BERLINCHES BALBACID, Juan Carlos,
Violencia política en la provincia de Guadalajara (1936-1939), Guadalajara, Aache Ediciones (col. Letras
Mayúsculas, 40), 2014, 80 pp. (ISBN: 978-84-15537-47-2).
Juan Carlos Berlinches Balbacid
presenta en esta ocasión un nuevo libro que, como él mismo indica en su
introducción, viene a ser una continuidad de otro anterior, publicado el año
2004, con el título de La rendición de la
Memoria, en el que analizaba la represión franquista en Guadalajara a
través de los datos contenidos en los expedientes de Responsabilidades
Políticas y los juicios militares, que posteriormente se convertiría en un gran
tema polémico gracias a la publicación de la Ley para la Memoria Histórica
(2007).
En el presente libro, Juan Carlos
Berlinches abunda sobre el tema de la represión y añade el de la violencia
política, centrándose en los aciagos años 1936 a 1939, que se suelen relacionar
con encarcelamientos y ejecuciones, y que en esta ocasión se amplían mediante
otras formas como sanciones económicas, embargos, pérdida de bienes,
depuraciones laborales, etcétera, cuyas primeras manifestaciones ya se habían
puesto de manifiesto en los años previos al conflicto bélico; lo que Payne
denomina el Colapso de la República.
Para ello comienza analizando la
situación social en la Guadalajara del 36, abordando los distintos problemas
existentes: sociales, económicos y laborales, arrastrados de antiguo, así como
la convulsa campaña electoral, más cercana a un enfrentamiento físico que a una
consulta democrática. Por eso se detiene en los meses previos al Alzamiento, y
una vez comenzada la guerra, en la actuación de las autoridades republicanas y
en las estructuras represivas, especialmente de los Tribunales Populares, que
en muchas ocasiones se parecían a los tribunales franquistas de la postguerra
analizados en La rendición de la Memoria.
Dentro de esa violencia política,
sujeto del libro, el autor distingue dos aspectos netamente diferenciados:
aquella que se realizaba “en caliente”, es decir, sin juicio previo, ni
garantías judiciales, y la que se ponía en práctica una vez que el acusado
había pasado por el Tribunal Popular de turno, que suelen delimitarse con
cierta precisión dado que su barrera coincide con la creación de los Tribunales
de Justicia Popular, en agosto del 36, aunque, como era de temer, en algunos
lugares no se les hizo el caso necesario, lo que en Guadalajara capital
permitió que, en el mes de diciembre de dicho año, la Prisión Provincial fuese
asaltada y fusilados 282 presos.
Añade Juan Carlos Berlinches Balbacid que en
la España del 36 existían dos posturas: la de aquellos que temían la llegada
inminente de la revolución, y la de quienes rechazaban la reacción, ambas poco
democráticas, según puso de manifiesto el golpe de Estado del general Sanjurjo
en 1932 y la revolución asturiana del 34; posturas que terminarán enfrentándose
y dejando de lado esa “tercera España” enraizada con el liberalismo democrático
del siglo XIX, que abogaba por el entendimiento y la no confrontación.
Juan Carlos Berlinches Balbacid ha profundizado en este tema
publicando diversas comunicaciones en congresos y revistas especializadas y con
parte de ese material, llamémosle “disperso”, y nuevos datos de archivo ha dado
a la estampa la presente obra, aunque, como también indica, tal vez hubiese
sido mejor aunar en un mismo libro los hechos acaecidos, antes, durante y
después de la guerra, lo que nos llevaría a comprobar la existencia de ciertas
similitudes entre las formas y la organización de los distintos tribunales, al
tiempo que podría analizarse “como ciertas tensiones y conflictos que se
vivieron durante la guerra, tuvieron su posterior consecuencia al finalizar el
conflicto, aunque lógicamente no siempre podamos hablar de una relación causa y
efecto”.
Estudio global que queda pendiente para una próxima
entrega que constituya el punto y final de su tesis doctoral.
Tras la “Introducción”, el libro
propiamente dicho consta de dos apartados destinados a estudiar “La
conflictividad social y el camino hacia la guerra” y “La represión
republicana”, este bastante más extenso que el anterior y que subdivide en
cuatro puntos: “El fracaso del Alzamiento y el comienzo de la represión
republicana”, “Los sucesos de la cárcel de Guadalajara” -más conocidos-, “Los
instrumentos de la justicia republicana” (Tribunal Especial Popular, Tribunal
Especial de Guardia y Tribunal Espacial de Rebelión Militar) y “La depuración
de los funcionarios”, para finalizar con unas “Conclusiones”, “Fuentes y
Bibliografía” y “Anexos”.
