sábado, 20 de mayo de 2017

Valdeavellano: historia de un pueblo sin historia

LOZANO ROJO, Juan Ramón, Valdeavellano. Historia de un pueblo sin historia. I. Geografía, Historia y Personas, Madrid, Ed. Maraven, S. L., 2016, 254 pp. [ISBN: 978-84-940-843-8-6].
I
Es significativa esa parte del título del libro que comentamos en el que su autor se refiere a un pueblo sin historia, algo, como el lector comprenderá, que no es posible, puesto que podrá tratarse de una historia más o menos amplia o importante, pero siempre existente, por nimia o poco importante que pueda parecer.
Tras esta salvedad sin importancia convendría aclarar que comentamos la parte primera, el primer volumen, de los dos que componen la obra, que sobre Valdeavellano ha escrito Juan Ramón Lozano Rojo con total seriedad. Trata esta parte del lugar donde se encuentra ubicado el pueblo, de su pasada historia -que sí la tiene- y de algunos de sus personajes más sobresalientes, lo que totaliza nada menos que 254 páginas, incluyendo una bibliografía un tanto deslavazada.
Comienza, por tanto, la obra, con la situación de Valdeavellano en el contexto geográfico alcarreño del que se ofrecen, además, algunas citas y descripciones, a modo de testimonio, de viajeros que recorrieron esas tierras en el pasado. Por ejemplo, el general napoleónico Leopold Hugo (padre del conocido novelista Víctor), anota en sus Mémoires algunos aspectos de la provincia de Guadalajara, aunque considerando que en ella se encontraba su cuartel general y eran constantes sus encuentros con el guerrillero Juan Martín Díez, el Empecinado, aunque, aparte de los apuntes bélicos también tenga en cuenta otros intereses como el desarrollo de la agricultura, de la que dice:
Su territorio es rico y abundante en subsistencias; la provincia no lo es menos. Se encuentra madera, buen vino y salinas de gran reputación. El pan de Brihuega se hace con un cuidado muy particular: todo el trigo, sea de quien sea, antes de llevarse al molino, se lava, se limpia grano a grano y se seca sobre tejas al sol; el de Hontanares, hecho de muy buena harina, sería el mejor del mundo si fuera menos compacto y, consecuentemente, mejor fabricado.
Apunte etnográfico no muy conocido en la actualidad. Sin embargo, Valdeavellano nunca dispuso de un buen trigo, del que debía abastecerse en la Campiña a cambio de aceite y vino.
También hace Mr. Hugo alusión a los recursos naturales:
Se hace un buen carbón en los bosques que cubren las mesetas de la provincia; y el sílex de los alrededores de Brihuega nos ha proveído de buenas piedras de fusil…. Algunas fuentes de pueblo, en esta provincia, serían una curiosidad por todas partes por su caudal…
Para, posteriormente, pasar a su geografía y geología.
Y, en lo que a la calidad de sus habitantes se refiere dejar constancia de los apuntes recogidos por Tomás de Iriarte en su libro Dos viajes por España: La Mancha, 1774-La Alcarria, 1781:”…la gente es bastante aplicada a la agricultura y tiene buen modo con los forasteros…”, y por Larruga en sus Memorias Políticas y Económicas (1790-1791): “…los naturales son amables, sencillos, de buen entendimiento e inclinados a la agricultura y la vida pastoril”.
Inmediatamente entra su autor en la localización de Valdeavellano, situándolo en el centro-occidental de la Alcarria Alta, a unos 948 m.a.s.n.m., como pequeño hábitat y municipio independiente desde 1971. Su término linda con los de Caspueñas, Brihuega, Valfermoso [de Tajuña] y Atanzón, cuya extensión es de 35 km2., y cuyo nombre o topónimo disfrutan igualmente otros dos pueblos sorianos, además de numerosos lugares que podríamos encuadrar dentro de lo que se viene considerando como toponimia menor, apartado al que sigue la explicación del mote, apodo o pseudogentilicio de sus habitantes: “ñarros”, con significado, al parecer, de pequeño, persona de baja estatura o cosa pequeña e insignificante, aunque, quizás, realmente provenga del lugar de origen de sus pobladores, navarros.
