VELA, Fidel, El Ruta Sigüenza-Alcalá, Madrid, Cultivalibros (Col. Cultiva, n.º 203), 2011, 304 pp.
UNA NOVELA DE LOS AÑOS 60 FINALISTA EN EL PREMIO RUEDO IBÉRICO DE PARÍS EN 1964.
Fue presentada el pasado viernes día 8, en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública Municipal Cardenal Cisneros de Alcalá de Henares, por su prologuista Sergio Coello, escritor y colaborador en el semanario Puerta de Alcalá, y por quien suscribe esta reseña.
Leí -como debe ser- el estupendo y clarificador prólogo de El Ruta que Sergio Coello titula Humo, sudor y hierro antes de leer el libro y, tras su lectura, volví a leer el prólogo, resultando que, en honor a la verdad, poco o muy poco es lo que tengo que añadir acerca de su contenido, del contenido del libro, puesto que coincido plenamente con lo que dice su prologuista. Hay, sí, una especie de paisaje lírico flotante en esta novela. Un paisaje doble, o si se quiere, múltiple. Un paisaje exterior, que es el que atraviesa el tren a lo largo de su recorrido, no sometido a horario alguno, como un ser vivo totalmente libre, y unos paisajes interiores que, desde mi punto de vista, se corresponderían con cada uno de los personajes: Benavides; Sergio, gran consumidor de cazalla mañanera y bicarbonato; Aurelio Puertas, el tísico; el Madrí; El Andaluz, empedernido lector de novelas de oeste y del FBI; Balta; Fermín; Ramírez…, que lo protagonizan, de cada uno por separado a veces, o junto a otros concretos cuando la narración lo pide, pero también de ese otro paisaje común y múltiple que todos juntos conforman, al que me he referido. Sería algo así como la novela de cada uno de los personajes, por separado, y la que todos juntos comparten a lo largo del recorrido del Ruta desde Sigüenza hasta Madrid. El primer paisaje, el que sirve de sobrefondo, es el paisaje geográfico, que no es otro que el curso del río Henares, que nace en las tierras seguntinas de Horna y desemboca en el Jarama, a la altura de Mejorada del Campo. Las descripciones de los campos, de las huertas, las montañas o las arboledas son contundentes, puntuales, sin dejar paso a la invención. Nuestro autor, Fidel Vela, es un gran retratista del paisaje, lo domina, aunque él no se deje dominar por el paisaje. Describe lo que ve, como hizo en su anterior novela Por tierras de Guadalajara y Soria. De Sigüenza a Gormaz que, al igual que sucede en el libro que ahora comentamos, es netamente stendaliano y, por lo tanto, especular. Un paisaje abrasador, veraniego, en el que los personajes hacen uso constante del botijo y de la cerveza, o se tratan de refrescar tumbados en el prado que se extiende junto a la estación. O mirando con cierto aire libidinoso a unas cuantas muchachas en flor que toman el sol, en bañador, a la vera del río. ¿Cabria la posibilidad de considerar El Ruta como una especie de memoria histórica? Su autor indica que la escribió hacia los años 60, y que pocos años más tarde, en 1964, quedó finalista del Premio Ruedo Ibérico Paris, precisamente cuando Fraga Iribarne montaba aquella campaña propagandista de los XXV Años de Paz que después daría paso a la dictablanda. Podría pensarse que ciertos comportamientos que aparecen en la novela, como la expulsión de los segadores de la estación de Sigüenza; la actuación agresiva del ex divisionario guarda jurado Mínguez, contra el joven Ramírez, en Humanes de Mohernando, cuyo jefe de estación guardaba una pistola en el cajón de su mesa de trabajo; la lectura del Abel Martín, de Machado, a la sazón prohibido, etcétera, fueran descripciones de impotencia ante una insignificante autoridad que, en cierta forma, vienen a hablarnos de ese mundo lúgubre, tributario del realismo social, que Coello menciona. Lo que sí es apreciable desde la perspectiva de la edad del autor -que dicho sea de paso, en la actualidad no es tanta como podría serlo en los tiempos que refleja-, es el recuerdo de aquellas formas de vida hoy en su mayor parte desaparecidas: el tabaco con sus marcas, la comida que los mozos del tren llevan en sus fiambreras, las cantinas de las estaciones, la moneda al uso, el propio tren y sus diferentes nombres más o menos cariñosos