Museos de Castilla la Mancha
Hace 3 años apareció un libro de esos que quedan vivos para siempre. Lo escribieron conjuntamente, tras muchos viajes e investigaciones, José María Ferrer González y Antonio Herrera Casado. Titulado “Museos de Castilla-La Mancha”, con 352 páginas y cientos de imágenes en color, ofrece las referencias concretas, historia y contenidos principales de los casi 200 museos que hoy existen visitables en este comunidad autónoma, en la que siempre hay rutas nuevas por construir para conocer esa España profunda y eterna que por los caminos de la Alcarria y la Mancha serpentean.
El libro, que hace el número 6 de la Colección “Tierra de Castilla-La Mancha”, se estructura por provincias, dando información de los mayores museos de cada una, y poniendo relación de los más sencillos en un apéndice final. Un buen índice ayuda al lector a encontrar lo que busca. Y su palabra en voz baja, amistosa, siempre dispuesta, como la palabra de los libros, es la que nos brinda la posibilidad de conocer, ahora a través de los Museos, la Región castellano-manchega.
A continuación ofrecemos las palabras que, en parte de su introducción, nos dicen los autores hablando de cuales son, tras recorrer kilómetros y caminos a cientos, sus museos preferidos. Hagámosles caso, que saben de qué hablan.
Nuestros Museos preferidos
De los casi doscientos espacios que catalogados como museos hemos incluido en este libro, es cierto que algunos son especialmente preferidos, por varias razones, que brevemente explicamos.
Por decir algo del mejor montado, con mayor contenido documental y diversidad de aspectos que le hacen único en España, tiene que ser mencionado el Museo Nacional de Teatro de Almagro. Creado a finales del siglo XIX, se ha ido incrementando con el paso de los años gracias a donaciones de artistas, autores, aficionados... su última, y esperemos que definitiva ubicación, en el palacio de los maestres de la Orden de Calatrava de Almagro, en la plaza mayor de esta ciudad manchega, y frente al Corral de Comedias, en un edificio diseñado para la función que realiza, es todo un ejemplo de Museo con mayúsculas. En Valdepeñas no hay que perderse la Fundación Gregorio Prieto con obras del artista y piezas de su colección en una preciosa casona rehabilitada, y los amantes del arte contemporáneo no deben dejar de visitar el Museo Municipal, donde figura una amplia selección de las obras premiadas de nuestros mejores artistas del último medio siglo. Les encantará también el nuevo museo Comarcal de Daimiel y, en la capital, el museo de Ciudad Real con una espléndida colección arqueológica y la sorprendente exposición permanente “Hace tres millones de años”.
En Guadalajara y más en concreto en la villa medieval de Atienza, le han surgido a la población, de apenas 500 habitantes, tres museos extraordinarios, que llevan detrás el nombre de quien los ha concebido, diseñado, y laborado sin descanso para que todas sus piezas fueran restauradas y noblemente expuestas. La labor de don Agustín González, párroco de la villa serrana, es de todo punto encomiable.
En Cuenca saltan los museos de la naturaleza y del arte moderno. En la capital, nos quedamos con el emblema mejor de la moderna dimensión del arte español: su Museo de Arte Abstracto, generado desde Zóbel hasta los más recientes nombres y dinamizadores del espacio, que además asienta en un lugar privilegiado, único, como son las Casas Colgadas de Cuenca. Un poco más arriba de la roca que es Patrimonio de la Humanidad toda, está el laberinto conventual y rompedor de Antonio Pérez, cuya fundación, hecha de cuadros, objetos encontrados y libros, es otro ejemplo de arte museificado, sorpresa y cuestión permanente para el visitante. Aún en Cuenca, en la Huete alcarreña, con varios museos por sus calles, destacamos la Fundación Florencio de la Fuente, en la que se han encontrado dos dinámicas generosas: la del donante de tanta obra de arte, que es sin duda un exponente fiel del quehacer pictórico y escultórico español del último siglo, y la del Ayuntamiento que ha restaurado y puesto a disposición un gran edificio histórico como es el antiguo convento de los mercedarios optenses.
En Toledo resulta difícil espigar sólo unos ejemplos. Puestos a señalar, hemos de apuntar la sorpresa de la recuperación -como visita cultural- al templo de los Jesuitas, el nuevo montaje de la encantadora Casa Museo de Victorio Macho, la soberbia colección de cerámica de la Colección Carranza expuesta en salas del Museo de Santa Cruz, las visitas a mundos tan herméticos como son los conventos de clausura (unos abiertos con horario de visita y otros que requieren la complicidad de las monjitas para visitar el templo y algunos otros espacios habitualmente acotados). También son ahora posibles algunas visitas nocturnas aprovechando las soberbias iluminaciones del cuadro del Entierro del Conde de Orgaz o del monasterio de San Juan de los Reyes, sin descartar el componente turístico de las visitas que nos permitirá en algunos casos (San Román, Santo Tomé, Jesuitas) contemplar la ciudad de Toledo desde las alturas de sus torres.
