LOZANO ROJO, Juan Ramón, Valdeavellano. Historia de un pueblo sin
historia. I. Geografía, Historia y Personas, Madrid, Ed. Maraven, S. L.,
2016, 254 pp. [ISBN: 978-84-940-843-8-6].
(Continuación)
II
Mas tarde, ya en la Baja Edad Media, tuvieron lugar algunos
hechos que dieron motivo a la creación de Valdeavellano. En 1085, Alfonso VI
comienza a gobernar Toledo y el día 24 de junio Guadalajara es conquistada por
Alvar Fáñez “de Minaya”, habiendo tomado Horche un día antes para defenderla en
caso de asedio musulmán. Ello significaba que Castilla y León habían avanzado
su frontera hasta el río Tajo, creándose los alfoces de Guadalajara e Hita y un
año después, Brihuega pasa a manos de la mitra toledana.
No obstante la población que ocupaba esta gran extensión de
terreno era escasa y se centraba principalmente en lo que hoy consideramos como
la Campiña y los valles de la Alcarria, o sea, en los valles del Henares, del
Tajuña y del Tajo, ya que una gran mayoría musulmana emigró hacia el Sur,
mientras que en Hita y algunos otros pueblos se mantuvo la población mozárabe
(hispano-cristianos en territorio musulmán). Todo ello trajo como consecuencia
la necesidad de repoblar las mencionadas tierras, proceso lento debido a la
inestabilidad reinante.
El caso fue que gracias a la aplicación del denominado Fuero corto (1133), otorgado por Alfonso
VII, la repoblación del alfoz de Guadalajara fue masiva, ya que con ánimo de
incentivarla, dicha ley concedía numerosos privilegios fiscales y legales a los
nuevos vecinos. La inmigración llegó del Norte peninsular cristiano, fundamentalmente
desde tierras riojanas y alavesas, que no sorianas. Al parecer la situación de
los nuevos poblamientos fue planificada debidamente, de forma que el territorio
quedase distribuido de forma uniforme, aunque se siguió manteniendo la baja
densidad de población.
Lozano Rojo, siguiendo el estudio realizado por Salvador
Cortés, indica los siguientes pueblos,
señalando con una (f) los que se ubicaron fuera de los límites del alfoz y con
una (d) los que estaban dentro de él: Puebla de Beleña (f), Humanes [de
Mohernando] (¿d?), Ciruelas (f), Yunquera [de Henares] (d), Torija (¿f?),
Aldeanueva [de Guadalajara] (d), Valdegrudas (f), Caspueñas (f), Valdevacas
(d), Archilla (d), Brihuega (f), San Andrés del Rey (d), Irueste (d), Peñalver
(f), Romanones (d), Tendilla (d), Hontova (f), Loranca (d), Escariche (f),
Pezuela de las Torres (f), Miralcampo (d), Meco (d), Daganzo (d) y Galápagos
[de Torote] (d), entre los que aún no figuran, aunque sí en documentos
posteriores al fuero, aldeas claramente castellanas cuyo nombre comienza por
“Val”, como Valdeavellano, Valdegrudas, Valdenoces [Valle de las nueces, que no
de las noches, muy porterior], Valdesaz, Valfermoso [del Tajuña], Valdevacas,
Valdehita… ni otros, también castellanos, como Tomellosa, Balconete, Fuentes
[de la Alcarria], Torija, Turviesc y Atanzón. Además de figurar numerosas
imprecisiones, como Archilla y Tomellosa, que dependía de Brihuega y Valfermoso
[del Tajuña o de las Sogas, entonces], incluido en el alfoz de Hita.
Por todo lo anterior, la fundación de Valdeavellano tuvo que
tener lugar pasado el año 1133, cuando la Alcarria estaba casi repoblada, y
antes de 1170, puesto que en algunos lugares surgidos por los nuevos fueros ya
se habían desarrollado oligarquías acaparadoras del poder local, que hicieron
disminuir los beneficios anunciados, es decir, hacia 1150.
Valdeavellano lindaba entonces con Caspueñas y Valdesaz, del
alfoz de Hita, al Norte; al Noreste y Este, con Valdevacas (alfoz de
Guadalajara) y Tomellosa y Turviesc (arzobispado de Toledo); no lindaba con
Archilla, sino con Valdevacas; al Este y Sureste, con Valfermoso (del alfoz de
Hita) y después de Guadalajara; y al Sur, Suroeste y Oeste, con Atanzón (del
alfoz de Guadalajara), o sea, en total con Caspueñas, Valdevacas, Tomellosa,
Valfermoso y Atanzón.
