobles u obispos. Se crearon las diócesis de Plasencia, Sigüenza o Cuenca, sometidas a la de Toledo. Al siglo siguiente a la conquista de Toledo, aparece un nuevo elemento organizativo y de soberanía, las encomiendas de las Ordenes Militares.
Entre los castillos encomendados a la nobleza en algún momento, el autor encuentra mencionados los de Zorita, Almonacid de Zorita, Guadalajara, Hita, Anguix y Moratilla. Bajo señorío de la iglesia estaban las “Peñas Alcatenas” (Viana de Mondejar), Peralveche, Pareja, Uceda, Riba de Santiuste, Séñigo, Aragosa, Peregrina y Sigüenza. La Orden de Calatrava poseyó Zorita, Almoguera, Moratilla, Anguix y Cogolludo, la de San Juan tuvo a Peñalver (Alhóndiga era villa amurallada) y la de Santiago quedó, lo más cerca, en la Alcarria madrileña. Recordemos que el autor llega en su estudio sólo hasta la mitad del siglo XIII, por lo que el lector puede echar de menos a Alcocer o Cifuentes. Asimismo, Molina de Aragón entonces era un señorío independiente del reino de Toledo, al menos formalmente.
Para el mantenimiento de las fortalezas se dedicaron (establecido por ley) parte de los recursos económicos, de las rentas, del territorio a su alrededor. Las rentas se centralizaban en el castillo y, tras descontar las correspondientes a su arreglo, abastecimiento de agua y comida, y a las soldadas (todas ellos eran la principal carga económica), se distribuían a sus señores y, en su caso, al rey. En rigor, desde la época musulmana parte de las rentas tenían este destino.
La explotación de los recursos naturales (caza, pesca, explotación maderera, apicultura, salinas, minería, agricultura y ganadería) solía tener un castillo cercano (primero protector, luego recaudador), y así Palacios Ontalva menciona las salinas de Imón, Riba de Santiuste, Gormellón (Santamera), Atienza, Peralejos, las vecinas de Medinaceli, Almallá, Peralveche, Saelices de la Sal y Molina. Ontalva indica que, en el reino de Toledo, “la mayor parte de las explotaciones salineras acaben siendo denominadas con el nombre de una fortaleza próxima”. Junto a Sigüenza menciona la extracción de un tipo de asfalto, y muchas fortalezas se benefician de las canteras o las minas de cal cercanas.
En cuanto a los derechos reales, portazgos se cobraban en Zorita, Atienza, Santiuste o La Riba. Y, como no, en los rayanos Fuentidueña de Tajo, Ayllón y Medinaceli. Las fortalezas se hacen responsables del tráfico de mercaderías y el paso de ganado (y de proteger a la Mesta tras su creación real en 1273) por las rutas del reino de Toledo. La Orden de Calatrava cobraba montazgo por el paso de Zorita.
Concluye el autor que, junto a las funciones habitualmente atribuidas a la arquitectura militar de vigilancia y control de la red viaria, el estudio de los castillos del reino de Toledo muestra un aspecto económico y fiscal. Respecto a la vigilancia militar, muchos castillos podían ser rodeados y soslayados, “ni siquiera las más abruptas montañas o los más caudalosos ríos fueron obstáculo insalvable de las comunicaciones”. Y, si no, recordemos la ruta a pie del Arcipreste de Hita, algo posterior en el tiempo. Bien es verdad que también hay ejemplos de cuando los caminos se fueron desviando hacia donde estaban situados los castillos, por los servicios y seguridades que proporcionaban. Pero la pacificación del territorio y el alejamiento de la frontera transformó la red fortificada musulmana en otra más acorde con su carácter fiscal y de control de rentas, llegando a reducir en algunas fortalezas su tamaño para lograr este servicio (presencia militar, control de rentas) con un menor gasto en mantenimiento. Por ello, se abandonaron algunos enclaves por otros cercanos pero mejor adaptados.
Se pasó de una relación estrecha entre fortificación y frontera, de punta de lanza en la expansión de Castilla, en el siglo X y XI, a otro de consolidación y articulación del reino. El señorío real era propietario de fortalezas y castillos, pudiendo disponer de ellos para entregarlos y recuperarlos de la nobleza o la iglesia a voluntad. Ciertamente, la recuperación no siempre era fácil, pero los castillos fueron una herramienta del rey para construir fidelidades y clientelas. Los castillos (con las poblaciones y recursos dependientes de ellos) fueron núcleos que estructuraron de la red señorial del reino, pasando a ser un factor decisivo en la explotación de sus territorios.
Finaliza este libro con una abundante y excelente bibliografía hasta 2004. Sólo tengo un detalle negativo, para mí, en este texto altamente recomendable. Y es la pequeñez de las letras en los mapas que se incluyen en el texto.
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