sábado, 24 de septiembre de 2016

BUDIA en la Edad Moderna


GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Budia en la Edad Moderna (Siglos XVI al XIX), Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 10), 2015, 167 pp. [ISBN.: 978-84-606-5989-1].

Comienza el libro que comentamos con unas pinceladas acerca de la historiografía alcarreña, entre la que encuentran algunas obras referentes a Budia que, aunque no muy antiguas, no por eso son menos importantes, puesto que los datos más abundantes datan de finales del siglo XIX. Así una entonces meritoria referencia a dicha villa escrita por don Andrés Falcón y Parto, la Memoria histórica-descriptiva de Budia, de 1888,  reeditada con numerosas ampliaciones por el Dr. Herrera Casado en 1991, con el nuevo título de Budia, breve noticia de su historia. Poco después, don Juan Catalina García López escribiría los Aumentos a las Relaciones Topográficas (Tomo I) mandadas recoger por el rey Felipe II; maravilloso trabajo que aportó, y aún sigue aportando, numerosos datos de interés para un conocimiento exhaustivo de dicha población. En 1907, el médico don Severino Domínguez Alonso publicó unos Datos para el estudio médico-topográfico de la Villa de Budia de gran interés, cuya edición facsimilar, llevada a cabo en 2015 por el Ayuntamiento de la localidad con autorización de la Biblioteca Nacional de España, comentamos en estas mismas páginas.

Hasta aquí lo que podríamos considerar como la primera fase, dedicada a estudios y trabajos, sin olvidarnos de la ermita y la imagen de la Virgen del Peral de Dulzura, sobre la que, indica García López, existe una hoja “volandera” de 32 cm. titulada Gozos a Nuestra Señora del Peral: que se venera en la villa de Budia, Diócesis de Sigüenza, que editó el impresor Víctor Berdós i Feliú -entre 1875 y 1900?-, en su imprenta de Barcelona (C/. Molás, 31) y que hemos podido consultar de la Biblioteca Nacional de España (VE / 1445 / 441).

Posteriormente surgirían nuevos trabajos, como la brevísima Historia de Budia de Miguel Rodríguez Gutiérrez (MI-RO-GU), que únicamente contiene una transcripción de las ya citadas II Relaciones Topográficas de Felipe y unas notas sobre arte (con un total de 36 páginas), al que siguieron otras publicaciones llevadas a cabo, sobre todo, por Antonio Herrera Casado y Juan José Bermejo Millano: Budia, corazón de la Alcarria (2005), El convento carmelita de Budia. Memoria y esperanza (2010), así como el trabajo, esta vez en solitario, del mencionado Bermejo Millano, Budia en la prensa (2012).
Como podrá apreciar el lector, el presente libro da a conocer algunos aspectos nuevos o al menos poco estudiados hasta el momento, como el trabajo del cuero, la celebración de una feria, la actividad apícola, etc., de donde posiblemente procedan los pseudogentilicios de “mieleros”, dado que los vecinos de Budia fueron los mayores productores de miel de toda la Alcarria, y “curtidores”, por los que todavía hoy se conoce a los budienses o budieros.
Apartado, el anterior, que sirve de pórtico a la historia de Budia propiamente dicha y que da principio con unas breves consideraciones acerca de la Edad Media, a pesar de la inexistencia de documentos que precisen su origen con exactitud, por lo que se hace difícil establecer el momento en que se inició como lugar habitado, aunque lo más probable es que se trate del siglo XI ya que, tras la conquista de Atienza por Alfonso VI (1085), Budia pasó a formar parte de su Tierra, dentro del sexmo de Durón, y su territorio repoblado por cristianos procedentes de la zona norte peninsular.
Al partir del siglo XII es cuando comienza a haber documentos escritos, concretos, sobre Budia, por lo que se sabe que la Orden de Santiago tenía algunas posesiones, pero realmente no se tienen datos fidedignos hasta el año 1388 -fecha en que se le hizo donación de la dehesa denominada El Peral, lugar entonces despoblado debido a la peste negra sufrida- momento en el que pertenecía al Común de Villa de Atienza y en el que permanecerá hasta, al menos, 1413. En relación con este tema, García López transcribe dos documentos: 1402. 31 de mayo. Atienza. Traslado de la carta de donación otorgada por la villa de Atienza a favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral y 1431. Confirmación de la donación por la villa de Atienza a favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral.
Seguidamente pasa a analizar los restos de la iglesia románica del antiguo despoblado de El Peral (que en este caso creemos fuera de lugar), para tratar de la integración de Budia al Común y Tierra de Jadraque (dentro del sexmo de Durón), en el que permaneció hasta el siglo XV en que pasó a convertirse en un lugar de señorío tutelado por varias familias. Primero por Gómez Carrillo, -al poco, en 1434, se hizo Villa-, pasando después a manos de Alonso Carrillo de Acuña, donde permaneció por poco tiempo hasta que, tras realizar una serie de permutas, llegó a ser una de las propiedades más queridas por el cardenal Pedro González de Mendoza, y posteriormente, al condado del Cid, del cual eran dueños y señores los marqueses del Cenete, hasta que con el tiempo pasó a la Casa del Infantado en la que se mantuvo hasta la abolición de los señoríos, en el siglo XIX.

