sábado, 11 de febrero de 2012

Despoblados de la provincia de Guadalajara


José Luis García de Paz. El Decano, 1 de junio de 2009
El pasado 25 de mayo [de 2009] fue presentado por el Cronista Provincial Antonio Herrera Casado, en el Salón de Actos de Caja de Guadalajara, el libro “Despoblados de la provincia de Guadalajara”, del que son autores, en este orden, José Antonio Ranz Yubero, José Ramón López de los Mozos Jiménez y María Jesús Remartínez Maestro. La asistencia a la presentación fue notable, mucho más que a otras que he asistido. Ha sido publicado gracias a la Obra Social y Cultural de Caja de Guadalajara.

Como interesado en el patrimonio desaparecido de Guadalajara, el tema de los despoblados es objeto de atención interesada y este libro sirve para llenar importantes lagunas en este campo, y será referencia obligada para los estudiosos del tema. Este trabajo culmina sus publicaciones anteriores de sobre el “Estudio toponímico de los despoblados de la comarca de Molina de Aragón” (2004) y “Los despoblados de Chiloeches y sus nombres” (2007)


De partida, este libro lleva detrás un trabajo de campo realizado con indudable paciencia e interés por los autores durante los veranos e inicio de otoño de 2000 y 2001, principalmente, gracias a dos ayudas recibidas en esos años de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Partieron, en primer lugar, de una recopilación de los despoblados indicados en las Relaciones Topográficas de Felipe II (siglo XVI), en el Diccionario de Madoz (siglo XIX) o la Historia de la Diócesis de Sigüenza que editara el obispo Minguella (inicios del XX), más diversos estudios recientes, tanto locales como generales de Guadalajara. Así contabilizaron unos 400. Después, en su trabajo de campo, han ampliado notoriamente la lista encontrada. Finalmente, algo más de un lustro después, han podido ver los autores publicada su obra.

Durante su labor, los autores han visitado las localidades referidas en sul libro, y otras vecinas, recabando información sobre los despoblados recopilados más otros nuevos que se les iba indicando, la mayoría de las veces de modo oral. Así han encontrado 532 despoblados, lo que da una idea de la minuciosidad de la labor realizada, bien entendido que no han incluido los castros y poblamientos arqueológicos (excepto si encima de ellos hubo un poblamiento posterior, luego abandonado), ni las localidades que actualmente tienen menos de 20 vecinos en invierno, que son unas doscientas. Sólo han inventariado los correspondientes a los siglos XI al XIX, por lo que no se incluyen los de la primera mitad del XX, como Jócar o Villaescusa de Palositos. Los autores no descartan que pueda aparecer alguno más, evidentemente.

En muchos casos lograron llegar a los restos gracias a (o a pesar de la vaguedad) las indicaciones de los vecinos, que alguna vez les acompañaron. Guardan los autores un recuerdo gratísimo de sus conversaciones con los habitantes de la provincia, la mayoría ancianos. Anecdóticamente contaron que al ser realizar las pesquisas en un verano muy seco, no encontraban las fuentes inmediatas a los despoblados, por ausencia de caudal. Asimismo indicaron que es raro encontrar un despoblado levantado en un lugar sin agua inmediata.

En otros casos tuvieron un mal recibimiento justificado por el pensamiento de los lugareños sobre que fueran unos “buscadores de tesoros” interesados en el expolio del patrimonio. Por esa razón no se han indicado en el libro las coordenadas del emplazamiento de ninguno de los despoblados. De hecho, los autores contaron que tuvieron una triste experiencia tras la publicación de su trabajo sobre los despoblados de Chiloeches, por la llegada de algunos “interesados” a esos lugares. En algún caso no pudieron acceder por hallarse en una finca privada con acceso prohibido.

Desgraciadamente, como hizo notar el Cronista Provincial en su acertada presentación, necesidades editoriales hacen que no se pueda indicar más que una breve ficha de cada despoblado, indicando el término municipal, si hay referencias bibliográficas del despoblado, cuando desapareció, causa, en qué lugar aproximado se encuentra, que se ha hallado allí y la toponimia del nombre. Aún así el estudio previo más la ficha de los 532 despoblados ha dado para un volumen de 290 páginas, acabados por unos casos que, aún conociéndose el nombre del despoblado, éste no se ha podido encontrar. El libro acaba con un índice por términos municipales actuales y una amplia bibliografía. Se incluyen 25 fotos de algunos de los despoblados.

Las causas de la despoblación, en la mayoría de los casos, fueron la disminución del agua potable cercana o las epidemias, como la peste de finales del siglo XIV o las enfermedades del XVII. En la leyenda, sin embargo, se hallan bastantes casos de culpabilizar de ello a las hormigas (o a las termes) que devoraron el lugar, al ataque de decenas de víboras o al envenenamiento masivo de todos los invitados a una boda, por haber caído en la olla una salamandra u otro animal, de modo que solo una persona, no invitada a la boda, sobrevivía a los envenenados.

La mayoría de los despoblados estaban en el Señorío de Molina de Aragón, así como en la zona de Sigüenza o en el norte de la provincia.  Comparativamente, los autores indicaron que el número de despoblados hallado es comparable al de provincias como Madrid o Toledo.

Durante la presentación y el debate posterior, salieron a la luz dos hechos desgraciados, dos expolios sucedidos recientemente. El primero de ellos que alguien, presumiblemente en un todo-terreno, accedió a la iglesia del despoblado de Chilluentes (en Concha) y se llevó el ventanal románico de la iglesia (siglo XIII, aproximadamente). El otro suceso es que las edificaciones en piedra que hubo en el despoblado de Buen Desvío (Santa Maria del Espino, Anguita) que aparecen en la foto que se publica en el libro y que se realizara en 2000, ya no existen en el verano de 2008: se han llevado todo el edificio.

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