viernes, 18 de mayo de 2012

Viejas piedras con alma en Budia


BERMEJO MILLANO, Juan José y HERRERA CASADO, Antonio, El convento carmelita de Budia memoria y esperanza, Guadalajara, Excm.º Ayuntamiento de Budia / Aache Ediciones, 2010, 104 pp. (I.S.B.N. 978-84-92886-31-9).
(Colaboraciones de Aurelio García López, “La fábrica de sayales de Budia” y de Jaime Abajo Gonzalo, Roberto de Agustín Blas y Javier Alonso Recuero, “Estudio patológico del convento”).

Puede decirse que este libro tiene su origen en el empeño que Ana María Sánchez García, en la actualidad ex-alcaldesa del Ayuntamiento de Budia, ha ido manifestando sobre la necesidad de recuperar su arruinado convento carmelita, un edificio singular que las guerras y el abandono han dejado en ese estado que quisiera ver de nuevo transformado como lugar de encuentro y cultura. Un edificio por el que el pueblo de Budia pueda sentirse orgulloso.
De ahí la segunda parte del título del libro: memoria y esperanza, es decir, aquello que conforma su historia y lo que se desea que vuelva a ser en un futuro no muy lejano. Y para ello, para escribir de lo que fue y significó y de lo que será, ha contado con un no muy numeroso grupo de especialistas, historiadores y arquitectos, cuyos conocimientos se recogen en este interesante libro que, además, es un buen ejemplo de lo que debe ser una edición llevada a cabo en su más escueta materialidad, y que viene a complementar la bibliografía ya existente que aunque no es mucha, tampoco es corta, como queda a la vista en la reseña que antecede, extrañamente, al prólogo y a la introducción que, lógicamente, sirven de puerta de entrada en lo que es el contenido del libro, su esencia, comenzando por la historia de la propia localidad de Budia y de sus obras artísticas más sobresalientes, desde el siglo XI.

Perteneció entonces a la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza para, desgajándose más tarde, pasar a la Tierra de Jadraque y en concreto a la sesma de Durón, y después al Condado del Cid, en posesión de la poderosa casa de Mendoza, hasta la abolición de los señoríos, en 1812, siguiendo los dictados de aquella Constitución -la Pepa- de la que, precisamente este año, celebramos el segundo centenario de su promulgación.
Producto de ese largo periodo son algunas obras que han llegado hasta el presente: el Ayuntamiento porticado del siglo XVI, en uno de cuyos muros aún puede verse adosada la fuente; la iglesia parroquial, con algunas laudas sepulcrales y dos bellísimas y delicadas esculturas de bulto de Pedro de Mena -una Dolorosa y un Ecce-Homo-; un valioso frontal de altar trabajado en plata, etcétera, junto a un entramado de callejas, donde todavía pueden verse viejas casonas blasonadas, la picota (que allí, en Budia, llaman “el patíbulo”) y alguna ermita urbana, aunque no muy lejos esté la más conocida de todas: la de la Virgen del Peral de Dulzura, quizás primitiva iglesia de lo que antiguamente fuera un pueblo habitado.
Y, ¡cómo no!, el convento carmelita, junto a las eras de pan trillar, motivo de este libro.
También algunas fiestas como las que se celebran en honor a San Pedro o esas otras más sobrias, por ser su tiempo la Semana Santa, que llevan a buen término los Soldados de Cristo, especie de hermandad y soldadesca que se encarga de la custodia del Señor.
No falta un recuerdo a las tenerías de Budia, ni a sus famosos paños y lienzos, que con tanto detalle se registran en el Catastro del Marqués de la Ensenada.
La segunda parte del libro se destina al mundo carmelitano, primero como orden religiosa, después, a esa tipología arquitectónica que le fue tan propia y que según los expertos en la materia se manifiesta de dos formas, caracterizándose la primera por su homogeneidad, la llamada arquitectura carmelitana, y la segunda, por su diversidad, la arquitectura de los carmelitas cuya evolución podría dividirse en cinco etapas: los conventos teresianos y sanjuanistas (1562-1582), los años de experimentación (1583-1600), el clasicismo carmelitano (1600-1635), el barroco carmelitano (1635-1700) y el barroco tardío, rococó y neoclasicismo (siglo XVIII), que pueden verse a través del estudio de la planta de sus iglesias: de una sola nave (de cajón), de planta de cruz latina o de tres naves;  de los materiales de construcción empleados (generalmente ladrillo y mampostería, siempre baratos); de sus interiores (con grandes pilastras que sujetan los arcos fajones de las bóvedas); de las cubiertas (de medio cañón con lunetos y cúpulas de media naranja ciega sin tambor); las fachadas (carmelitana, viñolesca y con torres laterales); los claustros, los retablos, capillas y criptas.
Y con estos antecedentes pasar al estudio, más concreto, del convento de Budia, mínimo y humilde para la orden, pero que tanto supuso para la villa alcarreña, puesto que gracias a la piedad popular pudo llevarse a cabo su construcción, primeramente con ciertas cantidades que puestas en renta produjeron casi catorce mil reales de vellón, además de alguna que otra donación y compromiso que sumaron en total doce mil ducados, con lo que el provincial de la Orden, a la sazón fray Bernardo de San José, presentó en 1732 la solicitud formal para construir la nueva casa que acogería a más de una quincena de religiosos, y a la que no se opuso el obispo seguntino, con lo que en cuestión de meses ya podía habitarse el nuevo convento, llamado de la Concepción de Nuestra Señora, que fue también el último que esta Orden levantó en la provincia de Guadalajara.
Luego vendrían los horrores de la “francesada”, a comienzos del siglo XIX, y las no menos terribles desamortizaciones de los bienes aclesiásticos, hasta que con los desmanes y tropelías de la guerra del 36-39 el convento quedó reducido a escombros.
Tras estas notas, llevadas al libro con el correspondiente detalle, y otras más acerca del posible origen alcarreño, budiero, de Santa Teresa de Jesús, comienza la primera de las colaboraciones, en este caso de Aurelio García López, titulada “La fábrica de sayales de Budia”, donde narra las relaciones entre el convento y dicha fábrica. La segunda colaboración consiste en la “Descripción del Convento de Budia”, especialmente de su iglesia, y en el análisis de la patología que afecta al edificio, de modo que se tengan en cuenta a la hora de su rehabilitación: así, el estado de sus estructuras (muros de carga, arcos y dinteles), la sustitución de los revestimientos de cal por otros de cemento, el deterioro de la madera, que conducen a una propuesta de intervención a lo largo de diversas fases, consistentes en la consolidación de los muros, reposición de la cubierta, restauración del interior, restauración de exteriores y la adecuación arquitectónica final, con una propuesta de uso como centro de carácter cultural de la zona.
El texto se acompaña de numerosas fotografías en color y blanco y negro que amenizan la lectura de este libro, interesante ya de por sí, cuya lectura recomendamos a los amantes del arte y a los de la arquitectura en especial.
                                                               

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