Su primera referencia documental data del siglo XIII,
concretamente de 23/I/1221 y se trata de una carta de cesión que recoge el Liber Privilegiorum del Arzobispado de
Toledo, por la que el concejo de Guadalajara dona Turviesc y su término al
arzobispo Jiménez de Rada. En dicho documento aparecen las firmas de varios
testigos, entre ellos un vecino de Valdeavellano (un tal Juan, molinero). Luego
continúa la mención de documentos. Así en el siglo XIV, Alfonso XI da libre acceso a Atanzón a pastos y leña del Común de
Guadalajara (1329), Valdeavellano y
la peste negra (entre 148 y 1407), la Fundación
de la Orden de los Jerónimos (1359-1366), aunque en Lupiana, una permuta de viñas de 1396, sobre
Valdevacas (despoblado).
Posteriormente, siglos XV y XVI, Valdeavellano se convierte
en cabeza de sexmo del Común de Tierra de Guadalajara (1405), según documento
de 28/X/1405, ya que entonces los 58 pueblos del alfoz de Guadalajara se
agrupaban en seis sexmos, continuando la mención de algunos documentos de
importancia: Sobre las heladas
extraordinarias en el alfoz de Guadalajara (1437), Enrique IV concede a Guadalajara la condición de ciudad (1460), Compra del molino harinero por el Concejo
(1464), la Primera referencia a una
cofradía en Valdeavellano (1464), los Conflictos
entre Atanzón y Valdeavellano (1469, 1475 y 1494), la Inauguración del monasterio de san Bartolomé (1474), el Primer bautizo registrado en el Archivo
parroquial (1498), la Ocupación de
tierras del siglo XVI (a511, 1529 y 1542), el Poema satírico en el que se cita a Valdeavellano (1530), la Leva de soldados en el Común de Guadalajara
(1542) y un Pleito entre vecinos por una
heredad (1542).
En1554, Valdeavellano se convierte en villa de Realengo
gracias a una contribución de 949.000 maravedíes aportados entre todos los
vecinos a las arnas de Carlos I, cuyos fines no eran otros que quedar libre y
exenta de la autoridad de Guadalajara, salvo en los asuntos relativos a la
representación en Cortes y en los políticos, administrativos y económicos del
rey: gozar de fuero propio, y administrar justicia directamente mediante sus
alcaldes en nombre del rey, sin más instancia superior que la del propio monarca.
El lector interesado puede disfrutar en este apartado
mediante la lectura de la pragmática o descripción de los actos que tuvieron
lugar: la reunión “a campana tañida” de los 146 vecinos en el atrio y plaza de
la iglesia (el ayuntamiento estaba en construcción), la lectura de la real
cédula, la exposición de las razones para ser villa, el nombramiento de
alcaldes y demás oficiales de justicia y regimiento y su aceptación en la plaza
pública, la fijación de la picota y de la horca, como insignias de jurisdicción
propia… hasta que, en 1651, su independencia se redujo al dejar de ser villa de
Realengo para pasar a serlo de Señorío, dependiendo de un señor no deseado, que
realizaba la función de intermediario entre los vecinos y el rey, con lo que
surgieron nuevos problemas sobre lindes, jurisdicciones y conflictos diversos,
como así consta en la documentación existente, que acompaña al texto que
comentamos.
Valdeavellano entra, por tanto, de lleno a convertirse en
villa de Señorío, siendo los la Bastida, los señores, quienes lo primero que
hicieron, a través de D. Melchor, fue la compra de la jurisdicción y de los
derechos de cobro de alcabalas y millones, que hasta entonces recaudaba
el Concejo, según consta en el correspondiente privilegio,:
“OTORGO Y CONOZCO QUE VENDO a
Don Melchor de la Vastida y Castillo, Cavallero de la Horden de Calatraua, las
Alcaualas de la villa de Valdeavellano, en el partido de la ciudad de Guadalajara,
tasadas y estimadas en ciento y trece mil quinientos y dos marauedís de renta
en cada un año, en empeño al quitar, con alza y baja y jurisdicción para la
administración, veneficio y cobranza de las dichas Alcaualas, a razón de
treinta y quatro mil el millar, en plata, con el goce desde primero de Enero
del año pasado de mil y seiscientos y cinquenta y uno en adelante…”.
