CAÑEQUE
BEDOYA, Fernando, Fidel, Guadalajara,
El Autor/Editores del Henares, 2013, 246 pp.
Estamos
ante lo que podrían considerarse unas “memorias”, quizá un tanto noveladas. Una
historia -muchas- sin nombres propios. La acabo de leer y la verdad sea dicha,
he salido reconfortado tras su lectura. Aparte de estar bien escrito, cosa no
muy frecuente en una persona que no se dedica a estos menesteres, es un libro,
el relato de una vida, hasta cierto punto ejemplarizante: la de Fidel -el
protagonista del libro- que en realidad se llamaba Félix.
Se
trata de una biografía cíclica, -comienza por el final y termina por el
comienzo-, en la que se recogen los dos aspectos más sobresalientes de la vida
de Félix, nacido en Valdenuño Fernández; los dos aspectos que marcaron su vida
para siempre: la guerra civil 36-39 y su trabajo como esquila(dor).
El
prólogo es la visión de una nieta, que poco a poco ha pasado “a limpio” el
libro que escribiera su padre -Fernando, hijo de Félix- domingo tras domingo,
para quien además de un libro bonito “el más bonito que jamás he leído”, le ha
servido para descubrir, al igual que sucederá con muchos lectores, “que el
éxito de la vida no radica en los logros materiales sino en conseguir que te
recuerden con respeto y cariño” y que “lo más grande es la familia, una obra
infinita que perdura en el tiempo y logra que vivamos eternamente”.
El
libro se distribuye después a lo largo de treinta y dos capítulos (XXXII). Son
capítulos no muy largos, algunos cortos, que se leen muy bien y de un tirón, no
dejando su lectura a medias. Los tres primeros son una especie de recuerdo de
lo vivido y dan paso a los dos bloques principales en que se divide: desde el
capítulo IV, “1936: Destino”, hasta el XX, “Licencia. Nueva vida”, en los que
va narrando, siguiendo lo escrito anteriormente en una especie de diario
personal, los hechos más destacables de la guerra: la huída de su compañero
Ángel, pasándose al ejército nacionalista; el valor manifestado en algunas
acciones y su premio correspondiente; la primera vez que le hicieron
prisionero; su participación en la batalla de Belchite y en el frente de Teruel
-donde casi muere congelado en una guardia nocturna-; la segunda vez que fue
prisionero; la batalla del Ebro; la llegada de los nacionales y el nuevo
destino en el campo de Ordesa, hasta el fin de la guerra; la lucha contra el
maquis y la licencia absoluta.
Contrariamente
a lo que sucede con otros libros de este tipo, en que se muestra una
parcialidad total, en este no hay señales de odio: Félix -Fidel en la
narración- no tuvo más remedio que servir en los dos bandos y lo único que le
interesaba era hacer el bien, como tantas veces le había recomendado su padre.
Su pensamiento constante era que tantos muertos no servían para nada, acaso
para avanzar unos metros o unos kilómetros de tierra, pero que segar tantas
vidas no merecía la pena.
Los
capítulos siguientes, del XXI, “Reencuentro”, al XXXII, “El final del grupo”,
aluden a la creación de un grupo de esquiladores formado entre amigos de varios
pueblos limítrofes (El Casar), que gracias a esa amistad y camaradería, ayudándose
mutuamente, recorrían otros pueblos, de Guadalajara, Madrid, Toledo, Ciudad
Real… buscando ganado que esquilar para ganarse la vida. Era un trabajo duro
pero gratificante por las personas que fueron conociendo a lo largo de sus
salidas anuales. Primero buscando ganaderos a los que servir y después, una vez
conocido el grupo, para cumplir anualmente con su cometido gracias a su
seriedad y buen comportamiento.
La
narración se hace alegre y amena, divertida en muchas ocasiones, triste en
otras, cuando su protagonista principal recuerda algunos hechos vividos en su
anterior etapa, cuando la guerra -que nunca quiso recordar-, en muchas es tremendamente humana, y al lector
se le humedecen los ojos.
Quisiera
comentar ahora un capítulo que me ha llamado la atención. Se trata del XXVII,
titulado “La tormenta”, que tanto me ha recordado aquellos escritos de los
“curiosos impertinentes”, los viajeros ingleses por España, y sus encuentros
con el mundo casi “oriental” -escapado de Las
mil y una noches- de los gitanos. Aquí, en este capítulo, no estamos ante
un Richard Ford, quizá demasiado atrás en el tiempo, pero sí ante un Don
Gitano, aquel simpático don Walter Starkie que recorrió las tierras granadinas
en busca de sus gentes, pues él era gitano, ganándose la vida tocando el violín
o pidiendo en las puertas de las iglesias, aunque eso sí, con el riñón bien
cubierto y una gran carga de cultura a las espaldas.
La
lectura de este capítulo, tan distinto a los demás, me dejado una profunda
huella. Tal vez por lo que significa en cuanto al mundo de las relaciones
humanas. Por eso lo destaco y recomiendo su lectura, en especial.
La
“Visión de un hijo”, “Después de tu partida” y un “Anexo”, en el que el hijo
narra algunos aspectos hasta entonces ocultos al lector: el hecho de recibir
una carta procedente de Ciudad Real que contenía el “bloc de tapas negras,
descoloridas, pero en buen estado” que “era el diario de mi padre” y del que el
lector podrá comprobar su procedencia…
En
fin, un libro sencillo y amable, quizá algo duro en el primer bloque citado, y
en algunos capítulos del segundo, pero entrañable, seriamente escrito, con
total pulcritud, empleando un castellano correcto y gratificante en estos tiempos
que corren.
¡Qué
buen homenaje de un hijo a la memoria de su padre!
José Ramón López de los Mozos
Vivo en un pueblo cercano y quiero comprar el libro. Por favor me podeis decir si lo venden en algún establecimiento en El Casar. Muchas gracias.
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