y familiares: el corto, el correo 1700, el correillo… y hasta los propios trabajos, el de Aurelio Puertas -muy seguntino este apellido- o el de la mujer guardabarrera a la que el ruta le mata tres gallinas que andaban sueltas por la vía y a la que, en caritativa compensación, el fogonero arroja un par de briquetas con que calentarse y calentar a sus hijos, el próximo invierno. Puede que lo que más me haya atraído la atención de esta novela fuera el lenguaje empleado, que no es igual para cada personaje y que se adapta a lo que podríamos llamar su cultura o su educación. No es lo mismo la forma de hablar, con solecismos y paremias. de el Madrí o El Andaluz, que la de los segadores que recogen en Carrascosa de Henares, o la del tabernero de Matillas a la hora de pedir, por favor, que alguno de los mozos de tren le trajera un sifón. Personajes auténticos, dice sacados de la vía misma -como dijera de ellos un amigo andaluz del autor-. Aunque aquí la palabra vía pueda prestarse al equívoco y en realidad se trate de la vía del Ruta. Personajes en los que advierte cierto grado de sensibilidad -la convivencia crea amistad- a pesar de su rudeza y de la violencia subyacente que encierra la novela. Gentes sencillas, vulgares incluso, que no dejan su huella pero que necesitan vivir día tras día sus ilusiones y sus tristezas. Gentes, en fin, como casi todo el mundo, con buenas ocurrencias, que son capaces de dictar sentencias tan filosóficas como aquella de que “se pierde lo que queda y se gana lo que se da”. Gentes humanamente envidiosas, de los que trabajan en los bancos, que ganan mas y trabajan menos, y de los de la misma RENFE, guardabarreras como la mujer antes aludida de las gallinas, que tienen huertas, sin pagar renta alguna, por su cara bonita. Gentes, en fin, que hablan a escondidas de Ramírez, como en el caso de Aurelio y Benavides, acerca de la separación surgida entre ambos para evitar responsabilidades políticas. Tampoco faltan las escenas de humor y los chistes como aquel que circulaba por Madrid durante la guerra, en el que se encuentran dos señoras y una le dice a la otra: “¡Qué largo se hace el día sin pan, hija mía!”. “Y cuando consigues un churrusco, qué prieto y qué negrín! ¡Madre mía, qué hazañas estamos pasando!”. En clara alusión a Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto Tuero, Juan Negrín López y Manuel Hazaña Díaz, políticos del momento. En otras, en cambio, se junta la crueldad infantil con la caridad del jefe de estación de Fontanar y de Benavides, quedando un poso de tristeza en el lector, como en la de Parinco, el demandadero de las monjas del Asilo de Guadalajara, que amén de medio tonto, resulta ser un cuco, un pícaro sin malicia alguna. Y también hay alusiones al Quijote. ¡Cómo no las iba a haber! Coincido también en esto con el prologuista al destacar la locura quijotesca de don Olegario, el maestro jubilado que en Yunquera sostiene que es el Henares y no el Jarama el río que desagua en el Tajo, basándose en las más peregrinas teorías: su longitud, su caudal, la importancia de las poblaciones que baña, o el mayor número de afluentes que recibe. Un personaje que quizás no debía ser muy extraño en aquellas coordenadas espacio-temporales. También me viene al recuerdo el expurgo de la biblioteca del caballero de la triste figura, en el momento en se hace el escrutinio de la de Ramírez, en la que, por cierto, tan sólo dos libros pudieran haberle comprometido: La historia de España, de Pierre Vilar y Reflexiones sobre la cuestión judía, de Sartre, que además, está en francés. Pero creo que los puntos más interesantes de la novela son dos: la historia persecutoria de Ramírez y el posible suicidio de Puertas. Aunque corresponde al lector ver si lo que digo coincide con lo que él piensa. Quisiera terminar como el libro. El Ruta…
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
Espléndido tu comentario de la novela, José Ramón. Me ha gustado más leído que hablado.
ResponderEliminarCARDENIO.
El Ruta es una novela realmente original y distinta dentro de la producción literaria de los últimos tiempos. Una verdadera joya, una obra maestra.
ResponderEliminar