La maniobra, al parecer, fue tan rápida que sorprendió a los
vecinos de Valdeavellano, y muy beneficiosa para la Bastida, quien también
decidió la compra -a Felipe IV- de las rentas del 1.º y 2.º uno por ciento
desde 1652, por lo que los vecinos se sintieron nuevamente engañados y muchos
decidieron recuperar lo perdido, de modo que en una nueva reunión del Concejo
se hizo constar que “Valdeavellano fue
vendida en 1652 a Melchor de la Bastida”, surgiendo 52 vecinos descontentos
que solicitaron la “restitución in
integrum” (es decir, sin beneficio para la Bastida) y buscaron un censo
(préstamo) para poder volver a comprar los derechos que les habían sido
enajenados, puesto que la villa “carecía
de caudal para comprarse y salir de la jurisdicción de Guadalajara”.
Posteriormente se entablaron una serie de litigios entre los vecinos y los la
Bastida, ya que el pueblo no podía ejercer el tanteo puesto que ya estaba fuera
del plazo legal al no conseguir el préstamo necesario de diez o doce mil
ducados, cantidad desorbitada en aquel momento.
Todo lo antecedente produjo que el pueblo decidiera demandar
judicialmente a Don Rodrigo de la Bastida, al tiempo que crecía el odio de
Valdeavellano y otros pueblos de los alrededores hacia esa familia, por lo que
se interpusieron numerosos pleitos, que se insertan entre la documentación
conservada como los intentos de los Bastida de la compra de los derechos de
Tomellosa y las reacciones de los vecinos y concejos contra ellos, quienes
acabaron por vender sus posesiones y derechos a los Trelles, y después a los
Duques del Parque, hasta su total decadencia debida al “agobio de los impuestos”.
Un apartado recoge la vida cotidiana de Valdeavellano según
se recoge en el Catastro del Marqués de
la Ensenada, finalizando con el constitucionalismo, incluidas las
desamortizaciones de Mendizábal (1836) y de Madoz (1855), con lo que
desaparecen las grandes haciendas, entre ellas las de los Bastida (o de Romo),
al venderse. Algunas noticias sueltas y la llegada de la guerra del 36-39, así
como la posguerra, e incluyendo el correspondiente despoblamiento y un cambio
social radical consiguiente (1958).
Cierra este primer volumen el capítulo destinado a dar a
conocer las personas y familias relacionadas con Valdeavellano, haciendo antes
la salvedad de que dicha villa no dio persona ilustre alguna o, al menos, con
cierta relevancia, por lo que fundamentalmente las personas que en esta amplia
relación se mencionan pertenecieron a las familias de sus dueños y señores, así
de los la Bastida se tienen en cuenta sus orígenes, posiblemente nacidos tras
la reconquista de Cuenca, en 1177, aunque lo más seguro es que procedieran de
Guipúzcoa, la Rioja Alavesa, Extremadura, Segovia o Sevilla y entre los que se
menciona a Don Juan, el primero en tierras de Guadalajara, de donde provendrían
los de Valdeavellano: Don Melchor de la Bastida y Barbazán, Don Luis de la
Bastida y Torres, Don Juan y Don Melchor de la Bastida y Bustamante, Don
Rodrigo de la Bastida y Castillo Bustamante, Don Melchor de la Bastida y del
Castillo y Castillo Lozano, Don Antonio de la Bastida y Torres y otros más, a
los que sigue la saga de los Trelles y el ducado del Parque, iniciada por Don
Benito Trelles, tatarabuelo de Jovellanos, y marqués de Torralba, Don Gonzalo
Trelles y Agliata, Doña Isabel María Trelles Valdés y Agliata, Don Manuel
Joaquín de Cañas y Trelles, etcétera.
A los que siguen los Romo y Gamboa, los Torres y Tovar de la
Bastida, así como otras familias como la de los Martínez de Zarzosa y algunos
más, aunque ya con alguna relación circunstancial con Valdeavellano, como por
ejemplo el conde, en realidad señor, de Orgaz y Doña Isabel Trelles, quienes
contrajeron nupcias en su iglesia, hecho que rompió la monotonía vital de la
villa, al igual que sucedió con la visita pastoral llevada a cabo por el
cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo y primado de España, en tiempos de
Carlos II, hacia 1677.
José Ramón López de los Mozos
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