viernes, 24 de octubre de 2014

Escritos clásicos de Carmen de Ybarra

YBARRA, Carmen de, Añoranzas, Guadalajara, Intermedio Ediciones / La Autora, 2014, 82 pp.

Carmen de Ybarra ha sacado un nuevo libro que ha titulado Añoranzas, puesto que, ciertamente, se trata de una sencilla y más bien breve recopilación de artículos, -poco más de treinta artículos y trabajos-, colaboraciones en general, publicadas con antelación en distintos medios, desde la acreditada Agenda Agromán, hasta los más prestigiosos periódicos nacionales, como ABC, pasando por otros provinciales y locales como Nueva Alcarria, de Guadalajara, ciudad en la que vive, y en la que ha venido colaborando hasta no hace mucho tiempo con su singular e inigualable manera de escribir.
Un estilo sencillo y cercano al hombre de la calle, al lector no acostumbrado a la lectura, con el que va calando en los temas humanos y sociales más llamativos o atractivos en determinados momentos, constituyendo eso que podríamos denominar “moda”.
A través de ese medio, la pensa, Carmen de Ybarra reflexiona y después devuelve a la calle, donde nacieron, sus más llamativos comentarios, transmitiéndolos y dándolos a conocer a través de sus sentimientos personales, de impresiones propias, surgidas del corazón y de la pluma, mediante un lenguaje cercano, asequible y fácilmente comprensible por la mayoría lectora.
Carmen de Ybarra es autora de numerosos libros: Cuentos infantiles (El pájaro azul, Nicolás en Marte, Saskia y otros cuentos...), leyendas (Mujeres de la Biblia. Antiguo Testamento, Leyendas vascas...) y alguna que otra crónica periodística; alguno de sus cuentos ha sido incluido en obras colectivas y antologías , como el titulado Juanillo, que lo fue en la Antología de Cuentos y versos de Castilla-La Mancha.
Hay en este libro, casi estoy seguro de ello, cierta añoranza por parte de la autora hacia su familia como queda de manifiesto en la dedicatoria que de él hace: “A mi sobrino Juan”, y a esa especie de prólogo, que no lo es en realidad, que lleva por nombre: “A mi hermano muerto” (Perico), en el que Carmen saca a relucir su semblante más profundamente lírico, sensible y, hasta, si se me apura, yo diría que rebelde:

“No me importa ir contra la corriente; yo siento un gran alivio hablando de mis muertos. Mi imaginación goza con su recuerdo y sus espíritus está conmigo”.

Y tras citar a Santa Teresa de Jesús, sigue hablando de su hermano:

“Mi hermano Perico hablaba de la muerte con frecuencia [...]. Mi hermano Perico había llegado con los hielos y las nieves del invierno. Casi le trajeron al mundo los Reyes Magos en su caravana, porque él llegó a nuestra casa un cuatro de enero. Y partió en la estación del año más cantada por los poetas, en la primavera, cuando la savia en las plantas y la sangre en las venas hierve”.

Y, por si el lector no se ha dado cuenta de esto tan trascendente, insiste más:

“Cuando los pájaros cantan”.

¿Acaso no es esta una muy bella manifestación, la más sencilla, de la Poesía, sentida a flor de piel?

En Carmen de Ybarra hay una gran poetisa, una sensibilidad profundamente amorosa, un sentimiento latente que de vez en vez se escapa y surge por los aires del pensamiento y se deposita sobre la rama verde de un árbol, el pétalo de una flor, o la solapa de un traje de caballero, a modo de emblema de nobleza: pues que dar es señorío y recibir servidumbre, al estilo mendocino.
A Carmen aún le queda esa huella muy alejadamente mendocina, pero sí de nobleza heredada de familia que le permite hablar como habla y decir como dice.
Y escribir como escribe. Suavemente por encima de todo, aparentemente sin darse cuenta de nada, pero sabiéndolo todo, dejando constancia de otras formas de ver las cosas, sin la trascendencia que se le suele dar a lo que nada vale.
Pasa por quienes recuerdan a los afligidos y rezan una oración el día de Navidad; por el recuerdo del padre justo Pérez Borragán, dominico, superior y encargado de la editorial OPE, que desapareció en las aguas del pantano de Entrepeñas.
Los cafés y la literatura, recuerda las tertulias viejas de Ramón y sus gentes, los cuadros de Solana y el café de La Montaña, aquellos cafés que frecuentaban Pío Baroja:

“...con su boina de vasco siempre sobre la cabeza; de cutis muy blanco y una barba de panocha; de expresión inteligente, cuya risa casi levantaba su bigote caído”.

Reconozco que esta descripción que Carmen de Ybarra hace de don Pío me gusta, e incluso me gusta también esa otra descripción que sigue poco más adelante sobre Azorín:

“Azorín, rubio, con una media melena y un monóculo colgando de una ancha cinta de moaré negro”.

En realidad los recuerdos de Carmencita son literarios pues que ella no llegó a vivir las tertulias que menciona, que son solo un recuerdo deseado.
La verdad es que los artículos de Carmen de Ybarra, entresacados de un amplio maremagnum de papel aprisionado entre las hojas de varios álbumes conservados enrtre sábanas perfumadas, representan una forma de ser un de ver el mundo de aquellos años, por lo que se han convertido, como por arte de gracia, en un catálogo de ciertas formas de pensar y sentir.
Es muy posible que a pocas personas le interese el fallecimiento de Rodolfo Valentino, pero Carmen de Ybarra se empeña en dejar rastro del hecho y escribe un trabajo, un artículo breve, acompañado de una fotografía en blanco y negro, en el que recuerda el momento: “Hace 50 años murió Rodolfo Valentino”.
Y es que es cierto, en la mente juvenil de la ya menos juvenil Carmen hay, existe, late, se desarrolla y sale a la luz, una forma nueva de ver las cosas, por caducas que éstas sean.
Son sus relatos, formas amables de ver la vida, formas, que a veces duelen y a veces no, y dejan su huella...
Algunos dibujos ayudan a la prosa siempre bella de Carmen de Ybarra, que no discute nunca con quien le lleve la contraria, porque, llevar la contraria a Carmencita es perder el tiempo. Ella llevará siempre razón y si no la lleva, da igual, que para eso es “nobla”.
Añoranzas, recorre un camino antaño andado, un camino serio y amable, definitivo, que Carmen de Ybarra ha querido acercarnos.
La palabra de Carmen, su palabra, es amiga y amable, y la siento como si fuese de terciopelo azul.
Allí su palabra.
Aquí el silencio que escucha y late y reconoce labores sencillísimas que deben ser reconocidas.
Hoy, hemos traído a este Baúl de libros un libro que podría haberse perdido en el tiempo. Yo me alegro de que no haya sido así, y de que esta hoja se lea y el libro de Carmen de Ybarra -Añoranzas- sea leído a modo de descanso de la mente y como recuerdo de tantas vivencias pasadas.
Lástima que el editor de la presente edición se haya olvidado de algo tan importante como señalar en cada trabajo la fecha y el lugar de su anterior publicación.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS


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