López de los Mozos, J.R.: “La tarasca de Guadalajara. Una
representación del mal domesticado”. Revista “Hispania Nostra”, Junio 2013, nº
11, págs. 52-55. Ilustraciones.
En el número de junio de este año de la prestigiosa revista
“Hispania Nostra” dedicado por completo al Patrimonio Inmaterial, aparece un
interesante trabajo del etnólogo López de los Mozos, que nos muestra en sucinto
escrito todo lo que ha recogido en textos antiguos, documentos y memorias
acerca de una figura que fue muy popular en el folclore de la ciudad de
Guadalajara, al menos durante los pasados siglos, y que en este brilló
brevemente durante unos años, hace poco. Me refiero a la figura de la
“Tarasca”, un dragón colorista y llamativo que acompañaba a fieles y apóstoles
en la procesión del Corpus Christi.
El autor recoge la memoria del dragón como ser
representativo del mal (especialmente el que en la “Leyenda Aurea” se menciona
a propósito de la vida de Santa Marta, y sigue viajando por las memorias de las
celebraciones procesionales del Corpus en toda España, y especialmente en el
valle del Henares, donde salieron siempre “rocas” o “castillos” con
representaciones sacras, en unos ritos magníficos que llenaban las ciudades
durante todo un día. En Guadalajara, como sabemos, esta procesión añade la
presencia de los miembros de la Cofradía de los Apóstoles, desde el siglo XV.
López de los Mozos aporta el testimonio de Miguel Mayoral
Medina, historiador de Guadalajara en el siglo XIX, y la amplia y colorista
descripción que en su novela “El Corpus Christi de Francisco Sánchez” hace de
la tarasca y de la procesión el escritor Salvador García de Pruneda.
Nos da noticia López de los Mozos de la primera vez que
aparece mencionada la tarasca de Guadalajara, en un documento del Archivo
Municipal de 1614, aunque se sabe que ya antes existía. Allí se describe
pormenorizadamente, lo que dio pie a su rescate y reproducción en las
procesiones de hace unos 10 años en nuestra ciudad, cuando Josefina Martínez
era concejala de festejos, y de su entusiasmo surgió la recuperación de esta
figura que nuevamente ha quedado arrinconada, cuando todo lo que sean raices
debería ser estimuladas y recuperadas.
Señala el autor los elementos que componían la tarasca, y
que la constituían en gran dragón articulado, llevado por dentro por diversos
individuos que en algunos lugares le hacía mover su gran lengua bífida, o
reptar su enorme cola asustando a los niños, y llegando hasta el público con su
cabezota, un poco al estilo de lo que hoy vemos en las celebraciones del Año
Nuevo Chino, en las que el dragón, largo y articulado, es sin embargo símbolo
del bien y la alegría. Las connotaciones mitológicas, religiosas, y
etnográficas de todo tipo que la tarasca ha supuesto a lo largo de siglos, dan
pie a López de los Mozos para ilustrarnos acerca de la riqueza del patrimonio
inmaterial que debe mantenerse a toda costa, y aún más en esta Guadalajara que
tan iconoclasta resulta, olvidando obstinadamente los elementos que mejor
marcan nuestra evolución y nuestras costumbres más queridas: las botargas de
febrero, y la tarasca del Corpus son dos de esos elementos que han sido
postergados sin que sepamos muy bien por qué.
A.H.C.
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