PECES RATA, Felipe-Gil, Reliquias y relicarios en la Catedral de Sigüenza, Sigüenza, El
Autor (Gráficas Carpintero, S. L.), 2015, 134 pp. [Depósito Legal:
GU-179/2015].
Estamos, como señala Jesús de las Heras en su “Carta
al lector” -una especie de introducción al texto de Peces Rata-, ante un libro
que habla de reliquias de mártires, santos y beatos, que es tanto como decir de
sus recuerdos físicos y sensibles, por diminutos que tales restos sean, de sus
personas y de sus vidas pasadas y, también, de las cajas o estuches donde se
guardan dichas reliquias, es decir, de los relicarios, generalmente realizados
en metales preciosos y de forma artística, aunque sabiendo de antemano que la
fe no se basa en reliquias, sino que las reliquias sirven para que recordemos a
quienes han sido maestros en la fe, a los que han sido, son y serán santos.
También sirve este libro, Reliquias y relicarios…, para tener otro motivo mediante el que
poder profundizar más en el conocimiento de la catedral de Sigüenza, que no
sólo alberga y custodia obras de gran envergadura artística.
Por ello, poco más adelante, en su “Isagoge”, -que
viene a ser el primer capítulo de los XIV que componen el libro, casi todos muy
breves-, el propio autor nos refiere que hacía mucho tiempo que tenía in mente escribir este libro, con el que
poner las reliquias existentes en la catedral al alcance de los devotos, amén
que su propósito principal haya sido -al contemplarlas- su posible
identificación, porque al poner de relieve su valor espiritual y el valor
artístico de los relicarios, se hace posible su conservación, que es otra de
las finalidades del libro.
Y es que el culto a las reliquias forma parte del
acervo cultural de los pueblos, especialmente de los restos mortales y objetos
que pertenecieron a personas santas, por lo que este culto es una variedad del
culto a los santos. De modo que el Concilio Vaticano II dijo que: “De acuerdo
con la Tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y
sus reliquias auténticas” (Sacrosanctum
Concilium, 111), así que las expresiones más comunes de ese culto a las
reliquias sean:
- Ponerlas en
relicarios (para que se puedan ver y besar).
- Verlas
detenidamente (en actitud admirativa, para lo que usan relicarios que permiten
fijar la vista en la reliquia a través de un cristal).
- Orar ante
las reliquias (tanto en grupo como individualmente).
- Acoger las
reliquias de santos que visitan determinados lugares (como, por ejemplo, la
multitudinaria acogida que recibieron las de Santa Teresa de Lisieux en su
visita a Sigüenza).
- Encomendarse
al mártir o santo cuando se visitan o besan sus restos.
- Suplicar y
esperar favores o la curación de determinadas enfermedades, orando junto a la
tumba del santo o ante sus reliquias.
- Encender
velas y adornar con flores sus restos.
Otro aspecto
que se analiza es el correspondiente al “Valor espiritual de las reliquias”,
que procede de los primeros siglos del cristianismo y adquiere un mayor
protagonismo tras el Concilio de Trento, ya que a través de las reliquias se
preserva la memoria de las personas, al tiempo que nos ponen en contacto físico
con los cuerpos de los santos, además de la comunión espiritual con ellos
existente.
Por otra
parte, también se atribuye a algunas reliquias determinadas propiedades
prodigiosas y curativas, así como a algunos santos se les reconoce una mediación
concreta para sanar determinadas enfermedades. Por eso, en tiempos medievales,
las reliquias reflejaron el prestigio espiritual y el gran poder económico que
adquirían sus poseedores: catedrales, monasterios, parroquias, reyes y nobles,
que llegaban a acumularlas como verdaderos tesoros.
El apartado V
se dedica a los relicarios siguiendo para ello la definición del DRAE: “Lugar
donde están guardadas las reliquias, en caja o estuche, comúnmente precioso,
para custodiar reliquias u objetos de valor sentimental”, para seguir su
evolución artística y su ubicación en el espacio arquitectónico religioso,
desde las primitivas y delicadas arquetas que contenían restos óseos, hasta el
esplendor de los relicarios góticos y barrocos conteniendo brazos, manos,
bustos y cuerpos enteros, junto a los que existen otros, de menor tamaño,
generalmente portátiles y de uso personal, llamados encolpios, a modo de cajitas de diferentes formas (cúbicas,
cilíndricas, circulares, ovaladas, cruciformes, etc.), que mediante una anilla
y una cadena se pueden colgar al cuello y que, normalmente, constituyen dos
grupos: cruces pectorales (cuyo reverso está excavado por alvéolos ovales con
cabujones que se cubren con un cristal para albergar y ver las reliquias) y
medallas.
