por José
Luis García de Paz, 29 de septiembre de 2013
Este libro, del que es autor
Antonio Terrasa Lozano, salió a la venta en otoño de 2012 pero no ha sido hasta este verano que he
podido leerlo con atención. Ha merecido la pena y puedo recomendarlo pues, si
bien es un libro dirigido a un lector universitario, su lenguaje es accesible a
lectores de formación media. Simplemente, si desean ampliar o conocer las
razones de lo escrito, pueden leer las notas y la bibliografía, en caso
contrario se puede leer el texto todo seguido.
Aunque la duquesa de Pastrana más
famosa es Ana de Mendoza, la princesa de Éboli, no es la protagonista de este
libro, aunque trata sobre ella en cuanto a duquesa y en cuanto a viuda y a
tutora de sus hijos pero sin detenerse para nada en la leyenda de sus amoríos. Tampoco
se detiene mucho en su hijo menor, al arzobispo franciscano fray Pedro González
de Mendoza, mecenas de Pastrana y La Salceda. Es un libro centrado en los duques y
duquesas de Pastrana hasta la unión de la Casa de Pastrana con la Casa del Infantado en la
persona del quinto duque de Pastrana a finales del siglo XVII, y por ello es un
libro que estudia a los Silva y Mendoza, en cuanto a duques y en cuanto a
cabeza de la Casa
de Silva en los dominios del Rey Católico, y sus alianzas matrimoniales en
beneficio de la Casa. No se centra exclusivamente en la localidad de Pastrana
sino que abarca todos los dominios de esta Casa ducal desde Portugal a Toledo,
Guadalajara, el reino de Valencia o el de Nápoles.
Al heredar en el siglo XVII la
parte del león de los dominios de los condes de Cifuentes (salvo el título) quedaron
como cabeza de la Casa
de Silva, y por esta razón Luis de Salazar y Castro dedica en 1685 al quinto duque
de Pastrana su monumental Historia genealógica de la Casa de Silva como
“cabeza y pariente mayor” de la misma. La pueden leer entera en http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=2337
La protagonista del estudio de
Terrasa Lozano es la historia económica de los primeros duques de Pastrana, con
todos los pleitos asociados a herencias, compras, ventas y “posibles
perjuicios” que la actuación de las madres de los duques, en la minoría de
éstos, pudo producir en el patrimonio familiar. Ello hace a Ana de Portugal y
Borja (esposa del segundo duque) y a Leonor de Guzmán (esposa del tercero)
protagonistas de buena parte de la obra, que devuelve a estas duquesas la importancia
que tuvieron en el mantenimiento de la Casa de Pastrana.
Precisamente, por tener
propiedades y títulos en coronas separadas pero con la misma cabeza real
(Portugal y Castilla, sin ir más lejos) les afectaron las condiciones de la
unión y de la separación cruenta de estas coronas. Para poder optar a títulos y
señoríos portugueses (y ser virrey en Lisboa), el segundo hijo (y favorito) de
la princesa de Eboli, el político y poeta Diego de Silva y Mendoza (1564-1630)
conocido como conde de Salinas, tuvo que naturalizarse portugués haciéndose
vecino de Castelo de Vide (una localidad portuguesa muy cercana a la frontera),
lo que le permitía estar cerca de la corte en Valladolid, y pleitear con su
familia y sus súbditos portugueses por La Chamusca, Ulme y Alenquer, así como
por el título de duque de Francavilla (Nápoles) con su hermano y sobrino,
principalmente. Por ello Terrasa le llama “campeón de los pleitos”. Tras la
separación de Portugal en 1640, finalizaron los pleitos relativos a las
posesiones en Portugal, posesiones que el rey de Portugal asignó a su esposa Luisa
en cuanto a que era biznieta de la princesa de Eboli y, obviamente al ser
reina, naturalizada portuguesa.
Como curiosidad, el “Rey Universal”
tenía (en cuanto a rey, a su “cuerpo político”) carta de naturaleza de todos
sus reinos, aunque la persona del rey (p.e. Felipe IV) hubiera nacido como
persona (“cuerpo natural”) en Valladolid (Castilla), un argumento enlazado en
las alegaciones de diversos juicios de la casa de Pastrana en el comienzo del
siglo XVII en el que los hábiles abogados sabían cómo dar la vuelta a la
interpretación de las leyes. Ana de Portugal tuvo notorios pleitos con su
cuñado Diego, el virrey poeta, y Leonor de Guzmán tuvo pleitos con su hijo en
cuanto a que se consideraba perjudicado como Cabeza de la Casa (“cuerpo
político”) por la gestión de su madre en su minoría aunque no a título personal
(“cuerpo natural”), cosa entendida por la duquesa viuda Leonor como muestra las
mandas y frases de cariño de su testamento a su hijo e, incluso, al conde de
Salinas contra quien heredó los pleitos antes mencionados. Este conde tan
pleiteador con sus sobrinos y sobrinos-nietos, no dudaba en asistir junto a
ellos en las ceremonias de la Corte en todo aquello que fuera para honra, como
deber y como derecho de la Casa de Pastana En fin, “tengas pleitos y los ganes”
es la conocida maldición, aplicable a esta familia habilidosa en moverse entre
los diferentes Consejos que gobernaban el régimen polisinodial de los Austrias.
El libro menciona los buenos
momentos de la Casa de Pastrana en la privanza de Lerma y sus problemas durante
la de Olivares. No deja, eso sí, de mencionar el valor personal como militar
del segundo duque de Pastrana Rodrigo, la vida política y literaria del conde
de Salinas Diego, las habilidades como embajador del tercer duque Ruy y los
“milagros” que tuvo que realizar el cuarto duque Rodrigo (1614-1676) para
recomponer la quiebra económica de su casa a la que le habían llevado los
pleitos y, sobretodo, los gastos de las exitosas embajadas en París y Roma de
su padre. Su esposa Catalina heredó el ducado del Infantado tras la larga
enfermedad y muerte de su hermano, y por ello Rodrigo firmaba como el “duque
duque”, como titular de Pastrana y consorte del Infantado.
Su aversión a los gastos, así
como a asunción del modelo económico de los duques del Infantado, le hicieron
ser acusado de avariento por Jerónimo de Barrionuevo y ser multado una vez por
Felipe IV por no acompañar a la Corte a Valencia, pero, en esta época de crisis
económica, logró sostener su Casa y poner las bases para su recuperación, que
hicieron a su nieto Juan de Dios (VI duque de Pastrana, VII duque de Lerma y X
duque del Infantado) el noble más rico de España. El autor también dedica una
considerable y merecida atención a las duquesas: Ana de Portugal, Leonor de
Guzmán y Catalina de Sandoval y Mendoza.
En resumen, un libro de historia que no debe
faltar en las bibliotecas públicas de Guadalajara por tratar de aspectos poco
recogidos en los libros publicados sobre Pastrana y su ducado por autores de la
provincia de Guadalajara.
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