Queda además la perspectiva de nuevos museos muy esperados como la ampliación del Museo de Santa Cruz, el remodelado Taller del Moro y la reapertura del Museo del Ejército, todos ellos en Toledo, así como las colecciones de Bellas Artes del Museo de Ciudad Real en la nueva sede del antiguo convento de la Merced.
Quizás suenen estas palabras, -de preferencia personal acerca de un conjunto de centros y espacios con múltiples valores-, un tanto aldeanas y cortas de vista. Si uno se adentra, y los autores de este libro no lo hemos hecho, en la consideración científica y universal del fenómeno museístico, todo esto que aparece a partir de esta página no sea más que un folleto monumental explicativo de todos y cada uno de los museos existentes en este pequeño espacio de Europa que se denomina Castilla-La Mancha, con una formulación a su vez un tanto miope o estrábica. Porque los teorizantes de la cuestión, han quedado de acuerdo en que la Museología es una "ciencia social" que no sólo produce un enfrentamiento dialéctico público-museo, sino que trata al mismo contenido del museo como un elemento esencialmente socializado. Lo que antaño, o en su origen, fue un cuadro o una cántara de propiedad individual, destinada a mejorar la forma de vida y el placer de un individuo, ahora es tomada por el mundo todo, por la parte de la sociedad que lo contempla, y que lo hace suyo al menos en la teórica secuencia de ver, entender y anotar. Todavía queda la socialización definitiva del contenido museístico con el permiso universal y sin excepciones de fotografiar las piezas en él contenidas. Tema que no se ha conseguido, ni mucho menos, y a pesar de unas leyes que en lo social están a la cabeza del mundo occidental. El miedo al trípode y a lo que encima de él aparece, quizás como un atavismo difícil de erradicar, no se ha desprendido todavía de muchos administradores de museos.
En todo caso, este es el momento de empezar a viajar y a ver museos. Tarea hay, el camino está abierto, y las maravillas muchas.
Hace 3 años apareció un libro de esos que quedan vivos para siempre. Lo escribieron conjuntamente, tras muchos viajes e investigaciones, José María Ferrer González y Antonio Herrera Casado. Titulado “Museos de Castilla-La Mancha”, con 352 páginas y cientos de imágenes en color, ofrece las referencias concretas, historia y contenidos principales de los casi 200 museos que hoy existen visitables en este comunidad autónoma, en la que siempre hay rutas nuevas por construir para conocer esa España profunda y eterna que por los caminos de la Alcarria y la Mancha serpentean.
El libro, que hace el número 6 de la Colección “Tierra de Castilla-La Mancha”, se estructura por provincias, dando información de los mayores museos de cada una, y poniendo relación de los más sencillos en un apéndice final. Un buen índice ayuda al lector a encontrar lo que busca. Y su palabra en voz baja, amistosa, siempre dispuesta, como la palabra de los libros, es la que nos brinda la posibilidad de conocer, ahora a través de los Museos, la Región castellano-manchega.
A continuación ofrecemos las palabras que, en parte de su introducción, nos dicen los autores hablando de cuales son, tras recorrer kilómetros y caminos a cientos, sus museos preferidos. Hagámosles caso, que saben de qué hablan.
Nuestros Museos preferidos
De los casi doscientos espacios que catalogados como museos hemos incluido en este libro, es cierto que algunos son especialmente preferidos, por varias razones, que brevemente explicamos.
Por decir algo del mejor montado, con mayor contenido documental y diversidad de aspectos que le hacen único en España, tiene que ser mencionado el Museo Nacional de Teatro de Almagro. Creado a finales del siglo XIX, se ha ido incrementando con el paso de los años gracias a donaciones de artistas, autores, aficionados... su última, y esperemos que definitiva ubicación, en el palacio de los maestres de la Orden de Calatrava de Almagro, en la plaza mayor de esta ciudad manchega, y frente al Corral de Comedias, en un edificio diseñado para la función que realiza, es todo un ejemplo de Museo con mayúsculas. En Valdepeñas no hay que perderse la Fundación Gregorio Prieto con obras del artista y piezas de su colección en una preciosa casona rehabilitada, y los amantes del arte contemporáneo no deben dejar de visitar el Museo Municipal, donde figura una amplia selección de las obras premiadas de nuestros mejores artistas del último medio siglo. Les encantará también el nuevo museo Comarcal de Daimiel y, en la capital, el museo de Ciudad Real con una espléndida colección arqueológica y la sorprendente exposición permanente “Hace tres millones de años”.
