CONDADO AYUSO, José Luis (Arquitecto), Rehabilitación
del Castillo de Torija para Centro de Interpretación Turística de la Provincia
de Guadalajara, Guadalajara, Diputación de Guadalajara, 2011, 64
pp. (ISBN: 978-84-92502-23-3).
Cinco capítulos o apartados
componen este libro que, por cierto, carece de índice y que, más que a la
historia del edificio, contribuye al conocimiento del proceso que se ha seguido
hasta su total rehabilitación.
El primer apartado -“El edificio en el punto de partida”-
ofrece al lector una breve reseña histórica del castillo, que nace de su
privilegiada situación geoestratégica en uno de los pasos naturales que
comunican desde antiguo la submeseta con Aragón, cuando, según cuenta la
tradición, los caballeros templarios mantenían un torreón defensivo cercano al
castillo actual, así como un convento. Aunque quizás las noticias
verdaderamente “históricas” sean más tardías y se sitúen a mediados del siglo
XIV, cuando en 1447 el navarro Juan de Puelles defendió el castillo de los
constantes asedios del arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo y del no menos
belicoso marqués de Santillana y que tras varios años de asedio y la rendición
del navarro pasó a manos mendocinas, ya bajo el reinado de Enrique IV, de lo
que la crónica ofrece los siguientes datos: “(…) por ver aquel tan renombrado
lugar y adonde tan famosos hechos de Armas se ejecutaron por los capitanes y
gente del rei de Navarra, que según justificaba el Justicia de Aragón hicieron
más que hombres en haver resistido tanto tiempo, y el marqués de Santillana
estava mui arrepentido por haver derribado aquella fortaleza”.
Lo que nos habla de su posible
cambio de ubicación, ahora asomado al valle para atender mejor a su vigilancia
y defensa del camino, que entonces discurría por el alto.
Una vez conquistado el castillo,
el rey Enrique hizo entrega del mismo al arzobispo de Toledo que, junto con
Torija, trocó al marqués por su villa de Alcobendas. Fueron, pues, los Mendoza,
los que dieron al castillo el aspecto que hasta hace poco ha venido manteniendo
y a cuyo amparo se asentó la nueva población de Torija.
Según recoge el Catastro del
Marqués de la Ensenada, a finales del siglo XVIII -fecha de dicho documento- el
castillo permanecía medio en ruinas: “Un Castillo Deborado en la Población de
Torija, junto a la Plaza
Mayor ; tiene doscientos y un pies de frente y ciento y
cincuenta de fondo; no se le regulo alquiler alguno por su ynutilidad;
confronta a Lebante, Poniente y Sur con el camino Real y Norte dicha Plaza”.
Durante la Guerra de la Independencia
fue volado por “El Empecinado” con el fin de evitar su utilización por las
tropas invasoras y, en ruinas, siguió su existencia hasta su inclusión en la
declaración masiva de Monumentos Nacionales de 1931 efectuada por la República,
lo que vino a significar el comienzo de su recuperación, que José Luis Condado
-atendiendo tanto a la cronología de las intervenciones efectuadas, como al
carácter de las mismas- divide en dos grupos: siendo las primeras de
consolidación de las ruinas (1950), mientras que las segundas, de
reconstrucción, comenzaron en los sesenta del siglo XX, concluyendo con la
instalación del Museo del “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, conforme a
los proyectos de 1993 y 1997.
Sigue la descripción general del
estado previo a la intervención, que se describe con total sencillez: “(…) las
fábricas del monumento presentaban un buen estado de conservación. En cuanto al
uso, solamente estaba ocupada la Torre del Homenaje con el “Museo del Viaje a
la Alcarria” al que se accedía por una escalera de acero, madera y vidrio
diseñada ex profeso desde el rincón Este del Patio de Armas. El resto estaba
pavimentado con una cuadrícula de piedra caliza y canto rodado pero sin ninguna
edificación”.
En el apartado segundo -El proyecto de rehabilitación- se
establecen los criterios básicos que se han seguido en la intervención
arquitectónica con el fin de no afectar tanto al propio castillo como al
conjunto de la villa, de la que también sobresale la torre de la iglesia, como
elementos principales que contribuyen a conformar su fisonomía.
Las ideas que se siguieron fueron
las siguientes: el respeto al edificio original, sin modificar su imagen
exterior; el mantenimiento del patio de armas; la incorporación en su interior
de una expresión arquitectónica actual; la utilización, por lo tanto, de
materiales modernos, combinados sin estridencias con otros tradicionales; su
concepción como museo, por lo que se pretende el uso de la luz cenital; la
búsqueda del fenómeno “sorpresa” una vez se traspasen las murallas, en base a
determinadas secuencias espaciales; el seguimiento de cierto “ritual de
acceso”, que se aparte del directo; la utilización de espacios transparentes
que interrelacionen el castillo y su contenido con el espacio exterior,
especialmente con el paisaje, haciendo que éste penetre en el edificio y,
finalmente, que el espacio interior se articule como un “laberinto” cuyas
partes haya que ir “descubriendo” paulatinamente.
Es decir, atendiendo de esta
manera a unos criterios estéticos y a otros funcionales -a lo largo de sus
cinco plantas- que cumplen el exigente programa de necesidades establecido.
“La obra”, constituye el tercer apartado del libro que, en este
caso, utiliza preferentemente la fotografía, mediante la que pueden verse
diversos estadios del proceso de rehabilitación, ya que se trata de una obra
que “desde el punto de vista constructivo plantea la problemática propia del
hormigón armado blanco con una fachada con huecos, todos distintos que crecen
en tamaño conforme se eleva”.
El cuarto apartado, en total
consonancia con el precedente, lleva por título “El edificio terminado”. Consta de 44 fotografías y un boceto a
través de los que se pueden ver hasta los últimos detalles del edificio, tanto
interiores como exteriores, en los que se han puesto en práctica los criterios
e ideas que se especificaron en el capítulo segundo.
Finaliza el libro con un quinto
capítulo -Las personas- como
sencillo homenaje a cuantas han colaborado en la rehabilitación del castillo,
así como con una relación de instituciones, empresas y personas que han
intervenido.
Por lo demás, un libro bello en
cuanto a su formato y composición, interesante por su contenido y con
fotografías atractivas que, sin duda contribuirán a que el lector interesado se
ponga manos al volante de su automóvil y eche un vistazo a esta obra en todo su
esplendor. En este caso, “vino nuevo en
odres viejos”.
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