ANGULO, Javier y MORENO, Emilio (textos) y CERRATO, Pedro
Pablo (fotografía), Conoce Los Casares,
Madrid, Eds. Caja de Guadalajara. Obra Social y Diputación de Guadalajara (col.
Conoce el Patrimonio Paleolítico), 2011, 144 pp. (Prólogo del Prof. Ignacio Barandiarán)
(ISBN: 978-84-613-7940-8).
Casi siempre que hacemos la reseña de un libro nos
fijamos, fundamentalmente, en los autores de los textos. En este caso, y dado
que estamos ante un libro eminentemente gráfico queremos mencionar, como
corresponde, al autor de las fotografías que en él se incluyen, sin las que la
comprensión de los textos se vería mermada en gran parte. Vaya, pues, esta
nimia explicación, antes de comenzar el comentario.
Para que el lector se sitúe, simplemente decirle que Los Casares (Riba de
Saelices, Guadalajara), sugerente topónimo, tiene una doble importancia; por
una parte, por ser uno de los escasos “santuarios” rupestres del centro
peninsular y que, además, cuenta con la particularidad de ser el situado a
mayor altitud (1050
metros ), y también por la gran variedad de
representaciones que han llegado hasta nuestros días, incluyendo antropomorfos
que a veces llegan a formar escenas de gran complejidad, a lo que contribuye
igualmente la rareza y escasez de los animales representados en sus paredes,
como es el caso del rinoceronte, del león de las cavernas y del glotón, (la
única que se conoce, dado que la otra figura existente -exenta y tallada en
marfil- apareció de la
cueva Jarama II ).
Barandiarán nos habla en su prólogo, escueto por demás, de
aquellas prospecciones efectuadas en 1966 por el profesor Beltrán (Universidad
de Zaragoza), que se dividieron en dos partes: una centrada en el estudio de
las representaciones parietales, bajo la dirección del mencionado profesor y,
otra, dirigida por Barandiarán, en el análisis de los depósitos estratigráficos de la cueva,
que fue su primera campaña de excavaciones (que, por cierto, se dilató a tres
llevadas a cabo entre el 4 de junio de 1966 y el 28 de septiembre de 1968) y
cuyos materiales se conservan en el
Museo Arqueológico Nacional.
Materiales, dicho sea de paso, que no corresponden a los
utilizados por los autores de los grabados y pinturas descubiertos, que habrían
ocupado su vestíbulo, dado que distintas fases de habitabilidad del mismo lo
impidieron. Esta frustración de no poder fechar cronológicamente la obra
rupestre se vio compensada con el hallazgo de otros restos en otras partes de
la cueva, más internas, pertenecientes a dos grupos humanos diferenciados y que
nada tenían que ver con los autores de las obras mencionadas: los musterienses
(Paleolítico medio), al fondo del vestíbulo, que dejaron restos de industria
lítica, así como de animales e, incluso, un hueso de un neandertalense que,
según indica Barandiarán, “sigue siendo hoy el referente más importante
estratificado del Musteriense en toda la comunidad de Castilla-La Mancha”.
Mucho más tarde llegarían gentes de “los Metales” cuyos restos contribuyeron a
conocer mejor el campaniforme en las Mesetas.
Pues bien, el libro se distribuye de una forma muy
sencilla. En primer lugar se estudia la cueva en su contexto, y como “peculiar
enclave geográfico”; después se ofrece un amplio resumen de su historia, en el
que se destina un apartado (a modo de ventana) a la biografía de D. Juan Cabré
Aguiló, como “Documentalista y hombre de familia”, para entrar de lleno en el
estudio de las distintas galerías que conforman Los Casares, desde la entrada y
el vestíbulo, a la primera gran sala (centrándose en los hombres y caballos, en
el “hombre pájaro”, los hombres y los peces y los hombres y los mamuts), y
seguir por la angostura hasta la sala de una cúpula (donde se encuentran el
“antropomorfo sonriente” y el pasillo de los signos) y a la sala de las dos
cúpulas (con sus antropomorfos grotescos, las grandes bestias, el rincón de los
tectiformes y las figuras del fondo), hasta llegar a la galería larga final.
Luego, dada su proximidad, se analiza, de forma
complementaria, la cueva de La Hoz (Santa María del Espino) y se compara su
arte con el de la cueva de los Casares. Otro apartado se dedica a informar
sobre el estado de conservación de ésta última, y concluir, finalmente, con una
relación de la bibliografía consultada para la realización del trabajo,
compuesta por una treintena de títulos.
En lo que se refiere al contexto podemos decir que, al
final de la última glaciación, es decir, unos 17.000 a .C., las
condiciones de vida eran muy difíciles debido al intenso frío reinante, terreno
propicio para el desarrollo de una fauna consistente principalmente en caballos
y bisontes, en la estepa, y de mamuts en la tundra, aunque no faltasen los
renos en las zonas próximas a los acuíferos. En este periodo, denominado
Musteriense, los habitantes del valle de los Milagros, lugar donde se
encuentran ubicadas las cuevas de Los Casares y de La Hoz, por lo que no es
raro ver representaciones de estos animales en las paredes de las mismas,
aunque en realidad aquellos hombres vivieran en cabañas semienterradas, con un
hogar central y cubiertas con materias vegetales y pieles, asentadas en las
proximidades del río Linares (también conocido como río Salado).
Este apartado se completa con una larga serie de
yacimientos, tanto del Paleolítico superior como medio, del Neolítico y de la
Edad del Cobre descubiertos en la geografía provincial de Guadalajara: Jarama I
y II (Valdesotos), abrigo de los Enebrales y cuevas del Chorrillo y de Los
Torrejones (Tamajón), abrigo del Portalón (Vallacadima), cueva Harzal (Olmedillas),
cueva de La Hoz (Santa María del Espino)
y abrigo del Llano (Rillo de Gallo).
El yacimiento de Los Casares ha sido ocupado
desde hace unos 50.000 años y, aunque siempre se ha dicho que fue descubierto
por don Francisco Layna
Serrano, la verdad es que lo fue en 1933 por el entonces maestro de la
localidad don Rufo Ramírez, quien lo puso en conocimiento del cronista, que
publicó un primer informe con el fin de llamar la atención sobre tan
interesante hallazgo.
Al informe de Layna seguiría otro más amplio de don Juan
Cabré, que se encargó de la catalogación del arte parietal. Y, dada la
importancia del yacimiento, siguieron las campañas de excavación llevadas a
cabo por los profesores Beltrán y Barandiarán, de la Universidad de Zaragoza,
en 1966 y 1970-1972, demostrando que el vestíbulo de Los Casares sirvió de
habitáculo al hombre de Neardenthal, como demuestran los numerosos restos de su
instrumental tallado y el único resto humano (un metacarpiano de mujer joven).
Puede concluirse que la cueva de Los Casares fue ocupada
con mayor intensidad durante unos 20.000 años y que sus grabados y pinturas
corresponderían, en gran medida, a los periodos Magdaleniense (superior) y
Solutrense (inferior).
Finalmente, los autores hacen un llamamiento a la
conservación de este tipo de yacimientos que tanta acción antrópica negativa
han venido sufriendo a lo largo de los tiempos: hogueras, grafitos, raspados, etc.,
además de las propias naturales, acción negativa que evidentemente desaparecerá
con una mayor educación y respeto hacia un Patrimonio que pertenece a la
Humanidad.
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