Continúa el trabajo con algunas explicaciones acerca del terreno: el suelo, el agua, el clima y el paisaje que ocupa una antigua meseta de la Era Primaria, horadada por numerosos valles de origen fluvial, generalmente permanentes, así como por multitud de fuentes, veintidós, que vierten sus aguas a los ríos Tajuña y Ungría, de las que se inserta una tabla indicativa de sus nombres, las obras que se realizaron en ellas -si las hubiere- y su ubicación actual.
El clima es el continental mediterráneo (propio de la Castilla Nueva), con veranos secos y muy calurosos e inviernos secos y fríos, con nieves y heladas frecuentes y escasas lluvias, por lo que el paisaje está formado, en parte, por pequeñas manchas de bosque (encinas, quejigos, carrascas…) en medio de campos de labor , así como en las vegas, produciendo cierta vegetación autóctona caracterizada por los árboles mencionados además de pinos, olmos, enebros, sabinas albares, chopos y álamos, sauces, abedules y numerosos arbustos y yerbas, siendo los cultivos principalmente de secano: trigo, cebada, avena y centeno, además de lentejas, yeros y garbanzos (y hasta 1980, almortas); oleícolas, como el olivo y el girasol; vid y otros productos de secano como las patatas, melones, sandías, calabazas, tomates… y de regadío: judías, pimientos, tomates, pepinos, calabacines…, a los que habría que añadir otros productos comerciales representados por el cáñamo, el zumaque y números frutales.
En lo que se refiere a la fauna autóctona hay que hacer constar los animales llamados “de pelo”, como el oso pardo, cuya existencia está demostrada históricamente, el lince ibérico y el gato montés, el lobo, ginetas y garduñas, comadrejas, conejos y liebres, jabalíes, culebras y víboras, lagartos y lagartijas, sapos, ranas y salamandras, así como con numerosos animales “de pluma”, algunos de ellos de caza: perdices, codornices, palomas, tórtolas, arrendajos; rapaces: águilas, buitres, alimoches, halcones… y otras aves como cigüeñas, golondrinas, aviones, abubillas, así como varios tipos de córvidos, sin olvidar la fauna acuática, representada por los cangrejos (desaparecidos hacia 1960), las truchas, tencas y carpas.

Aparte recoge también diversos ejemplos de la fauna doméstica representada por los animales de corral: gallinas, cerdos, conejos, palomas, etc., y de labor: mulas, burros, bueyes y algunos caballos
En lo tocante a su demografía, de la que solo existen datos continuados y fiables desde 1498, se ofrece un cuadro de su evolución desde 1528 hasta 2011, conteniendo los siguientes datos: en 1528, 59 vecinos (se ignora el número exacto de habitantes); en 1571, 131 vecinos; en 1575 (Relaciones Topográficas de Felipe II) 140 vecinos, equivalentes a 620 habitantes (a 4,43 habitantes por vecino); en 1591 (Censo de Millones) 157 vecinos y 709 habitantes; en 1602 (Padrón local) 182 vecinos,  que se convierten en 176,5 en 1606 y a 165,5 en 1608 y en 163, bajando, en 1614, para seguir descendiendo  a 143 (516 habitantes), según el Censo de la sal, a 75 vecinos en 1689 (según el Archivo de defunciones), a 40,5 (Catastro del Marqués de la Ensenada), en 1752 y volver a ascender a 65 vecinos, o sea a 289 habitantes, en 1828 (Diccionario de Miñano), y bajar de nuevo a 40 en 1842 a 1849 (Censo Nacional y Diccionario de Pascual Madoz), y alcanzar los 86 vecinos (355 habitantes), etc., disminuyendo sensiblemente hasta 1991 y seguir fluctuando posteriormente, de modo que en 2011, contaba con 50 vecinos (93 habitantes) según el Censo Nacional, o lo que es lo mismo, 1,86 habitantes por vecino.
Finaliza este apartado con lo relacionado con las comunicaciones, que desde antiguo discurrieron por los valles, careciendo de importancia los caminos de Valdeavellano por estar situado en alto. A pesar de todo fueron bastantes los caminos carreteros que tuvo: el de Brihuega y el Caspueñas, éste con dificultad, además de numerosos caminos de herradura entre los que se cuentan los de Archilla, Tomellosa y Atanzón, así como algún que otro servicio público de transporte.
