viernes, 11 de enero de 2019

Una guía poética de los castillos


Mañueco Martínez, Juan Pablo: “Guía poética de los castillos de Guadalajara”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2019. Colección “Tierra deGuadalajara” nº 107. 122 páginas, numerosas ilustraciones a B/N. 13,5 cms. x 21 cms. ISBN 978-84-17022-79-2. PVP.: 10 €.

Un libro que enriquece la Colección en que se enmarca, y que ofrece una visión distinta de los elementos más emblemáticos de nuestro patrimonio provincial. “Una guía poética y alentadora” es el subtítulo de esta obra, que se enmarca en la Colección de “Tierra de Guadalajara” de la que hace ya el número 107. Un libro que empezó como un ensayo de poemas para cantar ruinas, y ha acabado en una completa guía de los castillos guadalajareños, con fotos, descripciones, formas de llegar a ellos y poemas que los pintan y ensalzan.
La propuesta es de clasificación por orden alfabético, aunque no llega a cumplirse del todo este objetivo, pues hay castillos que llevan dos y hasta tres nombres. El primero es Anguix, y el último se pone como siempre el de Zorita, en el confín de la provincia y del abecedario. Por entremedias, van surgiendo el castillo de Vállaga en Illana (al que dedica Mañueco un largo romance al uso clásico) y la atalaya mimetizada de Inesque, entre Pálmaces de Jadraque y Angón. Algunos suenan raros, y otros son elocuentes y archiconocidos. Así Atienza, Molina de los Caballeros y Sigüenza. No falta el real alcázar de Guadalajara, ni la recuperada fortaleza de Guijosa, a la que se añade el Castilviejo que la vigila y la Cava de Luzón, como viejos castillos celtibéricos.
Un libro ameno y sorprendente, un libro que trata de hacer, como todos los libros, amable y cercana la realidad que no vemos porque no nos pilla en el camino de la oficina o el taller, y aún más lejos del camino a la discoteca o el instituto. Ahí están los templos de valor recuperados, como el castillo de Cifuentes, que se restaura estos días, y los sufridos alcázares que han derribado, en nuestros días, la mala intención aliada con el pasotismo oficial, como el castillo calatravo del Cuadrón, en Auñón.
Para todos ellos desgrana Mañueco su meditada oración versificada. La mayoría son sonetos, aunque se escapan romances, alguna otra estrofa mayor, y estrambotes de propina. De entre todos destacan, a mi gusto, tres, que lo son en forma de romances, y son los primeros del libro, en tiempo de hechura, y los que dieron origen a esta obra, presintiendo en su rimado compacto y sonoro ese otro “Romancero castellano” en el que Mañueco trabaja desde hace tiempo, peleando en su lucha permanente entre Cronos y Calíope.


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