viernes, 14 de septiembre de 2012

Un episcopologio seguntino


Una obra con gran valor iconográfico. Su autor, Felipe Peces, recoge el más completo episcopologio seguntino.
PECES RATA, Felipe-G., Los Obispos en la Ciudad del Doncel (589-2012), Sigüenza, El Autor, 2012, 248 pp.

Con la tinta aún fresca acabamos de recibir este libro que su autor, el canónigo-archivero de la catedral seguntina Felipe-Gil Peces, dedica a D. Laureano Castán Lacoma, obispo de Sigüenza desde 1964 hasta 1980, con motivo de celebrarse el primer centenario de su nacimiento.
Una “Carta al lector” del también canónigo de la catedral de Sigüenza Jesús de las Heras Muela -director del semanario Ecclesia y de Ecclesia digital-, da a conocer las claves de fondo del libro que comentamos: la diócesis como “una porción del Pueblo de Dios, que se confía a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de suerte que, adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de la Eucaristía, constituya una iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica”, según definición del Concilio Vaticano II, a través de su decreto Christus Dominus (1965), que viene a coincidir con el canon 369 del Código de Derecho Canónico (1983). De donde procede la importancia de las diócesis y el importante papel que en ellas juegan los obispos.
Diócesis que, en el caso de Sigüenza, cuenta con al menos mil cuatrocientos años de antigüedad; es decir, desde el 589, como queda de manifiesto en las firmas de los obispos asistentes al III Concilio de Toledo, hasta nuestros días, aunque, claro está, con algunas modificaciones debidas a su propia evolución como el cambio de sus límites, que debían coincidir con los provinciales, llevado a cabo en 1955 por decreto de la Santa Sede, o el cambio de denominación sufrido en 1959 en que de ser diócesis de Sigüenza pasó a convertirse y denominarse de Sigüenza-Guadalajara.
Según lo anterior, podemos decir que en una diócesis son necesarios tres elementos: su cabeza, es decir, el obispo; quienes lo ayudan en su labor pastoral o presbiterio, y los fieles. Ahí, precisamente, radica la importancia de este libro; en que los tres son necesarios y se complementan.
Y para saber quien es quien y cuales han sido los obispos que se han ocupado del pastoreo de la diócesis seguntina a lo largo del tiempo se ha escrito este libro que, tras la Carta comentada, comienza con una “Isagoge” (introducción o exordio) de su autor, en la que manifiesta los deseos y propósitos que le han movido a escribirlo: el poner al alcance de los amantes de la Iglesia multisecular de Sigüenza una parte importante de su historia, la identificación de los distintos obispos a través de sus efigies, contenidas en soportes tan variados como pueden ser el papel, la madera, los tejidos, los metales, la cera, etc., incluyendo las de aquellos obispos que no la tienen y que se han suplido por otras, idealizadas, realizadas por las benedictinas de Madrid sobre papel apergaminado.
Sigue un segundo apartado “A guisa de proemio”, en el que Peces Rata alude a la existencia de un episcopologio seguntino, escrito nada menos que por el que fuese obispo de su diócesis entre 1898 y 1917 -el obispo número 87 del actual episcopologio-,  fray Toribio Minguella y Arnedo, autor de una interesantísima Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, publicada en tres voluminosos tomos, que llega hasta finales del siglo XIX, y completada -hasta donde pudo- por el entonces canónigo-archivero de la catedral Aurelio de Federico Fernández (fallecido en mayo de 2001).
Obra, esta Historia de fray Toribio que, al decir de Atilio Bislenghi en su libro La mesnada del Doncel, “[…] sigue siendo una historia “erudita”, concebida y estructurada como los grandes Compendios de los siglos anteriores, casi rígidos en su cronología y su fe ciega en los documentos. Falta, por supuesto, una visión sintética de la historia, donde tienen también su importancia los acontecimientos sociales y económicos: visión que se impuso en la historiografía varios decenios después.
[…] porque su amplitud, su riqueza de datos, su carácter pormenorizado podría llenar muchos y muchos días, de otra manera, vacíos y solitarios. Pocos son los estudiosos de cosas seguntinas que pueden decir que conocen a fondo estos tres libros, y si varios han intentado reescribir, con diferentes éxitos, la historia de esta diócesis, ni uno ha podido prescindir de un examen detallado de la gran piedra miliar que es la “Historia” del Padre Minguella”.
Por ello, en el tercer apartado, “Presentación”, Felipe Peces, como canónigo-archivero de la catedral de Sigüenza, indica que con este libro quiere completar -todavía más- las obras anteriores, rescatando imágenes, ya que en Sigüenza no existía una galería de retratos, -actualmente ubicada en el edificio plateresco de la “Contaduría” del Cabildo, que fue Palacio y Casa de Estudios en la propia catedral, según el apartado cuarto del libro “La nueva ubicación”- y datos de los obispos, de entre los viejos papeles que custodia el archivo.
En el sexto apartado -“Los obispos en Sigüenza”- se ofrecen algunos datos acerca de las obras que mandaron realizar los obispos seguntinos: la catedral, el castillo. Seminarios, hospitales, parroquias, ermitas…
Y ya comienza el libro propiamente dicho con obispos la serie de los visigodos, que fueron siete, desde Protógenes (589-610), hasta Sisemundo I (851); los del siglo XII, comenzando por D. Bernardo I de Agén (1121-1152) y terminando con San Martín de Hinojosa (1186-1192); y así sucesivamente hasta completar el episcopologio seguntino con el obispo que hace el número 96, Atilano I Rodríguez Martínez (2011- ).
No termina aquí la serie, ya que se incluye un breve apéndice correspondiente a los  obispos denominados “apócrifos”, es decir, aquellos que han sido considerados fabulosos o supuestos: Sergio-Paulo (del año 76), San Sacerdote (del 570), Don Gonzalo (1299) y D. Luis Osorio de Acuña (1456).
En un sentido “Epílogo”, el autor quiere recordar al lector a Herodoto cuando escribía aquello “de que no se perdiese la memoria de las grandes y maravillosas hazañas”, que es lo que él ha pretendido con la edición de este libro, así como dejar constancia de que ha procurado hacerlo con la mayor sinceridad, aunque, como sucede con toda obra humana, no esté exenta de errores.
Una amplia bibliografía completa los textos.
Es la primera vez que vemos una gran cantidad de retratos obispales reunidos en un solo libro. ¡Enhorabuena por esta obra, tan sencilla e interesante al tiempo!

jrlmozos@hotmail.com 

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