Por otro lado,
como ya hemos dicho, se da cuenta de los espacios arquitectónicos en función de
las reliquias, siendo los más frecuentes la sacristía, que antiguamente fue e
lugar apropiado para conservarlas, puesto que allí podían mantenerse ocultas y
mostrarlas, en determinadas ocasiones, a los fieles; la capilla-relicario, espacio
alternativo en su uso, en el que unas veces se podían ver las reliquias -ya que
se guardaban tras una reja por razones de seguridad y por alejamiento
reverente, cual es el caso de la Capilla de las Reliquias de la pulchra seguntina- y, en otras, permitir
la presencia de los devotos, abriendo la reja; el retablo-relicario cerrado, que
era el más empleado para ocultar, proteger y evitar manipulaciones y robos, y
el retablo-relicario abierto, en el que se muestran permanentemente las
reliquias, aunque contando con la debida protección. En este último caso las
reliquias se albergan en bustos-relicarios antropomorfos, realizados en maderas
nobles y adornados con pedrería, que posibilitan el contacto directo.
Seguidamente
habla Peces y Rata del registro, inventario e identificación de las reliquias,
que solía hacerse certificando su autenticidad a través de un documento -“la
auténtica”- que la corroboraba con el fin de evitar posibles errores en la
veneración de aquellas que pudieran ser dudosas o poco creíbles.
La relación de
las reliquias existentes se mostraba a los fieles mediante cartelas que
permitían dirigir las plegarias hacia una u otra reliquia.
La
autorización a que fuesen expuestas en un templo equivalía a la canonización.
A todo lo
anterior se añadía la denominación de cada relicario, inscribiendo el nombre
del mártir, santo o beato en su peana o en la propia teca.
Pero ¿qué
pasa, añade Peces y Rata, cuando se comete un error con las reliquias?
Absolutamente nada, porque en la religión cristiana no existe el llamado “culto
a la personalidad”, ya que el culto siempre es a Dios. Y ese es el caso que se
dio en la Capilla de las Reliquias hasta 1810, cuando la soldadesca francesa
asaltó la catedral en busca de tesoros, y las reliquias y sus auténticas
quedaron esparcidas por el suelo, hecho que recoge don Manuel Pérez-Villamil en
La Catedral de Sigüenza y que da paso
a un nuevo apartado titulado “La Capilla de las Reliquias en la catedral de
Sigüenza”, en cuyo frente existen varios compartimentos que contenían las
cajas, bustos y demás relicarios, altar
que se cierra con grandes puertas de librillo bellamente trabajadas en
el siglo XVII.
De este
momento son también las vitrinas laterales, en las que pueden verse numerosos
bustos-relicario.
Y, una vez
descrito el relicario, se añaden algunos datos acerca del catálogo de las reliquias
que contenía antes de la citada invasión napoleónica, puesto que la mayor parte
no existe hoy.
Finalmente, -antes
de la relación de las reliquias que hay en la catedral, veintiséis en total, y
de la relación de los relicarios existentes, trece-, el capítulo X se destina a
dar a conocer los datos contenidos en un memorial del Archivo, sobre las
tropelías causadas por la francesada, consistente en la revisión y colocación
de las reliquias que quedaron en la capilla de su nombre a resultas de los saqueos.
La relación de
las reliquias se hace de la siguiente manera: N.º 1. S. Blas, obispo y mártir.
3 de febrero. N.º 2. Ex ossibus S.
Aniceti, P. M. 17 de abril… y la de los relicarios: N.º 1. Cruz-relicario.
N.º 2. S. Sebastián, mártir. 20 de enero…
Después se da
paso a las descripciones de las reliquias, que consta de dos páginas: una de
texto (N.º 1. San Blas. Hagiografía, el relicario -a veces la inscripción de la
auténtica- y también en ciertos casos algunos datos sobre su autoría
(restauraciones, punzones de platero, etc.) y en la página contigua la
fotografía correspondiente, en color (páginas 36-99), y a la de los relicarios,
de forma semejante a la anteriormente comentada (páginas 100-125).
Tras el
epílogo y una sencilla bibliografía compuesta por veinticinco títulos, aparecen
unas líneas dirigidas “Al lector”, en las que el autor del libro manifiesta la
buena voluntad, el sacrificio y el trabajo que ha puesto en su redacción y
edición, pero especialmente y por encima de todo lo demás, el cariño y el
entusiasmo: “Recibe lo poco que he dicho, en lugar de lo mucho que se pudiera
decir, y que Dios te guarde”. Explicit
feliciter.
Sin duda un
libro interesante para conocer este mundo tan poco estudiado, y que constituye
una aportación más al conocimiento de esa urna de joyas artísticas que es la
catedral seguntina. Un libro que servirá de guía para recorrer las lipsanotecas en ella custodiadas y
comprender mejor la mentalidad religiosa de nuestro pasado.
José Ramón
LÓPEZ DE LOS MOZOS
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.