sábado, 30 de septiembre de 2017

La Carta Candelas de El Casar en 2017

CARTA / de / CANDELAS / Leída en El Casar / 4 Febrero 2017 / CARTA de / CANDELAS / Sábado 4 de febrero 2017 / Escrita por: / Mario Carpintero López / Vicente Marcos López / Julia Martín Pérez, Ayuntamiento de El Casar, 2017, 72 pp. (365 estrofas de cuatro versos). Sin Depósito Legal ni ISBN.
Cada día es más importante para en bibliófilo alcarreñista -por antonomasia- conservar como oro en paño y con verdadero mimo este tipo de publicaciones, quasi “volanderas”, de cortísima tirada y carentes de datos, precisamente por su escasez.
La estructura de esta carta es similar a las editadas en ocasiones anteriores: título y autoría, alguna que otra fotografía en blanco y negro, una necesaria, siempre necesaria, relación de funcioneros, comenzando por el capitán, los cabos, el teniente abanderado, los mayordomos, el cura, el pagador, los mozos de las mulas, los niños de la bandera y de los pichones y los pintores de las mulas, lo que viene a indicarnos bien a las claras la evolución que esta fiesta ha ido sufriendo con el paso de tiempo, incluyendo elementos hasta hace poco superfluos.
Del mismo modo conviene dejar constancia de que el hecho de “pintar las mulas” no consiste en decorarlas a base de brochazos de colores, sino en los recortes y dibujos a tijera que se les hace en el pelaje de las ancas y el rabo.
Sigue el saludo poético (estrofas 1 a 6), la Salve (7 a 21) y continua con la tradicional introducción (22 a 54), para entrar de nuevo y específicamente en las descripciones críticas, caaricaturescas, de cada uno de los funcioneros anteriormente mencionados (55 a 322: cura 66 a 81, capitán, 82 a 101; teniente abanderado, (102 a 120); mayordomo primero, (121 a 135); mayordomo segundo, (136 a 153); mayordomo tercero, (154 a 168); cabo del capitán, (169 a 188); cabo del teniente, (189 a 206); Cabo del primer mayordomo, (207 a 122); cabo del segundo mayordomo, (223 a 235), y cabo del tercer mayordomo, (236 a 249), para pasar al pagador, (250 a 262), al mozo de mulas, en esta ocasión Alfredo, (263 a 286); y a los niños de la 302 a 313), y pintores de las mulas, (314 a 322).
En esta fiesta y, por lo tanto en su correspondiente “Carta de Candelas”, se han incluido además otros personajes como los artesanos de las picas, (323 a 327) y los músicos, (328 a 342) y seguir, como venía sucediendo tradicionalmente, con los forasteros, contra los que siempre suelen meterse, (343 a 349), aunque después se les pida perdón por la especie de broma, y finalizar con la despedida, (350 a 365) ya clásica: ¡Viva la Virgen de las Candelas!¡Viva El Casar!, nuevas fotografías, más bien “de relleno”, igualmente en blanco y negro, y el escudo de la villa.
Es evidente que hace unos pocos años la serie de funcioneros participantes en la fiesta o “función” (de donde le viene el nombre), era mucho más breve: apenas los cargos militares, puesto que, posiblemente, en sus orígenes, la función fuese, al menos en algunas de sus partes, una especie de soldadesca a la que posteriormente se le añadió un elenco de nuevos personajes: como el cura, etc., cuya misión no era otra sino hacer reír al público asistente a través de las caricaturas-retrato de los “soldados”, por lo general gente joven, dada a la juerga y a la diversión con las correspondientes “meteduras de pata” propias de la edad: irse de mujeres malas, exceso de alcohol, enamoramientos falsos, accidentes de tráfico, etc.
Todo esto quiere decir al lector -entre líneas- que la fiesta, la función, se va ampliando, quizá debido al coste de su realización ya que mientras más participantes sean, cargos,  a menor cantidad tocan a pagar, aunque con ello también se contribuya a que se vaya deteriorando y aunque nosotros no seamos quienes debamos decirlo, puesto que las fiestas son como todo en la vida: evolucionan hasta cierto punto en que, si no se cuidan como es debido, terminarán desapareciendo.

sábado, 23 de septiembre de 2017

El mito de Jadraque

José Ignacio Rodríguez Castillo: “El mito de Jadraque”. El cirujano que inoculó la viruela en el siglo XVIII”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2017. 192 páginas, ilustraciones. ISBN 978-84-17022-26-6. PVP: 20 €.

Una historia meticulosa y apasionante, la de la inoculación de la viruela, con el objetivo de salvar la vida de muchísimas personas, especialmente de los más jóvenes, en la España del Siglo de las Luces.
Este libro que ha escrito J. Ignacio Rodríguez Castillo, trata completa, de inicio a fin, la historia de la inoculación de la viruela, como método científico, en los humanos, para conseguir erradicar esta peligrosa enfermedad.
Y esa historia nace y se desarrolla a partir de Jadraque, en los inicios del siglo XVIII, y durante toda esa centuria, a través de muchos otros lugares de la Serranía de Guadalajara, fundamentalmente en torno a Majaelrayo y Valverde de los Arroyos, lugares en los que esta práctica se realizó hace ahora trescientos años.
El autor, que ya tiene en su haber una espléndida “Historia de Medranda”, hace un estudio, perfecto y muy detallado, de las personas involucradas en esta aventura científica, a la cabeza de las cuales figura don Antonio Martín Pérez, cirujano-barbero que actuó en Jadraque, poniendo en práctica la inoculación variólica, decenios antes de que Jenner consiguiera el método definitivo de la vacunación.
Una secuencia de circunstancias, históricas y sociales, que van apareciendo casi de forma novelada en este libro, fruto de una amplia y bien dirigida investigación, y de una exposición clara y entretenida.
El libro, que además de su relato minucioso se completa con numerosos documentos, ilustraciones, notas y bibliografía, le ha supuesto al autor muchos años de búsqueda, pero al final ha conseguido montar esta historia apasionante, entretenida, y que demuestra que la tierra de Guadalajara fue protagonista de uno de los más importantes avances médicos de la Humanidad, el de la vacunación antivariólica.
Consigue, además, poner en primer fila de nuestro ilustres ilustrados (valga la redundancia) a don Antonio Martín Pérez, cirujano-barbero de Jadraque, en la primera mitad del siglo XVIII, y a partir de ahora una nueva figura a recordar en la nómina anchurosa de personalidades alcarreñas y serranas.