martes, 19 de julio de 2011

Un folleto que acoge entre sus páginas parte de la cultura tradicional de Azuqueca.



VADILLO MUÑOZ, Julián (Texto), Los objetos de la memoria. Una selección de utensilios, aperos y herramientas recopilados por Máximo Serrano Romo, Ayuntamiento de Azuqueca de Henares, 2010, 24 pp. (Catálogo de la exposición celebrada en el Centro Cultural del 8 al 21 de Octubre de 2010).

A veces nos encontramos con piezas bibliográficas “singulares”, “rarezas” llamativas, sencillas en su diseño y contenido que, como en el caso de la que aquí comentamos, sirvió, a modo de catálogo explicativo, para una exposición (muy concurrida).
Este folleto, que no de otra cosa podemos hablar dada su paginación, tiene por cometido dar a conocer parte de los fondos de la colección de utensilios y aperos de Máximo Serrano, un simpático jubilado amante de las cosas de su pueblo, que gasta sus dineros en rescatar del abandono cuantos “cacharros” llegan a sus manos, con el propósito de dejar una huella, lo más amplia que le sea posible, del pasado agrícola y ganadero de Azuqueca, cara a las generaciones venideras. Algo que no está mal si consideramos que los escasos jóvenes (y no tan jóvenes) del medio rural (y más aún del urbano) ignoran el nombre de muchos aperos, así como su antiguo uso.
La exposición, celebrada en octubre del año pasado de 2010, constaba de tres apartados, al igual que el catálogo que comentamos, que se corresponden con las principales actividades del ser humano: las tareas domésticas, los oficios y las labores agrícolas y ganaderas. Para los más viejos la exposición significó volver al pasado, recordar los viejos tiempos, la juventud vivida de una forma muy diferente a la actual; para los más jóvenes, fue penetrar en algo ya lejano, casi desconocido, que nada tiene que ver con las actuales tecnologías. Cosa que queda suficientemente clara en la Introducción a esta muestra de cultura material: “Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los hogares eran muy distintos a los actuales, en el que las condiciones de vida de los trabajadores no eran nada fáciles, en el que la producción era fruto de un durísimo proceso artesanal y en el que aquello que hoy se produce a millares en un solo día exigía muchísimo más tiempo en ser elaborado.” Trabajos y utensilios que fueron dejando paso a otros muy distintos, los actuales, y que a su vez dejarán paso a otros aún por llegar, en una constante e imparable evolución. Pero no olvidemos que tan productos tecnológicos son la hoz y la zoqueta que se emplearon en el pasado para segar, como lo puedan ser las cosechadoras, cuyo fin es el mismo: segar, en la actualidad.
Pues bien eso es lo que quiere decir la exposición de objetos de Máximo Serrano y lo que se recoge, escrito, en su catálogo, que comienza con un saluda del alcalde azudense, unas palabras del concejal de Cultura, y una breve Introducción, donde se explican todas estas cosas del pasado y sus formas tecnológicas y de las gentes y sus formas de vivir, que dan paso a considerar, mediante unas escuetas pinceladas, cómo era “El hogar de los trabajadores”, que por lo general solían ser “muy rudimentarios, pequeños, hacinados y sin apenas condiciones higiénicas” y, según la Comisión de Información Parlamentaria de 1868, estaba compuesto por “habitaciones bajas en las calles principales y parte de otras en los corrales por las que por término medio y con regulares condiciones de salubridad satisfacen un real diario.”
Sigue otro apartado acerca de “Los trabajadores de los oficios”, especialmente albañiles, barberos, carpinteros y zapateros (de los que se mostraron diversas herramientas en la exposición), ya que dichos trabajos constituían el escaso tejido industrial del pueblo, aunque realmente fueran considerados artesanales y, en muchos casos, complementarios de la agricultura y dado que, en 1887, Azuqueca contaba únicamente con 462 habitantes (hay que tener en cuenta las bajas que produjo la epidemia de cólera sufrida dos años antes), que en 1900 habían ascendido a tan sólo 476, y que al comienzo de la Segunda República llegaron a los 740; todo ello unido a unas condiciones laborales duras, aunque no tan extremas como las de los jornaleros o braceros y campesinos, que subsistían malamente con unos sueldos miserables, ya que en 1893 un albañil ganaba al día (diez horas) entre 2,50 y 4 pesetas, siendo todavía menor el de un peón, puesto que aún no se había reconocido la jornada laboral de ocho horas.
El último capítulo se dedica a “Los trabajadores del campo”, que malvivían en base a una agricultura continuista cuyas estructuras apenas si habían sufrido variación con el paso de los siglos, de manera que para labrar las tierras se seguía manteniendo en vigor el uso del arado romano, así como los animales de tiro, y siendo escaso el minifundio en contraposición al latifundio, a veces improductivo, que abundaba en la Vega del Henares.
Todo ello unido a jornadas laborales de más de diez horas, “de sol a sol”, para ganar un salario que no daba para vivir y que, estadísticamente, podía oscilar entre 1 y 1,75 pesetas, además del uso libre de una pequeña parcela de sembradura para el autoabastecimiento y el trueque. Así hasta las mejoras de las primeras décadas del siglo XX (en 1933 el jornal máximo era de 7,51 pesetas y de 4,88, el mínimo).
Cierra la publicación una a modo de ficha del coleccionista-dueño de las piezas expuestas, Máximo Serrano Romo, gran aficionado a la fotografía como así lo demuestran sus numerosas exposiciones y premios logrados, de los que se hace mención.
Trece fotografías viradas en sepia acompañan al texto comentado, de entre las que destacamos, por su interés etnográfico, una escena de la tradicional “matanza” fechada en 1956 (Vicente Serrano. Barrio de Cantarranas, página 7).
Para finalizar, tan sólo quisiera añadir que el autor del texto -Julián Vadillo Muñoz-, conocido especialista en Historia Contemporánea, señala en su “Conclusión” que ha “realizado un breve repaso por la etnografía y la memoria” y que lo ha “hecho a través de los objetos y de las condiciones de vida de los hombres y mujeres que los utilizaban.”, aunque opino que esto no ha sido así, y que en este sucinto folleto no se hace apenas alusión a los objetos expuestos y sí a otros aspectos que entran más de lleno en lo social y reivindicativo (cosa que no está mal como complemento que sirva para dar a conocer las pasadas condiciones de vida de los habitantes de la Azuqueca de hace casi doscientos años), aunque, quizá en este caso, eso quede algo fuera de lugar.
Pero eso es lo que queda escrito en “Los objetos de la memoria” y a ello debemos adaptarnos. Otra cosa pudiera haber sido una especie de catálogo museográfico, en el que las piezas fuesen fichadas y analizadas pormenorizadamente.
Desde esta página semanal animo a otros Ayuntamientos de Guadalajara a que tomen ejemplo y realicen exposiciones como la comentada más arriba, y que así contribuyan al mejor conocimiento de la historia social de sus respectivos pueblos, además de ir dejando huella de dicha actividad a través de unas cuantas páginas impresas.

José Ramón López de los Mozos

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