Respecto a la represión republicana conviene recordar con Joaquín Arrarás, que las ejecuciones
comenzaron inmediatamente después de haber caído las últimas defensas de la
Guadalajara sublevada, siendo uno de los primeros “ejecutados” Ortiz de Zárate,
que defendía el paso del puente sobre el Henares. La prensa del momento lo
comentó de la siguiente manera: “Entonces se supo que el Comandante Ortiz
Zárate, principal responsable de los acontecimientos (Alzamiento), había sido
hecho prisionero en las cercanías del puente, donde quedó acompañado de un
reducido grupo de combatientes suyos, apareciendo muerto después” (Abril, “Una victoria histórica”,
Guadalajara, 8 de agosto de 1936).
Violencia que llegó a cebarse
también en los edificios religiosos de Guadalajara: San Ginés, San Nicolás, San
Francisco... perdiéndose gran cantidad de obras de arte. Pero mucha mayor
importancia tenían las personas que perdieron la vida, estimadas -muy por lo
alto- en un millar, generalmente a causa de asesinatos llevados a cabo sin
ningún control o legitimidad legal: “Valía con ser de una opción política
contraria, ir a misa, hablar con algún religioso, llevar un rosario en el
bolsillo, o simplemente “...oler a cera...”.
Además, señala José Antonio Berlinches, durante las primeras semanas los actos
violentos debieron ser habituales, no haciendo caso de un bando del Gobernador
Civil del 28 de julio, con el que pretendía hacer que cesaran los fusilamientos
indiscriminados. Recordatorio que volvió a publicarse en agosto, lo que indica
que las ejecuciones extraoficiales continuaron sin control, aunque en algunos
casos fueron las autoridades locales las que pusieron freno a tales desmanes.
Respecto a los sucesos del 6 de diciembre de 1936 en la cárcel de Guadalajara, lo mejor es recurrir al relato
de un superviviente de la masacre, Higinio Busons, quien posteriormente
escribió unas memorias que fue publicando por entregas (30 entregas) en el
periódico Nueva Alcarria y que
algunos años después, en 1947, fue publicado en un sólo libro por la Hermandad
de Familiares de Caídos (Relato de un
testigo, Guadalajara, La Aurora, 1947).
En cuanto a los instrumentos de
la justicia republicana cabría decir por una parte, que la República intentó
encauzar la violencia que se les estaba yendo de las manos, y por otra, que era
un simple mecanismo de violencia política para eliminar al enemigo ideológico,
además de calmar los ánimos de los radicales y buscar el consenso de las
fuerzas políticas y sindicales.
Por otro lado, al parecer la
depuración de los funcionarios no fue más que producto de caos reinante, puesto
que muchos no se habían incorporado a su puesto de trabajo después del golpe de
estado, quedando la duda de a qué bando pertenecían, si estaban escondidos o se
encontraban desaparecidos, por que el Ayuntamiento de Guadalajara publicó dos
días después de que las fuerzas leales a la República recuperasen la capital,
el siguiente edicto: “Los señores funcionarios administrativos y subalternos de
este ayuntamiento se servirán, si justificada causa no lo impide, incorporarse
inmediatamente a sus respectivos puestos, con el fin de normalizar la marcha de
los servicios”. Luego vendría el correspondiente “control y vigilancia” de
dichos funcionarios según especifica un decreto en su artículo primero: “El
Gobierno dispondrá la cesantía de todos los empleados que hubieran tenido
participación en el movimiento subversivo o fueran notoriamente enemigos del
Régimen, cualquiera que sea el Cuerpo al que pertenezcan”. Aunque el tema es
más extenso y algunos motivos podrían considerarse actualmente -quasi- motivo de triste risa: “...por
haberse levantado en armas y no reintegrarse a su cargo el día primero de
agosto...”, “...hacer fuego contra aeroplanos leales...”, o simplemente por
“desafecto al Régimen”.
Para finalizar, Berlinches
Balbacid señala entre las conclusiones que, con el presente estudio queda en
evidencia la enorme violencia política que se desató durante años y que, por
supuesto, no iba a concluir con el fin
de la guerra. Violencia que se venía arrastrando desde mucho antes. De todas formas, datos todavía no
definitivos, pero que aún así nos acercan con bastante fidelidad a la situación
vivida por gran parte de los españoles, como producto del fracaso de la razón,
la tolerancia y la inteligencia, como refleja con no oculta tristeza el
discurso que Azaña pronunció desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona en
julio de 1938:
“Cuando la antorcha pase a otras
manos, a otros hombres, a otras generaciones (...) si alguna vez sienten que
les hierve la sangre iracunda y otra vez
el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con
el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su
lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla (...) y
nos envían, con los destellos de su luz tranquila y remota como la de una
estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz,
Piedad y Perdón”.
Pero es que Azaña, además de ser
un intelectual, ya presentía lo que iba a suceder poco después.
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