viernes, 21 de junio de 2013

FIDEL

CAÑEQUE BEDOYA, Fernando, Fidel, Guadalajara, El Autor/Editores del Henares, 2013, 246 pp.

Estamos ante lo que podrían considerarse unas “memorias”, quizá un tanto noveladas. Una historia -muchas- sin nombres propios. La acabo de leer y la verdad sea dicha, he salido reconfortado tras su lectura. Aparte de estar bien escrito, cosa no muy frecuente en una persona que no se dedica a estos menesteres, es un libro, el relato de una vida, hasta cierto punto ejemplarizante: la de Fidel -el protagonista del libro- que en realidad se llamaba Félix.
Se trata de una biografía cíclica, -comienza por el final y termina por el comienzo-, en la que se recogen los dos aspectos más sobresalientes de la vida de Félix, nacido en Valdenuño Fernández; los dos aspectos que marcaron su vida para siempre: la guerra civil 36-39 y su trabajo como esquila(dor).
El prólogo es la visión de una nieta, que poco a poco ha pasado “a limpio” el libro que escribiera su padre -Fernando, hijo de Félix- domingo tras domingo, para quien además de un libro bonito “el más bonito que jamás he leído”, le ha servido para descubrir, al igual que sucederá con muchos lectores, “que el éxito de la vida no radica en los logros materiales sino en conseguir que te recuerden con respeto y cariño” y que “lo más grande es la familia, una obra infinita que perdura en el tiempo y logra que vivamos eternamente”.
El libro se distribuye después a lo largo de treinta y dos capítulos (XXXII). Son capítulos no muy largos, algunos cortos, que se leen muy bien y de un tirón, no dejando su lectura a medias. Los tres primeros son una especie de recuerdo de lo vivido y dan paso a los dos bloques principales en que se divide: desde el capítulo IV, “1936: Destino”, hasta el XX, “Licencia. Nueva vida”, en los que va narrando, siguiendo lo escrito anteriormente en una especie de diario personal, los hechos más destacables de la guerra: la huída de su compañero Ángel, pasándose al ejército nacionalista; el valor manifestado en algunas acciones y su premio correspondiente; la primera vez que le hicieron prisionero; su participación en la batalla de Belchite y en el frente de Teruel -donde casi muere congelado en una guardia nocturna-; la segunda vez que fue prisionero; la batalla del Ebro; la llegada de los nacionales y el nuevo destino en el campo de Ordesa, hasta el fin de la guerra; la lucha contra el maquis y la licencia absoluta.
Contrariamente a lo que sucede con otros libros de este tipo, en que se muestra una parcialidad total, en este no hay señales de odio: Félix -Fidel en la narración- no tuvo más remedio que servir en los dos bandos y lo único que le interesaba era hacer el bien, como tantas veces le había recomendado su padre. Su pensamiento constante era que tantos muertos no servían para nada, acaso para avanzar unos metros o unos kilómetros de tierra, pero que segar tantas vidas no merecía la pena.
Los capítulos siguientes, del XXI, “Reencuentro”, al XXXII, “El final del grupo”, aluden a la creación de un grupo de esquiladores formado entre amigos de varios pueblos limítrofes (El Casar), que gracias a esa amistad y camaradería, ayudándose mutuamente, recorrían otros pueblos, de Guadalajara, Madrid, Toledo, Ciudad Real… buscando ganado que esquilar para ganarse la vida. Era un trabajo duro pero gratificante por las personas que fueron conociendo a lo largo de sus salidas anuales. Primero buscando ganaderos a los que servir y después, una vez conocido el grupo, para cumplir anualmente con su cometido gracias a su seriedad y buen comportamiento.
La narración se hace alegre y amena, divertida en muchas ocasiones, triste en otras, cuando su protagonista principal recuerda algunos hechos vividos en su anterior etapa, cuando la guerra -que nunca quiso recordar-,  en muchas es tremendamente humana, y al lector se le humedecen los ojos.
Quisiera comentar ahora un capítulo que me ha llamado la atención. Se trata del XXVII, titulado “La tormenta”, que tanto me ha recordado aquellos escritos de los “curiosos impertinentes”, los viajeros ingleses por España, y sus encuentros con el mundo casi “oriental” -escapado de Las mil y una noches- de los gitanos. Aquí, en este capítulo, no estamos ante un Richard Ford, quizá demasiado atrás en el tiempo, pero sí ante un Don Gitano, aquel simpático don Walter Starkie que recorrió las tierras granadinas en busca de sus gentes, pues él era gitano, ganándose la vida tocando el violín o pidiendo en las puertas de las iglesias, aunque eso sí, con el riñón bien cubierto y una gran carga de cultura a las espaldas.
La lectura de este capítulo, tan distinto a los demás, me dejado una profunda huella. Tal vez por lo que significa en cuanto al mundo de las relaciones humanas. Por eso lo destaco y recomiendo su lectura, en especial.
La “Visión de un hijo”, “Después de tu partida” y un “Anexo”, en el que el hijo narra algunos aspectos hasta entonces ocultos al lector: el hecho de recibir una carta procedente de Ciudad Real que contenía el “bloc de tapas negras, descoloridas, pero en buen estado” que “era el diario de mi padre” y del que el lector podrá comprobar su procedencia…
En fin, un libro sencillo y amable, quizá algo duro en el primer bloque citado, y en algunos capítulos del segundo, pero entrañable, seriamente escrito, con total pulcritud, empleando un castellano correcto y gratificante en estos tiempos que corren.
¡Qué buen homenaje de un hijo a la memoria de su padre!

José Ramón López de los Mozos

1 comentario:

  1. Vivo en un pueblo cercano y quiero comprar el libro. Por favor me podeis decir si lo venden en algún establecimiento en El Casar. Muchas gracias.

    ResponderEliminar

Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.