En Guadalajara y más en concreto en la villa medieval de Atienza, le han surgido a la población, de apenas 500 habitantes, tres museos extraordinarios, que llevan detrás el nombre de quien los ha concebido, diseñado, y laborado sin descanso para que todas sus piezas fueran restauradas y noblemente expuestas. La labor de don Agustín González, párroco de la villa serrana, es de todo punto encomiable.
En Cuenca saltan los museos de la naturaleza y del arte moderno. En la capital, nos quedamos con el emblema mejor de la moderna dimensión del arte español: su Museo de Arte Abstracto, generado desde Zóbel hasta los más recientes nombres y dinamizadores del espacio, que además asienta en un lugar privilegiado, único, como son las Casas Colgadas de Cuenca. Un poco más arriba de la roca que es Patrimonio de la Humanidad toda, está el laberinto conventual y rompedor de Antonio Pérez, cuya fundación, hecha de cuadros, objetos encontrados y libros, es otro ejemplo de arte museificado, sorpresa y cuestión permanente para el visitante. Aún en Cuenca, en la Huete alcarreña, con varios museos por sus calles, destacamos la Fundación Florencio de la Fuente, en la que se han encontrado dos dinámicas generosas: la del donante de tanta obra de arte, que es sin duda un exponente fiel del quehacer pictórico y escultórico español del último siglo, y la del Ayuntamiento que ha restaurado y puesto a disposición un gran edificio histórico como es el antiguo convento de los mercedarios optenses.
En Toledo resulta difícil espigar sólo unos ejemplos. Puestos a señalar, hemos de apuntar la sorpresa de la recuperación -como visita cultural- al templo de los Jesuitas, el nuevo montaje de la encantadora Casa Museo de Victorio Macho, la soberbia colección de cerámica de la Colección Carranza expuesta en salas del Museo de Santa Cruz, las visitas a mundos tan herméticos como son los conventos de clausura (unos abiertos con horario de visita y otros que requieren la complicidad de las monjitas para visitar el templo y algunos otros espacios habitualmente acotados). También son ahora posibles algunas visitas nocturnas aprovechando las soberbias iluminaciones del cuadro del Entierro del Conde de Orgaz o del monasterio de San Juan de los Reyes, sin descartar el componente turístico de las visitas que nos permitirá en algunos casos (San Román, Santo Tomé, Jesuitas) contemplar la ciudad de Toledo desde las alturas de sus torres.
Queda además la perspectiva de nuevos museos muy esperados como la ampliación del Museo de Santa Cruz, el remodelado Taller del Moro y la reapertura del Museo del Ejército, todos ellos en Toledo, así como las colecciones de Bellas Artes del Museo de Ciudad Real en la nueva sede del antiguo convento de la Merced.
Quizás suenen estas palabras, -de preferencia personal acerca de un conjunto de centros y espacios con múltiples valores-, un tanto aldeanas y cortas de vista. Si uno se adentra, y los autores de este libro no lo hemos hecho, en la consideración científica y universal del fenómeno museístico, todo esto que aparece a partir de esta página no sea más que un folleto monumental explicativo de todos y cada uno de los museos existentes en este pequeño espacio de Europa que se denomina Castilla-La Mancha, con una formulación a su vez un tanto miope o estrábica. Porque los teorizantes de la cuestión, han quedado de acuerdo en que la Museología es una "ciencia social" que no sólo produce un enfrentamiento dialéctico público-museo, sino que trata al mismo contenido del museo como un elemento esencialmente socializado. Lo que antaño, o en su origen, fue un cuadro o una cántara de propiedad individual, destinada a mejorar la forma de vida y el placer de un individuo, ahora es tomada por el mundo todo, por la parte de la sociedad que lo contempla, y que lo hace suyo al menos en la teórica secuencia de ver, entender y anotar. Todavía queda la socialización definitiva del contenido museístico con el permiso universal y sin excepciones de fotografiar las piezas en él contenidas. Tema que no se ha conseguido, ni mucho menos, y a pesar de unas leyes que en lo social están a la cabeza del mundo occidental. El miedo al trípode y a lo que encima de él aparece, quizás como un atavismo difícil de erradicar, no se ha desprendido todavía de muchos administradores de museos.
En todo caso, este es el momento de empezar a viajar y a ver museos. Tarea hay, el camino está abierto, y las maravillas muchas.
Pues resulta interesantísimo para quienes nos gusta visitar los museos de aquellos lugares a donde viajamos. Un besote fuerte, Javier.
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