sábado, 23 de abril de 2016

Zafra en lo alto

LAYNA SERRANO, Francisco y HERRERA CASADO, Antonio, El castillo de Zafra y otros castillos molineses, Guadalajara, Aache Ediciones (Col. Tierra de Guadalajara, 95), 2015, 78 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-85-4).

Aparentemente es poco lo que en un libro como el que comentamos, de tan sólo setenta y ocho páginas, puede decirse, además tratándose de un tema que necesita tanta amplitud como es el de los castillos, dado que, casi siempre, se destina una parte de su exposición a la historia del mismo, y otra a la descripción, más o menos extensa, de los elementos que lo compusieron y actualmente lo componen.
Sin embargo este librito es amplio y no sólo se recogen en él la historia y los avatares del castillo de Zafra (páginas 7 a 34), (cuyo propietario desde 1972 -Antonio Sanz Polo- recibe con ello el homenaje que desde hace tanto tiempo se venía mereciendo. Precisamente al año 1975 corresponden las cinco fotografías en blanco y negro, previas a su reconstrucción en años posteriores, que se incluyen las páginas 30 y 31: “El castillo desde Levante”,  “La torre del homenaje desde el Norte”, el “Interior de la fortaleza, con la torre al frente y los paramentos orientales a la derecha”, “La plataforma del castillo de Zafra, vista desde la torre del homenaje” y “La torre estaba desmochada en 1975”, imágenes que dan idea de su estado de abandono), protagonista del mismo, sino que también da espacio suficiente como para ocuparse de una extensa colección de castillos, torres y atalayas, muchos de los cuales todavía se mantienen en semi-ruinas o en mal estado de conservación, todos ubicados en el Señorío de Molina, como los de la propia capital del Señorío, y los de Santiuste (Corduente), Castilnuevo, Cubillejo de la Sierra, Tierzo, Establés, Chilluentes, Villel de Mesa, Fuentelsaz, Embid y La Yunta, a los que también acompaña una selección fotográfica y de mapas, generalmente realizados a mano por Francisco Layna Serrano, que contribuyen eficazmente a su mejor conocimiento, ya que, por lo general, son elementos defensivos de frontera que, en la actualidad se encuentran frecuentemente aislados, como sucede con la torre de Chilluentes y en otros, sus restos son escasos debido a la acción climática y a las destrucciones llevadas a cabo por los ejércitos contendientes en las distintas guerras acaecidas en el pasado, pero sobre todo a la antrópica, que casi nunca respetó como es menester este patrimonio que tantas veces sirvió de cantera gratuita para hacer nuevas casas y edificaciones auxiliares de la agricultura y ganadería o, simplemente, para machacar los sillares y emplearlos como macadam en las nuevas carreteras, como sucedió con el castillo de Cogolludo y tantos otros.
Del primero, es decir, del castillo de Zafra, cuya visita en 1932 relata Layna Serrano junto a numerosos datos de interés, se recoge una curiosa descripción, correspondiente a un informe remitido a Felipe II por los maestros de cantería Juan del Río y del carpintero Sebastián de Zaldívar, que se conserva en el Archivo de Simancas, aunque habiéndose perdido el dibujo que lo acompañaba y que indudablemente hubiese servido para hacerse una idea clara de cómo fue esa fortaleza en tiempos pretéritos, por lo que el propio Layna tuvo que realizar los dibujos que se incluyen en el libro.
Otros datos se deben a los historiadores molineses Sánchez Portocarrero, al licenciado Núñez y a Elgueta, como, por ejemplo, los que se refieren a la capacidad del recinto, que, según indican, podía acoger hasta quinientos hombres de a caballo, -suponemos que en exterior del mismo, o albacar-, dado que su distribución interior era muy sencilla como solía acostumbrarse en los primitivos castillos, contando igualmente con algún pozo o aljibe.
También se refiere el Cronista Provincial a su acceso, que era de “tal ingenio y traza que con poca defensa sería bastante a defendello de un ejército”, siguiendo el informe citado anteriormente.
Algunos historiadores de los siglos XVI y XVII señalan su antigüedad, cuya existencia remontan nada menos que hasta la época romana, basándose para ello en el hallazgo casual, en sus alrededores, de algunas monedas datadas en ese periodo, aunque para Layna tiene más fundamento un posible origen musulmán. Con ello se da paso a un documentado recorrido a través de los hechos más sobresalientes de su ya larga historia.
Finaliza el estudio del castillo de Zafra con la semblanza biográfica de su benefactor: Antonio Sanz Polo, llamado el “Señor de Zafra”, que desde 1972, con sólo su esfuerzo y su pecunio -ya que no contó nunca con ayuda pública alguna- durante más de treinta años consiguió levantar la ruina abandonada del antiguo castillo de los Lara, contribuyendo a que su estampa actual sirva de telón de fondo y contraste con el horizonte de la aislada Sierra de Caldereros.
Pero, junto a la anterior fortaleza, el Señorío de Molina, que ha tenido siempre una historia propia, nítidamente definida e independiente de los territorios que lo rodearon, conserva otra serie de castillos que podrían clasificarse en dos amplios grupos: residenciales, localizados en su tierra interna y los llamados “de frontera”, situados en sus límites con Aragón y Castilla, con cuyos reinos mantuvo siempre largas y numerosas guerras.
El primero que se menciona es el de Molina de Aragón, construido por los condes de Lara, quizá el de mayores dimensiones de cuántos hay en España, de remotos orígenes, puesto que en el cerrete donde se encuentra asentada la denominada “Torre de Aragón” hubo previamente un castro celtibérico fortificado y cercano a manaderos de agua con los que abastecerse.
En realidad fue edificado por los musulmanes, como sede de los reyezuelos del territorio molinés (siglos X y XI), hasta su reconquista por Alfonso I el Batallador y posterior régimen de behetría de los Lara, quienes hicieron de la entonces villa, un importante núcleo de población, gracias en parte a la concesión de un importante Fuero promulgado en 1154 por el primer conde, Manrique de Lara, creándose a la vez un poderoso Común de Villa y Tierra.
El gobierno de la saga de los Lara se extendió hasta finales del siglo XIII en que, gracias al matrimonio de la sexta señora -María de Molina- con el rey de Castilla Sancho IV el Bravo, pasó todo el Común al gobierno del monarca.
Se completa el trabajo sobre el castillo de Molina con una serie de datos históricos más o menos modernos, entre los que se mencionan los hechos más sobresalientes de la Guerra de la Independencia y de la “carlistada” de 1875, así como con una detallada descripción del mismo.
Lo propio que sucede con los demás elementos defensivos molineses que figuran en el libro y que ya mencionamos más arriba.
Un libro sencillo, a la vez que interesante, para cuántos quieran conocer aún mejor las construcciones defensivas del Señorío que salen a relucir en las páginas del librito que comentamos, realmente poco conocidas por una gran mayoría de alcarreños.
Libro que, a la vez, podría servir también como guía para realizar uno o varios recorridos pormenorizados por los castillos, torres, atalayas y demás construcciones de este tipo que en él figuran y que son sólo una parte mínima de la gran cantidad que todavía se conservan, aunque sólo sea a través de unas escasas ruinas que puedan dar idea de su valor defensivo, su interés arquitectónico o como simple patrimonio que a todos toca conservar.
Enhorabuena a Aache Ediciones por este libro tan sugerente y atractivo, ameno y de fácil lectura para todos.

José Ramón López de los Mozos

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