Hasta aquí, lo que podríamos considerar como la primera parte, o parte introductoria del libro, con la que entramos en la Edad Moderna, momento, como hemos visto, en que Budia permanece en poder de la familia Mendoza. Esta parte contiene un carácter netamente social y en ella se ofrecen numerosos datos sobre el ya mencionado señorío mendocino, que tenía poder, otorgado por el rey, para nombrar Alcalde Mayor y proporcionar a la villa una Administración Municipal justa a través del concejo y sus componentes, una de cuyas mitades correspondía al estamento noble (hidalgos) y, la otra, al estado general (pecheros), encargados de custodiar los denominados bienes de propios comunales, es decir, las propias Casas de Ayuntamiento y archivo, la cárcel, la correduría o peso real, además del matadero y la carnicería, los mesones, la pescadería y demás tiendas. También se ocupaba del pósito, los hornos, las tabernas, la fragua y los molinos aceiteros y harineros, junto con el batán. En lo que respecta a la higiene y a la salud pública era de su competencia cuidar de las pozas de la basura y, finalmente, tenía a su cargo los montes y su aprovechamiento.

Un apartado interesante es el dedicado a la demografía, puesto que no conviene olvidar que, a comienzos del siglo XVI, Budia se había convertido en la población más importante del sexmo de Durón gracias a su notable crecimiento económico, de modo que en 1528 contaba con 238 vecinos, llegando a más de 500 a finales del mismo siglo, por lo que fue la tercera población de la antigua provincia de Guadalajara, solo superada por Guadalajara (con 1372 vecinos) y Sigüenza (con 910), aunque durante el siglo siguiente, el XVII, lo habitaban 364, que se redujeron a 202 en 1712. Gracias al desarrollo de las tenerías, la población de Budia alcanzó los 1700 habitantes (almas) (1752), finalizando el siglo XVIII con 523 vecinos, o lo que es lo mismo, 2197 habitantes -según el coeficiente de conversión de 4,21 habitantes por vecino-, disminuyendo nuevamente con la Guerra de la Independencia.
Las clases sociales estaban representadas por los hidalgos, entre los que destacaban algunos hombres dedicados a las letras, las armas y la administración pública, como las familias Romo y Sáez, además de por el estamento eclesiástico, que llegó a dar algunos obispos: Juan Ruiz Colmenero, obispo de Nueva Galicia desde 1647 hasta 1663; Víctor Damián Sáez, obispo de Tortosa en 1823; Bernardo Antonio Calderón y Lázaro, nombrado obispo de Osma en 1753; Juan José García Álvaro, obispo de Coria fallecido en 1783, y Gabino II Catalina del Amo, obispo de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada en 1875.
La actividad económica se centraba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, junto a las que destacaba una floreciente actividad apícola, ya que contaba casi con cinco mil colmenas según el Catastro de Ensenada (1752). También eran muy pujantes las industrias textiles, concretamente la de fabricación de paños, así como las tenerías y otros aspectos de menor importancia, como la confección de sayales por los carmelitas, los pequeños comercios y la arriería y la celebración de un mercado semanal con feria.

Quizá el apartado más amplio es el que dedicado a la religiosidad popular, cuyo centro neurálgico era la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, además de en algunos oratorios privados, en los que se solían celebrar votos y fiestas y eran numerosas las memorias, capellanías y obras pías, además de tener a su cargo las dotaciones económicas para el sostenimiento de un hospital para pobres, becas para  estudiantes y dotación de huérfanas, que se completaban con las ayudas del pósito fundado por Pablo Sáez Durón. Existieron así mismo numerosas hermandades y cofradías, diez al menos, y también fueron numerosas las ermitas que se edificaron, siete, más un calvario. Contaba con un convento carmelita, dedicado a la Inmaculada Concepción, de notable e interesante construcción, al igual que sucedía con su arquitectura civil consistente, en gran parte, en numerosas casas solariegas, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días.

Finaliza el trabajo con una amplia bibliografía dividida en dos partes: en primer lugar por el material de archivo -documentos- recabado en el Diocesano de Sigüenza, el Histórico de Protocolos de Madrid, el Histórico Provincial de Guadalajara, el Municipal de Budia, el General de Simancas, el Histórico Nacional, el Parroquial de Budia, el de la Nobleza Española de Toledo y el de la Real Chancillería de Valladolid y, en segundo lugar, por los libros consultados para la realización del texto.
Resumiendo, un libro ameno, de fácil lectura que ayudará a muchos budieros a conocer su propio pueblo, como así sería deseable, y que viene a recordar numerosos datos vistos en otros libros semejantes debidos a la misma autoría que el presente.


José Ramón López de los Mozos    

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