El segundo gran bloque del presente libro sirve para dar a conocer los distintos periodos de su historia, desde la Prehistoria, comenzando con una serie de preguntas: ¿El origen del pueblo? ¿Quiénes fueron sus primeros pobladores y cuál era su lugar de procedencia? ¿Si tuvo algún otro nombre con anterioridad? y ¿Qué ha sido del pueblo a lo largo de los siglos? Puesto que no se conservan (o no se han encontrado) restos documentales que hagan pensar en un habitat estable anterior a 1133 ya que, posiblemente fue fundado hacia 1150.
Pero, según indica Juan Ramón Lozano,
“…el hecho de que no existiera con anterioridad no quiere decir que en su historia debamos renunciar a sus vínculos con lo que fueron  estas tierras y sus habitantes antes de su fundación”.
Por lo que considera que el estudio de su historia debe hacerse de forma pormenorizada, por fases, partiendo desde antes de su fundación, su existencia como aldea (1150-1554), su paso a realengo (1554-1651), como señorío (1651-1834), como villa constitucional y desde 1958-1968, lo que autor llama “la diáspora”, hasta el presente.
De la Prehistoria, y más concretamente del periodo Paleolítico, son muy escasos los restos encontrados dada su escasez de población (que ha venido siendo una constante). Del Neolítico y la Edad del Bronce son más numerosos los hallazgos: generalmente poblados construidos en lugares elevados, generalmente rocosos y en la confluencia de los ríos (defensa y cercanía al agua), separados entre sí de 8 a 10 kilómetros, entre los que se encuentran Los Castillejos (Lupiana) y la Cueva de la Galiana (Horche), datados en la Edad de Bronce, ambos en el valle del Ungría; mientras que en el del Tajuña están el Arroyo de la Villa (Brihuega), el Cerro de la Cabezuela (Tomellosa), Castillejos o La Torrecilla (Yélamos) y El Castillo (Yebes), todos pertenecientes al Bronce que se mantuvieron ocupados durante el Hierro, aunque aparecieron algunos nuevos en la vega del Tajuña, como el Cerro Castejón (Armuña) y otros en Archilla.
Durante la Edad Antigua, siglos III-II a.C., se sabe que la Alcarria occidental estaba poblada, en una pequeña parte, por los carpetanos y las oriental, más amplia, por los celtíberos, sin que ningún historiador señale el límite entre ocupaciones, aunque según parece seguía la línea entre Brihuega y Masegoso, de forma que este geografía debió mantenerse de igual manera hasta los siglos XII-XIII, según puede colegirse tras la lectura de la Estoria de España, mandada recopilar por el rey Alfonso X el Sabio hacia 1250, por lo que los pobladores de la zona que hoy ocupa Valdeavellano debían ser carpetanos.
A la llegada de la Pax romana (19 a.C.) debían existir diversas poblaciones indígenas en los alrededores de Valdeavellano: Brioca (Brihuega), Archilla, Irueste, Illarcurris (Horche) -según Bosch Gimpera-, Yebes, Arriaca (en la margen derecha del Henares), Iriepal y, probablemente, Taracena. Dicha Pax trajo también seguridad y una extensa red viaria, lo que permitió el establecimiento de nuevas poblaciones, situadas ahora en las vegas, cuya descripción puede consultarse en el Itinerario de Antonino Pío Caracalla: quizás Romanicus (Romancos) y Romañones (Romanones), en el valle del Tajuña; Lupiana, en el Matayeguas, y algunos otros más alejados, aunque próximos a Horche.
El siguiente apartado abarca desde la Edad Media hasta el “fuero corto” de Guadalajara (Alta Edad Media). El llamado periodo visigótico en el que apenas surgieron nuevas poblaciones, exceptuando Recópolis (“la ciudad de Recaredo”), aguas arriba del Tajo que, tras la ocupación musulmana, formaba parte de la Marca Media de al-Andalus, durante el que aparecieron numerosos topónimos: Uad-al-Hayara (Guadalajara, “valle pedregoso”), al-Munia (Armuña, “la huerta”) y Trijueque. Aunque desde comienzos del siglo X, ante la amenaza cristiana, el Califato reforzó sus guarniciones en poblaciones como Alcalá de Henares (al-Qalat, “el castillo”), Guadalajara, Trijueque, Hita, Sigüenza y Medinaceli, coincidiendo quizás con la transformación de la vía Emérita-Caesaraugusta (Mérida-Zaragoza), que fue desviada hacia el Sur, enlazando por Alcolea del Pinar, para llegar fácilmente a Madinat Ocilis (Medinaceli).
(Continuará)
José Ramón López de los Mozos   

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